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2021-11-11 00:00:00

«Calles de fuego»: Vaqueros post industriales y música pop: Recordando un clásico de culto de Walter

Por Pedro Paunero

Walter Hill puso todo su amor –y la estética– por el Western, en “Calles de fuego” (Streets of Fire, 1984), por ello no es extraño encontrar aquí a un ex soldado, Tom Cody (Michael Paré), diestro en el manejo de las armas, que rescata a su ex novia, la Rock Star Ellen Aim (Diane lane), de la guarida industrial “La caldera”, donde la mantiene secuestrada Raven (Willem Dafoe), el líder de “los bombarderos”, una pandilla de desquiciados que andan en motocicletas en lugar de caballos. Podemos cambiar el lugar, y los personajes, más no las situaciones, y este bien pudo ser uno de los westerns rodados por Budd Boetticher, con su actor fetiche, Randolph Scott, sacando del aprieto a la heredera de turno, pero su trama remite, irremediablemente, al tratarse del western más influyente, a “Más corazón que odio” (aka. Centauros del desierto; The Searchers, 1956), la magnífica película de John Ford, toda una oda épica al vaquero y al paisaje en que se desenvuelve.

Pero son muchos más los elementos, en “Calles de fuego”, los que nos remiten al western clásico. Aparentemente, el interés de Tom al rescatar a Ellen es sólo monetario –no sería sino un caza recompensas, como muchos vaqueros habituales del Far West–, pero nos enteramos que en el tipo duro se agitan los antiguos recuerdos sentimentales. Su empleador es Billy Fish (un Rick Moranis antipático –como siempre–, previo a convertirse en el bufón idiota de “Los cazafantasmas”), el novio más reciente de Ellen, y su manager. Desde “El mago de Oz” (The Wizard of Oz, Victor Fleming, 1939), sabemos que la fórmula más efectiva es que, nuestros personajes, en su viaje iniciático –o en su escape a la nada, que termina siendo lo mismo–, se vayan encontrando a otros, tan interesantes como ellos, así, a Tom lo secunda en su misión McCoy (Amy Madigan), otra ex soldado desempleada, que se ofrece acompañarlo por mil dólares, de los diez mil que le pagaría Billy por el rescate de Ellen.

No sólo ella, sino que, al regreso, tomarán el autobús en el que viaja el cuarteto de músicos negros los “Sorels”, encabezados por Bird (Stoney Jackson) que, al final, terminarán abriendo un concierto de Ellen, y a quienes Billy descubrirá como a otro lanzamiento que le aportará mucho dinero. Se les une Baby Doll (Elizabeth Daily), una fan de Ellen, que la reconoce mientras huyen, y a quien no le importa que la policía, o los motociclistas del infierno, los persigan, siempre que pueda estar al lado de su admirada cantante. En “Calles de fuego”, no sólo se encuentra estampada esa odisea urbana de la película “Los guerreros” (The Warriors, 1979) del mismo Hill, que, dos mil y tantos cientos de años antes, Jenofonte hiciera en pleno territorio persa, absolutamente hostil, de regreso al mar, sino una atmósfera de irrealidad, de fantasía juvenil. El entorno como amenaza, como ente casi vivo, mortal pero, a la vez, el mejor acicate para sentirse vivo de la Anábasis –y, con esta, gran parte del acervo griego escrito–, que la literatura norteamericana redescubrirá, y reelaborará, en su afán de creación de un mito fundacional, y del erigir de sus propios héroes, en “Calles de fuego” se redescubre en las constantes de la cultura pop, en cómic, y en eso mismo, en la fabricación de una leyenda popular, motivo por el cual Hill regrese, una y otra vez, a la figura histórica exacerbada por la tradición oral: “Encrucijada” (aka. Cruce de caminos; Crossroads, 1986), sobre la vida del evasivo Robert Johnson, abuelo del Rock & Roll, y padre del Blues, “Gerónimo” (Geronimo: An American Legend, 1993), sobre la figura del líder indio, verdadero Espartaco americano, o “Wild Bill” (1995), sobre el pistolero Wild Bill Hickok, figura recurrente de la novelería pulp.

No es de extrañar que, una película como esta, en donde cada disparo que se da estalla, literalmente, en llamas, haya sido rodada como “Una fábula de Rock & Roll” (que se da “en otro tiempo, y en otro lugar”), contenga trazos de estética “leather” y ciberpunk (estamos dos años adelante, en el tiempo, en plena era post Blade Runner y, como en esta, aquí también siempre es de noche), personificada en sus cowboys post industriales y que la música rock sustituya los acordes de un Ennio Morricone en un espagueti western. Cuando Cody llega a la ciudad, lo hace en Metro, y su primer enfrentamiento se resuelve al defender a su hermana Reva (Deborah Van Valkenburgh), camarera en un café, que le ha escrito pidiéndole que venga –como si le telegrafiara–, de una banda de delincuentes juveniles que exigen atención, tal como un pistolero –que se apease del tren y entrara a una cantina a dirimir una pelea– hubiera hecho, pero estamos en los ochenta, y se pueden conducir autos de los cincuenta, remontándonos a los años de la crinolina, las faldas amponas y las malteadas. La cultura yanqui se recrea en la cultura yanqui, y sus auto referencias no pasan más allá de unas décadas, a pesar de su prehistoria vaquera.

Cuando Cody, McCoy y Billy Fish incursionan en territorio enemigo, y rescatan a la chica, la música –de Fire Inc. Ry Cooder y muchos otros que levantan la trama todavía más–, nos sitúa en la era del vídeo, y las vestimentas –rabiosamente ochenteras–, se apoderan de la pantalla. “Calles de fuego” es inverosímil por momentos, característica que nos recuerda su diseño de producción a la manera de una novela gráfica pero, igualmente, refleja la incierta libertad andrógina que la década alcanzó, materializada en los personajes de McCoy, con vestimentas en absoluto femeninas, la bailarina del “Torchie´s” (Marine Jahan) e, incluso, el homoerotizado Raven.

El desafío final, en el que pareciera que unos cuantos (Cody y dos policías), se enfrentarán a muchos (una numerosa banda de moteros), y en el que todos agradecemos el puñetazo que le asestan a Billy Fish en la nariz, se resuelve, después de todo, en un duelo a puñetazo limpio entre Cody y Raven, y la caballería, metamorfoseada en ciudadanos armados, llegará en olas a apoyar al puñado de buenos. No es de mis títulos preferidos de Hill, pues siempre me he decantado por la mejor realizada, “Los guerreros”, sobre todo por su clara reminiscencia griega, arquetípica, y difícil de evadir, pero su moderna mitología –“no hay verdad nueva, sino la que es antigua”–, cumple con lo que he señalado antes, la creación de una figura pop. Y eso, es tan antiguo como el contar historias.

Al final, como buen pistolero, Cody se retirará de la ciudad, solo y abatido, aunque se tope con McCoy, dispuesta a llevarlo en el auto que antes le perteneciera, y ella recuperara, tras quedar abandonado. Ha cumplido, así como el mito, y las leyendas del Oeste, y la soledad del héroe se cierna –no sobre las colinas, a lo lejos– sino sobre el oscuro horizonte urbano.