Por Hugo Lara Chávez

Ya el título es maravilloso, con todo y que Luis Buñuel decía que no le gustaba. Suele considerarse a La ilusión viaja en tranvía como una de sus películas menores debido a que no posee la densidad dramática de sus grandes cintas ni sus personajes son sometidos a intensos debates internos, aunque a su favor tiene que se trata de un relato fresco y divertido que está lleno de deliciosas pinceladas dentro de una estructura narrativa muy original para su momento, pues se trata de una historia-itinerario por la ciudad.

En cierta forma, Buñuel experimenta aquí lo hecho en Subida al cielo y lo que logrará con mayor fortuna en algunas de sus películas futuras, como La vía láctea, El fantasma de la libertad o El discreto encanto de la burguesía, en las que pone en práctica uno de sus procedimientos favoritos: abrir el relato a la pluralidad de personajes y situaciones, al modo de ciertas obras literarias, donde la historia de los personajes principales puede ser interrumpida por la historia de otros personajes secundarios que aparecen y desaparecen casi al azar. 

Buñuel filmó está película de una manera simple, lo que resulta un buen atributo. El pretexto narrativo es el robo de un tranvía por cuenta de dos empleados de la compañía, el Caireles y el Tarrajas, quienes coronan así una larga borrachera que se les ha salido de control. Los ladrones involuntarios desean regresarlo antes que la compañía los descubra. Así, recorren varios rumbos de la ciudad en la madrugada y la mañana, como consecuencia de que diversos obstáculos los desvían de su objetivo, además de que deben ocultarse de su perseguidor, Papá Pinillos, un obstinado empleado ya jubilado que los ha sorprendido y que intenta delatarlos para demostrar que sigue siendo útil a la compañía. En paralelo a esta aventura urbana, el incipiente romance entre el Caireles y Lupe (la sensual Lilia Prado), la hermana del Tarrrajas, ofrece el segundo frente narrativo sobre el que se soporta el relato.

La película está formada por varias viñetas, en los que se muestran situaciones de toda especie, que en su mayoría se escenifican en el interior del tranvía. Al inicio, descubrimos a los personajes principales, el Caireles y el Tarrajas, en los talleres de los tranvías, pues han logrado reparar la unidad 133 antes del tiempo previsto. Contrario a lo que piensan, son reprendidos por el supervisor, quien les aconseja no olvidar que cualquier exceso es malo, hasta en la eficiencia. Así, se les avisa que el tranvía 133 será retirado de circulación para ceder su lugar a los nuevos trolebuses.

La representación de una pastorela en una vecindad del barrio, es una película dentro de la película, en la que se articulan diálogos y acciones que acusan el gusto del director Buñuel por detenerse a mirar ciertas situaciones irreales que ocurren en la realidad. Fernando Soto Mantequilla hace a un divertidísimo Luzbel que bebe cerveza. En otro momento de la convivencia vecinal, el velador del depósito de tranvías discute con un vecino las razones económicas que provocan  la inflación. Un tema que Buñuel deliberadamente reiteró en el mismo relato, pues al menos dos veces más se alude a ello: cuando Lupe se queja del alza del precio de la masa de nixtamal y cuando el Tarrajas sorprende sin querer a unos acaparadores de maíz. Es presumible que la intención fuera llamar la intención sobre cosas que pasan en la vida real, para alejarse así de las fábulas idílicas de otras películas mexicanas de la época que exaltaban la pobreza como una forma de felicidad que era inasible para los ricos.

Otras de las viñetas tienen que ver con el paso del tranvía en fuga por ciertos lugares de la capital. En las cercanías del rastro, las mujeres del mercado y unos carniceros suben con todo y un cuarto de res al transporte, pero también lo hace un hombre alcoholizado vestido como aristócrata, de capa y sombrero de copa, que no dice una palabra y que destaca en medio de todo el proletariado.