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2021-05-05 00:00:00

Supernormalidad y mediocridad: Los 30 años de «Mundo Cool»

Por Pedro Paunero

Próximos a cumplirse los treinta años de haberse estrenado –el 10 de julio de 1992–, vale la pena ocuparse de “Mundo Cool” (aka. Una rubia entre dos mundos/El mundo de Holli; Cool World, Ralph Bakshi, 1992), película animada terriblemente defectuosa, pero convertida en obra de culto del director Ralph Bakshi. 

Mientras el marido cornudo, y caricaturista, Jack Deebs (Gabriel Byrne), yace sobre el camastro de su celda, a la que ha sido condenado por intentar asesinar al amante de su esposa, es transportado misteriosamente al “Mundo Cool”, un universo donde los dibujos animados –denominados garabatos (“doodles”, en inglés)–, campean a sus anchas, pero de manera más bien perversa, confundiendo con una mera fantasía escapista y alucinatoria este fenómeno por lo que, a su salida de la cárcel, se da a la tarea de crear un cómic basado en sus visitas a dicho mundo pero centrado, sobre todo, en la hiper sensual rubia Holli Would quien, al lado de la morena Lonette, otro dibujo animado hiper sensual, son los únicos “doodles” de formas humanas más reconocibles. Deebs se topa con el otro único humano, Frank Harris (Brad Pitt), un veterano de guerra quien, tras perder a su madre en un accidente –a quien llevaba como pasajera en la parte trasera de su moto–, accede al “Mundo Cool”, donde se convierte en un policía, encargado de evitar que Holli, quien ha caído “en celo”, y que va por ahí bailando en paños menores –y provocando que los “doodles” masculinos babeen a su paso–, tenga sexo con Deebs, por lo que ella se convertiría en humana y pasaría al otro lado, a nuestro mundo, lo que rompería el equilibrio entre ambos universos. Mientras tanto, un pesado y atolondrado científico “doodle” –que nadie se explica qué papel relevante juega en la trama– inventa una máquina con la que pretende “unir” ambos mundos, saltándose eso de acostarse con humanos para pasar de una buena vez al otro lado, o algo así. Y es que, esta película de Bakshi, tan llamativa como mal hecha, abunda en líneas argumentales mal anudadas, agujeros en la trama, tramas secundarias que comienzan y no acaban, y barrocos afanes de rellenar las escenas con “doodles” que nada tienen que hacer ahí, en una especie de “horror vacui” que, curiosamente, sólo conduce a la vacuidad. No cabe duda que, la intención de Bakshi, no era otra que mostrar sus garabatos sexosos en una película que se queda a medias, entre la mala animación occidental, y una pálida sombra del hentai japonés, por lo menos más honesto (decididamente obsceno), y menos pretencioso y, por esto mismo, no tan mediocre.     

Antes de “Mundo Cool”, Bakshi había dirigido dos películas relevantes, “Hechiceros” (aka. Los hechiceros de la guerra; Wizards, 1977), para la cual asimilaba sus disparates eróticos animados precedentes –como “El gato Fritz” (Fritz the Cat, 1972)– en el subgénero de la Espada y brujería, con su personaje de Elinore, un hada de costumbres vulgares que apenas se cubre las partes pudendas con retazos de tela, en un proyecto que le prepararía para la fallida adaptación de la trilogía literaria de Fantasía heroica, “El señor de los anillos”, basado en las novelas de Tolkien, que data de 1978, que no ofrece otra opción al espectador que la de amarla o detestarla sin contemplaciones, y “Fuego y hielo” (aka. Tygra, hielo y fuego; Fire and Ice, 1983), que superaba el argumento de “Hechiceros”, y con la que el director –con todo– alcanzaba altas cotas de belleza gráfica, en una historia un tanto más profunda. Después de estas películas, el director ha continuado trabajando en la misma vena de animación erotizada, como en la serie “Spicy City” (1995), y amenaza con terminar su último trabajo, “Last Days of Coney Island”, a través del mecenazgo por Internet.

Con “Mundo Cool”, no hacía sino reafirmarse en una declaración de intenciones, bastante descarada por cierto, aunque la película no es sino un producto surgido del impulso emanado de la casi perfecta “¿Quién engañó a Rogger Rabbit?” (Who Framed Roger Rabbit?, Robert Zemeckis, 1988), por lo que el tufillo a película de explotación no puede quitárselo de encima, pero donde “¿Quién engañó…?” ponía la nota de genialidad, “Mundo Cool” sólo ponía la del despropósito de relleno, en primero y segundo plano, con esos personajes dándose de mazazos en la cabeza, flotando y gritando por ahí, innecesariamente, en escenas saturadas por colores apagados y desvarío total. 

En “Mundo Cool”, Bakshi copia desvergonzadamente la locura violenta, e inherente, muy propia de la naturaleza de los dibujos animados de Warner Brothers (los célebres y clásicos Looney Tunes), una y otra vez e, incluso, a la figura de Mickey Mouse, a quien vemos en alguna escena, casi perdido, mal dibujado y, encima de esto, raquítico –sello de la Casa Bakshi, por otro lado–, haciendo tonterías en este “mundo” de edificios torcidos, oscuro y decadente. Curiosamente, lo que Bakshi sí logra es hacer parecer más sensual a la Holli Would animada que a la de carne y hueso –personaje a quien interpreta Kim Basinger–, fenómeno que se explica por ser un claro ejemplo de lo que en biología se denomina “Supernormalidad” (término creado por el premio Nobel Niko Tinbergen, uno de los padres de la ciencia de la etología), es decir, la exageración de ciertos rasgos –en este caso la hiper sexualización de los dibujos animados femeninos, con caderas y pechos acentuados– que sobre estimulan los sentidos del espectador, y sobre el que se asienta el éxito de la animación hentai japonesa.

Al final, cuando Deebs y Harris persiguen a Holli por Las Vegas, todo este desbarre se precipita. Los engendros del “Mundo Cool” amenazan con invadir en chorro nuestro mundo, en una copia corriente de los fantasmas asaltando Nueva York, cuando el idiota ecologista ordena apagar el contenedor del edificio de los “Cazafantasmas”, y Holli, Deebs y el resto de la población, tan ambiciosa como estúpida, que suele frecuentar los casinos, comience a convertirse en “doodles”, a cual más ridículo (la Holli de carne y hueso se convierte en payasa por algunos intervalos de segundo, por ejemplo). Al acabar esta película a uno lo asaltan varias preguntas; una de estas es el por qué se da al traste –tan fácilmente–, con la subtrama de Film Noir que se venía dando entre Harris y Lonette, que recuerda las clásicas Femme fatales del género, pero que se resuelve en el de dama inocentona (aunque Harris se convierta en “doodle” guapetón y puedan satisfacer sus impulsos genésicos, después de todo), para apostar por la güera insulsa Basinger –que ya había probado su incompetencia actoral en el “Batman” (1989) de Tim Burton, película a la que se debe, realmente, el haber comenzado el actual fenómeno del cine de súper héroes–, en plan de villana calentona, amén de otros pequeños misterios, también sin explicación, en la licuadora de guion que la sostiene.

Cuando la Holli “doodle” se convierte en la Holli–Basinger, no nos queda sino expresar –y apelar– a aquella frase debida a Greta Garbo, cuando la bestia se convierte en el guapérrimo príncipe (interpretado por el actor Jean Marais, amante homosexual del director), en la película de Jean Cocteau, “La bella y la bestia” (La Belle et la Bête, 1946). La Garbo gritó, en aquella ocasión: “¡Devuélvanme a mi hermosa bestia!”; nosotros, decepcionados, bien podemos decir: “¡Bakshi, entierra los pinceles, y devuélvenos a la hermosa Holli!”, mira que treinta años es mucho tiempo para seguir en ese mismo camino de ineptitud.