El portal del cine mexicano y mas

Desde 2002 hablando de cine



Noticias

2020-11-30 00:00:00

«Fumadores de opio»: La película menos vista de Vincent Price

Por Pedro Paunero

“El carácter de un hombre se conoce por sus faltas”
Gilbert de Quincey

 

En la nota dirigida al lector, escrita por Thomas de Quincey para su libro “Confessions of an English Opium-Eater” (pub. 1822), se lee:

“Nada en verdad más repugnante a los sentimientos ingleses que el espectáculo de un ser humano que impone a nuestra atención sus úlceras o llagas morales, y arranca el «decoroso manto» con que las han cubierto el tiempo o la indulgencia ante las flaquezas humanas”.

“Fumadores de opio” (Confessions of an Opium Eater, 1962), de Albert Zugsmith, toma su título original del libro de De Quincey, la primera de tres partes en que dividió su autobiografía; la película fue conocida, en su pase televisivo, como “Almas en venta” (Souls for Sale), por olvidar, casi por completo, la obra en la que se basaría (de la que sólo quedaría el opio, como recurso estupefaciente, y de tráfico, y muy a propósito de la época en que fue rodada, la plena psicodelia), en pos de un argumento todavía más tremendista, típico del pulp más barato. Película maldita, anómala en la filmografía de Vincent Price, casi invisible para sus seguidores, hasta que se la distribuyó en DVD, y causante de opiniones divididas, se caracteriza por una consciente estética sórdida.

No es de extrañar, siempre que estemos enterados que Zugsmith, el responsable de haberla puesto en pantalla para Allied Artists, se conoció como realizador y productor de películas “exploitation”, aun cuando se le recuerda especialmente por producir una de las obras maestras de Orson Welles, “Sombras del mal” (Touch of Evil, 1958). Zugsmith, en entrevista para el libro “Kings of the Bs: Working Within the Hollywood System: an Anthology of Film History and Criticism”, editado por Todd McCarthy y Charles Flynn asegura que, el período que pasó trabajando para Allied, fue depresivo y sólo deseaba dejar sus estudios, por lo que dicho estado de ánimo bien pudo impregnar las películas que rodó ahí. A esta época, entonces, pertenece “Fumadores de opio”, un verdadero sueño de opio en su filmografía, del que, se sabe, demandó más esfuerzos físicos a Price, en las escenas en que trepa balcones, desciende a las cloacas o lucha cuerpo a cuerpo, que cualquier otra película en la que actuara antes y después.

Como le pasara al actor Ricardo Montalbán, que llegó a indignarse de los papeles estereotipados que le ofrecían en Hollywood, de español “bailaor”, de indio americano, o bandido mexicano, James Hong, actor chino americano encasillado en pequeños papeles de lavandero o en persecuciones de bandidos asiáticos, ya cansado del “blanqueamiento” por el cual los personajes principales eran interpretados por actores caucásicos, con los ojos estirados y dientes falsos de conejo –según confesó en una entrevista para CNN-, recibió el guion de “Fumadores de opio” y se escandalizó de la forma en que se retrataba a los chinos, “todos los papeles eran de gente drogándose con opio y prostitutas”, por lo cual se acercó a Zugsmith con un grupo de actores, e intentó convencerlo de cambiar (reescribir) la desfavorable imagen que de los chinos hacía, pero el director no le hizo caso alguno. Hong es, actualmente, recordado por haber interpretado a Hannibal Chew, el genetista que diseña ojos para los replicantes en la “Blade Runner” (1982), de Ridley Scott.        

“Soy De Quincey. Yo sueño y creo sueños. Desde la pipa de opio, veo entrar en mi campo de visión un velero. Su carga: mujeres. Mujeres robadas de todos los puntos del misterioso Oriente. Su destino y el mío, la subasta de seres humanos en el barrio chino”.

Vincent Price interpreta a Gilbert de Quincey, es decir, no a nuestro querido Thomas, autor del libro citado y de esa Opus Maius de la ironía titulada “Del asesinato considerado como una de las Bellas Artes” (pub. 1827), sino a un homónimo que, como Thomas, llega a San Francisco –a principios del Siglo XX-, en busca de aquello que llevara al escritor, en su tiempo, a Londres, “en busca de lo que todo el mundo anhela, y a lo que damos distintos nombres, para unos, un castillo en España, o una montaña que conquistar. Para otros, una imagen en una nube de humo, o el sueño oculto en una botella”. De Quincey-Price, “juega a dos bandas”, el tatuaje en su antebrazo le identifica como parte de un grupo secreto, y se ve entrometido, de buena gana, en la guerra de los Tongs, el contrabando de opio y la subasta de esclavas chinas en San Francisco –en la secuencia de apertura hemos visto el intento de escapar de un grupo de esclavas, transportadas como pescado, en una red, a bordo de un barco-, en tiempos en que dicho negocio estaba siendo cuestionado. Por lo que su personaje, resulta ser todo lo contrario al verdadero De Quincey, de quien podemos leer en su libro:

“Lo cierto es que en ningún momento de mi vida he pensado que pudiera mancharme el roce o la proximidad de cualquier criatura que tuviese forma humana”.

La película, a pesar de ser un filme de explotación en toda regla, no es ajeno a la compasión, como cuando De Quincey acompaña a la prostituta enana (que se gana las simpatías del espectador), conforme –y hasta feliz-, con su condición, y la chica secuestrada desde hacía “cinco o seis años” (en realidad, vendida por su propio padre), que permanecían cautivas en jaulas de bambú porque, “cuando una esposa muere, el hombre puede volver a casarse”, de modo que “sólo les dan comida, y dejan que una se muera por sí sola”, pues si se las mata, su fantasma perseguirá por siempre al asesino. De Quincey, a pesar de ser un estudioso de la filosofía china (recita sentencias de Confucio cada dos por tres), se entera que muchos hombres viejos cambian de esposa, mediante este método, cada tres o cuatro años. Intenta llegar hasta “la “flor de las mil delicias”, una de las mujeres de la que se ha prendado, pero que le pertenece al esclavista Ling Tan, y corren por los laberintos subterráneos de China Town. La película muestra un temor occidental atávico, enmarcado en ese supuesto “misterioso oriente” conspirador, a ese “peligro amarillo” concretado a través de una de sus manías paranoicas más recurrentes, la de que los chinos construyen un mundo subterráneo, y clandestino, ya sea para ocultar contrabando, opio y fumadores de opio, esclavas sexuales o, de plano, para socavar la civilización occidental mediante una invasión armada, como sucede en “Batalla bajo la tierra” (Battle Beneath the Eart”, 1967), de Montgomery Tully, de la que ya me he ocupado en el ensayo “Hombres blancos en peligro II”, publicado en Correcamara.

De Quincey da con los fumadores de opio y, cuando no le queda otra cosa que disimular, pagando por fumar la pipa y experimenta imágenes de pesadilla, recita el diálogo “del sacerdote pagano”, que nos recuerda por qué, décadas después, sería requerido para narrar el legendario vídeo “Thriller”, de Michael Jackson. Escapa, y se despliegan ante el espectador las imágenes originales que John Carpenter desarrollará, mucho mejor, en “Masacre en el Barrio Chino” (Big Trouble in Little China, 1986), como son las de un De Quincey colgando de los tejados, encerrado en una jaula o enfrentándose, él solo, a numerosos atacantes.

Nuestro héroe, al final, cuando el anti esclavista George Wah (Richard Loo), que había permanecido oculto, reaparece, y la guapa villana Ruby Low (Linda Ho), se queda con un palmo de narices (no podrá comprar un ejército privado con el tesoro de joyas y opio que tiene, y regresar a China), y queman –con fuegos pirotécnicos, no podía ser de otra manera-, la guarida de los malhechores, se pierde en las corrientes turbias de las alcantarillas, con dirección –otra vez-, hacia el mar. Como buen blanco, por mucho que esté rodeado de heroicos chinos. ¿Acaso no tenía que ser un Daniel Day-Lewis, blanqueado, el protagonista en “El último de los mohicanos” (1992), de Michael Mann, o un Tom Sawyer (Shane West), metido con calzador en “La liga extraordinaria” (2003), de Stephen Norrington, porque el espectador estadounidense “necesitaba” verse identificado entre tanto personaje extranjero? Ha cumplido. Él es, después de todo, el auténtico héroe, como tenía que ser en una película de tal naturaleza.

Léase también:

“El mal viaje: Visiones mudas de drogas, adictos y narcotráfico” por Pedro Paunero: http://www.correcamara.com.mx/inicio/int.php?mod=noticias_detalle&id_noticia=2688