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2020-04-28 00:00:00

«La puerta»: Cuando el cine atraviesa la otra dimensión

Por Pedro Paunero

No, no se trata de las puertas de la percepción que abrieran Jim Morrison y el grupo de rock los “Doors”, sino de historias sobre puertas, o ventanas dimensionales, que llevan a quienes las atraviesan a otras realidades (o mundos, o universos o dimensiones paralelas). La literatura se ha ocupado del tema, así como el cine. Abriremos dos puertas y una ventana hacia lo extraño y la posibilidad oscura. Como es habitual en este tipo de narraciones, los personajes que pasan al otro lado se encontrarán no sólo con lo inesperado, e inimaginable, sino que, aquello que está ahí, pero no se ve, tendrá la cualidad de cambiarlos para siempre.



La puerta

(La puerta y la mujer del carnicero, Luis Alcoriza, Chano Urueta e Ismael Rodríguez, 1968)

El cortometraje “La puerta” corresponde al primer episodio de una cinta compuesta por este título y “La mujer del carnicero” (dirigida por Chano Urueta e Ismael Rodríguez), una producción de Rodríguez que formaría parte del proyecto “Antología del miedo”, del cual sería la primera de una serie de veintiséis películas, que no llegaron a rodarse.

Elenita (Ana Luisa Pelufo) y Jorge (Armando Silvestre), ofrecen una fiesta para celebrar su cambio de domicilio. En medio de la algarabía el Dr. Gracia (Luis Lomelí), descubre una puerta que abre. Al fondo de un pasillo, o túnel oscuro, se mueve la figura enigmática de un hombre desnudo (Manuel Leal, mejor conocido como el luchador “Tinieblas”, no acreditado). Al principio la aparición causa miedo en los invitados, que colocan un mueble a manera de obstáculo para impedir que el extraño abra de una buena vez la puerta pero, inexplicablemente, en un acto que tiene mucho de surrealismo (Alcoriza, su director y guionista junto a Pedro Miret, había sido colaborador del realizador español Luis Buñuel), los asistentes se entregan a un juego que consiste en abrir la puerta, mientras el hombre se acerca desde el final del pasillo, y cerrarla cuando este se halla a poca distancia de la salida. Cada vez que la puerta es cerrada, el hombre vuelve al fondo y, así, al abrirla, comienza, una vez más, a acercarse y el horror inicial cede al divertimento más extravagante, que no es sino un horror en sí mismo.

Película no convencional, cuyo argumento descansa en el comportamiento de los personajes bajo circunstancias anómalas, que la acercan al puro horror psicológico, inscribiéndola entre ese puñado de producciones atípicas en el cine de terror mexicano.        


La puerta

(Twilight Zone: The Wall; Atom Egoyan, 1985)

El Mayor Alexander McAndrews (John Beck), es comisionado por el ejército para indagar lo que hay del otro lado de un agujero, de forma más o menos cuadrada que, por accidente, han abierto en un muro (de ahí el título original en inglés), al investigar “hoyos espirales” y “corredores teóricos del sub espacio”, para ir “a cualquier parte de la galaxia, en un segundo”. Debido a sus cualidades como soldado, McAndrews es considerado el más idóneo para esta segunda misión, de la que varios compañeros, en una incursión anterior, jamás volvieron. Al aventurarse por una especie de luz blanquísima y cegadora descubre una sociedad idílica, pacífica y perfecta, conviviendo en armonía con la naturaleza y, en donde todas las estrellas ocupan posiciones distintas, lo que sugiere que se encuentran en otro planeta. Localiza a los aventureros de la primera misión quienes, en realidad, han elegido no regresar, para quedarse a vivir en la utopía, tratando de evitar que los humanos invadan ese mundo. Lo que, en efecto, McAndrews descubrirá y le obligará a tomar una decisión ética que lo confrontará con su propio deber como soldado. 

Esta historia corresponde al Episodio 23, de la Tercera temporada, del relanzamiento de la mítica serie “Dimensión desconocida” (Twilight Zone), en los años 80´s, escrita por J. Michael Straczynski y dirigida por el futuro director de “Exótica” (Exotica, 1994) y “Dulce porvenir” (The Sweet Hereafter, 1997), el realizador canadiense Atom Egoyan.


Una visión a través de la ventana

(Night Visions: A View Through the Window; Bill Pullman, 2001)

El cuento, escrito por Bob Leman, fue publicado en “Horror 5” (el quinto de una serie de siete volúmenes), la edición que Roca publicó en español (en 1989) de la antología, en inglés, "The Best horror stories from the Magazine of Fantasy and Science Fiction", de Edward L. Ferman y Anne Jordan que de alguna forma devino en clásico.

La historia trata de una “ventana”, abierta a una realidad que estaba ahí pero que no se veía, y que da un lugar perfecto, o que lo parece, y al que todos desean pasar. Es el reverso en clave de horror, ni más ni menos, de “La puerta” de la Dimensión desconocida reseñado anteriormente. Otro experimento secreto del ejército ha provocado la desaparición de un edificio gubernamental y, en su lugar, ha aparecido una mansión de estilo victoriano, ante la que juegan, de manera apacible, los miembros de una familia perfecta, los padres, los niños, y hasta un perrito, separada de este mundo tan sólo por un muro invisible, o ventana que, parece, funciona como los espejos de dos direcciones, ya que el personal del ejército puede ver a la familia, pero esta no al ejército. Cuando el protagonista, ávido de experimentar la dulce perfección de lo que ha atestiguado, pasa al otro lado, descubre en cuánto se había equivocado en su percepción de los hechos.

Esta historia corresponde al Capítulo 5 de la serie televisiva “Gritos en la noche” (aka. Noches de terror; Night Visions), en la cual Bill Pullman (también el director del episodio, recordado por interpretar al personaje principal de “Carretera perdida” de David Lynch), interpreta al Mayor y físico Ben Darnell, atormentado por la muerte accidental de su hijo pequeño (elemento que no está en el original literario), y encargado de investigar la aparición, en pleno desierto, de la casa victoriana (descubierta por unos aviones de reconocimiento), que se sitúa en un terreno verde en ese otro lado inquietante, del cual pueden ver a sus ocupantes jugando en el jardín, pero no escucharlos. Darnell se obsesiona por lo que ve, una familia perfecta de cinco miembros, con vestuario al estilo de los pioneros, lo que hace pensar que están viviendo en un tiempo pasado (la familia, en apariencia, no puede ver al ejército, convirtiendo la ventana en un objeto de una sola dirección), con los niños jugando con su perro, una hermosa y joven madre y el abuelo leyéndoles a los nietos de un libro rojo y, angustiado por su presente, tan doloroso, hará lo posible por atravesar la barrera que los separa, y que se abre por sólo quince segundos, cada día, como pueden comprobar al arrojar cubitos de hielo, a intervalos de tres segundos, hasta dar con un patrón temporal irregular.

El hielo se derrite, y por lo tanto, no alterará o contaminará lo que hay del otro lado. Darnell, que siempre había deseado una familia así, y que cree adivinar el dolor en el corazón de la joven madre, descubrirá en carne propia que no todo es lo que parece.