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2014-10-21 00:00:00

FICM 2014: «Plan sexenal» y «Yo soy la felicidad de este mundo»

Sergio Huidobro
Desde Morelia

La tercera jornada de actividades en la Selección Oficial del Festival Internacional de Cine de Morelia tuvo como ejes los estrenos de una ópera prima y, más tarde, una nueva entrega en la filmografía de uno de sus nombres más recurrentes.

La primera, “Plan sexenal”, podría ser una de los descubrimientos de esta edición. Está dirigida por un joven miembro del equipo de producción de Gerardo Naranjo, quien a la vez funge como productor, mentor y, presumiblemente, cerebro en la sombra de este proyecto. Y se nota. Siendo un cineasta que navega de forma intermitente entre la independencia y los grandes estudios, Naranjo ha cultivado una marca personal, no demasiado original, pero suficientemente identificable, de la cual “Plan sexenal” es deudora directa.

Situada en una sola noche, en una calle habitacional de una colonia de clase media en la ciudad de México, “Plan sexenal” de Santiago Cendejas, plantea un interesante ejercicio de metáforas, alusiones y lecturas entre líneas. Sin mayor información a la vista, nos situamos en una ciudad con toque de queda, con cortes de electricidad, acechada por la presencia constante de patrullas y donde federales armados custodian la entrada a los hospitales. En una casa cualquiera, un matrimonio cualquiera se ve orillada a interrumpir una fiesta cualquiera ante la molestia de los vecinos. A unos pasos, un transeúnte vigila la escena. A partir de la incómoda visita de un oficial de policía, la cinta emprende una excursión lenta a los terrenos del suspenso, el thriller y el drama psicosocial.

En el centro de “Plan sexenal” está un debate sobre los límites de lo privado y la intimidad, así como las consecuencias de instalar el miedo y la paranoia en el seno de una comunidad. En su tercio final, el guión da un vuelco basado en un juego de identidades con aires de David Lynch, interesante pero que no termina de ser satisfactorio ni del todo funcional. El título hace referencia a una zona habitacional del Distrito Federal y quizá encierre una velada crítica política.

En otro lado está “Yo soy la felicidad de este mundo”, cuarto largometraje de la dupla Julián Hernández - Roberto Fiesco. Una salida fácil sería decir que se trata de más de lo mismo, porque en más de un sentido lo es. De lo que vale la pena hablar es de la madurez conseguida por Hernández en el tono, que ha pulido sus guiños hacia Fassbinder y hacia el Almodóvar de “Hable con ella”, al punto que su propio lenguaje logra camuflarse con éxito en el imaginario de ambos autores. La mayor parte del tiempo, Hernández muestra dominio y fluidez al encuadrar un espacio, generar atmósferas o iluminar el rostro.

Su problema no está ahí, sino en la sensación recurrente de que más que avanzar hacia algún lugar, su trabajo se estacionó en la repetición de ciertos tópicos y personajes que él conoce bien, pero que quizá ya están agotados. En “Yo soy la felicidad de este mundo”, lo anterior se traduce en una primera mitad bien lograda que se interrumpe para dar paso a un caos que a mi termina por no contarme nada, o lo que es peor, por no hacerme sentir ni cosquillas.

En la medida en que el cine de autor vive anclado a la subvención de fondos públicos, incrementa el riesgo de convertirse en mero onanismo sin voluntad de comunicación. La libertad creativa, siendo claros, es otra cosa. Es una pena que los momentos de buen cine alcanzados en ciertos momentos de “Yo soy la felicidad de este mundo” terminen por no ser más que eso, destellos. Y para una película que rebasa las dos horas de duración, destellos nunca es demasiado.