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2016-07-28 00:00:00

Naomi Kawase seduce con su cine abocado a desentrañar la trascendencia del tiempo, en GIFF

Por Ali López
Desde Guanajuato

En el primer día del Festival Internacional de Cine Guanajuato (GIFF) en Guanajuato capital se comenzó a sentir la presencia del país invitado de honor, Japón, con su basta y diversa filmografía.

Naomi Kawase, invitada de honor al festival, directora de cine ganadora del Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes en 2007, presentó una master class a las personas asistentes al festival. En el Teatro Principal, recinto ya emblemático del GIFF, Kawase habló sobre el tiempo, y como éste fue uno de los principales motores que la impulsaron a ser realizadora cinematográfica. De joven, la ahora directora, dedicaba su vida al baloncesto, deporte que, según ella, se basa en el precipitado consumo del tiempo; esto, la impactó a tal manera, que a partir de ese momento, decidió retratar el tiempo por medio del cine y del vídeo.

Además del tiempo, una de las constantes en el cine de Kawase es la soledad. Ella jamás supo de su padre, por lo que decidió buscarlo a través de la cámara. Su abuela, que se convertiría en su madre adoptiva fue también un impulso en su quehacer artístico, pues fomento el encuentro con las raíces culturales y sociales a las Kawase tanto refiere en su cine.

Al finalizar la charla, se proyectó “Aguas Tranquilas” (Futatsume no mado, España-Japón, Francia-2014) de la propia Naomi Kawase, cinta filmada en la isla de Amami y que, como la mayoría de las películas de esta japonesa, tiene una estética cercana al documental, con una cámara intimista y conjugaciones autobiográficas en la trama.

La película cuenta la historia de Kaito (Nijirô Murakami) y Kyôko (Jun Yoshinaga) dos adolescentes que viven un romance que tendrá que confrontarse con las tradiciones arraigadas de la isla, la fuerza brutal de la naturaleza y la implacable lucha de la vida y la muerte.

“Aguas Tranquilas” es una cinta, que como el nombre lo refiere, es pasiva; sin mayores sobresaltos a pesar de la fuerza (emocional y física) de algunas de sus escenas. El amor termina por ser el mayor de los fenómenos naturales, pero éste, como un tifón, viene acompañado de la brutalidad incontrolable de quién lo posee. Kyôko carga con la confrontación de lo tradicional con lo moderno, y de lo precoz con lo maduro; es ella el ojo del huracán y la tormenta. Con su belleza infantil enamora a quién la observa, pero bajo la piel humana comienza a arder el deseo de ser devorada por la mar de la pasión y el amor.

Kawase estipula términos de lo masculino y lo femenino pero no se pierde en esos laberintos, pues entiende lo humano; para ella lo que más importa es la presencia, y futura trascendencia, del hombre y la mujer en este plano. El conocimiento de la naturaleza, y de lo normal que son cada uno de los aspectos de la vida, y de lo que hay dentro de cada una de las personas. Se aleja de la psicología y se enfoca en lo sentimental, pues para ella, el mundo es lo que se siente, no lo que se mira.