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2023-12-15 00:00:00

Crítica: «Secretos de un escándalo» o La pederastia banalizada

Por Pedro Paunero

Existe una tradición editorial -bastante redituable-, en las sociedades dadas a la creación y enaltecimiento de figuras populares que, así como las encumbran, las entierran. Puede rastreársele hasta el Siglo XVI, en el que aparecen los primeros impresos que daban cuenta de las (inalcanzables) vidas de los aristócratas y que, posteriormente, hemos conocido como “revistas del corazón”. Pero, siendo flexibles, el “chisme” sobre la vida de gente famosa, y la deleznable costumbre de hurgar -y olfatear- en cama ajena, puede localizarse ya en la célebre obra “Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres”, una colección de “doxas”, u opiniones, que Diógenes Laercio escribiera en el Siglo III, que no son sino eso, habladurías sobre filósofos, meras anécdotas jugosas y, hasta graciosas, que el tiempo se ha encargado de elevar hasta lo trascendente.

“Retrato de un matrimonio”, publicado en 1973, escandalizó a la sociedad de su tiempo, al escarbar en los secretos de la pareja bisexual formada por el autor y político Harold Nicolson, y la escritora Vita Sackville-West, cuya relación de hechos -sostenida sobre la máxima de Oscar Wilde, “todo está permitido, menos el escándalo”-, daba cuenta de cómo un matrimonio puede funcionar, siempre que la pareja disfrute de una gran amistad (y un amor sincero, pero de amigos que, no obstante, comparten -a veces- la cama) y se haga de la vista gorda sobre los affaires homosexuales del otro. El libro tenía la particularidad de haber sido escrito, de primera mano, por un testigo de los hechos, Nigel Nicolson, hijo de la pareja.

En “Secretos de un escándalo” (May December, 2023), dirigida por Todd Haynes, se nos cuenta cómo esa atracción por la vida ajena se sostiene, de plano, sobre un crimen sexual, en la historia de Gracie Atherton (Julianne Moore), maestra escolar (casada, con hijos) que seduce y se acuesta con Joe (Charles Melton), su alumno de trece años. El escándalo trasciende a los medios, hay un juicio y, finalmente, un matrimonio que conforman Gracie y Joe, quienes procrean varios hijos, a la vez.

Aparece Elizabeth Berry (Natalie Portman), actriz teatral, a quien se ha encargado la tarea de interpretar a Gracie en la pantalla grande -por los motivos que todos sabemos, es decir, un falso interés en aclarar las cosas, y uno más sincero de forrarse los bolsillos en taquilla- por lo cual se dedica a vivir, codo a codo, con Gracie, Joe, sus hijos, y varios amigos y testigos de los hechos. En una escena, la aparentemente interesada Elizabeth, es capaz de acostarse con Joe -que tiene realmente su edad-, para averiguar y experimentar, en carne propia, la sexualidad y, se entiende, comprender a la otra parte, en toda su errática humanidad, ya sea la del muchacho seducido, o la de la seductora. Empero, la escena carece de profundidad y, cuando suponemos que la historia, tan escabrosa como perteneciente al terreno más grave de lo criminal, se decidirá por una auténtica indagación en los motivos del crimen, Todd Haynes se decanta por una trivialización de los eventos retratados.

Elizabeth permite ser maquillada por Gracie, para hacerlo ella misma en pantalla, de forma más auténtica, y hasta se entera de un posible abuso sexual cometido por los hermanos de Gracie en su persona, pero la película transcurre “por encima”, sin apenas causarnos a nosotros, espectadores convertidos en culpables por “entreabrir las puertas de la alcoba”, la mínima empatía a esas otredades, dignas e indignas, sumergidas en un drama que, ni siquiera el monólogo de Elizabeth (que recita frente a la cámara las líneas de la única carta de amor, superviviente de la destrucción, que Gracie le escribiera a Joe, y que nos remiten, tibiamente, a la Martha, interpretada por Elizabeth Taylor, en “¿Quién le teme a Virginia Woolf?” (Who's Afraid of Virginia Woolf?, 1966), dirigida por Mike Nichols, y basada en la obra teatral de Edward Albee, quien se descarna en su propia histeria, sexualidad y capacidad de autodestrucción) provoque una sintonía con las fibras más sensibles del público.

Son varias las cintas que “Secretos de un escándalo”, nos traen a la memoria, entre estas, “El graduado” (The Graduate, 1967), dirigida por el citado Mike Nichols, o “Verano del ‘42” (Summer of ‘42), dirigida por Robert Mulligan, en las cuales un aparente trauma sexual, ejercido por mujeres mayores sobre dos adolescentes varones, se torna en un episodio iniciático e inolvidable.

Desde la misteriosa, como áspera, “Poison” (1991), ópera prima de Todd Haynes, expresada en forma de cuadros o viñetas (alguno un curioso “hommage” al cine de Serie B más asqueante), que cuentan varias historias -entre estas la degradación homosexual, arrebatada para la santidad, adaptada de un texto de Jean Genet, y que forma parte, con honores, de los primeros títulos del “New Queer Cinema”-, el director había estado diseccionando, con mayor o menor acierto (véase “Safe”, de 1995, por ejemplo), en la sexualidad, la marginación y la degradación humanas, pero con “Secretos de un escándalo”, el único escándalo que logra es el de exponer -ya ni siquiera explotar, como esos tabloides hicieran con la historia de Gracie y Joe- un acto de pederastia, como una banalización de unos hechos que, aparentemente, descansan sobre un trasfondo real (el caso de la abusadora infantil Mary Kay Letourneau), entregándonos una película fallida, desesperadamente frívola.