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2022-04-12 00:00:00

«Ramona», con Dolores del Río. Cine, literatura y arquitectura

Por Pedro Paunero

Para mis amigas sudcalifornianas, las actrices y autoras,
Úrsula Tania Manzur y Sofía Chiquetts

Hacia la década de 1890, en los Estados Unidos, surgió el movimiento “Spanish Colonial Revival Architecture”, inspirado directamente en la arquitectura novohispana –léase mexicana-, que perduraba en aquellos territorios que, antes de la Guerra México-americana, hubieron pertenecido a la Nueva España, primero, y al México independiente después. El movimiento reclamaba una herencia hispana forzosa, que incluía varios aspectos de la cultura indígena también, y se asentaba sobre el “Estilo Neomediterráneo” –inmediatamente anterior-, que introdujo elementos latinos –específicamente renacentistas, españoles andaluces, franceses y góticos venecianos-, así como del “Estilo Misión”, que asimilaba los detalles que los misioneros católicos habían impreso en las misiones de los siglos XVII y XVIII en California, para las nuevas edificaciones. Edificios públicos, residencias privadas, incluyendo varias mansiones de Hollywood, así como una atmósfera rancia, en el mejor sentido de la palabra, se erigieron en un estilo mestizo, que alcanzó una alcurnia pronta, y un simbolismo de estatus.

Irónicamente, tratándose de un tipo de arquitectura que surgiera en antiguos territorios mexicanos, el movimiento fue introducido a México –sería más idóneo argumentar que fue reintroducido, pero por una minoría acaudalada que reclamaría una herencia mexicana, tamizada por el glamour de Hollywood-, a través de las obras de arquitectos como Carlos Obregón Santacilia (que aunó el neocolonial con el art decó), Federico Mariscal, Manuel Gorozpe y Francisco Serrano, visible en varias colonias de la Ciudad de México, como parte del nacionalismo de las décadas posteriores a la Revolución Mexicana.

Una de sus características más reconocibles, las fachadas sumamente ornamentadas y la herrería –a imitación del barroco, lo que produjo un último estilo, derivado y muy unido con el neocolonial, el “neobarroco”-, pueden observarse en las casas edificadas en los años 20´s en la Colonia Polanco –con el paso del tiempo, popularmente conocido como “estilo Polanco”-, una de cuyas representantes más lujosas, lo constituye la residencia de Elías Henaine, edificada en 1938 por Eduardo Fuhrken, que puede contemplarse en la película “María Eugenia” (Gregorio Castillo, 1942), con María Félix en el papel principal. Pero también las colonias Condesa, Del Valle, Lindavista, Narvarte, Cuauhtémoc, Álamos, Roma Sur, Anzures y Lomas de Chapultepec, mantienen ejemplares magníficos de este estilo. En cuanto a Hollywood, son de resaltar las locaciones que, en  uno o más estilos, aparecen en el clásico “El ocaso de una vida” (aka. El crepúsculo de los dioses; Sunset Boulevard, Billy Wilder, 1950), como la famosa Bronson Gate, que sirviera de entrada a los estudios Paramount, datada en 1926 o la casa de estilo mediterráneo donde viviera el personaje-narrador Joe Gillis (William Holden), situada en la colina de Ivar Street, también se debe citar la casa de la tía Coco Lenoix (Ann Miller), donde se alojara Betty Elms (Naomi Watts), una de las dos protagonistas de la enigmática “Mulholland Drive” (2001), de David Lynch, localizada en Il Borghese, 450 North, Sycamore Avenue, en Rosewood Avenue, al sur de Hollywood, cerca de Hancock Park.   

Fue en el año 1884 que, la autora Helen Hunt Jackson, diera a la imprenta su novela “Ramona”, ambientada en la California de los años posteriores a la Guerra México-americana. La historia se centra en la figura de una muchacha huérfana, mestiza (su ascendencia es escocesa, por parte de padre e india por parte de madre, por lo que tiene el cabello negro y los ojos azules), la Ramona del título, criada sin amor por una dama de la vieja aristocracia novohispana, la Señora Gonzaga Moreno, que detesta a los nuevos, como advenedizos, terratenientes angloamericanos, que la han despojado de gran parte de sus tierras, mientras el enamoramiento, por parte de su hijo Felipe hacia su hermanastra, crece sin esperanza, a la par que Ramona termina enamorándose del indígena Alessandro, hijo del jefe de una tribu y jefe, a la vez, de los esquiladores del numeroso ganado ovino de la señora Gonzaga.

Los temas que afectarían emocionalmente a los lectores aparecen bajo la forma de un racismo, no necesariamente hacia el mexicano blanco, sino al mestizo y al indio, y en la personificación de los colonos –bandidos y expoliadores de tierras-, que echan al matrimonio formado por Ramona y Alessandro de los lugares donde pretenden asentarse y que, incluso, permiten la muerte de la hija de ambos, cuando el médico se niega a atender a una niña nativa. Bien escrita, aunque repleta de personajes idealizados, absorbente, aunque romántica por un pasado igual de ennoblecido, el libro fundó el mito del “Californio”, y ha servido para las reivindicaciones no sólo del pasado mexicano, sino de la cultura nativa, siempre ninguneada y, recientemente –en un giro bastante irónico-, otra vez idealizado, a la luz de la corrección política, en los Estados Unidos.   

Fueron varias las locaciones reales que, inspiradas por pasajes de la novela, reclamarían su autenticidad como lugares donde se desarrollara el drama de Ramona, lo que les valió su conservación, primero como atractivos turísticos que presumían de ser “el lugar del matrimonio de Ramona” (la “Casa de Estudillo”, que data de 1827, y fuera edificada por José María Estudillo, colono español de San Diego), y posteriormente conservados por el estado (la Casa de Estudillo fue nombrada “Hito histórico nacional”, en 1970, al considerarse una de las pocas, y mejor conservadas, casonas del período colonial español), o “la casa de Ramona” (que el público sitúa en el “Rancho Camulos”, en el Valle del río Santa Clara, cerca de Piru, que no pertenece, empero, a la fase mexicana de California, sino a la estadounidense), lo que denota la idea de popularidad que el libro había alcanzado –se vendieron quince mil copias sólo en 1885, año de la muerte de su autora-, al grado que, exageradamente, se la llegó a considerar en altura e impacto a “La cabaña del Tío Tom” (1852), de la escritora Harriet Beecher Stowe, que preparó el camino a la Guerra de Secesión, y que impresionara al cubano José Martí, al grado que se daría a la tarea de escribir el prólogo para la edición en español. No cabe duda que “Ramona”, fue la obra literaria que ayudó a consolidar el “revival” colonial hispano en los aspectos arquitectónicos y, más importante aún, culturales del sur estadounidense.

“En pocas casas de California se conservaba con tanta pureza, como en la de Moreno, aquella franca y generosa vida, medio elegante y medio bárbara que a principios del siglo hacían los mexicanos de alta alcurnia cuando aún llamaban Nueva España a México. Era en verdad una existencia grata y pintoresca, con más placer y sentimiento en sus escenas animadas, con más drama y romance que los que nunca volverán a verse en esas playas de sol. Aún se percibe el suave aroma; aún no lo han espantado del lugar las invenciones y empresas; aún durará su siglo, y no se perderá jamás completamente, mientras exista una casa como la de la señora Moreno. Cuando el general edificó la casa poseía todo el terreno de los alrededores en un radio de cuarenta millas, cuarenta al oeste, que iban por el valle al mar, cuarenta al este, dentro de las montañas de San Fernando, y otras cuarenta bien contadas, más o menos al borde de la costa. Los linderos no estaban muy claros porque en aquel tiempo feliz no había necesidad de contar la tierra por pulgadas. Tal vez no sería fácil explicar cómo el general vino a poseer tanta tierra: por lo menos, no se explicó a satisfacción a la junta rural de los Estados Unidos que después de la entrega de California tuvo a su cargo el reconocimiento de los títulos; y así fue como pudo llegar a considerarse pobre la señora.

Tramo a tramo le habían ido quitando sus ricas posesiones, hasta que se creyó que iban a dejarla sin resto de ellas. La junta desconoció todos los títulos fundados en dádivas del gobernador Pío Pico, de quien fue el general íntimo amigo; ¡así perdió la señora en un solo día lo mejor de sus pastos! Eran tierras que pertenecieron antes a las misiones de Buenaventura y San Fernando y se extendían por lo largo de la costa a la entrada del valle, donde corría camino al mar el riachuelo que se veía desde la casa. ¡Mucho había gozado en su juventud la pobre señora, paseando a caballo al lado de su marido aquellas cuarenta millas, sin tener que salir de sus tierras propias para ir desde su casa al mar! ¡Con razón llamaba ella a los americanos perros y ladrones!”

 

Ramona. Cap. II. ¡Bien pasado!

Se hicieron tres adaptaciones mudas para el cine, la primera en un cortometraje del año 1910, dirigido por D. W. Griffith, la segunda en 1916, dirigida por Donald Crisp, la tercera, que será de la que me ocuparé, en 1928, dirigida por Edwin Carewe, con Dolores del Río en el papel de Ramona y Warner Baxter como Alessandro. Otras adaptaciones comprenden la de Henry King, en 1936, y la mexicana, dirigida por Víctor Urruchúa, en 1946, así como la telenovela, producida por Lucy Orozco en el año 2000, para Televisa, con Kate del Castillo en el papel principal.

El director Edwin Carewe nació bajo el nombre de Jay John Fox, como perteneciente al grupo étnico de los Chickasaw, pero tomó su nombre artístico del actor de teatro Edwin Booth. Carewe había conocido a Dolores del Río por vía del pintor y director de cine Adolfo Best Maugard, se prendó de su belleza, y la convenció para ir a trabajar a Hollywood. Dolores actuó en “Resurrección” (1927), la adaptación que hiciera Carewe de la obra de León Tolstoi y, a partir de entonces, todo se vuelve –como he citado antes- bastante irónico en torno a “Ramona”.

En la novela, Ramona tiene los ojos azules, y no oscuros, como los de Dolores del Río, mientras que la señora Moreno es descrita, en el libro, con ojos oscuros, y no claros, como los que tenía la autarca Vera Lewis, quien la interpretara. Siendo comparada con “La cabaña del tío Tom”, la novela “Ramona” había tenido en Carewe a un director que eligiera su nombre cinematográfico del hermano de John Wilkes Booth, asesino de Abraham Lincoln. Dolores del Río pertenecía a la vieja aristocracia porfiriana –su primo era el actor Ramón Novarro, el “Ben Hur” de la etapa muda, rival de Rodolfo Valentino, a la misma Dolores se la denominaba como a la “Rodolfo Valentino” femenina-, venida a menos por causa de la Revolución Mexicana, y que interpretara a una muchacha que crece en una propiedad novohispana venida a menos. Uno se pregunta, al final, qué sentirían y pensarían Carewe, y su hermano Finis Fox, de la película –Finis escribió el guion-, tratándose ellos mismos de indígenas.

“Nunca el pueblo americano ha llegado a entender que la anexión de California no fue sólo una conquista sobre México, sino la conquista de California misma. No era lo más amargo perder la nacionalidad que se rendía con la comarca, sino ir perdiendo la comarca. Así los pueblos van y vienen sin ayuda en manos de las grandes naciones, sufriendo toda la ignominia de la derrota sin ninguna de las compensaciones de la transacción. México salvó mucho en el tratado, a pesar de tener que confesarse vencido; pero California lo perdió todo. No se puede decir con palabras el dolor de aquel trance: Es una maravilla que hubiese quedado un solo mexicano en el país. Acaso quedaron sólo los que no tuvieron modo humano de salir de él”.

Ramona. Cap. II. ¡Bien pasado!

La película había permanecido perdida hasta que se descubriera una copia en el Národní Filmový Archiv de Praga, en 2010, fuera restaurada por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos y, una vez que fuera transferida del inflamable nitrato a una copia estable de acetato, reingresada a Praga.

“Ramona”, vista hoy con ojos de amante de cine silente, no carece de méritos artísticos aunque, como sucede con casi toda esta etapa del cine, su melodrama destaque, más soportable y menos pesado, sin embargo, que los épicos dramones de D. W. Griffith. Podemos localizar aquí, igualmente, algunos de los rasgos que marcarán el sino actoral de Dolores del Río pero, sobre todo, aparte de su valor histórico y cultural, debemos incluirla en ese puñado de cintas que le dan vuelta al orgullo americano, en pos de un indigenismo y una auténtica simpatía revisionista por “lo mexicano”, como sucede en “Héroes de barro” (aka. “Llegaron a Cordura”; They Came to Cordura, Robert Rossen, 1959), “El halcón y la presa” (La Resa dei conti, Sergio Sollima, 1967), y “Danza con lobos” (Dances with Wolves, Kevin Costner, 1990), y podría ser el mejor pretexto para que, cuando caminemos por las colonias Polanco, Roma o Condesa, volteemos a mirar con otros ojos esas hermosas casonas que les han dado justa fama.    

Para saber más:

“«Héroes de barro»: Un caso de revisionismo americano” por Pedro Paunero.

“«El halcón y la presa», una exploración de la dignidad humana y la corrupción” por Pedro Paunero.

“Ramona”. Helen Hunt Jackson. Traducción de José Martí. Epílogo de Roberto Fernández Retamar. Gobierno de Baja California. Edición PDF:

“Polanco, esplendor del Neobarroco mexicano. Tesis que para obtener el título de arquitectura presenta Abril López Villeda. UNAM. Agosto de 2009. Edición PDF