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2023-10-22 00:00:00

Pequeños atisbos del futuro. Doce cortos de pionero candor cienciaficcionista

Por Pedro Paunero

Fue hacia los años setenta del Siglo XX que, Brian Aldiss, autor y estudioso británico de la Ciencia ficción, en su ensayo “Billion Year Spree: The History of Science Fiction (1973)”, logró imponer la moda de considerar a “Frankenstein o El moderno Prometeo” (1818), la novela de Mary Shelley, como a la obra fundamental del subgénero en el sentido puro del término, es decir,  que esta sería la primera obra de auténtica Ciencia ficción, podríamos señalar que hubo otros autores y otras obras -como Luciano de Samosata, autor latino del Siglo II, padre de la Space Opera-, que también merecerían tal distinción.

La historia del cine ha colocado, en cambio, al “Viaje a la luna” (1902), de Georges Mélies -inspirada en Verne y Wells-, no sólo como a su realización más célebre -y celebrada-, sino como a la primera película de Ciencia ficción. Pero, de igual forma, hubo otros que lo hicieron antes o que, en su defecto, rodaron filmes que contenían elementos reconocibles del subgénero, antes que Méliès. A continuación se ofrecen unos breves (como ingenuos, y dulces, pero interesantes) ejemplos primeros del subgénero de la ficción que goza de mayor popularidad, tanto en la literatura como en el cine.

La charcuterie mecánique (Lumière hnos. 1895)

Primer filme de la historia con elementos suficientes para catalogarse dentro del subgénero de la Ciencia ficción, en el cual unos carniceros introducen a un cerdo completo en una máquina, lo extraen ya despiezado, y lo muestran ya listo para consumir. Detrás de la caja gira una rueda con bandas de goma que humea, poniendo, así mismo, a sus realizadores, los Hnos. Lumière, como a los difusos abuelos del Steampunk.


An Over Incubated Baby (Aka. The Wonderful Baby Incubator, Walter R. Booth, 1901)

Una mujer llega al laboratorio del profesor Bakem (como puede leerse en el cartel pegado a la pared del fondo), con un bebé en brazos, al cual recuestan en una caja incubadora de aspecto muy barroco, y lo hacen “crecer 12 meses en una hora", mientras la despreocupada madre abandona la escena. Ocurre un accidente, al derramarse el combustible de un quinqué debajo, que provoca un breve incendio. Apagan el incendio. Al abrir la incubadora, al regreso de la madre, los tres personajes en escena son testigos de que al pequeño -que no ha aumentado un centímetro-, le ha crecido barba.

La idea de acelerar el crecimiento, o aumentar o disminuir de tamaño a una persona, animal o cosa, fue explorada (con mayor profundidad) por H. G. Wells en la novela -por dos años posterior a este cortometraje-, “El alimento de los dioses” que, como toda obra inicial de lo que llamamos hoy Ciencia ficción -y en su tiempo “Romance científico”-, se nos presenta como una sátira social.

En “An Over Incubated Baby”, la sátira recae sobre la ciencia misma que, por entonces, daba pie a toda clase de titulares de periódicos en un avance imparable. El espíritu festivo que Georges Méliès presentaba al espectador, sobre el desarrollo científico y tecnológico, se transparenta en la cinta, pero deja entrever, en paralelo, la falta de un mayor ingenio para desarrollar el concepto. El cine mexicano, en películas posteriores como “Los platillos voladores” (Julián Soler, 1956), adolece del mismo defecto. Al contrario de profundizar en las múltiples posibilidades de la Ciencia ficción -por una falta de pericia, de ingenio, o por una mera salida económica más fácil- opta en cambio, por la risa.


A la Conquête de l’ Air (Ferdinand Zecca, 1901)

Ferdinand Zecca dirige y protagoniza esta fantasía -pionera de la pantalla dividida- que, por dos años, se adelanta al vuelo pionero de los Hermanos Wright. Monta un artilugio volador -bautizado como Fend-l’air- parecido a un dirigible, que lleva un timón y una rueda giratoria, para echar a volar sobre los tejados de Belleville.

Zecca, tras incorporarse a la casa Pathé, la productora más antigua todavía en funciones en el siglo XXI, llevó todo un bagaje completo, inspirado en Mélies, de ficción fantástica e innovación a la misma, incluyendo una de las primeras películas sobre asesinatos -y el primer flashback del cine-, con “Histoire d'un crime” (1901), que contaba la historia de un ladrón condenado a ser guillotinado cuya vida cotidiana -al principio alegre pero que culmina en asesinato-, puede ver el espectador, al aparecer proyectada sobre el muro de su celda, mientras duerme sobre un lecho y un guardia dormita, con el brazo apoyado sobre una mesa. Este corto es, igualmente, pionero en representar un conjunto de recuerdos, mutados en sueños o, en una palabra, el subconsciente en el cine.


Dog Factory ( Edwin S. Porter, 1904)

La divertida “fabrica de perros” de esta película, fue ideada por  Edwin S. Porter, el célebre director del primer western, “The Great Train Robbery” (1903), para la compañía Edison.
En este corto, cuya idea ha sido, evidentemente, tomada de “La charcuterie mecánique” de los Lumière, un vagabundo llega con un perro callejero al local que ofrece “perros mientras esperas” y “perros mezclados a pedido”, como anuncian los carteles en la pared. El perro es introducido en la máquina, y sale convertido en una ristra de chorizo, que va a parar a la pared, donde se ofrece una amplia variedad de razas caninas bajo la forma de chorizo y salchichas. Una vez que un nuevo cliente llega, se mezclan las ristras correspondientes, y una nueva raza de perro surge de la máquina transformadora.

La cinología, la ciencia encargada del estudio y crianza del perro, comenzó a tomar popularidad a finales del Siglo XIX, en Europa y los Estados Unidos. La crianza de perros con pedigrí, como una costumbre que cobraba cada vez mayor relevancia social, era lógico que pasara a una de estas primeras comedias que presentan elementos de Ciencia ficción.

La aparición del primer perro en el cine es tan antigua como el invento de los Lumière. En “Salida de los obreros de la fábrica” (La Sortie de l'usine Lumière à Lyon, 1895), vemos a un perro moverse entre la multitud, que abandona la fábrica de productos fotográficos. En una segunda versión, también vemos a un caballo.


Rescued in Mid Air (Percy Stow,1906)

Incluye la que es, probablemente, una de las primeras escenas de dos vehículos que explotan tras chocar entre sí, en este caso un par de bicicletas, uno de cuyos conductores, una chica, es lanzada al aire, cual Mary Poppins, con todo y su sombrilla, y queda atrapada en la punta de un campanario. Los testigos buscan a un inventor que, con ayuda de su máquina voladora -otra vez una especie de dirigible alado-, rescata a la muchacha.

Pionera de la trama de rescate aéreo (tiene, en todo caso, un antecedente francés en “Drama in the Air” [aka. Tragedy in Mid-Air, Gaston Velle, 1904], adaptación de la novela de Julio Verne del mismo título) se considera, igualmente, ejemplo inicial del uso del Cross-cutting, para mostrar dos acciones en paralelo.


Le tunnel sus La Manche ou Le cauchemar franco anglais (Georges Mélies, 1907)

Eduardo VII,  de Inglaterra, y el presidente francés Armand Fallières, proyectan un túnel que terminará por unir al Reino Unido con Francia. Se les presentan los planos, y los dos países se ponen manos a la obra. Ocurre, no obstante, una guerra y la consiguiente inundación del túnel.
William Wauer dirigiría una primera adaptación, en 1915, de la exitosa novela “Der Tunnel” (pub. 1913, y traducida a 25 idiomas), del autor alemán Bernhard Kellermann, cuya trama gira alrededor de la colosal idea de construir un túnel submarino que uniera Europa con los Estados Unidos, sobre la cual Curtis Bernhardt rodaría la segunda adaptación en 1933, con elementos de Ciencia ficción propios, como la inclusión de telepantallas que pasan las noticias sobre su construcción, pero el buen Georges Mélies ya se les había adelantado, décadas antes, con este ingenioso cortometraje.


Photographie électrique à distance (Georges Mélies, 1908)

Un par de clientes adinerados es conducido, por parte de un sirviente, al laboratorio de un inventor, quien les muestra su invento, una máquina capaz de proyectar la imagen ampliada de un objeto, puesto delante de esta, en una pantalla, pero que es capaz de moverse y cobrar vida momentáneamente durante la proyección.

Los clientes se convencen -extrañamente y sin reparar en las consecuencias-, de ser proyectados por el aparato. El resultado -la cabeza de la mujer es aumentada, y hace muecas horribles, en paralelo a la del hombre, cuyo rostro se torna monstruoso-, provoca la risa del inventor y su ayudante.

Méliès, padre de los efectos especiales, imagina un transmisor de materia que, a la vez, materializa los sueños. Su máquina, cuya intención tecnológica no resulta bien delimitada, parece, en realidad, un artilugio capaz de hurgar en los deseos más oscuros de sus usuarios tornándola, así, en una de las primeras máquinas freudinas del cine. 


The Airship or 100 Years Hence (J. Stuart Blackton, 1908)

James Stuart Blackton, padre de la animación estadounidense, protagoniza este cortometraje que retrata un mundo en el cual los medios aéreos son tan comunes, que una persona puede empeñar un par de alas en una casa de empeño, después de usarlas, y un par de chicas abordar un globo e ir por los aires, tan campantes.

La idea de que los seres humanos pudieran volar es muy antigua, y el cine utilizó este viejo deseo desde sus orígenes, pero “The Airship or 100 Years Hence”, es la primera, a la manera de las ilustraciones del libro “Le vingtième siècle: La vie électrique”, del italiano Albert Robida, que ofrecen la sensación de un mundo coherente, aun con su ingenuidad inherente.


The Automatic Moving Company (Émile Cohl, 1910)

Realizado con Stop Motion, este filme presentaba una compañía de mudanzas que prescindía de cargadores humanos. Desde el portón que se abría de forma automática, hasta todos y cada uno de los objetos que componen una casa, que salían solos de una carreta cubierta -que se movía sin caballos-, a ocupar su sitio en su nuevo hogar, este corto, podemos presumir -basándonos en su título-,  anuncia la sustitución humana por máquinas, como los actuales robots de entrega de comida. Debemos mencionar, empero, a Segundo de Chomón, especialista en plagiar y superar las obras de otros realizadores, con su “El hotel eléctrico” (1908), que introducía la idea de un hotel automatizado -a la manera de las máquinas que Michel Verne, hijo de Julio Verne, presentara en su obra “En el Siglo XXIX. La jornada de un periodista americano en el 2889”-, que tomaba los elementos, que eran mostrados como algo mágico y no científico, de “El hotel encantado (The Haunted Hotel, 1907), del citado  James Stuart Blackton.

Si bien, el padre del cine de animación es Émile Reynaud con sus “Pantomimas luminosas”, que proyectaba con su “Teatro óptico”, uno de los varios artilugios precursores del cinematógrafo, Émile Cohl es uno de sus grandes innovadores en su etapa temprana con su “Fantasmagorie”, de 1908. Ese mismo año estrena “Los cerillos animados” (Les Allumettes animées), en el cual utiliza el Stop Motion -técnica creada por Albert E. Smith y J.Stuart Blackton, en 1898-, que no abandonaría posteriormente. “The Automatic Moving Company”, inspiró un corto similar del franco-italiano Romeo Bossetti, estrenado en 1912.


The automatic motorist (Walter R. Booth, 1911)

Este corto de R. Booth, toma la premisa de su anterior película, “The ‘?’ Motorist”, del año 1906, que contaba la historia fantástica de un par de automovilistas cuyo vehículo es capaz de trepar muros, volar por los aires, andar encima de las nubes, como si fueran sólidas, y darse una vuelta -literalmente- por la circunferencia de una luna con rostro sonriente y, por último, por los anillos de Saturno. En el caso de “The automatic motorist”, Booth, a menudo calificado como el “Méliès británico”, introduce a unos recién casados, cuyo automóvil es conducido por un hombre mecánico, acaso el primer robot del cine, dieciséis años antes que Karel Capek introdujera el término en la Ciencia ficción y la cultura pop. Los novios son conducidos a Saturno, donde conocen a sus habitantes en un planeta hueco que, incluso, lleva al policía que los persiguiera -que ha sido arrastrado por el auto-, a tener un affaire con una mujer de dicho mundo. Luego, caen al mar, y son lanzados al aire, desde donde vuelven a caer, por último, a la tierra.

La influencia de Méliès fue larga, inspiradora y profunda, y esta incluye los plagios que, realizadores como Booth y Segundo de Chomón, hicieron de su obra, como podemos percatarnos con este filme.


The Magic Glass (Hay Plumb, 1914)

Una lupa por la cual se puede ver al otro lado de superficies sólidas -con ayuda de un polvo misterioso que se frota en el cristal-, ofrece a un inventor la posibilidad de espiar a su hijo mientras asalta la alacena, a su esposa, haciéndole muecas de burla por no haberle dado dinero, y a su sirvienta, bebiéndose el licor. Las cosas se vuelven del revés cuando el hijo descubre el polvo, y le ofrece a su madre la posibilidad de ver a través de la lupa.

Divertida e ingenua, el voyerismo cándido que un cristal como este ofrece, en esta película de poco más de diez minutos de duración, no va más allá de situaciones inocuas, domésticas y familiares. Al presentar como a un elemento “mágico” a la lupa, potenciada por el polvo, nos percatamos de esa ambigüedad propia de muchos de los cortos de esta época, a medio camino de la alquimia y la verdadera ciencia.


The Fugitive Futurist (Gaston Quiribet, 1924)

Última de las realizaciones cienciaficcionistas que, todavía con un sabor Méliès, he escogido para este listado. La tardía “The Fugitive Futurist”, resulta bastante avanzada con respecto al cine de los años diez, que presentaban elementos de Ciencia ficción, pero mantiene, sin embargo, una abismal distancia con la épica “Metrópolis”, de Fritz Lang, estrenada dos años después.

El corto presenta a un supuesto inventor que toma asiento en una banca de parque, al lado de un industrial paseante y deprimido, tras concluir unas carreras de caballos. El hombre, primero confundido con un molesto vendedor ambulante por el paseante, le muestra su invento, una cámara que “amplía las vibraciones particulares del éter, para ver más allá de los límites de la vida ordinaria”, es decir, el futuro.

El industrial se interesa, pero cuando se apresta a desenvolver el paquete donde el inventor lleva la cámara, este se lo impide, alegando que lo siguen espías que intentan robarle la idea. En cambio, le cuenta que ha podido ver Teafalgar Square, a varios años en el futuro, inundada por completo -una posibilidad, hoy en día, debida al Cambio climático-, a una gigantesca nave voladora sobre el Parlamento y a un monorriel sobre el puente de Londres. También, muros de ladrillo erigiéndose solos, y la posibilidad de averiguar cuál caballo ha ganado realmente, al filmar y detener la cinta de la carrera, con los caballos al llegar a la meta. El industrial se interesa y promete hacer rico al inventor, cuando un par de policías se acerca, llama “honorable Napoleón”, al inventor, e intenta regresarlo al manicomio, de dónde ha escapado.

Como en el caso del falso viaje en el tiempo que se presenta en “The Ghost of the Slumber Mountain” (Willis O’Brien, 1918), las maravillas futuras que “The Fugitive Futurist”, describe, se derrumban por considerarlas producto de un loco, a pesar de ello, el cortometraje -que no toma en serio su visión-, contiene auténticos elementos de Ciencia ficción resueltos, una vez más, con un tono de farsa y de comedia.

La ciencia todavía tendría que abrirse paso, hasta tomarse en serio, en la citada “Metrópolis” y, unos años después, en la primera verdadera cinta de Ciencia ficción pura, la magistral “Lo que vendrá” (Things to Come, 1936) dirigida por William Cameron Menzies, y adaptación de un libro de H. G. Wells.

Para saber más:

“El cine y la guerra total. En el principio” por Pedro Paunero.

“«The Ghost of the Slumber Mountain» o El falso primer viaje en el tiempo del cine” por Pedro Paunero.