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2024-04-14 00:00:00

«Paganini» de Klaus Kinski o La amorfa densidad erótica

Por Pedro Paunero

“Sus únicos intereses en la vida son su violín, el dinero y, por supuesto, las mujeres”
“Paganini”, de Klaus Kinski.

El lanzamiento, en este mes de abril de 2024, de “Paganini”, la única película dirigida por Klaus Kinski, en 35 mm, y la última en la cual actuara antes de morir, por parte de la casa “Vinegar Syndrome”, distribuidora y restauradora de películas “exploit” y de culto, pone al alcance de la mano del gran público una de las cintas más extrañas, controvertidas, y difíciles de encontrar, de uno de los actores más salvajes y extremos de la historia.

Klaus Kinski se acercó, un día, a Werner Herzog y le pidió que filmara la película cuyo guion le tendía. Herzog -según contó en su documental “Enemigo mío” (My Best Fiend, 1999)- se negó, aduciendo que aquello era imposible de filmar, porque no era un guion en absoluto. Fue entonces cuando, desesperado, Kinski tomó la cámara, le pidió su colaboración a Debora Caprioglio (alias Debora Kinski), su pareja de entonces, y puso a actuar a su hijo, Nikolai, y él mismo rodó “Paganini” (1989), un intento amorfo, y sumamente denso, para contar la vida del músico a quien se ha apodado como el “violinista del diablo”.

“Paganini” es una película que se compone en un sesenta por ciento de tomas de caballos tirando de carruajes a toda velocidad, un veinte por ciento de primeros planos de rostros -incluyendo planos ginecológicos, y el de varias adolescentes con la boca abierta para recibir la ostia consagrada-, un diez por ciento de coherencia argumental -unos paneos repetitivos, cansinos, ridículos, de palcos de un teatro, para “reafirmar” la histeria del público, rendido ante el arte de Paganini, o el redescubrimiento del “espacio acuario” de Jean Vigo, en la escena en la que Paganini toca el violín de un niño que pide limosna, y los oyentes entran en el encuadre desde el ángulo izquierdo, o la cámara puesta dentro del ataúd, como hiciera Dreyer en “Vampyr” (1932)-,  y el resto de nada o, mejor dicho, de cualquier cosa que se le atravesase delante de la cámara a Kinski, y considerara “digna” de filmarse.

Con esta anti-biopic, Kinski nos obliga a deducir, por reductio ad absurdum, que Paganini era un adicto al sexo y, encima, pederasta. Las escenas de una niña de trece años clamando “más, más”, desnuda en la cama, o las de otras menores de edad, deseando que Paganini se fije en ellas -ser “la afortunada” proto groupie, elegida por este ícono pop del Siglo XVIII-, no sólo son perturbadoras, sino falsas, mal actuadas, y se añaden al hecho de violencia de fuera -y de dentro de la pantalla-, narrado por parte de la actriz Tosca D'Aquino, quien confesó que Kinski la penetró con los dedos en una escena. En algún momento, el célebre problema del solipsismo -saber qué  pasaba por la cabeza de una persona como Kinski, al filmar este despropósito-, se resuelve por inferencia, cuando entrevemos que la actuación de Kinski, y la personalidad de Paganini, se funden, y nosotros mismos llegamos a saber por qué el actor se decidió por contar esta historia -que no es historia en absoluto-, pues el violinista debió ofrecerle un espejo oscuro al actor metido a director, donde debió ver su propio delirio en su superficie empañada.

“Paganini” no es, empero, una película que pueda catalogarse fácilmente en el subgénero del sexploitation, pues notamos que Kinski está filmando lo que, supone, fue la auténtica conducta -sexual, excesiva, despilfarradora y hasta criminal-, del músico, cuyas excelsas notas saturan el filme, con ausencia de un par de escenas que, por otro lado, permiten un descanso a los oídos.

Lejos del “Mahler” (1974), de Ken Russell, que no es más  que otro capricho del británico, “Paganini”, con todo y su incoherencia, resulta toda una experiencia cuando pensamos, precisamente, cuán salvaje fue la naturaleza del violinista -del Paganini histórico-, y la de quien se puso detrás de la cámara para dirigir -y actuar, escribir y editar- esta infame película.

Hay directores de una sola película -es legendaria “La noche del cazador” (The Night of the Hunter, 1955), de Charles Laughton-, y luego está Kinski, con este esbozo [auto] biográfico, entre lo informe y canallesco, que se debe ver para creer.