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2019-03-13 00:00:00

De cine, Niños héroes y el Batallón de San Patricio

Por Pedro Paunero

Si bien la visión de John Wayne, en el papel de Davy Crockett, en “El Álamo” (The Alamo, 1960), aunque parezca lo contrario, era condescendiente con México por motivos de conciliadora conveniencia política (“México es maravilloso, con grandes valles entre altas montañas, lo que más querría un hombre. La gente es valerosa y digna, sin miedo a la muerte y, lo que es más importante, sin miedo a la vida”), la historia del Batallón de San Patricio había sido tabú para los historiadores americanos hasta que el productor, director y guionista Lance Hool (nacido en México en 1948), se ocupara de producir y dirigir “Héroes o traidores: el batallón de San Patricio” (aka. Héroes sin patria/El batallón de San Patricio; One Man's Hero; Lance Hool, 1999). Papistas para los estadounidenses, odiados por ser inmigrantes pobres, cuya lengua gaélica estaba prohibida (so pena de ser azotados por látigo), que huían de la hambruna de la papa (en parte provocada por Inglaterra y, en parte, por fenómenos naturales), los irlandeses se vieron en la necesidad de migrar a América y enrolarse en el ejército estadounidense para acceder a la ciudadanía.

En 1847, no bien invadido México por su vecino del norte por razones expansionistas, el ejército norteamericano cometió una serie de atrocidades, como la violación masiva de mujeres y niñas, degolladas después, ante la mirada aterrorizada de los irlandeses. Los integrantes de aquel ejército, en su mayoría, eran mercenarios de los estados esclavistas del Sur, condición esta –la esclavitud-, que estaba prohibida en México desde tiempos novohispanos. Los irlandeses advertirían estas anomalías y se opondrían a ellas, removiendo en estos una afinidad más profunda hacia el pueblo invadido. Dos serían las razones que sustentarían este masivo acto de rebelión: el catolicismo, que los haría emparejar empática y espiritualmente con los mexicanos y la vecindad con un país poderoso, y protestante, en el caso de México los nacientes y expansionistas Estados Unidos y, en el caso de Irlanda, la Inglaterra imperialista. Aquel batallón, una vez desertara de las filas americanas y fuera aceptado entre las tropas mexicanas, bordó su propia bandera (de color verde, con un arpa, tréboles y la frase, proveniente del gaélico, “Erin Go Bragh” –Irlanda por siempre-, debajo y en hilo dorado), y estuvo conformado, dependiendo de las fuentes, en su gran mayoría por irlandeses, dos o tres italianos, alemanes, polacos, escoceses, españoles y soldados africanos escapados, en condición, todavía, de esclavos de los oficiales americanos, hasta constituir un número aproximado de 300 hombres. Como bien cita el escritor italiano Pino Cacucci, esta fue la primera brigada internacional de la historia y se la ha comparado, no sin cierto resabio romántico, con los 300 espartanos de Termópilas. Los mexicanos los llamaron “los colorados”, por aquella característica más típicamente irlandesa, el ser pelirrojos.

El cine mexicano no se ha ocupado jamás de contar la historia del Batallón de San Patricio y, apenas, del marco de guerra en el cual hizo su aparición. Recordemos “El cementerio de las águilas, Niños héroes de Chapultepec” (1939), un melodrama sin muchas intenciones de verosimilitud histórica, dirigido por Luis Lezama, responsable de haber llevado a la pantalla “Tabaré” (1917), poema considerado como la epopeya nacional del Uruguay y escrito por Juan Zorrilla de San Martín y del documental “Alas abiertas” (1921), que contaba el triunfo de los constitucionalistas durante la Revolución mexicana. “El cementerio de las águilas” fue escrita por el prolífico Íñigo de Martino (fallecido en 2006 a los ciento un años de edad) quien, al lado de Emilio “Indio” Fernández, escribiría posteriormente el remake internacional de “Enamorada” (1946), que llevaría el título de “Del odio nace el amor” (The Torch, 1950), con Paulette Godard en el papel que hiciera María Félix. La producción contó con el visto bueno del Gral. Lázaro Cárdenas, presidente de la república en aquél entonces y con el apoyo del Heroico Colegio Militar que prestó asesoría histórica, hombres (extras) y elementos de artillería. Se trató, pues, de una película oficialista y con todas las intenciones de animar el patriotismo mexicano. La cinta, rodada en el ex Convento de Churubusco y en las inmediaciones del Castillo de Chapultepec, se exhibió con éxito de taquilla pero, a la distancia, adolece de los defectos de la época, sobre actuaciones, diálogos melosos, cursis y aprendidos de memoria y varias deficiencias en la dirección de las batallas reconstruidas. 

La historia se centra en los amoríos que se dan entre Miguel de la Peña (Jorge Negrete) y la adolescente, perteneciente a una familia de clase alta, de los tiempos emblasonados de Iturbide, Ana María de Zúñiga y Miranda (Silvia Cardell) y su hermana Mercedes (Margarita Mora) con el cadete Agustín Melgar (José Macip), futuro “Niño héroe de Chapultepec”, que se convierte en rival del aristócrata Rafael Alfaro (Alfonso Ruíz Gómez). Curiosamente en la cinta se dan débiles ecos de los bailes sudistas de “Lo que el viento se llevó” (Gone with the Wind, Victor Fleming, 1939), cinta que se estrenaría en México dos años después, con esa disipación pronta a desaparecer por el golpe nefasto de la guerra y cortesía del escenógrafo José Rodríguez Granada. Miguel de la Peña, es decir, Jorge Negrete, no pierde la oportunidad de lucir su voz a través de la canción “Una palabra, una oración” (original del villista Alfonso Esparza Oteo y fundador del Sindicato Mexicano de Autores, Compositores y Editores de Música), mientras Ana maría toca el piano, costumbre que el actor desarrollará a lo largo de filmografía posterior; Miguel tampoco será ajeno a mostrar una doble moral cuando, tras la fiesta interrumpida, corra a los brazos de Elvira (Adela Jaloma), su ingenua y fiel amante. Mientras tanto, un enviado militar llega a la fiesta y entrega una carta al General Nicolás Bravo (Miguel Wimer), invitado también al jolgorio, que lee la misiva con aprensión. La fiesta se suspende. Tropas estadounidenses han desembarcado en Veracruz. Había dado comienzo la “Intervención estadounidense” en México, por la cual el país perdería más de la mitad de su territorio y el general Santa Anna se ganaría su fama de “Vende patrias”. 

La nota cómica la pone el enjuto Luis Manuel Martínez de Castro (Pepe Martínez), el poeta y escritor de existencia real, pero cuya biografía nos es desconocida, y que en la película escribe un poema al que alude el título de la misma, en el que se compara al águila mexicana con el ave Fénix. Con el marco de la guerra (de la cual aún no hemos escuchado sino rumores), Agustín pide su baja del Colegio para atender a Mercedes, su novia. Se le concede de inmediato, y se le reconocen ciertos servicios prestados a las causas militares, ofreciéndosele el mismo puesto si regresa. Pero Don Pedro de Zúñiga y Miranda (José Ortiz de Zárate), padre de Mercedes, no comprenderá las razones de la salida de Agustín del Colegio Militar, es más, no le permitirá hablar siquiera, por lo que no podrá explicar el amor que le profesa a su hija, inclinándose por un yerno más de alcurnia, el inútil Rafael. En cambio, Doña Nieves de Zúñiga y Miranda (Lolo Trillo), más comprensiva y menos prejuiciosa en aquello de decantarse por alguna u otra clase social, apoyará su romance. Al mismo tiempo Luis Martínez de Castro y Miguel, adelantándose a aquel acto propagandístico de Elvis Presley, se enrolarán en el ejército, sirviendo al llamado de la Patria, siendo destinados al “Batallón de Bravos”, con el grado de soldados rasos, llevándose la sorpresa que al Conde Rafael se le ha ascendido a Oficial en Jefe del Estado Mayor del Gral. Santa Anna (Carlos López Aldama).

Cuando las batallas comienzan, vemos al Gral. Pedro Ma. Anaya perder la vista tras la explosión de un polvorín, (y en cuyo honor una estación del Metro lleva su nombre, situada cerca del lugar real de la batalla), interpretado por Rafael Inclán (de fuerte presencia en pantalla, poderosa actuación y fuera del encasillado papel, como eterno villano, que le deparó el cine mexicano), en la sangrienta y desesperada Batalla del ex Convento de Churubusco, a la cual Santa Anna ha enviado municiones de calibre equivocado, y expresar su legendaria frase: “¡Si hubiera parque, no estaría usted aquí!", al deponer su espada ante el general Twiggs. Será en esa batalla en la que seremos testigos de cómo el gracioso Martínez de Castro probará ser un héroe, muriendo tras quemar (disparar) “un último cartucho” y gritar “¡Viva México!”, cómo Agustín se reintegrará al Colegio Militar y su futuro suegro le reconoce el gesto, de cómo el Batallón de San Blas hará retroceder al ejército invasor, momentáneamente, antes de la retirada y, en una escena torpemente dirigida, a Juan Escutia (Ricardo Adalid) envolverse en la bandera y arrojarse al vacío, antes que permitir que esta cayera en manos enemigas y a los “caballerosos” americanos, incluyendo al Gral. Scott, conmoviéndose y brindándole honores al héroe caído. Esta secuencia es parte de la leyenda que ha sido desmentida por los revisionistas de la historia, que señalan que Escutia habría muerto, a balazos, mientras pretendía escapar por las laderas del cerro, siendo, en realidad, el desconocido e ignorado Margarito Zuazo quien se envolvería en la bandera y durante otra batalla, la de Molino del Rey.

Agustín también encontrará su destino, tras defenderse a balazos y a quemarropa, dispuesto a usar la bayoneta, parapetándose primero tras unos colchones del dormitorio y, poco después, tras una puerta, arrancada a filo de bayoneta enemiga, tras la cual caerá herido, atravesado por los tajos del invasor pero que, antes de ser rematado por los soldados a quienes detendrá un oficial, podrá escuchar “Brave boy”, de labios del americano. Al hospital de sangre llegará Miguel, que dará con su amigo, quien nos entregará un diálogo tan falso como la medalla de utilería de la Primera Comunión que le entregara su novia Mercedes, antes de morir. Miguel buscará a la familia de Zúñiga para regresarle la medalla a la muchacha, anunciar que Agustín ha muerto como un héroe –también está ahí Rafael, herido y resignado- y, ante la pregunta de ella de dónde ha quedado su cuerpo, escuchar la última frase patriotera de Miguel: “En el cementerio de las águilas, cualquier pedazo de tierra mexicana que cubre a los que mueren por ella”.

Al final de esta película, único título del cine mexicano (si hacemos a un lado a los documentales) dedicado a la Guerra México-americana, uno se pregunta qué ha sido de la suerte del personaje efímero de Elvira, o si era necesario dentro de la trama, y el porqué de la apresurada escena de la muerte de Juan Escutia o el destino de los demás cadetes, cuyos nombres hemos escuchado en la revista de tropa, y han caído caóticamente en el asalto al Castillo y a quienes apenas podemos identificar. El guion no se ha preocupado por caracterizarlos más allá del nombre. Pero sobre todo, nos preguntamos por qué los guionistas ignoraron por completo los actos heroicos del Batallón de San Patricio, que ha sido absolutamente ignorado en la trama. Vista a la distancia la película cobra cierta dignidad si se la compara con despropósitos más actuales como “El 5 de mayo: la batalla” (Rafa Lara, 2013), fallido intento patriotero de contar la historia de la otra intervención en México, la francesa.

Sobre “Héroes o traidores”, que en octubre cumplirá 20 años de haber sido estrenada, Lance Hool expresó, en su momento, que le llevó quince años de investigación y cuarenta de inquietud histórica. Fue la última producción de la casa Orion que fue comprada, durante la post producción de la cinta, por la MGM, que en un principio no se interesó en la película.

El origen del tema se remonta a los años en que Hool vivió cerca de Barranca del Muerto, en la Ciudad de México, donde se enteró de una de las versiones por las cuales dicha avenida fue denominada de esa manera y por qué: habrían sepultado, a orillas del río Mixcoac, los cuerpos de los irlandeses ejecutados, cara al Castillo de Chapultepec, del Batallón de San Patricio. La otra versión –más aceptada-, cuenta que, bajo las actuales capas de concreto, se encuentran los restos de soldados muertos durante la Revolución mexicana. De cualquier forma, el emblema de la estación del Metro es, lógicamente, un par de zopilotes (o alguna otra ave de rapiña) en pleno descenso aéreo sobre la carroña de los cadáveres.  

La película se abre con grabados de la época, que muestran la hambruna de la papa, poco después las escenas cambian al reclutamiento de irlandeses para el ejército americano. Un hombre lee un periódico, cuyo titular advierte: “Demasiados irlandeses; ¿nos están quitando nuestros empleos?”. Después cuenta la historia del sargento John Riley (Tom Berenger en el papel que pudieron haber interpretado Paul Newman, Charlton Heston o Peter O´Toole en la larga y problemática andadura de rodaje de la película) y sus hombres, católicos, que cruzan la frontera con México para asistir a misa (“el problema con esos idiotas de la hambruna de la papa que están en el calabozo, es que su lealtad es para Roma”) y que son sentenciados a azotes con látigo por “deserción”. Riley expresa el dicho que le da el título original a la película: “Supongo que el héroe de un hombre, es el traidor de otro”.

Riley escapa hacia México, con el resto de los irlandeses, tras liberarlos del castigo a punta de pistola, con pretensiones de embarcar en Veracruz con destino a su país, pero en el camino se toparán con el rebelde Juan Cortina (Joaquim de Almeida), que los detiene y toma prisioneros como enemigos. Estas escenas recuerdan varias situaciones que se dan en algunos títulos del Spaghetti Western, en películas que situaban la acción en los campos de la Revolución mexicana, que incluían bandidos, que podían ser tanto héroes como anti héroes, en una trama con marcada crítica social. Pero que, en “Héroes o traidores”, denotan un pretexto insertado como con cuña, para ocultar la falta de pericia del guion, a la hora de narrar la historia que verdaderamente importa, la de John Riley y sus irlandeses y su situación en México.  

Mientras tanto se declara la guerra y los irlandeses se ven en la disyuntiva de regresar, y ser ahorcados como traidores, o integrarse en las filas mexicanas y luchar contra el ejército al que originalmente pertenecieron. Herido de una pierna, Riley es cuidado por Marta (Daniela Romo), que descubre un crucifijo que Riley guarda sobre su pecho, por lo que lo reconoce como católico. Marta es la mujer de Cortina, de quien se enamorará, inevitablemente, Riley. Cortina se rinde ante las fuerzas de Máximo Nexor (Jorge Bosso), comandante del Ejército Republicano, que ofrece a Riley unirse al ejército mexicano, al igual que al rebelde Cortina, acusado de bandido, para hacer frente común ante el invasor estadounidense. Así se forma el Batallón de San Patricio, con Riley a la cabeza, que verá, una y otra vez, a pesar de sus heroicos esfuerzos, las malas campañas –“mala suerte” dice en una escena-, de parte de los mexicanos. Con la guerra perdida, y sabiendo que, aquellos que hubieron desertado antes de la declaración de guerra serán azotados y marcados con hierro candente, con la letra “D”, en la cara y los que lo hicieron durante la guerra serán marcados y ejecutados, se entregan a la defensa mexicana de forma decisiva. Una vez que ha ocurrido el “desastre”, en palabras del General Anaya en “El cementerio de las águilas”, el Coronel Nexor intercede ante el General Winfield Scott (Patrick Bergin), para que este reconozca a los irlandeses como prisioneros de guerra mexicanos. Scott se niega, a pesar de las protestas de las naciones civilizadas, resuelto a aplicar un castigo ejemplar. Riley es atado a un poste, azotado cincuenta veces y marcado con la “D” en la mejilla.

Los otros irlandeses morirán, de cara al Castillo de Chapultepec, una vez que la bandera mexicana sea arriada al caer sus defensas, y sea izada la bandera americana. Riley sobrevivirá (la historia real afirma que murió en Veracruz, deprimido y por congestión alcohólica) a una pena de trabajos forzados, pasará la frontera y buscará a Marta. Caballerosamente Cortina le deja el paso libre, permitiéndoles vivir su idilio. Ella ha guardado, todo ese tiempo, la bandera verde del Batallón de San Patricio, pero los pasos de la pareja se perderán en el desierto. Hay un epílogo: Winfield Scott, el belicista que buscaba la presidencia de los Estados Unidos, es derrotado y el general Zachary Taylor, opuesto a la guerra, ganará la presidencia. Unos años después, y al margen de estas producciones de las que nos ocupamos, los estados del sur, con todas las regiones arrebatadas a México, optará por la esclavitud como medio de vida (materia primordial de la súper producción “Lo que el viento se llevó”), y entablará una guerra civil con los estados del norte, en la tristemente recordada Guerra de secesión, que desangrará a aquella nación dividida, con el costo de hasta 750 000 muertos.      

Si en “El cementerio de las águilas” se ignoraban por completo las acciones de guerra del Batallón de San Patricio, en “Héroes o traidores” se da una especie de venganza, acaso involuntaria, al desaparecer por completo a la figura del Gral. Anaya de la Batalla de Churubusco, que en la primera película tiene tanta relevancia, para contar la historia de John Riley y sus hombres que, como en la versión mexicana de los hechos, también mantiene una subtrama amorosa sobre la que se vertebra la historia de guerra.

Un rumor dice que, mientras se buscaba a la actriz para interpretar a Marta, el amor mexicano de John Riley (que encarnaría en sí a una metáfora del mismo país, a un México alegorizado bajo el rostro de la Marta-Daniela Romo), un integrante de la producción, quizá el mismo director, entró a algún establecimiento en el que lucían un póster de Daniela Romo, como cantante, en alguna de sus paredes, pareciéndoles de un tipo idóneo de belleza (muy latina, muy mexicana) para el personaje. Se le contactó y entró a formar parte de la película. Será esta subtrama, a pesar de lo romántico que pueda parecer la historia del director de cine que entra a un sitio y descubre un póster de Daniela Romo, como la actriz soñada para este papel, la parte más endeble del filme. Si los amores del cuarteto sentimental de “El cementerio de las águilas” funcionaban a nivel argumental, y emocional en el público de la época (y acaso todavía en la nuestra), los que se dan entre Marta y John Riley entorpecen el desarrollo de la historia. Célebre como cantante, Daniela Romo había tenido ya participaciones breves en el cine mexicano. La recordamos, sobre todo, en su breve aparición en la última escena del Thriller erótico de culto “Tres mujeres en la hoguera” (Abel Salazar, 1979), primera película con abiertas escenas lésbicas en México, en el papel de una jovencísima Peggy, una de las adolescentes que llegan a la mansión del perverso matrimonio conformado por Alex (Rogelio Guerra) y Mané (Pilar Pellicer), para servir de esclavas sexuales. Hace veinte años pareció que, con “Héroes o traidores”, esta habría sido la oportunidad que esperaba Daniela Romo para acceder a Hollywood pero que no fructificó. 

Se debe destacar –y reflexionar-, sobre una escena en particular en cada una de estas películas. Se trata del suicidio de Juan Escutia, en “El cementerio de las águilas”, arrojándose desde el castillo, para evitar que el lábaro patrio sea tomado por los enemigos, y la muerte de los irlandeses, una vez que la bandera mexicana es arriada y la americana izada, de cara al mismo castillo. La contradicción entre ambas es notoria por tratarse de versiones distintas de un mismo hecho. Curiosamente la versión dada por “Héroes o traidores”, al contrario que la leyenda nacionalista de “El cementerio de las águilas”, es la correcta: la bandera mexicana ondeó sobre el castillo hasta el último momento. Juan Escutia moriría (como ya se señaló más arriba), con otros compañeros y cadetes (Escutia sería un “agregado” del Colegio Militar), mientras intentaban escapar por la ladera del cerro.    

Tras el estreno de “Corazón valiente” (Braveheart, Mel Gibson, 1995), otra cinta que no pudo prescindir de la subtrama amorosa y que saliera decorosamente del paso, una ola de orgullo nacionalista recorrió Escocia. A pesar de su bajo presupuesto y de todos los errores que puedan achacársele, los productores de “Héroes o traidores” tuvieron dificultades, debido al tema, para exhibir la película en las salas de los Estados Unidos y se toparon con una mayoría de críticas adversas en México. A pesar de todo la cinta narra una historia que debía ser conocida tanto por mexicanos, irlandeses y estadounidenses del Siglo XX y del XXI. El rescate de este episodio nacional le valió a la película el haber sido nominada al “Political Film Society Awards”, premio que otorga dicha asociación, desde el año 1988, a cintas que despiertan la conciencia sobre asuntos políticos, en los rubros de “Expose”, “Human Rights” y “Peace”.

Vista a veinte años de su estreno (Octubre de 1999) y a unos días de celebrarse el cuarto “San Patricio Fest 2019”, el 17 de marzo, fiesta en la cual se recuerdan y se rinde homenaje a nuestros “Mártires irlandeses”, la película (que en aquel año fue un éxito de taquilla en Irlanda), con todo y sus defectos, debería ser vista como la única producción que se ha atrevido a contar lo que nadie había contado. Para que se cuente mejor en un futuro, tal vez.