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2023-07-22 00:00:00

Historias de Cine IV: El beso compartido. Las siamesas Hilton ruedan «Freaks» con Tod Browning

Por Pedro Paunero

"No existen los monstruos. La naturaleza lo es"
Étienne Geoffroy Saint-Hilaire

Tod Browning indica al camarógrafo que haga un plano general. Las hermanas Hilton llegarán desde el fondo, Wallace Ford, el actor que interpreta a Phroso el payaso, se acercará a ellas.

-¡Listos! –levanta la mano- ¡Acción!
-Hola Phroso –dice una.
-Hola Phroso –dice la otra, casi al mismo tiempo.
-¡Bueno, bueno, bueno! ¡Mañana por la noche es el gran día! ¿No, chicas?
-Sí, mi hermana se casa –dice Violet.
-Y tengo un miedo de muerte.
-Tiene miedo por todo.
-¡Oh, Roscoe es un buen tipo!
-Ella sólo bromea, le gustará más cuando lo conozca mejor.
-¡Ah, eso me recuerda…! Cierra los ojos Violet. ¡Vamos, ciérralos!
   Phroso pellizca ligeramente el hombro izquierdo a Daisy.
-¿Qué he hecho?
-Has pellizcado el hombro de Daisy –contesta Violet.
-¡Bien! ¿Cómo conseguirá saberlo? –exclama Phroso.
Rosco Ates, que interpreta a Roscoe el tartamudo y travestido, mira, a unos metros, delante de su carromato, a Daisy. Está celoso.
-¡Oh, Daisy! –le grita.
-La voz de su amo la llama –dice Violet.
Dejan a Phroso, todo sonrisas, y se acercan a Roscoe.
-¿Tomando el fresco, eh? Bien, no me gusta ni ni ni ni…
-¡Vamos, vamos, tendrá que darse prisa, no tenemos tiempo! –lo interrumpe Violet, enojada.
-¿Así si si que estabas coqueteando con ese payaso barato, no?
-No, yo no.
-Lo que sucede es que estaba haciendo un truco conmigo– explica Violet.
-¡Usted se calla! Voy a casarme con su hermana, no con usted. Le he visto ponerse demasiado familiar contigo.
-¡Oh, vamos, Daisy!
-De nin ni ninguna manera. Ella se va a quedar aquí qui.
-¡De ninguna manera, no! Me voy–. Comienzan a caminar.
-¡Oh, vaya! Si si siempre encuentra una excusa para ir ir irse…
-¡Corte! ¡Se queda! –ordena Browning.
Los actores se toman un descanso. Hay movimiento del personal técnico.
-¿Podemos ir a comer algo, señor Browning? –pregunta Violet.
-Por supuesto, chicas –dice Browning-, rodaremos otras escenas, pero deben volver en una hora.
-Así lo haremos –dicen ellas, al unísono, y se alejan.

Fue en Sussex, Inglaterra. Era el 5 de febrero de 1908. Nacieron bastardas, hijas de una mujer llamada Kate Skinner, que las vendió por un precio miserable al poco de nacer. Kate tenía 21 años y era sirvienta. El padre de las niñas era el hijo de sus patrones. Y fue Mary Hilton, la partera, quien las compró y les dio su apellido. Después de todo, opinaba, le había costado trabajo hacerlas venir a este mundo, porque Violet y Daisy eran gemelas. Y, aunque ningún gemelo es un ser común y corriente, las Hilton lo eran aún menos. Una le daba la espalda a la otra, pues eran siamesas pigópadas, es decir, estaban unidas por la pelvis y las nalgas y compartían el sistema circulatorio.

Mary era pobre y, en cuanto las niñas tuvieron uso de razón, las explotó. Las llevó a un bar, donde eran mostradas como fenómenos. Después las hizo aprender a tocar el piano, el clarinete y el saxofón. Las niñas aprendieron pronto. Tenían tres años de edad. En un acto célebre, Daisy tocaba el piano y Violet el saxofón y el público, entusiasmado y ávido de olvidar un rato la dura realidad, las aplaudía. 

-Llámenme “Tiíta Lou” –les ordenaba Mary, recordándoles que no era su madre y contenta por el éxito obtenido.

En el interior del carromato.
Las hermanas discuten mientras arreglan las sábanas sobre su cama.
-Por favor, Violet, por favor, no discutas más con él.
-Si quiere decir algo, lo dejaré decirlo, pero no lo dejes tartamudear una hora.
Entra Roscoe.
-Dime ¿qué vas a hacer cuando yo diga algo? Yo soy y y el que manda en mi casa.
Violet se vuelve.
-Querrás decir que mandas en la mitad de ella.
-Por favor, por favor Violet…
-Escúchame, yo no qui qui quiero ver a esos pesados alrededor de mi mi mi esposa.
-¡Oh, descuida! ¡Calla! ¡Deja de engancharte a nuestro vestido!
-Oh, su vesti ti tido yo lo engancharé-. Se sienta sobre la cama y le arregla el vestido a Daisy- Y y y otra cosa, debes dejar de emborracharte todas las noches.
-¿Ah, sí?
-Sí, no quiero tener en cama a mi mi mujer todo el di di día, sufri fri friendo las resacas de tus borracheras.
-Vamos, Daisy, vámonos de aquí.
-De ni ni niguna manera. Ella se va a quedar justamente aquí qui.
-Vamos, yo me voy –salen.
-¡Ah, vaya! Si si siempre encuentra una excusa para i i i irse.
-¡Corte! –ordena Browning.
El guion indica: fundido en negro.

Mary las llevó a exhibir, con otros personajes afectados por malformaciones corporales, al Roses's Royal Midgets Fame. La “tía” las acompañaba hasta la puerta y las dejaba en la exhibición el tiempo que durara. Los años pasaron y Mary se casó seis veces. Todos los hombres que desfilaron en la vida de Mary Hilton, consideraban a las siamesas un estorbo. Sin excepción las golpearon, con el consentimiento de “Tiíta Lou”, que las sacó del espectáculo de fenómenos y las hizo ingresar al Vodevil. Las giras de trabajo comenzaron, abrumadoras, cansadas, intensas.

En Australia las gemelas causaron sensación. El dinero comenzó a llegar a manos llenas. Viajaron por toda la geografía australiana con Mary y su hija Edith. En algún lugar de aquel país, y en aquel ambiente, era de esperarse que Edith conociera a Myer Myers, un hombre del espectáculo y de las ferias. Cuando Mary murió, los Myer no sólo heredaron su dinero sino a las siamesas, a quienes consideraban su propiedad. En todo este tiempo, Violet y Daisy jamás hablaron con nadie que no fuera Mary Hilton o los Myers, quienes las mantenían en estricta cautividad. En 1926 actuaron en una rutina de baile de tap, al lado de Bob Hope, que se sintió profundamente impactado por ellas. Entonces las presentaron al empresario circense William Oliver. 

Sentadas. Daisy lee un libro, mientras el pretendiente de Violet le sostiene la mano.

-Por favor. Por favor, hágalo –ella baja la vista, ruborizada- ¿No quiere hacerme feliz?
-Sí, pero no sé qué decir.
-Simplemente diga sí, querida –Violet siente arder sus mejillas- ¿Quiere usted?
-Sí –dice y asiente sin levantar la vista.
-¡Oh, Violet!
Se miran, él se acerca a su rostro y elle le echa las manos al cuello. Se besan apasionadamente. En ese instante Daisy deja de leer, mira al frente, sin ver, maravillada. Ahora cierra los ojos y sonríe, saboreando, experimentando, el beso que su prometido le ha dado a su hermana. Un beso compartido entre ambas.

Oliver quedó encantado con el talento de las gemelas pero también con su belleza. Y es en este momento de sus vidas donde todo es especulación. La esposa de William Oliver pidió el divorcio y las hermanas Hilton fueron llamadas a declarar. La mujer de Oliver alegaba que su marido violaba por las noches a las muchachas. Oliver lo negaba. Y, con la férrea vigilancia que sobre ellas ejercía Myers, la acusación parecía poco probable. Sin embargo, la corte les proporcionó un abogado, Martin J. Arnold, de quien se dice que pagó por la libertad de las siamesas a Edith Hilton una cantidad de dinero no revelada. Otra versión apunta que fue el padrastro de las gemelas quien en realidad pagó una indemnización, de cien mil dólares, ni más ni menos, por los años de malos tratos.

El prometido de Violet sostiene la mano de su futura cuñada.

-Eso que has dicho es muy dulce.
-Sé que Violet estará contenta… ¡Oh, aquí está Roscoe!
Roscoe se acerca.
-Roscoe, este es el señor Rodgers.
-Encantado de co co conocerle –se estrechan las manos.
-Violet y él se han comprometido.
Violet se ruboriza, baja la vista, en seguida estrecha las manos de su prometido.
-Sí, y debe usted venir a vernos algún día.
-Gracias, usted también deberí ri ria vi vi visi si tarnos de vez en cuando.
-Por supuesto que sí. Así lo haremos. Gracias.

Tod Browning supo de ellas cuando ya habían montado su propio espectáculo. Tocaban el violín, el saxofón, el clarinete y el piano y también bailaban. A diferencia de otros gemelos siameses, Violet y Daisy tenían una mayor movilidad. Y siempre aparecían sonrientes ante las cámaras y ante el público. Aprendieron que el escándalo vende. Y crearon escándalos. Daisy se tiñó el cabello de rubio.

-Yo soy demócrata –confesaba Violet a los reporteros, ávidos de publicar cualquier cosa sobre las siamesas y de reírse ante sus ocurrencias-: y mi hermana republicana.
-Pero nos llevamos bien –decía Daisy-, sería imposible no hacerlo.
-¿Por qué se tiñó el cabello? –preguntaba el reportero.
-Para que mi novio pueda distinguirme más fácilmente-. Explicaba Daisy.
Más risas. Y más publicidad.
-¿Pueden cantarnos alguna de las canciones que las han vuelto famosas? –insistía el reportero.
Daisy, pacientemente, sonriendo y mirando a las cámaras fotográficas, comenzaba a cantar:
-¿Quién me amará…?
Violet completaba la canción:
-¿… por lo que soy?


El novio de Daisy se llamaba Dan Galvan y era integrante de una banda en la que ellas participaban con un pequeño número. Las conocieron como “Las siamesas de Texas”. Daisy quería casarse con él, pero Dan huyó del compromiso, abandonándola.

En plena Depresión Económica, las hermanas habían amasado una fortuna debido a sus ingresos, de alrededor de cinco mil dólares semanales. Eso es lo que decían los periódicos.
Cuando Violet se enamoró de otro músico, de nombre Maurice L. Lambert, el escándalo se acentuó. Aquellos que habían tenido oportunidad de ver la película de Tod Browning, prohibida al poco tiempo de exhibirse debido a sus inquietantes y muy reales personajes, recordaban la historia paralela de las siamesas a aquella de sus protagonistas enanos. Dos extrañas historias de amor se desarrollaban ante los valientes espectadores.

Pero había más morbo en las posibles relaciones sexuales que las Hilton pudieran mantener que en la historia de la ruptura amorosa de un par de enanitos. Porque se rumoreaba que las Hilton compartían el mismo sistema nervioso y, por lo tanto, las mismas sensaciones. La imaginación del público se disparó. Querían saber de esa escabrosa posibilidad, que Browning no había tenido empacho en mostrar en su película, a pesar del desmentido que ellas solían señalar: No era verdad que sentían hambre, o sueño, o tristeza o enojo, al mismo tiempo.    
Las Hilton, inseparablemente unidas (una frase, convertida en cliché, nunca mejor empleada) y Lambert, el novio apurado, viajaron por los Estados Unidos, en busca de un juez que les permitiera casarse. En veinte estados les fue negada la petición.

Existe, incluso, una fotografía que muestra a Lambert y a las Hilton, ante un magistrado de Illinois que les explica las razones “morales” por las cuales no podían contraer matrimonio. Se da por supuesta la presencia de la prensa, alguno de cuyos miembros hizo la fotografía. Las Hilton no tardaron en declarar que el mismísimo Harry Houdini, el gran escapista, que debía haber tenido un control mental absoluto sobre su cuerpo, las había enseñado a controlar sus impulsos genésicos. Alegaban que cualquiera de las dos podía anular sus apetitos sexuales, en cuanto la otra estuviese teniendo relaciones con alguna de sus respectivas parejas. De esta manera su condición de hermanas siamesas no era impedimento para “separarse”, en cuanto les fuera necesario. 

En 1936, Violet obtuvo, por fin, una licencia matrimonial. Su esposo, James Moore, era homosexual y se veía abrumado por la acusación de bigamia forzada en la que se había visto implicado, por lo tanto pidió la anulación, poco más de dos meses después de la boda. El matrimonio farsesco, a pesar de esto, duró diez años sobre el papel, antes de anularse. Daisy, en cambio, se casó en 1941, con otro homosexual, el bailarín Buddy Sawyer. El matrimonio duró diez días. Sawyer le había dejado una nota a su esposa, y, por supuesto, a su cuñada:

-Son unas chicas divinas. Pero no soy el tipo de hombre que se casa con hermanas siamesas. 

No puede probarse que todo haya sido una farsa en la vida sentimental de las siamesas, pero tampoco se puede descartar el hecho de la condición “aparte” de las Hilton. El público quería rareza y escándalo y lo obtenían. Pero ¿podía, verdaderamente, cualquier hombre de aquél tiempo, soportar alguna de las escenas, salvadas para el humorismo, que suscitaban aquellas situaciones en Freaks, con dos novios “visitándose” en el mismo lecho, cada uno con su pareja siamesa en su propio lado de la cama? La fama de promiscuas no vino en su ayuda. Y el escándalo las consumió.   

A comienzos de la década de los cincuenta las Hilton abrieron un puesto de Hot Dogs o de hamburguesas en Miami. Pero pocos querían ser servidos por “monstruos”. Por lo que sabemos, ese fue el motivo del boicot al que se vieron sometidas. Y Hollywood se acordó de ellas otra vez. Protagonizaron una segunda película, que fue un fracaso total de taquilla, enmarcada en el subgénero del Exploitation, titulada Encadenadas de por vida (Chained for Life, Harry L. Fraser, 1951), cuya trama servía al mismo morbo, inspirada en sus propias vidas. En la cinta, las hermanas escapaban a la acusación de bigamia al contratar a un reverendo ciego, que casaba a una de ellas sin darse cuenta de su estado físico, desatando los celos de la otra, que terminaba matando a su cuñado.

El melodrama abría una interrogación interesante: ¿Cómo encarcelar a la hermana culpable sin que la inocente tuviera que sufrir por ello?

Las Hilton aprovecharon el calor de la política en una de las campañas más intensas en los Estados Unidos, anunciando una gira en apoyo a dos candidatos. Violet apoyaría a Kennedy y Daisy a Nixon. Pero dilapidadoras por naturaleza, y en absoluto ahorrativas, vieron cómo el poco dinero que aún conservaban se les iba de las manos. Se les presentó la oportunidad de hacer otro show, en Charlotte, Carolina del Norte. Fue el último fiasco que sufrieron. El promotor de las hermanas huyó con el dinero recaudado y se quedaron ahí, desamparadas. Sin saber qué hacer, desesperadas, fueron a una tienda de víveres. Le contaron al dueño sobre su situación y este, conmovido, las contrató. Revisaban mercancía, la sellaban, ponían precios, hacían promociones. Algunos clientes las reconocían. Las celebraban. Se hacían fotos con ellas. Eso les daba un poco de alegría a sus vidas. 

Sobre el escritor F. Scott Fitzgerald y las Hilton se cuenta una anécdota extraña, que se supone cierta, pero la naturaleza de la misma la vuelve improbable, pues se dice que entró a un restaurante cerca de Hollywood, en los días en que trabajaba en algunos guiones para el cine, y se encontró con las siamesas que habían tomado un descanso en el rodaje de Freaks. Se ha contado de formas distintas, pero se mantiene el asombro inicial. Mi versión es la que sigue: al parecer una de ellas leía el menú con la vista, sin pronunciar palabra, mientras la otra, que obligadamente le daba la espalda, le decía:

-No, mejor elijamos el pollo.
La que leía, sin hablar, asentía con la cabeza, seguía recorriendo con la vista el menú, mientras la otra volvía a responder:
-Eso está mejor...


Fitzgerald comprendió que las Hilton mantenían una comunicación que escapaba al resto de los mortales y huyó de ahí, despavorido. El retratista de la Era del Jazz, poco después, escribió "Crazy Sundays", un relato sobre la gente de cine con sus sueños, sus amoríos y sus decepciones, que incluye un pasaje sobre el encuentro con actores de circo en un estudio, muy probablemente inspirado en los días en que vio cómo Tod Browning filmaba su mítica y proscrita película:

(…) Joel, que se consoló sombríamente mirando a los ocupantes de la mesa vecina, las tristes y encantadoras hermanas siamesas, los desagradables enanos, el imponente gigante de la película del circo. Pero, más allá de las caras trigueñas de las chicas guapas, a quienes el rímel les ponía un toque de melancolía y sorpresa en los ojos, con sus llamativos trajes de fiesta a plena luz del día…

Era el 4 de enero de 1969. Las Hilton llevaban varios días sin presentarse a trabajar. El dueño de la tienda hizo varias llamadas a la casa de las hermanas. Nadie contestó. Llamó a la policía. Cuando abrieron la casa, encontraron muertas a las siamesas. El forense dictaminó algo aterrador, muy común en hermanos siameses. La muerte de uno de los gemelos y la posibilidad de supervivencia del otro, durante un tiempo prolongado, y que este tenga que enfrentar el trauma de permanecer unido corporalmente a un cadáver o, mejor dicho, a la mitad de su propio cuerpo, ya muerto.

El médico descubrió que Daisy había muerto primero y Violet entre dos a cuatro días después. La causa había sido la epidemia de influenza de 1968, también llamada la “Gripe de Hong Kong”, que había dado cuenta de la desdicha compartida por las hermanas Hilton.