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2020-12-05 00:00:00

«Chandú, el mago»: El bisabuelo de Dr. Strange

Por Pedro Paunero

Iniciado por los yoguis, Frank Chandler (Edmund Lowe) adquiere el nombre de Chandú, el mago. Habría que ver cuántas historias, cuántas películas, cuántos cómics, sitúan en un Oriente idealizado, misterioso, hermético, al que sólo abren de vez en cuando las puertas, y el cofre de los secretos y los poderes mentales y extra corpóreos, a algún elegido occidental, para hacerse con estos y luchar contra el mal. Hay mucho de dulce ingenuidad en el asunto, y muchas más ganas de entretener, de manera pura e infantil, en estas narraciones.

Así es cómo Chandú puede caminar sobre el fuego, desdoblarse o, mejor dicho separarse de su cuerpo astral, hipnotizar (hacer pases mesméricos), crear ilusiones y teletransportarse, y ser el único capaz de detener al malvado Barón Roxor (Bela Lugosi), que ha secuestrado a Robert Regent (HB Walthall), esposo de su hermana Dorothy (Virginia Hammond) quien, como el Dr. Zarkov en las aventuras espaciales de Flash Gordon poco después, se ve obligado a trabajar para el mal. La película fue dirigida por Marcel Varnel, pródigo en películas de bajo presupuesto, en codirección con William Cameron Menzies, el  gran mago del diseño de películas influyentes, y memorables, del género fantástico, incluyendo “Lo que vendrá” (Things to Come, 1936, dirigida por él mismo y con un guion supervisado por H. G. Wells), y la gran épica de la Guerra de Secesión, “Lo que el viento se llevó” (Gone with the Wind, Victor Fleming, 1939), para la cual, él mismo acuñó el término “diseño de producción”.

Mientras Regent trabaja, entusiasmado, en su invento –“un rayo de la muerte” que, aparentemente, tendría alguna aplicación pacifista que se nos escapa, pues sería capaz de destruir ciudades enteras-, es secuestrado, en la mejor vena de un argumento pulp, por una panda de indios con turbante y taparrabos, que desmontan el aparato inductor del rayo, los hacen descender con cuerdas por el muro, y los trasladan por el agua, en varias barcas. Una vez más, tanto el villano, como el mal, se encarnan en un personaje oriental, como el Malvado Ming, en Flash Gordon, como Fú Manchú, pero igualmente los héroes, siempre que cumplan con haber “conquistado”, de alguna manera, o por una “dignidad” muy occidental (acaso por una conducta caballeresca, acaso por descendencia nobiliaria), el derecho a poseer los secretos que sólo otorgan las exóticas culturas orientales. A Chandú, su maestro –mediante una bola de cristal-, le encomienda entonces la tarea:

“Ese rayo mortal, en manos de Roxor, significa el fin de la bondad y el fin de todo lo que es noble, de todo lo que es cuerdo”.

Chandú se proyecta en casa de su hermana y sobrinos –que se debaten por el progenitor plagiado entre actuaciones pésimas, de estas que le darían injusta fama a estas producciones-, los consuela un poco, mientras afuera sopla una tormenta de arena –y los secuaces de Roxor vigilan-, hace alguna observación sobre lo mucho que han crecido los chicos, le da un beso en los labios (¡!) a su sobrina rubia, rubísima, Betty Lou (June Lang), pero no a Bobby (Michael Stuart), alegando que está muy grande para ello, y haciendo uso de la bola de cristal se dirige, acompañado por su sobrino (“quédate aquí, si algo me pasa serás el hombre de la casa”) a un antro al que, momentos antes, ha llegado la princesa Nadji (Irene Ware), buscando al mismo Roxor, y que ha podido entrar al murmurar la contraseña “en nombre de Osiris, los ojos ciegos, los labios cerrados, los oídos sordos”. 

Roxor chantajea a la princesa con destruir su pueblo, liberando un río –rayo mediante- si no lo acepta como un faraón, “más que a un faraón”. Chandú la rescata –pero también anda tras ella Abdulah (Weldon Heyburn) secuaz de Roxor, que desea hacerla parte de su harem-, y emprenden viaje en el palacio flotante de la princesa –que desciende de auténticos faraones-, antes de rescatar al científico. No falta el bobo de siempre, Miggles (Herbert Mundin, actor de quien, según su sobrino, era el único capaz de vencer a Errol Flynn –quien tuvo problemas con el alcohol y las drogas- en la bebida, tirándolo bajo la mesa de puro borracho), que la hace de “niñera de camellos”, mientras -¡cómo no, con la fama que se cargaba como actor!- empina el codo, y a quien Chandú pone una imagen mental –una versión en miniatura de él mismo-, que aparece para atormentarlo, cada vez que bebe. Miggles hará la clase de burradas que la pareja de idiotas Abbott y Costello harán, muchos años después, tales como toparse con una escultura egipcia viviente, huir y contarlo, pero sin que le crean, y que el cine mexicano redescubrirá, tardíamente, a través de un humor simple y desfasado en la pareja de Viruta y Capulina. Como Harry Houdini, nuestro héroe es capaz de escapar de un sarcófago echado al fondo del río Nilo –de donde sale completamente seco-, se desembaraza de las cadenas que le aprisionan y, mucho antes que el Obi-Wan Kenobi interpretado por Alec Guinness, en “Star Wars: Episodio IV”, puede desvanecerse y dejar tan sólo ropajes vacíos, a la vez que, como todo Súper Héroe futuro, tendrá una debilidad ya que, si se le deja momentáneamente ciego, pierde sus poderes.  

La película muestra indicios de cine “exploitation” en la escena en la que Betty Lou es ofrecida en subasta, como esclava blanca, en un mercado musulmán –el término “trata de blancas”, actualmente cambiado por el de “trata de personas”, proviene de este hecho histórico: sí, sí existió (o existe) el racismo “inverso”-, con ropas bastante ligeras, a las que casi horada el pezón –lo que sugeriría al espectador de la época que iba con los pechos desnudos-, encima de una tarima de madera, mientras los viejos ofrecen cantidades de dinero por ella, y la miran de manera lasciva. Después de todo, la película es una de esas “pre código Hays” en toda regla.

Chandú se basa en un programa de radio, creado por Harry A. Earnshaw y Raymond R. Morgan, y tuvo continuación en un serial, “The Return of Chandu” (1934), para la cual se requirió a Lugosi, ya en el papel protagónico, y su influencia –también debida a su diseño de producción, que todavía resalta, maravillosamente imaginativo, a pesar de los años-, se deja ver claramente en el cine de aventuras de los años cincuenta, situado muchas veces en países extraños, en la franquicia de “Indiana Jones” y, por supuesto, en el más desarrollado “Dr. Strange”, que su creador, Stan Lee, ideara a partir de aquél lejano programa de radio de la Mutual Network, que escuchara cuando niño.

Pero, ¿cómo se les ocurrió el nombre del personaje a sus creadores, Earnshaw y Morgan? Hay que conocer un poco, por lo menos, de la biología y de la química de ciertas plantas, para averiguarlo. Es así como, en el libro “Alcaloides y plantas alcaloideas” (Biblioteca de Divulgación Científica “Muy Interesante”, Ediciones Orbis, 1985) de Fernand Moreau, puede leerse:

“El opio destinado a ser fumado es objeto de diversas manipulaciones: sufre una desecación parcial, se reduce a hojas, se disuelve en agua hirviente y se evapora el líquido filtrado. Se obtiene así, después de una fermentación de 10 a 12 meses, bajo la acción de un hongo microscópico, el Aspergillus niger, un producto apto para ser fumado: el chandoo. […] El opio bruto no se presta a los usos del chandoo; su humo tiene un olor nauseabundo y un sabor acre de cuerno quemado. Se evita la larga preparación que transforma el opio bruto en chandoo comiendo el opio. En los países musulmanes, especialmente, es en donde se encuentran los opiófagos”.


También hay algo de Chandú en “Mandrake, el mago”, personaje creado por Lee Falk y Phil Davis, e inspirado por Leon Mandrake, un ilusionista de la vida real cuyo apodo, “Mandrake”, no deja de ser revelador, pues significa “mandrágora”, en inglés, esa planta mágica por excelencia con raíces de forma humana usada en brujería.

No cabe duda, oriente es la fuente de toda clase de sueños –opiáceos, en primera instancia- para el cine de Hollywood en su vertiente más ligera y entretenida.