El portal del cine mexicano y mas

Desde 2002 hablando de cine



Noticias

2024-02-12 00:00:00

«Mad Props»: Cinéfila locura coleccionista

Por Pedro Paunero

La felicidad de Tom Biolchini no tiene límites. Desborda y alcanza a su familia, incluyendo a su hijo Rocco, de once años quién, como él, comparte su pasión. No es para menos. Acaba de adquirir el Santo Grial. Es decir, no el objeto numinoso del Ciclo Artúrico, esa copa inalcanzable que ocupó una búsqueda, tanto vital como espiritual, de buena parte de la caballería medieval, sino del grial de utilería que fue utilizado para la película “Indiana Jones y la última cruzada” (Indiana Jones and the Last Crusade, Steven Spielberg, 1997), por el cual desembolsó seis cifras.

Biolchini, afincado en Tulsa, Oklahoma, quiso dedicarse al cine, especializándose en el arte prostético. Fue abogado y, posteriormente, banquero. Con una buena cantidad en la cuenta, le ha sido relativamente fácil dedicarse a su pasión, el coleccionismo de objetos de cine, entre cuyas piezas mas, digamos “raras”, se encuentra la ball gag que aparece en “Tiempos Violentos” (Pulp Fiction, Quentin Tarantino, 1994). Mientras puja en línea, se pregunta por la identidad de aquellos otros coleccionistas, tan ávidos como él, que compiten por llevarse estos objetos codiciados. Esto lo lleva a recorrer, primero, los Estados Unidos y, luego, Europa, en pos de responder algunas cuestiones importantes, aparte de conocerlos personalmente. ¿Qué lleva a un adulto a gastar cifras altísimas de dinero para conseguir estas cosas? Indudablemente, una de las razones sitúa en la nostalgia por el cine, visto cuando se era niño, o adolescente, la razón principal. La recuperación de un instante, de un momento clave, ensoñador, que no se repitió jamás. Es así cómo ese grial, o esa inquietante mordaza con una esfera roja de plástico en medio, están hechas -diría Shakespeare-, de la misma materia de la que están hechos los sueños, un algo, paradójicamente, menos perecedero que la materia física que los conforma.

Esta es, pues, la indagación que realiza “Mad Props” (2023), documental dirigido por Juan Pablo Reinoso.

El coleccionismo de piezas de cine no es muy antiguo. Se remonta a los últimos años del siglo XX. Hará unos treinta años, entonces. Empero, yo recuerdo haber leído sobre los empeñosos buscadores de los objetos que aparecen en “Casablanca” (Michael Curtiz, 1942) y “Lo que el viento se llevó” (Gone with the Wind, Victor Fleming, 1939), en mi infancia y adolescencia que, de alguna manera, marcaron mi propio camino como coleccionista de objetos de cine y primeras ediciones de libros.

Otra razón es el orgullo. ¿Para qué, si no, se ponen en vitrinas al alcance de todos? El coleccionismo ha cambiado. Si adquirir pinturas, esculturas o monedas antiguas, otorgaba un estatus, son estas piezas, concebidas como desechables en un principio, los nuevos objetos artísticos, inmersos en la cultura pop, al democrático precio de un boleto de cine, las joyas de hoy, hechas por los artistas representantes de la mayor arte del Siglo XX y lo que va del XXI. Reflexionemos sobre esto. Pensemos en aquellos poseedores del cuadro de Courbet, “El origen del mundo”, el barón Hatvany y, después, el filósofo Jacques Lacan, que lo mantuvieron oculto, para deleite personal, supongo, o por rara pudibundez, antes de pasar a la exposición pública en el Musée d’Orsay de París. Había, en este acto, mucho de egoísmo y poco afán de exhibición, acaso dado por la naturaleza sexual de la pintura, pero no cabe duda que, los tiempos de ese cuadro, ya no son -ni pertenecen- a esta comunidad global, que puede identificarse con lo sucedido en una pantalla.

Biolchini visita a un coleccionista especializado, Arturo Reyes, de San José, California, interesado, sobre todo, en la franquicia “Scream”, que comenzara con “Scream. Grita antes de morir” (Scream, Wes Craven, 1996) que llevó un aliento fresco al subgénero del terror. Entre sus tesoros, Reyes exhibe el cuchillo con el cual Ghostface asesina a los aficionados al cine de terror. Un juego irónico digno de Maquiavelo. ¿Teme Reyes a una criatura, a una entelequia cinematográfica, a un Gosthface serial que de cuenta de los coleccionistas de objetos de cine? Evidentemente no. Y eso es lo divertido del asunto.

En Sussex, Inglaterra, Séan Lesponera le muestra las garras de Wolverine, uno de los personajes más carismáticos de los “X Men”, así como a “Rayita”, el gremlin original, líder de la pandilla de malosos en “Gremlins” (Joe Dante, 1984), mientras en San Marcos, Texas, David Mesa, de profesión tatuador, lo vende todo, desde autógrafos originales, pasando por las armas utilizadas en “Corazón valiente” (Bravehearth, Mel Gibson, 1995), a las aparecidas en la serie “Juego de tronos” (Game of Thrones). Biolchini y Mesa se preguntan si todo coleccionista de accesorios de cine, en realidad, comienza como coleccionista de figuras de acción. La respuesta parece ser que sí. Uno puede apelar a la madurez y al dejar la infancia atrás pero, una vez llegada la cuarentena, el “démon du midi” o, en buen castizo, la crisis de la edad madura, si continuamos coleccionando este tipo de objetos, irremediablemente estamos perdidos. Y es una forma maravillosa de perderse.

Nicholas Giggey y Jacob Swiatek, en Boulder, Colorado, coleccionan en conjunto. Uno de sus orgullos es la cabeza del xenomorfo de “Alien. El regreso” (Aliens, James Cameron, 1986), valorada en sesenta mil dólares. Están convencidos que la nostalgia y, sobre todo, identificarse con alguno de los personajes de una película, conduce a alguien a este camino. No se equivocan.

Pero, para comprar estos objetos hace falta una tienda, encargada de adquirirlos y certificarlos. El coleccionista debe tener garantías de que sus sueños son auténticos, y no falsificaciones. Para eso está  “Props Store”, de Londres, cuyo propietario, Stephen Lane, que comenzara, precisamente, como coleccionista de figuras de acción, ahora posee un emporio dedicado a esta pasión. Para Lane, Cada objeto, en su inicio considerado un subproducto de la filmación, posee un valor sociológico, histórico y cultural intrínseco.

Cada uno de los entrevistados, y cofrades en esta afición, coinciden en que, cada pieza conservada y puesta en exhibición, es un objeto de arte. Y Lane señala una verdad que, a mí mismo, me envuelve poderosamente: cada pieza no es sino el resultado de un proceso en su obtención, tan absorbente como divertido, que implica su descubrimiento, su localización, la persecución del mismo, es decir, su “caza”, antes que otro nos lo arrebate y, finalmente, su exhibición orgullosa.

Emoción. Adrenalina. Los elementos esenciales de un juego. La resurrección de la infancia, sin duda.

Pero también están los curadores. Una parte esencial en la cadena de aquellos que otorgan su justa valía a esta clase de cosas.

Luca Cableri, es curador, y propietario del “Theatrum Mundi”, un palazzo situado en Arezzo, Italia, repleto de maravillas, un auténtico Gabinete de Curiosidades del Siglo XXI, que exhibe tanto piezas de cine -las criaturas de “Alien vs Predator”, por ejemplo-,  como primeras ediciones literarias, y fósiles de dinosaurios, y de quien sabía desde antes de ver el documental de Reinoso, debido a mi interés en los gabinetes de curiosidades del pasado pues, cuando niño, yo mismo poseí una colección cercana a esta “Silva de varia lección”, en un diminuto cuarto de mi casa.

Biolchini entra, extasiado al palazzo, y la fantasía lo envuelve. Se ha materializado.

Bien. Tenemos los objetos, los coleccionistas y los santuarios, pero ¿Quién ha sido el responsable de que estos existan? ¿Quién los soñó por vez primera y los materializó, por fin?

Pues no sólo los últimos eslabones, en la cadena de valor, tienen lugar en el documental de Reinoso, también los creadores de las piezas, cuyos nombres resuenan: aquí está el mítico Alec Gillis, de Amalgamated Dynamics, Inc., que fundara con las leyendas de Stan Winston y Tom Woodruff Jr. Las anécdotas no faltan cuando se unen a Biolchini, Robert Englund, célebre por su interpretación de Freddy Krueger, en “Pesadilla en la calle del infierno” (A Nightmare on Elm Street, Wes Craven, 1984) y Lance Henriksen, actor de “Aliens”, con jugosas anécdotas sobre los prostéticos que usaron en sus respectivas películas. El círculo se cierra.

Todo entusiasmo aspira a la respetabilidad”, escribió Isaac Asimov, así, el entusiasmo de Biolchini, apasionadamente retratado por Reinoso -quién, diríase, también se apasiona a través de la lente-, muta en locura contagiosa. Su pasión es la mía, y la de todos aquellos que buscamos, afanosamente, ese objeto de deseo que, en la diégesis de una atrapante película, vimos (sentimos) ya como nuestro antes de poseerlo -tal es el término correcto-, en la pantalla.

“Mad Props” logra su objetivo con creces, dejándonos una reflexión sobre el quehacer del coleccionista, y regresándonos algo esencial, que muchos han perdido: el valor del sueño, en el devenir cotidiano.