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2022-04-11 00:00:00

Entusiastas de los pies: El fetichismo de Tarantino en «Asesinos por naturaleza» (La escena VIII)

Por Pedro Paunero

Inspirada, en parte, en el sangriento periplo provocado por la pareja de asesinos seriales conformada por Charles Raymond Starkweather y Caril Ann Fugate, que mataron a once personas entre Nebraska y Wyoming, durante los años de 1956 y 1959, “Asesinos por naturaleza” (aka. Asesinos natos; Natural Born Killers, 1994), se trata de una de las películas más caprichosas en la filmografía de Oliver Stone, basada, a la vez, en uno de los dos guiones –“La fuga” (aka. Amor a quemarropa, Tony Scott, 1993) es el otro- que Quentin Tarantino, antes de dirigir “Perros de reserva” (aka. Perros de la calle; Reservoir Dogs, 1992), su espectacular debut, escribiera e intentara vender, sin éxito, en Hollywood.

Tras la dirección, visualmente pirotécnica, mareante, enajenada y visceral que hiciera Stone, Tarantino, indignado por reconocer poco de su guion original, pidió que su nombre fuera retirado de los créditos. No fue retirado, sino que se conserva en los títulos iniciales, pero bajo el rubro de “Historia por…”. Así, donde Tarantino centraba la historia en el desagradable reportero televisivo Wayne Gale (Robert Downey Jr.), que llevaría la voz cantante, a través de una crítica a la televisión, siempre inclinada al escándalo, la violencia y lo revulsivo en aras de rating, Stone la enfocaba en la pareja de asesinos –que se asumen “nacidos para matar”-, de Mickey (Woody Harrelson) y Mallory (Juliette Lewis), que inician una orgía de sangre, a través de la Ruta 666 –la legendaria Ruta 66 estadunidense, convertida en ícono pop, y retomada para un argumento donde lo demoníaco priva como metáfora del “yo” asesino-, y en cuya serie de muertes la única de la que mostrarán arrepentimiento será la de Warren “Nube Roja” Sr. (Russell Means), el nativo americano (que reconoce en ellos a “demonios”, que no “desean ser ayudados”), símbolo del americano puro, no corrompido por el capitalismo y su tecnología –las pantallas y cámaras- perversa y pervertida, corrompida, corruptible y corruptora.

El indio, idealizado –pero no ingenua o torpemente-, ya había aparecido en la recreación –con todo y sus exageraciones e imprecisiones, que favorecen al guion- en “The Doors” (1991), película anterior de Stone, como el chamán, muerto en un accidente de carretera, que Jim Morrison alegaría que habría entrado en su cuerpo infantil, tocándolo con un aura mística, dionisíaca, salvaje y primigenia. Será, entonces, en esas escenas en las cuales la carretera se muestra como promesa de muerte y aventura, donde una de las obsesiones más reconocidas de Tarantino, el fetichismo por los pies –la podofilia-, mostrarán su supervivencia en aquel guion cambiado, y reacomodado, por Stone y sus colaboradores Richard Rutowski y David Veloz.

La podofilia de Tarantino, a menudo descarada y vulgar –véanse las puntuales escenas de Margaret Qualley como una de las integrantes de la Familia Manson, con los pies descansando sobre el tablero de un auto, en la película “Érase una vez en Hollywood” (Once Upon a Time in Hollywood, 2019), las de las actrices de la furiosa Road Movie “A prueba de muerte” (Death Proof, 2007), los pies de Uma Thurman en “Kill Bill” (2003), e incluso la de él mismo, chupando los pies de Salma Hayek en “Del crepúsculo hasta el amanecer” (aka. Abierto hasta el amanecer; From Dusk Tll Down, 1996), dirigida por Robert Rodríguez, pero con guion de Tarantino-, aparecen (algunas bastante similares), en “Asesinos por naturaleza”, en aquellas tras las cuales Mickey y Mallory son presentados en el programa “American Maniacs”, a la que sigue una secuencia alternada en blanco y negro y a color, a bordo del convertible, en la que ella extiende las piernas sobre el parabrisas y se quita los zapatos –se acaricia los dedos-, mientras él le toca las piernas y el tatuaje de escorpión, y luego, en la que se desarrolla cuando se hospedan en un motel (sobre la cama, Mickey le besa las piernas, y vemos sus pies en primer plano), o en aquella otra en la que Mallory aparece como prisionera, en una celda acolchada, y apaga un cigarrillo que le ofrece el detective Jack Scagnetti (Tom Sizemore) –que pretende acostarse con ella-, con la planta del pie desnudo, antes que ella lo golpee brutalmente y escape. 

Tarantino, después de todo, había logrado hacerse pervivir visualmente, con ese sello propio y obsesivo, en una película ajena como es “Asesinos por naturaleza”, aborrecida y desconocida por su genio creativo.