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2023-04-08 00:00:00

Crítica Netflix: «Chupa»: o el cliché clichoso

Por Pedro Paunero

El críptido Chupacabras -de origen puertorriqueño,  pero apropiado como leyenda mexicana-, mereció un tratamiento propio en “El mundo gira”, uno de los peores episodios de la serie televisiva “Los expedientes secretos X” (correspondiente al Capítulo 11 de la Cuarta temporada, y que fuera emitido el 12 de enero de 1997), se coló, así mismo, en innumerables series de animación -pasando por algún episodio de Scooby Doo, por supuesto-, hasta culminar en la película animada “La leyenda del Chupacabras” (Alberto Rodríguez, 2016), que metía con calzador a la criatura como un ente salvífico, en plena Nueva España, pasando por la película de ínfimo presupuesto, “El Chupacabras” (Gilberto de Anda, 1996), que no hacían sino reforzar la idea de que la supuesta criatura -que tiene la mala costumbre de alimentarse de sangre caprina, y que resulta primo hermano de los vampiros, y del tardío Mothman-, surgió en la campiña mexicana, se exportó a América Latina, y terminó por campear a sus anchas por el mundo entero.

Sus años de auge fueron los noventa, e hicieron correr mares de tinta en revistas sensacionalistas y seudo científicas, en cortes informativos de relleno en noticiarios televisivos y alimentaron, no sin temor, las leyendas urbanas, mudándose del campo a la ciudad, en un fenómeno sociológico digno de estudio, de esos que, cíclicamente, reaparecen para inyectar algo de emoción a la cotidianidad aburrida, por repetida.

“Chupa” (2023), producción de Netflix, dirigida por Jonás Cuarón, hijo del galardonado Alfonso, abunda en clichés, que incluyen la criatura, ya sea extraterrestre, o un críptido, como en este caso, que descubren, o contactan, sólo un reducido número de niños (auténticos elegidos), y que los malosos adultos quieren explotar (la sombra de “E. T.” es larga, y dejó muchos charcos azucarados a su paso), el niño a quien hacen bullying -que, para efectos de la trama tenía que ser mexicano-, y la infancia como una geografía de lo fantástico.

Aun así, “E.T.” no lo comenzó todo. “El monstruo de la montaña” (aka. El monstruo de la montaña hueca/La bestia de la montaña; Beast of Hollow Mountain, Edward Nassour, 1956), una cinta que contó con la colaboración del célebre Ismael Rodríguez, director de las películas de Pedro Infante, contaba la historia de una misteriosa criatura que hacía desaparecer el ganado de un par de socios, uno mexicano y otro estadounidense, de un rancho al pie de un volcán, en cuya trama también interviene un niño campesino, Panchito (Mario Navarro), que pone la nota tiernona a un título que, insospechadamente, se revela como fundador del subgénero del Weird West o, mejor dicho, del Weird Rancho.

Pero, “Chupa”, también hace gala de la inclusión de otros clichés francamente ridículos. ¿Era necesario que el abuelo (interpretado por Demián Bichir) de Alex (Evan Whitten) -niño méxico-americano que, desde Kansas, es trasladado a San Javier, un pueblo en Chihuahua, para evitarle el acoso escolar y la discriminación-, llevara en el tablero del auto a un luchador de plástico, porque -por enésima vez, en una película-, él se dedicaba a la lucha libre? El cliché se vuelve estereotipo. Y el estereotipo puede llegar a ser ofensivo aunque, por fortuna, en esta ocasión, no se llega a eso. A pesar de ello, la película contiene elementos que, sin trascender su cursilería, parecen entrañables y hasta graciosos, como la escena en la que Alex, al conocer a su prima Luna (Ashley Ciarra), le tiende la mano para saludarla, pero ella lo besa en la mejilla, porque en México, “todo el mundo saluda así”, o cuando Luna pone un cassette de “La maldita vecindad” -en los créditos finales suena Julieta Venegas-, con el tema “Pachuco”, y Alex se pregunta si él es un pachuco, cuando su prima le explica que se trata de “un tipo de mexicano que vive en Estados Unidos”.

En este escaparate de lugares comunes -los niños usan ropa estampada con los iconos pop del momento: Pac-Man, las tortugas ninja, pósteres de “Parque Jurásico, el uso del Gameboy- no falta el científico sin escrúpulos, Richard Quinn (Christian Slater), que desea capturar a la criatura -cuya sangre puede ser comercializada a través de la industria farmacéutica-, y el trabajo que le cuesta a Alex -que apenas habla español-, aprender las costumbres mexicanas, o tomarle gusto a la comida -chapulines y tacos de sesos, por ejemplo-, en un eco lejano e invertido de las situaciones que pasaban los personajes de la película “Del rancho a la capital” (Raúl de Anda, 1942), que saturaban una puesta en escena transparentemente cómica.

La criatura, a la que Alex, la arriesgada Luna y su primo menor, Memo (Nicholas Verdugo), muy dado en disfrazarse de luchador, en homenaje a las glorias pasadas de la familia, bautizan como “Chupa” -sí, hasta el nombre del bichajo es un cliché, como señala Luna, al opinar que suena a albur-, tiene un aspecto de lince alado, filtrado por el efectivo tamiz de la supernormalidad (rasgos infantiles aumentados, borrándole de un solo plumazo -CGI mediante-todo rasgo amenazador), y la imaginería de los alebrijes. Chupa ha sido separado de su familia, en la persecución a la que fuera sometido por Quinn, y es en este punto donde, otra vez, la película se rinde ante la corte de seres que han emulado a E. T. y, durante la huida en camioneta, uno espera que esta salga volando, copiando la escena del vuelo de las bicicletas.

Como película familiar, “Chupa” cumple su cometido de entretener -menos de dos horas-, pero no va más allá de conformarse en una historia esquemática, genérica, un bonito producto simplón, donde sólo echamos de menos algún cuadro de Frida Kahlo, o el que estuviera ambientado en Día de Muertos, para terminar de erigirse en lo que realmente es, un enorme cliché clichoso.