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2010-07-27 00:00:00

En gustos: Bellamy o el dilema de la mirada.

Por Enrique López T.    

Dejando atrás el infierno de los desilusionados, arribamos  al infierno de los desilusionadores. Bertolt Brecht.    

Hace poco una joven y talentosa escritora, brillante de por sí, me hizo notar que un verdadero autor no debe decirlo todo, sino sugerir, dar a entender, provocar al lector a que complete, a que se arriesgue junto con él en la aventura de construir algo parecido, y distinto a la realidad. Claude Chabrol lo entiende así, como el gran maestro que es, y con palabras del poeta W.H. Auden nos demostrará que siempre hay algo más, algo que la mirada no puede, o no quiere ver.   

Con El inspector Bellamy (2009) Chabrol nos entrega un original casi thriller, un casi drama moral, un film casi costumbrista. Y digo casi, porque no estoy seguro de nada, después de haberla visto lo que se abre paso son las preguntas y no las certezas, de ahí lo atractivo y despiadado de la película, de ahí que identificarse con Paul Bellamy es aceptar nuestra propia condición de fragilidad e insuficiencia.  

Y es que Bellamy no es el clásico detective, infalible, amo y señor de la verdad, cuyo juicio sea incontestable y ante cuyos pies la realidad se rinda descubierta, al contrario, parece suturar heridas con heridas, sobre todo en su vida personal. Por supuesto es sagaz, y se adelanta a lo que la policía y los medios de comunicación van “descubriendo”, pero en esencia es un tipo con suerte, situado oportunamente y conectado con las personas adecuadas, con la vivacidad para entender, pero con la cobardía de no querer hacerlo hasta las últimas consecuencias.   

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Claude Chabrol.

Lógicamente la película tampoco va en el sentido de la clásica historia policíaca, claro que se plantea un enredo, un caso —fraude, robo, infidelidad, suplantación, asesinato— un vacío que debe ser llenado con la inteligencia del detective; pero detrás de todo, late otro corazón, la de su vida toda llena de minas antipersonales, doquiera que busque hallará dolorosas verdades que estallarán, tarde o temprano.  

Así, resulta despiadado que el director nos haga seguir el desarrollo del caso, supuestamente, cuando en realidad estamos descubriendo que la apariencia perfecta de la vida de Bellamy y su esposa no lo es tanto, y que se desquebraja por dentro, por donde se cree que todo es más seguro, por donde a él le dolerá más. Ir descifrando estos paralelismos es como ir leyendo por los espejos retrovisores y descubrir que los sucesos están más cerca de lo que creemos.  

Gérard Depardieu está enorme (no sólo actoralmente) en tesitura moral y psicológica del personaje (uno muy humano, a favor y en contra), sin sudor casi con contrición devela los secretos más graves, sin furores y en la típica escena del cine francés, es decir en la mesa o en la cama, suceden las sacudidas que cambian todas las historias.

El inspector Bellamy es una gran película con grandes referencias musicales y literarias (Georges Brassens y Georges Simenon), bellamente construida, aunque no dudo que pueda decepcionar a algunos, sobre todo a los devotos de Chabrol acostumbrados a su sarcasmo más quemante, pero es preciso leer como decía, a través de los espejos retrovisores. Personalmente me quedo con Paul Bellamy, un detective como un ser humano falible e insuficiente (acaso no lo somos todos), finalmente todos alguna vez nos hemos planteado este dilema: si vivir con el engaño, con la mirada velada… o morir con la verdad, con la mirada clara.

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