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2022-11-25 00:00:00

Amanecer estelar: Los 45 años de «Encuentros cercanos del Tercer Tipo»

Por Pedro Paunero

Recuerdo perfectamente cuando salí a la calle, tras ver “Encuentros cercanos del Tercer Tipo” (Close Encounters of the Third Kind, 1977). Iba con mi hermano Pepe, y nos acompañaban dos o tres personas más. Eran los años 80's y todavía cursaba el bachillerato. Era muy tarde, y hacía frío. Miré arriba. Un manto estelar cubría la noche. Señalé con el dedo.

-¡El planeta Marte! -dije.

Todos miraron. Por supuesto, me enfrasqué en una perorata astronómica y seudo erudita sobre los planetas. Pero no sobre la posibilidad de vida extraterrestre. Asombrados, mis compañeros escuchaban en respetuoso silencio. La película me había tocado de una manera muy íntima, profunda. Pero, ya entonces, las lecturas sobre extraterrestres, ovnis y visitas a la Tierra, provenientes de otros mundos, que había hecho durante mi muy temprana infancia -gracias al obsequio, por parte de un tío, de una colección completa de revistas del tema, tan sugerentes como pretendidamente serias-, me habían refractado a creer fácilmente en dicho fenómeno, más cercano a un movimiento popular que a una realidad.

Cuando “Encuentros cercanos” se estrenó en cines era yo muy pequeño como para haberla visto. La vi en casa de esas personas mencionadas que, cediendo ante mi entusiasmo al contarles de un viejo artículo escrito en una de esas revistas, se apresuraron a rentarla en el legendario formato de VHS -¡en un videoclub!- para que la viéramos el fin de semana.

“Encuentros Cercanos” pertenece a un período especifico de la historia del cine. Abre dos puertas, la del taquillazo por parte de un público, eminentemente joven, y el de la trama de Serie “B” de amplio presupuesto. Después de la creación, formación y moldeado de la juventud durante las décadas de los 50's, (ese cine independiente, pero paralelo a Hollywood, el de los autocinemas y la Serie “B” en estado puro, con sus tramas descuidadas y pobre producción,  con la cual, paradójicamente, el cine de hoy tiene una deuda impagable) a Spielberg, debo admitirlo, le debemos la idea del “nerd”, que asimilaba, en sí mismo, el espíritu del investigador científico con la capacidad de asombro del niño, mismo que, me temo, allanó el camino para todo el cine de corte infantilista -Súper Héroes incluidos-, que vendría después y que tan redituable resulta hoy en día.

Dentro de este marco fue que me asumí “nerd”, desde hace mucho. Pero una cosa es el cine que vimos de niños, y otra el mantenernos bajo la sombra de Peter Pan. Asumirse “nerd”, entonces, no significa que deba vivir -parafraseando al crítico e investigador de la Ciencia ficción, David Pringle-, en una “eterna edad media mental”. Spielberg dirigió un bodrio de terror fallido, titulado “La fuerza del mal” (Something Evil, 1972), como título siguiente después del éxito de “Duel” (1971), ese telefilme que aunaba el suspenso hitchcockiano a la road movie, y “Tiburón” (Jaws, 1975), el primer taquillazo veraniego de la historia, e inscribió en la psique mundial, como antes hiciera Hitch con la escena de la bañera de “Psicosis”, a las playas y los tiburones, como lugares no ya plácidos y familiares, sino como peligrosos y mortales. Admitámoslo. El tipo no sólo hizo historia, sino que contribuyó -y varias veces, desde entonces-, a la cultura popular con este hito. Posteriormente, su cine apuntó en la diana del público infantil y adolescente. Con espléndidos resultados. Spielberg,  y otros, incluyendo los creadores de varias series de televisión, constituyeron las delicias de los nerds, a la vez que delimitaban aquello que se identificaba con “lo” nerd. Así mismo, nuestro director subrayó su vocación con la melosa “E. T.: el Extraterrestre” (E. T. Extraterrestrial, 1982) que, esa sí, vi en el cine, más o menos a la edad que tenían sus deslumbrados protagonistas. Y es, precisamente, relevante en este aspecto, pues a esta edad es a la que hay que ver dicha película. Una segunda revisión -a menos que se apele a la nostalgia por la niñez, como sucede a la mayoría de aquellos espectadores que la vieron en su año de estreno-, no se admite tan fácilmente con aquel deslumbramiento infantil, una vez pasada esta etapa. En una palabra, una vez que se ha madurado.

Nos queda, pues, “Encuentros cercanos”, un Spielberg en estado puro, otorgándole al Movimiento New Age uno de sus íconos más reconocibles, en pleno auge de la Ufología y la creencia fehaciente de que, “nuestros hermanos del Cosmos”, llegarían no con intereses bélicos, sino a salvarnos de nosotros mismos.  En esta película, cuyo guión se debe al mismo Spielberg -y otros tantos, señalémoslo,  que han quedado ensombrecidos por su nombre-, el electricista Roy Neary (Richard Dreyfus), al lado del niño Barry (Cary Guffey) y su madre Jillian Guiler (Melinda Dillon), así como un puñado de elegidos, experimentan el fenómeno del “contacto”. A pesar de los intentos del gobierno por detenerlos, harán hasta lo imposible por acudir a esa cita, en la Torre del Diablo, en Wyoming, un tocón volcánico tan reconocible desde entonces, como hiciera con el Monte Rushmore, Hitchcock, donde los extraterrestres no sólo los invitarán a un viaje interestelar, sino que devolverán a los abducidos a través de la historia a nuestro planeta, después de -suponemos- mostrarles las maravillas del universo. ¿No resulta dulce todo esto? ¿No les suena conocido? Ecos -algunos dirían, apelando a un sicologismo barato, arquetípicos- de un Rip van Winkle, a la vez provenientes de la leyenda de “los siete durmientes de Éfeso”.

Aviones y barcos en el desierto, y una multitud de manos apuntando al cielo, mientras corean aquellas cuantas notas musicales, debidas al ingenio -que no genio- del recurrente, y recurrido, John Williams, a la vez que Claude Lacombe, un ufólogo entregado investiga -François Truffaut, en un sentido homenaje de Spielberg a la Nouvelle Vague, movimiento cinematográfico que pariera al “Nuevo Hollywood”, al cual, de una manera un tanto equívoca, pertenece Spielberg, y que personifica a Jacques Vallée, auténtico e influyente ufólogo, quien propondría la hipótesis interdimensional extraterrestre y que (y esto es muy importante) las hadas y duendes del pasado, son los extraterrestres de hoy-, de país en país esta serie de hechos misteriosos con sabor  inter planetario, hasta desembocar en aquella cita cuasi divina en la montaña -donde un verdadero ufólogo, J. Allen Hynek (responsable del proyecto “Blue Book”, del gobierno estadounidense), realiza un cameo, cuando la nave, cortesía del mago de los efectos especiales Douglas Trumbull, desciende-, inclinaron a Ray Bradbury a escribir un apasionado artículo titulado “Abriendo la hermosa puerta de la verdadera inmortalidad”, donde apunta, de manera extasiada:

“A diferencia de “2001” que casi supo lo que quiso decir, pero que falló en sus conclusiones, y a diferencia de “Star Wars”, que tuvo poco que decir pero que lo dijo con gran estilo técnico y pericia, “Encuentros Cercanos” sabe exactamente dónde está el centro del Universo”.

El entusiasmo de Bradbury hoy se nos antoja exagerado, ingenuo, y hasta ridículo:

“Cada sacerdote, ministro, rabí, del mundo, debería predicar esta película, mostrarla a sus congregaciones. Cada musulmán, cada budista zen, o cualquier otro religioso del mundo, puede sentarse a este banquete cinematográfico y abandonarlo bien alimentado”.

Pero Bradbury es sincero en su entusiasmo y, con él, los ufólogos de entonces, que acudieron en tropel a celebrar este hito de la Nueva Era, que parecía confirmar sus esfuerzos: “ellos” existían, pero su existencia yacía sepultada, y oculta, bajo varias capas de encubrimiento gubernamental. Una idea fundamental para la Ufología -que se remontaba a algunas ficciones televisivas anteriores, como “Los invasores (The Invaders), creada por Larry Cohen, y emitida en 1967- había resurgido o, por lo menos, había sido reafirmada. En México, el periodista y locutor Ramiro Garza, otro entusiasta de los Ovnis, no fue ajeno al encanto de la película:

“En Estados Unidos, desde el hombre de la calle hasta el funcionario de la Casa Blanca, han visto Encuentros Cercanos del Tercer Tipo. Jóvenes, niños, amas de casa, científicos y ajenos al problema, se sienten sacudidos por algo indefinible a lo largo de la historia. Porque contiene algo más que la realidad y la fantasía, algo más que el ensueño y la vigilia. Contiene la carga de lo inevitable, de lo que habrá de suceder”.

Otros investigadores del “fenómeno Ovni”, como el ex jesuita Salvador Freixedo, en cambio, se negaron a aceptar el mensaje idealista de la cinta, y alegaron -dando por hecho que los extraterrestres están entre nosotros-, que sabemos muy poco de las auténticas intenciones de dichos visitantes. Pero Spielberg y su película y, con estos Hollywood, habían demostrado, una vez más, que sabían aprovechar “los signos de los tiempos” (la moda, vaya) para recaudar elevadísimos ingresos de taquilla. Bradbury finalizaba así su iluminado artículo:

“Encuentros Cercanos, finalmente, nos hace recordar la película de H. G. Wells “Lo que vendrá” (Things to Come), de 1936, que preparó a una loca multitud de niños para convertirse en astronautas y hacerlos llegar a la Luna y a Marte. En esa película, Cabal, el héroe, apuntó a las estrellas y el primer cohete fue lanzado hacia ellas.

““¿Cuál será?”, se preguntó. “¿Nos quedamos en la Tierra y morimos, o nos desplazamos hacia Orión y Andrómeda?” “¿Cuál será?”, se repite. La interrogación formulada en 1936, es contestada en 1977 por una fuerte, llena y gloriosa voz joven. Steven Spielberg, probablemente el hijo de H. G. Wells, y ciertamente el nieto de Julio Verne y el profeta de nuestro nuevo libro El Génesis,  ha gritado su respuesta.

“Es afirmativa.

“Después de todo, nosotros, pequeños humanos; nosotros, paradójicos monstruos; nosotros, seres adorables, merecemos salvarnos. Los ecos de su respuesta filmada resonarán a través de todas las generaciones por venir”.

No cabe duda. Spielberg había contribuido a ese movimiento pseudo religioso, y el mismo Bradbury -autor de un tipo de Ciencia ficción más bien blanda, por cierto, cercana al cuento de hadas-, había inclinado la cabeza.

Hoy en día, es innegable que a “Encuentros Cercanos del Tercer Tipo”, se la reconozca como a una de las mejores películas de Ciencia ficción. El congreso de los Estados Unidos la incluyó en la lista de películas históricamente significativas y, desde mi punto de vista, contiene lo que podríamos llamar la “marca registrada” del cineasta, con sus personajes clasemedieros en apuros, capaces de demostrar una gran capacidad de asombro ante lo desconocido, y el encanto de lo ingenuo de sus protagonistas niños, enmarcados en una trama de aventura y acción trepidante, todo envuelto en un paquete donde prima un diseño de producción brillante y música ensordecedora, repetitiva y tiernona, por momentos. Elementos, todos, para encantar al adolescente y, por encima de todo, al “niño interior” que, en teoría, duerme en cada adulto. Esos elementos, de una candidez rampante, están presentes en la misión absurda, increíble y asombrosa de “Rescatando al soldado Ryan” (Saving Private Ryan, 1998), y en la pausa entre batallas, francamente inverosímil, que los enemigos atrincherados se permiten, para liberar al caballo atrapado en la alambrada en “Caballo de guerra” (War Horse, 2011). La puesta en escena épica, en Spielberg, se pone al servicio del sentimentalismo.

Que ha envejecido -o, mejor dicho, que impacta menos que en su tiempo-, lo demuestra la poca atención prestada, por parte del público, en su relanzamiento con remasterización digital, en 1997, por su aniversario número veinte. Atención que, en cambio, si tuvo “E. T.”, cuando una nueva generación la redescubrió en 2002, también en su vigésimo aniversario, como una película que seguía la misma tesis del extraterrestre bonachón y pacífico, de “Encuentros Cercanos”.

Más allá de sus juegos de luces y sonidos, sospechosamente parecidos a los que desplegaban las discotecas de moda -poco después de “Encuentros cercanos” se estrenaba “Fiebre de sábado por la noche” (Saturday Night Fever, John Badham)-, la película de Spielberg, entonó con un estado mental propio de la época. Hoy en día, si la miramos con ojo de historiador, no podemos negar su importancia, su influencia, la sensación última de que, su director, creía en la trascendencia de su mensaje, pero ha sido disminuida por el tiempo, otras corrientes en el cine y la hipótesis contraria, repetida hasta la saciedad -y vaciedad-, a la que esta propuso: la del invasor que busca la destrucción de nuestro planeta, hasta ser traicionada por su mismo realizador, cuando, en 2005, adaptara la novela inicial sobre esas invasiones, precisamente, “Guerra de los Mundos” (War of the Worlds), de H. G. Wells. Pero, no fue sino hasta “Encuentros Cercanos” que todos lo supimos: el cine con temática extraterrestre vende, y hay que otorgarle holgados presupuestos.

Bradbury la llamó “la película más importante de nuestro tiempo”, y la escena del descenso de la nave, con su multitud de pequeños extraterrestres -una tropa de niños disfrazados-, así como la aparición del emisario de miembros largos como patas de araña, continúan emocionando. Hoy, ya no es “la película más importante de nuestro tiempo”. En realidad nunca lo fue. Pero constituye la clave para entender -eso sí-, el cine de uno de los más relevantes realizadores de fines del Siglo XX, cuya influencia notable cambió las reglas del juego de hacer cine y, eso, no cualquiera.

Para saber más:

“«E.T.», el extraterrestre que nació en la India (y otros posibles casos de plagio de Spielberg” por Pedro Paunero.

“«Something Evil» y «Seizure»: Los mediocres orígenes de Steven Spielberg y Oliver Stone” por Pedro Paunero.