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2019-07-19 00:00:00

Los gorilas en el cine: Antropología, fantasía y explotación

Por Pedro Paunero

Gorilas y mujeres sexis en peligro es igual a grandes ganancias
Merian C. Cooper


El descubrimiento de las “mujeres peludas”

Todo comenzó cuando el cartaginés Hannón “el navegante”, un inasible personaje del que no sabemos a ciencia cierta quién fue, o si se debe identificar con algún otro personaje, recorriera, según un breve testimonio conocido por los griegos, la costa atlántica de África hacia el Siglo VI a. C. El relato, que fuera depositado como un tributo –tras ser grabado en una tablilla de bronce-, en el templo de Baal Hammón, relataba una aventura de descubrimientos asombrosos. Entre sus descripciones geográficas y naturales destaca la de una tribu de “mujeres peludas” o velludas, que los traductores griegos denominaron “Gorillai”. Pero el nombre es equívoco, o bien Hannón capturó tres hembras (que “mordían y arañaban”) del primate que desde entonces denominamos así, las desolló y llevó las pieles a Cartago, o se trataba de orangutanes y no de gorilas, o encontró, en realidad, a mujeres pigmeas, o también hacía referencia a una tribu de verdaderos hombres salvajes, que huyeron al verlos y no permitieron ser capturados, a diferencia de esas tres mujeres. De cualquier forma, a través del elusivo Hannón, el término pasó, con el tiempo, al imaginario popular, a través de la literatura primero y el cine después, en una de las corrientes más extrañas y, la mayoría de las veces, ridículas, del Cine de clase B.

El Conde de Buffon, naturalista del Siglo XVIII, cita la existencia de chimpancés y orangutanes, y supone a este último una especie intermedia entre los seres humanos y los monos, mientras James Burnett discrepa sobre lo dicho por el Conde y los identifica como a un tipo verdadero de humano, muy velludo. Será el naturalista Thomas Staughton Savage, en 1847, a quien un reverendo de apellido Wilson le mostrará el cráneo de una especie de primate gigante, muy temido por los nativos de Liberia, al cual el naturalista, una vez descrito, designará como “Troglodytes gorilla”, recuperando el antiquísimo término de Hannón y suponiendo que se trataba de una especie nueva de orangután.

Savage se encontraba ante el descubrimiento del gorila que habita la parte occidental de África, mientras que el célebre gorila de montaña, de cuya precaria existencia daría cuenta la extraordinaria película “Gorillas in the Mist” (Michael Apted, 1988), adaptación del libro publicado por la primatóloga y conservacionista Dian Fossey en 1983, asesinada por cazadores furtivos, quien basara su investigación en el trabajo pionero de George Schaller, papel que interpretara, en una subestimada pero poderosa actuación Sigourney Weaver, no sería descubierto sino hasta 1902, por el capitán Robert von Beringe y descrito por el zoólogo Paul Matschie. Así es cómo aquellas resonancias del descubrimiento griego de los simios (y en las que aparece un simiesco hombre prehistórico), están retratadas en las escenas que se desarrollan en la India, en la película de Oliver Stone “Alexander” (2004), en la versión para cines, y que fueron editadas en el “Cut” del director posteriormente.

El Conde de Buffon.

Noah Brooks.


El gorila en la literatura

El genio de Edgar Allan Poe funda la literatura policíaca y el “misterio del cuarto cerrado”, al mismo tiempo, con su "The Murders in the Rue Morgue" (“Crímenes en la calle Morgue”; publicado en 1841), con un orangután, propiedad de un marinero, que blande diestramente una navaja de barbero para asesinar a dos mujeres en una habitación cerrada por dentro. La historia fue adaptada para la pantalla por Robert Florey en 1932, con Bela Lugosi en el papel post Drácula de un “Mad Doctor”, en el que se le encasillaría de por vida. Fue una película asignada como consolación, tanto al actor como al director, cuando a ambos se les retiró del proyecto de “Frankenstein” que recayó en James Whale. Lugosi interpreta al Dr. Mirakle, que secuestra muchachas para experimentar en ellas con la sangre de su simio. Como se ve, el cine se había encargado de desarticular el cuento de Poe en una película de trama barata con una hechura expresionista tal que, hoy en día, le ha valido ser rescatada del olvido.

Al parecer el periodista Noah Brooks, muy amigo de Abraham Lincoln, de quien fuera biógrafo, fue el primero (y el pionero en retratar el juego de béisbol en una novela) en escribir la historia de un personaje disfrazado de gorila, en el cuento “Mr. Columbus Coriander's Gorilla”, publicado en 1869 en una revista editada por Bret Harte, uno de los padres del Western literario.

Julio Verne no podía dejar fuera de su obra a los primates, en relación con las teorías científicas en boga, de los que se ocupa en la novela “Le Village aérien” (“El pueblo aéreo”; publicado por partes el año 1901), en la que, sus típicos exploradores y aventureros, descubren un pueblo de hombres mono que habita en una aldea erigida entre los árboles. Verne cuestiona la idea, originada en el imaginario popular a partir de una lectura parcial de Darwin, del eslabón perdido. Será este libro de Verne, una de sus obras menores, la fuente primordial de la que partirá la saga de “Tarzan of the Apes” (“Tarzán de los monos”, 1912), de Edgar Rice Burroughs, la novela “The Lost World” (“El mundo perdido”, 1912), de Arthur Conan Doyle que, a la vez, designará todas aquellas ficciones que se engloban bajo el nombre genérico de “Mundos perdidos”, entre estas, “The Land that Time Forgot” (“La tierra olvidada por el tiempo”) de Burroughs (publicada en 1918) y “La planète des singes” (“El planeta de los simios”), la inteligente novela de Pierre Boulle (1963). A partir de Verne, la fantástica imagen de una aldea encaramada entre las copas de los árboles pasará al cine, en las escenas que se desarrollan en el reino de Árborea, dominio del príncipe Barin, en “Flash Gordon” (Mike Hodges, 1980), en “Star Wars: Episode VI - Return of the Jedi” (la aldea de los Ewoks, en la cinta de Richard Marquand del año 1983) y el reino élfico de Lothlórien en “The Lord of the Rings: The Fellowship of the Ring” (2001) de Peter Jackson.

Un año después de la publicación de la novela de Doyle, en Italia, los directores Marcel Perez (sic.; un español bajo el nombre de Marcel Fabre) y Luigi Maggi, adaptan para el cine, de una forma por demás primitiva, y divertida, la novela de influencia verniana y de título kilométrico, “Voyages très extraordinaries de Saturnin Farandoul dans les 5 ou 6 parties du monde et dans tous les pays connus et même inconnus de M. Jules Verne” (1879), de Albert Robida, escritor e ilustrador, a quien se ha denominado el “Julio Verne del crayón”, en una cinta que aunaba el más puro estilo de George Méliès con un romanticismo trasnochado e ingenuo que desarrollaría después, en una forma de arte único, el checo Karel Zeman. Sería el mismo Perez quien interpretara al protagonista en “Le avventure straordinarissime di Saturnino Farandola” (“Las extraordinarias aventuras de Saturnino Farandola”), bebé náufrago, puesto en una caja de madera que arriba a una isla, en la que será criado por monos que lo discriminarán por no desarrollar una cola conforme crece. Huelga decir que los trajes de los actores que los interpretan dejan mucho que desear, pero el elemento más importante para el progreso de dos personajes, que devendrían en arquetípicos, ya está presente, el citado Tarzán y su inmediato predecesor Mowgli, protagonista de la novela “The Jungle Book” (“El libro de las tierras vírgenes”, publicado en 1893, y mejor conocido como “El libro de la selva”), del Premio Nobel británico Rudyard Kipling, niño selvático que será conducido a una ciudad en ruinas, habitada por el Bandar-log, una panda de orangutanes que juegan a ser hombres.

Saturnino viviría otras muchas aventuras. Sería rescatado por un barco. Se convertiría en capitán. Bajaría a las profundidades marinas. Visitaría el espacio exterior. El señor Farandola puede ser un “Niño feraz” inocente, pero mantiene la impronta de varios casos científicamente documentados, como el que llevara François Truffaut al cine en “L'Enfant sauvage” (1970), según recogiera el Dr. Jean Itard (interpretado por el mismo François Truffaut) en un libro, y que cuenta sus experiencias con Víctor de Aveyron, un niño de aproximadamente doce años, que había vivido en el bosque como un animal y se sumaba a algunos más antiguos, como el del “Niño lobo de Hesse” (año 1344) o la “Niña esquimal” de Châlons-sur-Marne (1731), que Linné, padre de la nomenclatura binominal en biología, incluye en el género de “Homo sapiens ferus”, como una subespecie. Casos reales que demuestran que, un niño que pudiera sobrevivir en condiciones salvajes y en solitario, no podría adaptarse a la sociedad, pues el cerebro humano precisa de un desarrollo condicionado por un proceso de socialización dado desde la primera infancia. La ciencia se ha encargado de mostrar que, los niños salvajes de la ficción, no pasan de ser fantasías atractivas para el público y nada más.        

Como Farandola, serán otros viajeros del espacio quienes, al poco de descender en un planeta extraño, sufrirán en carne propia las consecuencias de las grandes semejanzas –el fanatismo religioso, el control social, el temor al cambio y a la “verdad”-, de comportamiento entre simios y hombres. El gran impacto, en el público, del final de la película “Planet of the Apes” original (Charlton Heston en una playa del futuro, maldiciendo ante la Estatua de la libertad semi enterrada en la arena), dirigida por Franklin Schaffner en 1968, se debe al ingenioso guion de Rod Serling, el célebre creador de “The Twilight Zone”, que mejora el presentado por Pierre Boulle en su novela, en la que se dejan traslucir los ecos de un Jonathan Swift y sus “Travels into Several Remote Nations of the World, in Four Parts. By Lemuel Gulliver” (publicada en 1726), específicamente del capítulo dedicado a los Yahoos y los Houyhnhnm. En ambas ficciones la realidad está cambiada, los simios (en la novela y la película) han tomado y rigen el planeta; en la obra de Swift, con esa ácida ironía de que hacía gala, son los caballos parlantes, los Houyhnhnm, los que utilizan a los degradados humanos como sirvientes. Un término que Jerry Yang y David Filo, creadores del portal de internet “Yahoo!”, tomarían “prestado” de la novela equívocamente. La adaptación más fiel de la obra de Swift sigue siendo la de Charles Sturridge, en una coproducción televisiva entre Hallmark Entertainment, Channel 4 Television Corporation y Jim Henson Productions, en el año 1996, que incluye el episodio de los Yahoos y los Houyhnhnms y el de la Isla volante de Laputa, origen primordial de la “Ciudad de las nubes” de Star Wars y la “Ciudad flotante” de Vultan, Señor de los Hombres halcón de “Flash Gordon”.


Incursiones en mundos perdidos

El sub género de los “Mundos perdidos” trasladaría al cine un título extraordinario, la primera adaptación de “The Lost World” (Harry Hoyt, 1925) de la obra de Doyle, de gran relevancia para el desarrollo de la técnica del Stop-Motion por parte de Willis O´Brien, posteriormente desarrollados, de manera espectacular, en el “King Kong” (1932) de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack. “The Lost World” contenía todos esos elementos del imaginario simiesco: exploradores un tanto extraviados y perplejos, dinosaurios, hombres mono y chimpancés, en una mezcla que no correspondería con el registro fósil (jamás hubo “Homos” al mismo tiempo que dinosaurios), dato que al cine le valdría de muy poco conocer, en aras de esa espectacularidad descubierta en Kong y su reino de “Skull Island”.

En justicia, debemos recordar que el único premio Oscar que Willis O´Brien recibiera, fue por su extraordinario trabajo con el gorila empático de “Mighty Joe Young” (Ernest B. Schoedsack, 1949), que retomaba el argumento de “King Kong”, para llevar muchos pasos por delante los gestos y poses del gran gorila.

Ben Burbridge dirige, en 1926, “The Gorilla Hunt”, que puede ser la primera cinta en la que se documentan gorilas en su medio natural, con un protagonista, él mismo, que se encargaba de dar caza a seis ejemplares del “Hombre mono de África” (seis crías a las que arrebata de sus madres), para exhibirlos en zoológicos. Se trata de uno de varios documentales que llevarían las emociones, sucedidas en la selva, hasta la butaca del espectador, y que sería producida por Joseph P. Kennedy, el padre del futuro y malogrado presidente J. F. K. Burbridge había capturado a “Miss Congo”, una hembra de gorila de montaña, a la que mantenía en su departamento de Jacksonville, Florida, y que ofrecería la primera oportunidad de estudiar la especie en cautiverio al primatólogo Robert M. Yerkes. Pero la publicidad de la película era engañosa. El póster mostraba un gorila destrozando los edificios de Nueva York con sus manos (una de las transparentes y primeras inspiraciones para Kong), y el destino de “Miss Congo” se oscurecería cuando terminara sus días en el Ringling, Barnum y Bailey Circus, “sufriendo una depresión profunda por soledad”, según informes de la época. El documental incluía una escena en la que aparecía el hijo de Burbridge en traje de gorila quien, aparentemente, había sido el único hombre que había luchado mano a mano con un gorila y que sobreviviera para contarlo. Una idea que se le había ocurrido incluir al Sr. Kennedy. Burbridge contaría su experiencia en un libro “Gorilla, Tracking and Capturing the Ape Man of Africa”, publicado dos años después, y repetiría la hoy cuestionable hazaña en otro documental, “Kidnapping Gorillas” en 1934.

Raoul Walsh, uno de los padres de Hollywood y, más tarde, gran director del más salvaje género negro, que tenía en su carrera la curiosidad de haber interpretado –y haber dirigido, a la vez- a Pancho Villa en plena Revolución Mexicana, por los mismos años que Tod Browning rodaba sus horrores iniciales con trasfondo circense, dirige “The Monkey Talks!” (1927), un delirio bastante cercano al cine del citado Browning, adaptación de una comedia escrita por René Fauchois, el autor de “Boudu sauvé des eaux”, que fuera llevada al cine por Jean Renoir en una inolvidable cinta, protagonizada por el dionisíaco Michel Simon en 1931. En “The Monkey Talks!” Jacques Lerner, que había interpretado en el escenario el doble papel de actor disfrazado de mono que hablaba (y del supuesto entrenador que le había enseñado tal truco), fue descubierto por William Fox (sí, el productor de la “Fox”) y el mismo Raoul Walsh, invitándolo a aparecer en la adaptación para la pantalla. Lerner interpreta a Jocko, el actor que entrará en el traje de chimpancé (creación de Jack Pierce, el futuro maquillista de Boris Karloff en el “Frankenstein” de Whale) y será vendido a la bella Olivette (Olive Borden) de quien se enamorará, después de ser exhibido como atracción de circo. Un pretendiente celoso de Olivette secuestra a Jocko y lo sustituye por un chimpancé de verdad. La zoofilia original de Kong está ya reflejada en esta comedia, aun cuando se revista de farsa. No podemos dejar de mencionar, una vez más, a Tod Browning, que había presentado en su “Unholy Three” (1925) a Lon Chaney caracterizado como el profesor Echo y a la dulce abuelita Mrs. O´Grady. Es la película en la que Henry Earles, el futuro enano protagonista de “Freaks” (1932), la justamente afamada cinta dramática de los fenómenos de circo de Browning, interpreta a un “bebé” falso. En este filme alucinante no faltó el chimpancé “gigante”, propiedad del profesor Echo, con el que se encargaba de aterrorizar a sus víctimas. En este caso el mono se trataba de un chimpancé real, aumentado con trucos de cámara, para cuyas escenas el gran Earles sustituía a Chaney. En el remake sonoro de 1930 el chimpancé fue sustituido por Charles Gemora (actor del que hablaremos más adelante), disfrazado de mono.

"The Lost Word" “The Gorilla Hunt” "The Monkey Talks!"


Allanando el camino a King Kong

Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack también habían ya explorado la selva (en Siam), y presentado un protagonista simiesco, Bimbo el gibón, la simpática mascota de Nah, un niño nativo, hijo de la “Casa de Kru de la tribu de Lao”, en “Chang a Drama of the Wilderness” (1927), película perdida hasta 1998, si bien bastante influenciada por el estilo del documental “Nanook of the North” (1922) del padre del género, Robert J. Flaherty, en el cual Kru y su familia (que estaban actuando, a veces, o siguiendo el guion o improvisando otras veces) se las ingenian para repeler el ataque de los leopardos a su ganado y encuentran la cría de un elefante (un “chang” en el lenguaje del país), y se hacen cargo de esta, sufren luego el ataque de “Mamá chang”, y la tribu entera contribuye a atrapar y domar una manada de elefantes, en realidad iba más en la línea, por aquello de aderezar con falsedades la trama, de la cinta de Burbridge.

En el taquillazo de 1930, “Ingagi” (que supuestamente significa “gorila” en alguna lengua africana), el director William Campbell fue más allá, entrando decididamente en el cine de explotación (en el Blaxploitation, en este caso), con uno de sus primeros ejemplos, y otra de las películas que servirían de inspiración para Kong. La clave está en la pregunta que le hicieran a Merian C. Cooper si este bodrio había tenido influencia en su filme: “Si ese fuera el caso, no hay duda que King Kong es, de lejos, lo mejor que pudo haber originado Ingagi”. La película tenía un cartel típico del cine Clase B, que mostraba un gorila arrastrando por el suelo a una mujer negra, semidesnuda y con el cráneo rapado. La productora “Congo Pictures” anunciaba que se trataba de un documento auténtico, que mostraba el sacrificio de una mujer viva a gorilas gigantescos. Más lo gigantesco, aparte de las indudables ganancias en taquilla (con entradas de 30 a 65 centavos de dólar, la cinta recaudó alrededor de cuatro mil dólares el primer día de exhibición y, se calcula, unos 4 millones al final de su pase por cines, lo que la haría el título más rentable de la Gran Depresión), era la película misma como fraude, con sus actores en trajes de gorilas (Charles Gemora, que se volvería habitual en toda producción con actores disfrazados de gorilas, estaba debajo del mismo) y actrices blancas con la cara maquillada en la técnica del “Blackface”, denostada hoy en día por propagar estereotipos raciales, y niños negros, de las calles más pobres de Los Ángeles, contratados para hacer el papel de pigmeos. Un falso –falsísimo- documental sobre la expedición Winstead-Swayne al Congo Belga, que incluía material remontado de otras cintas, como el documental “Heart of Africa” (1915) de la pionera Lady Grace Mackenzie. La película mostraba toda clase de escenas escabrosas, incluyendo los hijos, “más simios que humanos”, de las esclavas sexuales de los gorilas y el descubrimiento de una “nueva especie” biológica, el “tortadillo”, que no era otra cosa que una humilde tortuga, con alas y cola pegadas a su anatomía. Incluso Jackie (uno de los leones utilizados por la Metro Goldwyn Mayer como mascota y emblema), junto a su entrenador, participó en la enorme estafa, en la escena en la que el león atacaba y mataba al camarógrafo.

Durante años hicieron perdidiza la película, pero algunos registros, en internet, apuntan a que se conservan de una y media a tres copias de nitrato depositadas en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Fue el azar lo que jugó a favor de material tan controvertido, convirtiendo esta película acaso en el primer “Found Footage” (metraje encontrado) de la historia del cine. Y como nada surge de la nada, “Ingagi” tenía, a la vez, un origen, o varios. “Stark Mad” (1929), era una de esas inspiraciones. Dirigida por Lloyd Bacon, el célebre realizador de “42nd Street” (1933), el más grande de los musicales coreografiados por Busby Berkeley, narra la búsqueda, por parte de James Rutherford (Claude Gillingwater) de su hijo desaparecido en las selvas centroamericanas. La trama mezcla templos mayas en ruinas, gorilas encadenados, tipos locos y la sal y pimienta que sólo otorga el cine más ligero de aventuras, en un cóctel exótico y llamativo.

Pero no será sino a partir de “King Kong” que los gorilas entren en esta corriente visible del cine fantástico, ignorada y parodiada hasta el agotamiento, la de las películas que incluyen gorilas, a veces gratuitamente, en sus tramas. Carl Denham, el director de cine que descubre a Kong, interpretado primero por Robert Armstrong, eliminado en la malhadada producción de Dino de Laurenttis, dirigida por John Guillermin en el año de 1976, y finalmente por Jack Black en 2005, explora la selva en una búsqueda romántica, tardía, escapista, de las maravillas que exploradores como Stanley y Livingstone ya habían descubierto en África en el Siglo XIX, y de las que se encargaría de escribir y reelaborar Verne, a la vez que servía la receta básica de este subgénero anómalo: mujeres hermosas, blancas, en estado de indefensión, raptadas por gorilas en una trama morbosa con apenas ribetes antropológicos. Una fantasía sexual (interracial), para hombres blancos, que no ocultaba la metáfora racista. Todos los elementos del más puro cine de explotación se encuentran en estas tramas y, aunque a veces Tarzán, o algún otro “héroe” (de raza blanca, por supuesto), se las tenga que ver con codiciosos exploradores (que buscan, afanosamente, algún tesoro perdido, en alguna ciudad igualmente ignorada por la civilización) no dejarán, por esto, de aparecer las bellas actrices dispuestas a ser raptadas por sus amantes salvajes. Y es en este punto en el cual Kong las supera a –casi- todas. El rey Kong está enamorado, de verdad, de la señorita Ann Darrow (con la inolvidable Fay Wray, ama y señora del grito original), mal que le pese a su rival humano, John Driscoll (Bruce Cabot en la primera versión).

Kong lograba trascender su naturaleza de muñeco Stop-Motion y adquiría un rango gestual dinámico y variado, provocando la “Suspensión de la incredulidad” (Suspension of disbelief) de la que escribiera Samuel Taylor Coleridge ya en 1817. Esa entrega total del público a las emociones, ese sometimiento al espectáculo en la pantalla, emanado de un personaje no humano, alcanzaba cotas nunca antes vistas para un protagonista inexistente. 

Por cierto, el personaje de Carl Denham, está inspirado realmente en el mismo Merian C. Cooper, como el lector de libros de exploradores, director de cine y aventurero selvático que era, y que había enarbolado el lema de las “Tres Des” a la hora de filmar en la selva: “Distance, difficulty and danger” (distancia, dificultad y peligro). La Serie B hacía su entrada triunfal, allanando el camino para directores que, como Steven Spielberg, llevarían al terreno del alto presupuesto historias hoy enmarcadas en el subgénero del Ecoterror, con su tiburón o, en la década de los sesenta, Hitchcock y sus inasibles pájaros. La zoofilia pasó, de esta manera, al imaginario popular, tan necesitado de escapismo en los tiempos de la Gran Depresión (1929-1939), un año antes que el Código Hays, y la tijera del censor, hicieran su aparición. CONTINUARÁ...