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2023-09-20 00:00:00

«Lost Highway»: David Lynch inventa el “Terror Elevado

Por Pedro Paunero

Si bien las primeras películas de la productora británica Hammer aún no encontraban su estilo, este tomó forma cuando se apropió de los monstruos que, en Hollywood, la Universal Pictures había llevado a la pantalla durante las décadas que van de los 30's a los 50's del siglo XX, bajo el tamiz de un refinado erotismo y una sofisticación muy europea. El “diseño de producción” (término que le debemos a William Cameron Menzies), en este caso, descansaba tanto sobre la historia auténtica que se respiraba en cada pueblo que servía de locación, como en los aspectos más preciosistas de las leyendas recuperadas que alimentan los mitos de vampiros y licántropos, tan europeos como el vestuario de época que vestía -o desvestía- a las actrices.

El “estilo Hammer”, entonces, sería reconocible de inmediato pero, ¿puede haber una serie de constantes que terminen por definir aquello que, más allá de una etiqueta promocional, se ha denominado “Terror Elevado”, en las películas de la productora A24? Esta productora y distribuidora, una especie de sucesora -ya en el siglo XXI-, de la casa Hammer, reúne una serie de tópicos clásicos, a los cuales se aúnan -se presume- los escalofriantes matices del existencialismo, una filosofía en boga en la segunda mitad del siglo XX, heredera de la desazón de la posguerra, que indaga -la mayoría de las veces con abismales caídas psicológicas- en la posición del ser humano en el mundo, y si su existencia tiene -o carece- de significado.

Si el terror elevado realmente existe, y va más allá de una estrategia de venta, y conforma realmente un estilo, habremos de buscar en lo difuso de su forma para localizar sus antecedentes.

En el supuesto de que los personajes que aparecen en las películas “La bruja” (The Witch, Robert Eggers, 2015), “El legado del diablo” (Hereditary, Ari Aster, 2018), “El faro” (The Lighthouse, Robert Eggers, 2019), o “Midsommar. El terror no espera la noche” (Midsommar, Ari Aster, 2019), sustenten sus temores en algo que enraíza en la cotidianidad, en el devenir diario de unos personajes atormentados -así, en “El faro”-, pero arrastre todavía (o sea contaminado), por elementos sobrenaturales – como en “La bruja” o “La herencia del diablo”-, pero que, sin abandonar esa búsqueda de significado, caigan en la trampa del neopaganismo -como pasa en “Midsommar”-, cuyo arquetípico y magistral antecedente sea la indagación en la propia religiosidad, comparada y confrontada, del sargento de policía  Neil Howie (Edward Woodward), en el clásico contemporáneo “El hombre de mimbre” (The Wicker Man, Robin Hardy, 1973), entonces podemos hablar de una forma nueva de contar historias de terror.

Empero, la cuestión no es sencilla cuando analizamos las constantes de un director como Yorgos Lanthimos, cuya filmografía, tan particular, lo convierten en un “auteur”. En el cine de Lanthimos, a veces difícil de seguir, debido a un ritmo lento y meditativo, los personajes se mueven a través de voluntades enigmáticas -muy cercanas o, de plano, surgidas de los caprichos divinos (griegos, por supuesto), como pasa en “El sacrificio de un ciervo sagrado” (The Killing of a Sacred Deer, 2017), por cierto, producida por A24, aunque el resto de su trabajo no haya sido así-, bajo condicionantes interiores oscuras y motivaciones esquivas, en una palabra, entre las corrientes existenciales más poderosas. Lanthimos habría dado ya con ese supuesto “terror elevado” de A24, antes de ser acogido por la productora. Las tramas de “Canino” (Kynódontas, 2009) y “Alps” (2011), servirán para ilustrar este punto: las vidas (existencias) de sus personajes son movidas por fuerzas creadas de antemano, que los lleva a actuar de forma tangencial a la conocida, extraña y hasta bizarra, en un submundo cerrado y horrorífico, claustrofóbico, como rn las citadas “Canino” y “Alps”, pero también en la informe utopía de “Langosta” (Lobster, 2015), cuyas formas de amar resultan irreconocibles.

¿Podemos encontrar los elementos del terror elevado en películas anteriores al cine de Lanthimos? La respuesta es un rotundo sí, y dicha película -inscrita en otra filmografía autoral-, se titula “Por el lado oscuro del camino” (aka. Carretera perdida, 1997), de David Lynch.

En la historia del saxofonista Fred Madison (Bill Pullman), serán los celos y la incertidumbre los elementos que catalicen la trama. Fred está casado con la pelinegra Renee (Patricia Arquette), una bella mujer que, un día, prefiere quedarse en casa “a leer” que acompañarlo al club donde toca. Ella ha encontrado, al abrir la puerta de su casa, un paquete. Cuando revisan el paquete, este contiene un VHS en el que aparece grabada la fachada de la casa. Para entonces, Fred ha escuchado, a través del interfono, a alguien que le susurra la siniestra frase: “Dick Laurent está muerto”, pero al buscar al interlocutor en la calle, no ve a nadie.

Pronto aparece otro vídeo, en el cual se ve a la pareja durmiendo. Llaman a la policía, que pone vigilancia, mientras ellos se dedican a continuar sus vidas. Durante una reunión, cuando Renee parece coquetear con un amigo, Fred se topa con un hombre tan misterioso como su aspecto, ya que carece de cejas (Robert Blake), quien le dice que, en ese mismo instante, se encuentra en su casa, y que llame a su número -desde el teléfono celular del hombre extraño-, para cerciorarse de ello. Cuando Fred llama, en efecto, el hombre le contesta y le pide que le regrese el celular a su doble en la reunión. Por la noche, Fred ve cumplidas las escenas sangrientas del video del interior de la casa, en donde Renee aparecía muerta. Es llevado a juicio, y se le declara culpable. En la cárcel sufre de intensos dolores de cabeza y, una mañana en la que el carcelero va a su celda, se topa con que Fred ha desaparecido y su celda la ocupa un desconocido a quien reconocen como al mecánico automotriz Pete Dayton (Balthazar Getty), quien es liberado y se ve involucrado sexualmente con la rubia Alice Wakefield (Patricia Arquette en doble papel), amante del mafioso Mr. Eddy (un mortal Robert Loggia), quien también es el Dick Laurent de la primera historia.

Pete se ve inmiscuido en una versión aún más pesadillesca que la que involucra al vendedor de seguros Walter Neff (Fred MacMurray),  con la también rubia -y fatal- Phyllis Dietrichson (Barbara Stenwyck), en el noir clásico de Billy Wilder, “Pacto de sangre” (aka. Perdición, Double Indemnity, 1944), arquetipo de todo cine negro. En las historias paralelas de Renee y Alice, hay un pasado como actrices porno que envuelven a sus respectivas parejas. Mientras Fred abusa -se entiende, sin mostrarse en la película- de Renee, Pete es atrapado en la red de intrigas de Alice,  una femme fatale de la era del vídeo, en la cual las estrellas pop que juegan con la bisexualidad y la zona oscura del ser humano, como el cantante Marilyn Manson, campean a sus anchas.

Esta vuelta de tuerca en la historia, cuando los personajes son reemplazados por doppelgangers, tendrá un tratamiento mas refinado en la onírica “Mulholland Drive. Sueños, misterios, secretos” (2001), igualmente dirigida por Lynch, donde Naomi Watts interpreta a Betty Elms y Diane Selwyn, y Laura Harring a Rita y Camilla Rhodes, en otro giro argumental, que igualmente incluye a la mafia y la indagación de la propia personalidad bajo situaciones extremas. En “Mulholland Drive”, la pesadilla en estado puro de “Por el lado oscuro del camino”, se tamiza por un sueño de muerte, que no carece de belleza.

Todos los horrores sutiles, que el “terror elevado” cree haber descubierto -o inventado-, están presentes en “Por el lado oscuro del camino”. Sus horrores se materializan en lo existencial y no en lo sobrenatural, en el sueño -como aquellos que atosigan a los protagonistas de “El faro”-, y en cómo éste penetra en la vigilia.

Las formas que toma el horror de David Lynch, son las de fines del siglo XX, y de los principios de este, más amorfos e inasibles. Sus monstruos son freudianos -psique y símbolo se conjugan en sus tramas-, como resultado de una concepción científica del ser, y del devenir del ser, muy de nuestro tiempo.

Si el “terror elevado” resulta verídico o, mejor dicho, si esta supuesta forma de terror -aparentemente novedosa- merece ser catalogada como tal, tiene en David Lynch y en “Por el lado oscuro del camino”, precisamente, su inicio y delimitación.

Una vez más, para el terror elevado, vale la máxima latina, “no hay nada nuevo bajo el sol” o, apenas, una manera un tanto distinta y, por ello y con ello bastante válida, de búsqueda de originalidad, en mundo hastiado, pero siempre ávido de experiencias.