Por Pedro Paunero

A la memoria de mi padre: 
Pedro Rubén Paunero y Fernández

La fábula dice que cuando el leñador, cansado de su suerte, llamó a la muerte por tercera vez y esta se le presentó en el bosque, personificada como un siniestro esqueleto con guadaña y vestida de negro, le preguntó: “¿para qué me llamas con tanta insistencia?”, el leñador sólo atinó a responder: “para que me ayudes a cargar la leña”. Esta es la fábula que mi padre contaba. No sabemos qué pasó después, pues la fábula termina en este punto y así debe ser para hacer efectiva su moraleja, sin embargo podemos adivinar que, aún cuando la muerte pudiera haberse reído del temor y las ocurrencias del leñador, la última carcajada sería siempre para la muerte.

Es conocida la minificción que a propósito del tema escribió Jean Cocteau, “El gesto de la muerte”, que transcribo aquí:

Un joven jardinero persa dice a su príncipe:
-¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.
El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:
-Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
-No fue un gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.

Tras la metáfora de estas siete películas, como en la cita bíblica que tomara Ingmar Bergman de los siete sellos, siempre se muere, cumpliendo todos con el destino impuesto a los que vivimos y cuyas alegorías van desde los cuentos folklóricos tradicionales hasta modernas puestas en escena como esa cinta que ha devenido en serie que es “Destino Final” (Final Destination, James Wong, Estados Unidos, 1999) acerca de un grupo de estudiantes que por alguna causa sobrenatural escapan a la muerte pero que al final serán perseguidos por esta a través de extraordinarios accidentes a cuál más increíble. Todas recorren algunos de los aspectos más simbólicos de la muerte que se enseñorea de la Tierra y que el cine se encargado, irónicamente, de “inmortalizar” puntualmente en el celuloide. 
 

“Las tres luces” (Der Müde Tod, Fritz Lang, Alemania, 1921)

Es la historia de un oscuro viajero que se une a una pareja en una diligencia para desaparecer con el joven durante su parada en una posada. La novia, al enterarse que el compañero de viaje es la muerte misma hará lo posible por evitar que el cirio que representa la vida de su amado se extinga. Luis Buñuel tocó una vez a la puerta de Fritz Lang y le pidió una fotografía autografiada “de los años veinte, de la época de Las tres luces o de Metrópolis” y señaló que había sido por esta fábula filmada por el gran realizador alemán que había decidido hacerse cineasta. Bergman también le debe mucho a través de su “El séptimo sello” y, por supuesto, nuestra cinta emblemática sobre la muerte mexicana “Macario” en la secuencia magistral de la cueva repleta de velas que representan la fragilidad de las vidas humanas. Se trata de un tema universal cuyos ecos se remontan a los cuentos de hadas de los Hermanos Grimm y a la reconfortante creencia de que “el amor es superior a la muerte”.
 

“La muerte de vacaciones” (Death Takes a Holiday, Mitchell Leisen, Estados Unidos, 1934)

“El amor es tan poderoso como la muerte”. Esta película es la primera versión de aquélla obra de teatro de Alberto Casella que produjo décadas después “¿Conoces a Joe Black”? (Meet Joe Black?) en 1998 y que dirigiera Martin Brest. A mí me gustan ambas versiones aunque a veces me inclino por una u otra un poco más. En todo caso, cuando su alteza la Muerte decide tomarse unas vacaciones en el mundo las guerras, los accidentes, los suicidios no es que dejen de ocurrir, simplemente dejan de ser mortales y este es un detalle que se le escapa a los guionistas de la segunda versión. Aunque no es más que un cuento de hadas… ¿de hadas? bueno, aunque no es más que un cuento, hará reflexionar a más de uno más allá de la frase noventera y capitalista de “sólo hay dos cosas irremediables, la muerte y los impuestos”. Aquí, como en la película de Fritz Lang, lo que importa es el amor.
 

“El séptimo sello” (Det sjunde inseglet, Ingmar Bergman, Suecia, 1957)

“Y cuando el Cordero rompió el séptimo sello del rollo, hubo silencio en el cielo durante una media hora”, la frase apocalíptica que abre la más emblemática de las películas sobre la muerte hace referencia a una constante en la filmografía de Bergman, el silencio de Dios, entonces la muerte puede jugar una partida de ajedrez con un caballero teutón para disputar su alma. Partida perdida de antemano, claro, y que dura lo que la cinta dura. Constantemente homenajeada, esta escena con la muerte ante el tablero blanquinegro, hoy un arquetipo de la imagen cinematográfica, aparecerá en “El último gran héroe” (Last Action Hero, 1993) de John MacTiernann cuando un boleto mágico de entrada al cine arranca a la muerte del cartel de la cinta de Bergman y se enseñorea de las aceras cuando la gente cae muerta a su lado, como moscas.
 

“Macario” (Roberto Gavaldón, México, 1960)

El misterioso escritor alemán Bruno Traven basó su cuento homónimo, sobre un indígena mexicano que se encuentra con Dios, el diablo y finalmente la muerte que le piden, todos, compartir un guajalote cocinado completo, en el cuento de los Hermanos Grimm “El ahijado de la muerte” y lo convirtió en arquetipo de la muerte mexicana y el Día de Muertos a través de esta película de Roberto Gavaldón con un guión de Emilio Carballido. Es, con “El séptimo sello”, un dechado de emblemas, metáforas y signos poderosos y universales que, expuestos a través de un cuento, funcionan no sólo como catarsis sino como expresión artística de todo un pueblo.
 

“La máscara de la muerte roja” (The Masque of the Red Death, Roger Corman, Reino Unido, Estados Unidos, 1964)

Hay una escena en la cinta muda y en blanco y negro, “El fantasma de la ópera” (The Phantom of the Opera, Rupert Julian, Estados Unidos, 1925), rodada en Technicolor, en que Lon Chaney hace su aparición caracterizado como “la muerte roja”. Décadas después, del proverbial cuento de Edgar Allan Poe del mismo título y de “Hop Frog”, este cromático producto cormaniano hace justicia a la trama hipnótica y alucinante del original literario que describe cómo el príncipe Próspero, burlando la epidemia que asola su reino y que deja un reguero de cadáveres con el cuerpo manchado de rojo, se encierra para gozar de un baile de máscaras dónde se presenta un desconocido, personificado como la muerte roja misma, que pasa de una a otra estancia pintada de distintos colores, mientras todos caen muertos a su paso. Corman usó referencias a la cinta de Bergman, “El séptimo sello”, de manera consciente (la muerte, en su película, juega con unos naipes) y dotó a esta cinta, una de las más destacadas de su ciclo dedicado a Edgar Allan Poe, de calidad surrealista y verdaderamente siniestra.

 

“El espíritu de la muerte” (The Asphyx, Peter Newbrook, reino Unido, 1973)

De entre los fierros retorcidos de un espectacular accidente automovilístico la policía rescata el cadáver de un transeúnte atropellado. El muerto se mueve. Pero su aspecto es horrible y no debería estar vivo. Casi cien años atrás un científico da con el descubrimiento fortuito de filmar, en el momento de la muerte, una extraña sombra que acecha sobre las víctimas ¿Qué pasaría si un científico lograra atrapar, mediante un artilugio, al “espíritu de la muerte”, el “ásfix” de los antiguos griegos? Cinta interesante y muy lograda y rodada con convencimiento de la humilde productora Glendale que medró a la sombra de la legendaria Hammer y su rival Amicus y que lleva una historia de envergadura gótica al terreno de la fantasía científica.   


“El pasaje” (Le passage, René Manzor, Francia, 1986)

Esta rara película con Alain Delon en el papel principal, como un director de cine, incorpora el viejo tema del pacto con la muerte. Al contrario de “Macario”, dónde una muerte agradecida otorga el don de sanar a su protagonista, en este caso, esta muerte hipermoderna pide a cambio de la vida de su hijo, al cineasta, que le ruede una película de tema apocalíptico para provocar el fin del mundo y tomar unas vacaciones. La cinta incluye escenas de animación (la película que rueda el personaje de Alain Delon) muy oscuras y realmente logradas.

Foto del inicio: El Séptimo Sello (Det sjunde inseglet, Ingmar Bergman, Suecia, 1957)

 

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.