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2023-08-20 00:00:00

Crítica: «Drácula. Mar de sangre»: El retorno más salvaje del Conde

Por Pedro Paunero

Adaptando los pasajes del “Diario de a bordo de la goleta Deméter”, correspondientes al capítulo VII de la novela Drácula, de Bram Stocker -que apenas ocupan tres páginas en la novela-, y cuya acción transcurre los días que van del 6 de julio de 1897, cuando se embarca la carga de unas misteriosas cajas en la nave, hasta el final abierto, fechado el 4 de agosto, “Drácula. Mar de sangre” (The Last Voyage of the Demeter, André Øvredal, 2023), le debe más a ese hombre murciélago en el cual se transforma el Conde, en la escena más ardiente de la adaptación de Francis Ford Coppola, “Drácula de Bram Stocker” (Bram’s Stocker Dracula, Francis Ford Coppola, 1992), que a la novela misma, sin olvidar su más lejano, ilustre y escalofriante precedente, el Conde Orlok de la cinta “Nosferatu” (1922), de Friedrich W. Murnau.

La película -cuyo proyecto ve la luz tras veinte años de contratiempos-, sigue perfectamente la premisa del grupo de personajes atrapados en un lugar cerrado y aislado, que interactúan entre sí, mientras son acosados por una fuerza misteriosa o una entidad externa a ellos.

Se trata de un ejercicio de graduación para escritores, guionistas o cineastas primerizos que, no obstante, ha dado obras tan relevantes como “Náufragos” (Lifeboat, 1944) de Alfred Hitchcock, cuya paranoica trama transcurre en un bote, “La noche de los muertos vivientes” (Night of the Living Dead, George A. Romero, 1968) con un puñado de supervivientes encerrados en una casa, amenazados por zombis que intentan devorarlos vivos, “Alien, el octavo pasajero” (Alien, Ridley Scott, 1979), cuya acción transcurre a bordo de una gigantesca refinería espacial, con un extraterrestre sediento de sangre entre los pasajeros, sin olvidar “El enigma de otro mundo” (aka. La cosa del otro mundo; The Thing from Another World, Christian Nyby y Howard Hawks, 1951), como un ejemplo puro, e inicial, de este tipo de ejercicios.

“Drácula. Mar de sangre”, amplía esas tres páginas de la novela a dos horas de buen terror cinematográfico, y tiene una deuda impagable con el “Alien” de Scott, e incluye personajes que, en una primera mirada, parecerían creados para satisfacer la inclusión forzada -Clemens (Corey Hawkins) el “primer médico negro graduado en Oxford”, o Anna (Aisling Franciosi), la combativa polizón- cuya presencia, no obstante, es puesta en entredicho por la tripulación (alguien llama “oscuro”, a Clemens, y se recuerda a cada instante la superstición de que, una mujer a bordo, es de mala suerte), capaces de sobrevivir hasta el final en una vuelta de tuerca a la “final girl” del subgénero del slasher, que elevan la premisa, hasta alcanzar el patetismo en la muerte del perro -que sí se menciona en el libro-, y la del niño Toby (Woody Norman), el pequeño grumete que se gana los corazones del público. “Drácula. Mar de sangre”, recuerda, a la vez que prescinde, de las logradas escenas de la Deméter entrando en el puerto de Londres, en la citada “Nosferatu”, de Murnau -incluyendo a esa criatura inquietante y amenazante, de aspecto ratonil, con largos dedos y uñas, que asciende de debajo de la borda, llevando consigo la peste personificada en un ejército de ratas-, y su magnífico remake, “Nosferatu: Phantom der Nacht”, 1979), dirigido por Werner Herzog, con el capitán atándose al timón para fijar el rumbo, hasta el velamen impregnado por olas de sangre en la versión de Coppola, pero transcurre como un sueño oscuro, brutal, con algunos descubrimientos maravillosos, como los cuerpos que estallan en llamas -bajo la luz del sol naciente-, de los recién vampirizados, que llegan a ser conmovedores y no burdos, como en el caso de los “Vampiros, de John Carpenter” (John Carpenter's Vampires, 1998) o el Drácula nosferático, envuelto en capa y con sombrero de copa -una vez suelto por las calles húmedas y sombrías de Londres-, que recuerda al insecto humanoide, que se mimetiza entre los hombres, del cuento “Mimetismo” (pub. En 1942) de Donald A. Wolheim, que Guillermo del Toro adaptaría en “Mimic” (1997), o el personaje de Clemens, jurando cazarlo, cual nuevo Van Helsing.

Un puñado de buenas actuaciones y el maquillaje del Drácula, interpretado por Javier Botet, el “monstruo del cine español” -quien padece Síndrome de Marfan, lo que le da ese aspecto esmirriado-, y un uso equilibrado del CGI, hacen de “Drácula. Mar de sangre”, una de las mejores películas de terror del año.

Es  de agradecer el retorno del Conde en su aspecto más salvaje y sangriento -un depredador que, no obstante, puede ser cazado-, con cuya alada presencia esperamos, se sepulten, de una buena vez, esos vampiros mojigatos cuya única cualidad era brillar y enamorar adolescentes en la versión más aberrante del mito.

¡Que así sea!