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2018-10-20 00:00:00

Los Cazafantasmas: Tecnología para lo sobrenatural

Por Pedro Paunero

Paul Leni había llevado a la pantalla “El legado tenebroso” (The Cat and the Canary), una obra teatral de John Willard publicada en 1922. La trama de esta historia, la de un tío que hereda una sustancial fortuna a dos herederos que deben pasar la noche en la casa, mientras son sometidos a toda clase de sustos, que bien pueden ser producto de fuerzas sobrenaturales o provocados por un paciente psiquiátrico escapado del manicomio y que se ha escondido en dicha casa, es esencial en la historia del paso del teatro más granguiñolesco al cine expresionista. “El legado tenebroso” sería el eje sobre el que la Universal erigiría todo su estilo de películas de monstruos célebres, herederos, a la vez de las corrientes artísticas cinematográficas alemanas de las que Leni había bebido.

La influencia de esta película puede encontrarse a lo largo de sus cinco remakes, sus toques maestros de humor negro alcanzan, incluso, al cine mexicano en una cinta bastante relevante, “Cada loco con su tema” (Juan Bustillo Oro, 1939) y sería devuelto al terror de la mano del barato, pero efectivo, William Castle con sus títulos “La casa de la colina embrujada” (House on Haunted Hill, 1959) y “Trece fantasmas” (13 Ghosts, 1960), en los que hacía gala una vez más de sus variados “gimmicks”, para atraer al espectador, en este último caso, con el uso de gafas para visión creadas expresamente para el filme, llamadas “Illusion-O”, similares a las usadas en la 3D (para “ver” a los fantasmas), y que también tendría su propio remake con la terrorífica versión de Steve Beck del año 2001. La esencia de la historia mantendría sus líneas argumentales en “El caso del Gordo y el flaco” (The Laurel-Hardy Murder Case, James Parrott, 1930). En esta ocasión Ollie (Oliver Hardy) obliga a Stan (Stan Laurel) a reclamar una herencia que, tal vez, no le corresponda, y en el que no faltarán el cadáver, el mayordomo misterioso (Frank Austin, todo un maestro a la hora de torcer la cara) y el murciélago de plástico, aderezado con la ineficiencia de la policía que no puede resolver el crimen, mientras nuestros simpáticos protagonistas se ven envueltos en los más alocados gags. Su apropiamiento cultural se haría patente en la mexicanísima “Doña Macabra” (1971) de Roberto Gavaldón, con los sobrinos intrusos que intentan, y fracasan, en dar con el supuesto tesoro escondido en la casona, mientras mueren del susto.

Sería Agatha Christie quien se encargaría de retorcer aún más el argumento con su novela perfecta “Diez negritos” (Ten Little Niggers, publicada en 1939), a lo largo de cuyas páginas irán desapareciendo, de forma misteriosa, diez personas, cada una implicada en una muerte en el pasado, y que han sido invitados previamente a pasar unos días en una mansión situada en una isla. Y es que, siguiendo las estrofas de una canción enmarcada en la pared (técnica sobre la que la autora volvería recurrentemente en varios de sus trabajos, como en el cuento “Tres ratones ciegos” de 1950), el asesino invisible irá asesinando, por turnos, a los invitados, en un juego mortal que amenaza con no dejar vivo a ninguno, según los versos. El libro, del que existe versión teatral (en el que se han basado varias de las adaptaciones al cine), está catalogado como el más vendido de toda la literatura policíaca, aunque ha sido víctima de la censura de la corrección política últimamente, por aquello de sus títulos, de inclinación racial: “Diez negritos” o “Diez indianitos”, como también se le conoce.

Para recordar quedan la adaptación que, de la novela, hiciera René Clair en 1945, “El vengador invisible” (aka. Y no quedó ninguno; And Then There Were None), cuyo final, a pesar de su casi perfecta factura, resulta decepcionante y la dirigida por Peter Collinson en 1974, “Diez negritos” (aka. Ten Little Indians; Ein Unbekannter rechnet ab) que traslada la historia al desierto iraní. 

Si Paul Féval padre había sido el gran iniciador de las parodias (que dejaba traslucir un velado homenaje) de las novelas góticas de Ann Radcliffe, con su siniestra e hilarante “La ciudad vampiro” (1867), Óscar Wilde lo había sido de las historias de fantasmas con “El fantasma de Cantervile” (1887), haciendo de este personaje un patético elemento anacrónico inserto en la creciente modernidad, contra la cual no puede enfrentarse. Sus protagonistas, americanos adinerados que adquieren una propiedad europea, permanecen ajenos a todos los sustos que el fantasma intenta ejercer sobre ellos, hasta que la hija de la familia, conmovida por los patéticos intentos del fantasma, volteé hacia este y lo auxilie en conseguir la paz eterna.

El cine ha dado algunas versiones memorables, como la de Jules Dassin, “The Canterville Ghost” (1944), con Charles Laughton como el fantasma, Robert Young y Margaret O'Brien en los roles principales, que adaptaba el cuento de manera acorde a su tiempo, la Segunda Guerra Mundial, e incluye una buena adaptación soviética con el corto “Kentervilskoe prividenie” (Valentina Brumberg & Zinaida Brumberg, 1972). Estamos en los últimos años de la Época victoriana. Ya han pasado por esta, dejando sus propias e imborrables huellas, Charles Darwin y H. G. Wells, pero también las hermanas Brontë y el Charles Dickens de “A Christmas Carol” (1843). Recordemos que el campeón del racionalismo, Sherlock Holmes, también tuvo que enfrentarse al espectral “Sabueso de los Baskerville” (Arthur Conan Doyle, 1901-1902) y el buen Dr. Jekyll ha tenido que enfrentar al siniestro Mr. Hyde (Robert Louis Stevenson, 1886) en una prefiguración de lo freudiano. La Era industrial arrastra en sus humos sucios y tóxicos a los fantasmas que aún se debaten en la leñera y los rincones más oscuros, acaso de la pisque o de ese Más Allá que no termina de esfumarse. Pero, aquello que se denomina como “paranormal”, no hará su entrada triunfal en la Ciencia ficción hasta el uso que de sus manifestaciones haga, de forma ingeniosa, Alfred Bester en su novela “El hombre demolido” (1955). En el Siglo XXV, en el que se desarrolla el libro, la población tiene capacidades extrasensoriales, en especial la telepatía, y existe una feroz competencia entre corporaciones (que se extienden a través de inmensidades planetarias) y entre sujetos telépatas y no telépatas. Aquellas supuestas habilidades que el pionero en las investigaciones parapsicológicas, el estadounidense Joseph B. Rhine, denominó como ESP (o “PES” por sus siglas en español), “Extrasensory perception”, habían alcanzado y penetrado, por fin, en un género popular que ganaba adeptos a pasos agigantados, tal como los aparatos electrónicos y otras maravillas de la ciencia y la tecnología, y que buscaba su propio nicho en la literatura “consagrada”. 

La historia de un grupo de estudiosos de lo paranormal (que no científicos, ya que su tema de estudios es materia que jamás ha sido aceptada como “seria” por la ciencia), que utiliza ciertos medios o artilugios de la Ciencia ficción para “atrapar” o echar fuera de una casa encantada a sus fantasmas, se remonta a la confusión iniciada por Bram Stocker en “Drácula” (1897), novela en la que el Dr. Van Helsing, el opositor al Conde vampiro, reúne una serie de características que lo emparentan con el filósofo, el proto científico que todavía no delimita las fronteras de lo que se entenderá como ciencia o digno de ser estudiado por la ciencia, y el mero charlatán de feria. Van Helsing es un pseudo científico Avant la lettre que, en su propia diégesis, se torna como a un sabio respetado. Será Van Helsing, en manos de Roman Polanski, quien sufra una mutación paródica en el personaje del Profesor Abronsius (Jack MacGowran), en su “La danza de los vampiros” (The Fearless Vampire Killers, 1967), película que ofrece carcajadas y sustos por igual, siguiendo el dogma que, según Rafael Llopis, ensayista español especializado en el género del terror, se enuncia así:

“Todos los mitos pasan por cinco estadios: horror numinoso, leyenda folclórica, arte fantástico o terrorífico, humorismo, [y] bufonada”.

Se debe mencionar que al gran antecesor de Van Helsing fue el doctor Martin Hesselius, de Joseph Sheridan Le Fanu, investigador de sucesos sobrenaturales cuyos orígenes, que supone causados por fenómenos naturales, investiga mediante métodos racionales, y su consecuencia literaria más notable, “Carnacki, el cazafantasmas”, (Carnacki, The Ghost Finder, 1913) de William Hope Hodgson, con su serie de aventuras detectivescas que prefigura series televisivas como “Las cintas de Norliss” (The Norliss Tapes, Dan Curtis, 1973) el piloto de una serie inconclusa, editada para funcionar como película y la popular “Los expedientes secretos X”, de riguroso culto en los años ´90. Las amenazas de la casa encantada de “El legado tenebroso” (de la cual hay infinidad de ejemplos en el folclore y la literatura, presente en autores como Edgar Allan Poe con “Metzengerstein”, Bram Stocker con “La casa del juez”, Joseph Sheridan Le Fanu con “Descripción de las extrañas perturbaciones en la calle Aungier”, H. P. Lovecraft con “Sueños en la casa de la bruja”, Shirley Jackson con “La maldición de Hill House”, Richard Matheson con “La casa infernal”, Stephen King con “El resplandor” o en directores de cine, algunos que llevaron a la pantalla novelas ya citadas, como Robert Wise (La mansión encantada; The Haunting, 1963), John Hough (La casa infernal: The Leyend of Hell House, 1973), el primer Steven Spielberg (La fuerza del mal; Something Evil, 1972) y el mejor Tobe Hooper (Juegos diabólicos; Poltergeist, 1982)), y de las que sólo se puede ser una víctima, se trastruecan de manera genial en esa idea de que sus fantasmas o entidades pueden ser exorcizadas o atrapadas (como si de una ratonera se tratara), por algún medio mecánico o electrónico y sus infinitos avatares, por especialistas o profesionales en el medio (una especie de “control anti plagas” que sustituye a los exorcistas y su parafernalia religiosa, en aras de la técnica), para limpiar el terreno y dejárselo a sus dueños para que puedan, otra vez, dormir en paz.

Una variante se presenta cuando un grupo de dotados psíquicos son invitados a un hotel para reunir sus poderes en contra de una fuerza maléfica que se enseñorea del lugar, situación que se desarrolla en “El juguetero del diablo” (aka. El titiritero del diablo/El amo de las marionetas; Puppet Master, David Schmoeller, 1989), cinta que, a la vez, es una de las tantas permutaciones del cine de “Muñecos infernales”, que tiene, precisamente en una película mexicana del mismo título, dirigida por Benito Alazraki en 1960, uno de sus mejores ejemplos.   

Será esta la imaginería que impregne la trama de la afamada película “Los cazafantasmas” de Ivan Reitmann, convertida ya en un clásico contemporáneo: se da por entendido que los fantasmas y demás entes existen, y “parasitan” lugares o casas, e incluso son susceptibles de catalogarse en órdenes y sub órdenes (catalogación más desarrollada a lo largo de su serie televisiva animada) pero los científicos “serios”, acusarán a los cazafantasmas de charlatanes, obstaculizando su trabajo, hasta que la “otra realidad” alcance la nuestra y sea demasiado tarde. La larga sombra de Van Helsing potenciada por las investigaciones de un J. B. Rhine, se ciñe así sobre el cine. Por contraste, hay que llamar la atención sobre el fanatismo ecológico que se evidencia en dicha cinta, sobre todo cuando proviene de un católico como Dan Aykroyd, su guionista y uno de los actores principales: el Más Allá siempre obtiene su ganancia sobre el Más Acá.

¿Quién tuvo primero la maravillosa idea de una empresa dedicada a cazar fantasmas? Acaso podamos rastrearla como algo incipiente, ya insinuado, en cualquier cuento –y, posteriormente, en el cine-, que se precie de tener una trama espiritista, en el que no falten esos elementos clásicos, la casa encantada, las víctimas asustadas y sometidas a los extraños fenómenos y un médium o exorcista que se encarga de “limpiar” el lugar, pero que irán decantándose por introducir elementos tecnológicos acorde a los tiempos que corren. Valgan algunos ejemplos: la citada “Trece fantasmas” de Wiliam Castle, en la que el protagonista requiere, necesariamente, de un par de gafas para poder hacer visible a los fantasmas que lo atosigan (y que, a fuerza de someter la trama al espectáculo y a la taquilla transforman, de manera involuntaria, la dichosa película en un ente meta cinematográfico cuando el espectador mismo debe usar las gafas para ver los fantasmas, “desde” la butaca del cine) y “La casa infernal” (The Leyend of Hell House, 1973) de John Hough, cuya novela y guion se deben al magistral autor Richard Matheson. En esta última, un equipo de parapsicólogos arriba, invitados por el moribundo dueño de la Casa Belasco, en Maine, Estados Unidos, la “más embrujada del mundo” también conocida como “la mansión infernal”, a medir y registrar, con aparatos electrónicos, las anomalías presentes y demostrar la existencia (física, se entiende) del Más Allá. Un paso más y los fantasmas se habían enseñoreado ya de la televisión, las cámaras, el vídeo y los teléfonos celulares en “Poltergeist: Juegos diabólicos” (Poltergeist, Tobe Hooper, 1982), “El aro” (Ringu, Hideo Nakata, 1998) y “Actividad paranormal” (Paranormal Activity, Oren Peli, 2007) consiguiendo, así, rebasar el filo del milenio.

En la siguiente lista se repasan los antecedentes del fenómeno “cazafantasmas”, sus productos visuales derivados, y se repasan algunas anécdotas y hechos dignos de mención.  
 

Los fantasmas solitarios

(Lonesome Ghosts, Burt Gillett, 1937)

Cortometraje animado producido por Walt Disney y distribuido por la RKO, en el que Mickey Mouse, Goofy y el Pato Donald, quienes forman la compañía de “Exterminadores de Fantasmas Ajax” (que ofrecen servicios diurnos y nocturnos), son convocados por un grupo de aburridos fantasmas de color verde, tan buenos en el arte de asustar, que han echado a todos los habitantes de una casa encantada. Por supuesto, los fantasmas no desean otra cosa que divertirse a costa de los célebres personajes. Cuando nuestros amigos, que también están aburridos, se entiende, por falta de trabajo, escuchan sonar el teléfono, se pelean por ser el primero en contestar. Este incidente, la angustiosa espera por la llamada del primer cliente, se repetirá en la cinta de Ivan Reitman. El trío se adentra en la casa armado por una escopeta, una red para atrapar mariposas, un hacha, varias cuerdas y hasta una ratonera. No serán estos útiles o los valientes intentos de nuestros héroes, a pesar de todo, lo que acabe por echar de la casa (que no “cazar”) a los fantasmas, sino un accidente que cubra por completo de harina a nuestros exterminadores, provocando el miedo en los fantasmas, además de la risa del espectador.

Curiosamente ninguno de los animadores, los actores que prestan las voces, el director, ni el resto del reparto, aparecen acreditados en el cortometraje. El mismo trazo de los fantasmas se repetirá poco después en otro corto, también dirigido por Burt Gillet, “A Haunting We Will Go” (1939), de la brevísima serie animada “Lil 'Eightball”, que fuera denunciada como “racista” por la sociedad afroamericana, y terminara siendo retirada de su exhibición por este mismo hecho, y que había sido producida por Walter Lantz, con las voces del célebre Mel Blanc (el talento que prestara su voz para Bugs Bunny, el Pato Lucas, Porky, Piolín y tantos otros famosos personajes).


Cazadores de fantasmas

(aka. Los cazafantasmas/Cazafantasmas Live Action; The Ghost Busters, Norman Abbott y Larry Peerce, 1975)

Jake Kong (Forrest Tucker) y Eddie Spenser (Larry Storch), acompañados por un gorila de nombre Tracy (Bob Burns dentro del traje, aunque acreditado como su “entrenador”), se anuncian como “Spenser (con “s”), Tracy & Kong” (un guiño hacia el actor Spencer Tracy, sin duda). Tracy, que llevaba un ridículo gorrito coronado por una hélice de plástico, conducía un viejo modelo fabricado en 1925 (un taxi argentino en su vida útil anterior a su uso en la serie). Los tres personajes tenían un jefe llamado Cero, a quien nunca se veía, pero se escuchaba cuando les ordenaba una nueva misión a través de una grabación que se destruía después de unos segundos, al más puro estilo de “Misión imposible”. La voz era la del actor y productor Lou Sheimer. Se dedicaban, de manera bastante torpe, a cazar fantasmas mientras soltaban toda clase de diálogos bobos, en situaciones absurdas y escenarios que no ocultaban su barata factura. Los héroes se enfrentaban a hombres lobo, fantasmas, vampiros, al Dr. Jekyl y Mr. Hyde, a demonios, al fantasma de Canterville, a momias, al mago Merlín y hasta a un muñeco de nieve diabólico, con una especie de cámara enorme que funcionaba como un desmaterializador de fantasmas (que los enviaban a otra dimensión por algún tiempo) en unas tramas dignas de la serie animada Scooby-Doo.

Tucker y Storch eran comediantes de carrera, pero, para la búsqueda del gorila y abaratar costos, los productores no dudaron en hacer un casting a varios actores que fueran propietarios de disfraces de gorilas. El elegido fue Bob Burns, el afamado coleccionista de objetos de cine, entre cuyas valiosas posesiones figuran uno de los esqueletos del King Kong original, la máquina del tiempo de la película de George Pal (1960) y el bastón terminado en cabeza de lobo del clásico de la Universal, dirigido por George Waggner en 1941 con Lon Chaney Jr. en el papel del Hombre lobo. Burns, que mantiene estos objetos en lo que llama su “Museo del sótano”, es especialista en crear elaborados espectáculos de terror y ciencia ficción, cada Halloween, en el jardín de su casa, en el que participan varios galardonados con el premio Óscar a mejores efectos especiales, por lo que no resulta extraño enterarse que había confeccionado el traje con ayuda de su esposa. Ante la pregunta que le formularan sobre quién era su agente, Burns había respondido “Tarzán”, por lo que de inmediato fue contratado. Como dato curioso hay que señalar que a Tucker y Storch, como parte de sus contratos, se les permitía beber cerveza y vino blanco durante el tiempo del rodaje.

¿De dónde proviene esta idea tan absurda como anticuada, de incluir a un gorila como elemento de comedia? Acaso debe rastrearse hasta la cinta de Allan Dwan, “The Gorilla” de 1939, con Bela Lugosi en el papel principal, una de las tantas cintas que incluían gorilas después de la enorme influencia que ejerciera el “King Kong” de Merian C. Cooper, como parte de sus historias grotescas, y que había pasado a la comedia con Abbot y Costello en “Las minas del rey Salmonete” (Africa Screams), dirigida por Stanley Livingstone en 1949, en la cual la pareja de comediantes, viajando por África, se topa con infinidad peligros, entre estos un gorila y, finalmente, con un simio gigante. Es tal la cantidad de películas que incluyeron gorilas en sus argumentos que, forzosamente, tenían que derivar en lo más desopilante jamás imaginado, por ejemplo, la divertida bazofia “Robot Monster” (aka. Monster form Mars, 1953) de Phil Tucker. A la vez cabría recordar un episodio de los protagonizados por “Los tres chiflados”, “Fantasmas” (Spooks!, Jules White, 1953), en la que los chiflados hacen de detectives a quienes se encarga dar con una muchacha secuestrada (Norma Randall), a quien mantiene encerrada en una mansión supuestamente embrujada, el típico científico loco (Philip Van Zandt), que responde al nombre de Jeckyll y que no desea otra cosa que trasplantar su cerebro a un gorila. El científico y su ayudante, el Sr. Hyde (Tom Kennedy), someterán a nuestros amigos a toda suerte de sustos que nos remiten a “El legado tenebroso”, pero que deriva en comedia de pastelazo. También Abbot y Costello habían sufrido los divertidos estragos de recibir una herencia maldita, ya sin gorila, en “Agárrame ese fantasma” (Hold That Ghost, Arthur Lubin, 1941), en la que nuestra pareja protagonista, empleada en una gasolinera, recibe la improbable herencia de una taberna, propiedad de un gánster abatido a tiros en la gasolinera, cuyo testamento contiene una cláusula que la lega a quien se encuentre en su compañía en el momento de su muerte. No hace falta citar que la taberna está embrujada.        

“Cazafantasmas, Live Action”, fue una serie de televisión de la productora Filmation que, debido a su corta vida (15 episodios, emitidos durante el año 1975) y a lo cutre de sus producciones, se olvidó en la memoria de la mayoría de los espectadores. Pero no de la de los creadores de la película de 1984, sobre la que mantiene una incierta influencia. Filmation competía por entonces con Hanna-Barbera, que había lanzado producciones en “live-action” como el Show de “The Banana Splits” (1968) por lo que la productora siguió en dicha línea con este resultado tan lamentable como perdido en el tiempo que, a pesar de todo esto, ha sido lanzado en DVD recientemente, para los pocos fans que la recuerdan.


Los cazafantasmas

(Ghostbusters, Ivan Reitman, 1984)

Tres profesores universitarios, creyentes en lo paranormal, realizan experimentos poco éticos, por lo que son expulsados del Campus de la Universidad de Columbia por “pasarse” con sus estudiantes y ser considerados un fraude. Cada uno posee una marcada personalidad. El Dr. Egon Spengler (Harold Ramis), que jamás sonríe, es el más sensato y serio del trío, el Dr. Raymond Stantz (Dan Aykroyd) el más torpe y el Dr. Peter Venkman (Bill Murray), sólo quiere pasársela bien… con las chicas, por supuesto. Será sobre este último sobre quien recaiga todo el encanto de la comedia que una película de esta naturaleza, en la que se ha sabido dosificar el humor y el terror, puede dar. Cuando se deciden por poner una agencia para cazar fantasmas, todo se complica. Toman por oficinas y laboratorios a una vieja estación de bomberos de la ciudad de Nueva York. Su vehículo será, por eso, una vieja ambulancia que aúlla por las calles. Contratan a una simpática y chismosilla secretaria, Janine Melnitz (Annie Potts) y a un cuarto compañero, el sensato Winston Zeddmore (Ernie Hudson). Se empeñan en su trabajo y en una vigorosa campaña publicitaria en medios impresos y la televisión, con el pegajoso lema de “Si hay algo raro en tu barrio ¿A quién vas a llamar?” No tardarán en aparecer los escépticos, que denostarán su negocio como mera charlatanería, entre los cuales se encuentra un detestable fanático ecologista, empleado de gobierno. Pero la actividad paranormal crece espectacularmente (nunca mejor dicho) en la ciudad. Y el Dr. Venkman, que comienza un flirteo con Dana Barrett (Sigourney Weaver), propietaria de un apartamento en un viejo edificio, pronto se topará con la oscura realidad. El edificio de su chica es el portal, levantado por un tal Evo Shandor, adorador de Gozer, una antigua deidad hitita, para su advenimiento en el mundo. Tanto Dana como el pobre y típico vecino perdedor, el apocado Louis Tully, se convertirán en entidades relevantes (la “Guardabarrera” y el “Maestro de las llaves”) para que Gozer se adueñe del mundo. A menos que los Cazafantasmas, que gozan de vacaciones pagadas (mediante impuestos) en la cárcel, por supuesto fraude, acudan a poner orden en una ciudad desquiciada por los fantasmas.   

Si hay alguna originalidad en los Cazafantasmas, esta radica en su mezcla afortunada de trama sobrenatural en la que se despliega todo un arsenal típico de la Ciencia ficción. El guion inicial, de hecho, estaba situado varias décadas en el futuro. Harold Raimis, el Dr. Egon Spengler en la cinta, se encargó de darle un nuevo tratamiento y adecuarlo al año que corría. Se sabe que, al principio, los Cazafantasmas combatirían a los fantasmas con varitas lanza-protones, útil proveniente, en la psique colectiva, de la parafernalia brujeril (varitas mágicas), que lo hubiera emparentado aún más con cuestiones esotéricas. Sondas para captar actividad paranormal (en realidad un dispositivo “Sniffer” para captar fugas de gas y contenido bajo de oxigeno de United Technologies), mochilas que lanzan rayos de protones (“aceleradores nucleares sin licencia”), a la manera de lazos para fantasmas, y que los mantienen temporalmente en “trampas”, un “ecto-contenedor” para almacenar a los fantasmas colectados, Manuales de espiritismo y el emblemático “Ecto 1” (una ambulancia Cadillac, modelo Miller-Meteor de 1959) con el famoso logo que incluye al fantasma “Mooglie” atravesado por la barra (un homenaje a Gasparín –Casper-, el fantasma amigable), se convirtieron en objetos que pasaron a la cultura de masas, a lo que ayudó el que su director diera un número real, al que podía llamar la gente a los cazafantasmas, y a quienes les respondía una grabación: “Hola. Estamos cazando fantasmas en este momento”, como poderoso gancho promocional.

Con la ciudad de Nueva York como fondo, la película de inmediato fue convertida en un icono pop, a pesar de la gran cantidad de errores y “bloopers” que pueden encontrarse en su metraje y que el público ignoró gozosamente. La inclusión tardía de Winston, el personaje afroamericano, en la trama, no obedece a una concesión políticamente correcta (como acostumbra hacerse en el lamentable cine de hoy) sino a que Eddie Murphy rechazó el papel que se había escrito para él (se involucró en el proyecto de la cinta “Un detective suelto en Hollywood”, otro taquillazo de ese año) y el guion tuvo que rehacerse y adecuarse. Tanto Bill Murray como Rick Moranis improvisaron diálogos y escenas, lo que demostraba su gran capacidad para la comedia. El aspecto humano del dios Gozer se basaba en la premisa “¿qué pasaría si David Bowie conociera a Grace Jones (y se unieran en un solo cuerpo)?” La escena en la que “el Hombre de malvavisco” (Stay Puft) destruye una iglesia y el Dr. Venkman se enfurece, deja entrever que el actor y guionista Dan Aykoyd, en la vida real, profesa la religión católica. ¿Y qué decir de las iniciales de los nombres de los personajes: E. S. P. (Egon, Stantz, Peter)? Un guiño para expertos: un homenaje a la “ESP” (Extrasensory Perception), principal materia de investigación del citado Dr. J. B. Rhine.

Situada en la década que supo incluir a los adolescentes en tramas inteligentes y con las cuales sabían reconocerse, como en “El club de los cinco” (Breakfast Club, John Hughes, 1984), que dejaba atrás las convenciones de rebeldía juvenil de los años cincuenta y las “películas atómicas”, el cine playero de la década siguiente, con sus bandas de rock sobre la arena, el surf, chicos enseñando el torso y muchachas en bikini que flirteaban sin ir más allá, y las muertes adolescentes a mansalva del cine gore de los años setenta, enmarcada en un cine divertido, de terror juvenil y comedia de Ciencia ficción como “Regreso al futuro” (Back to the Future, Robert Zemeckis, 1985), la película Cazafantasmas (que en un primer borrador estaba dirigida a un público adulto, obscenidades incluidas), arropada con una canción pegajosa de Ray Parker Jr., es nostalgia ochentera en estado puro.

Por cierto, entre los extras que forman el público que acude a vitorear a los cazafantasmas, en su enfrentamiento con Gozer, figura el legendario Ron Jeremy, el actor de películas pornográficas. Y existen, por lo menos, tres versiones porno de los cazafantasmas. De su lamentable, como vergonzoso, remake del año 2016 más vale no hablar. 

Unas frases para recordar, por parte del Dr. Peter Venkman: “Usted debe reconocer que esta ciudad va directo a un desastre de proporciones bíblicas”. “Perros y gatos viviendo juntos”. ¡La histeria!”


Los cazafantasmas

(Filmation´s Ghostbusters, 1986-1987)

Los hijos de los Cazafantasmas televisivos toman la batuta y se enfrentan, gorila Tracy incluido (el inventor de todos los aparatos especiales para cazar fantasmas), a Premier Malvado (Prime Evil), súper villano que intenta apoderarse del planeta secundado por una horda de villanos: Loberto, el hombre lobo del futuro, Misteria, la dama de lo malévolo, el pirata Bola de sebo, marinero de las siete galaxias, Gaselot, Aparicia, hechicera de los espíritus, el Cazador civilizado, Flausart, el Maestro musical del terror y Miedosín, el robot fantasma. Los Cazafantasmas conducen el Cazacarcacha (Ghost Buggy), auto que habla, van armados con desmaterializadores, herencia de sus padres y los acompaña Jessica, una periodista y una cazafantasma capaz de viajar en el tiempo, de nombre Futura. 

La serie, creada por Marc Richards, más elaborada y más ingeniosa (por lo menos en sus primeros capítulos) que su predecesora, tuvo una vida de 65 episodios, a lo largo de una temporada, emitida los meses que iban de 1986 a 1987. Filmation, la productora responsable, se hizo célebre por varias series animadas en los años setenta y ochenta como “Sabrina, la bruja adolescente” (1971-1974), “He-Man and The Masters of the Universe” (1983-1985), “She-Ra Princess of Power” (1985-1987), “Sport Billy” (1982), etc. Célebre fue, también, la manera de presentación de sus productores, Lou Scheimer y Norm Prescott, cuyos nombres aparecían girando, al principio de cada episodio, para no restarle importancia a ninguno, lo que devino en marca registrada.

Nadie duda que el lanzamiento de esta serie aprovechaba el éxito de la película de Ivan Reitman, pero, aparte de la controversia judicial establecida contra la Columbia por usar el nombre que Filmation ya había usado en 1975, tampoco podemos culparlos. Fue así que Columbia Pictures, al lanzar su propia serie animada, la denominó “The Real Ghostbusters”, aunque, en realidad, los “reales” habían aparecido una década antes. Todo este enredo, basado en la legítima querella interpuesta por Filmation, y debido a la genialidad de la película y al mejor desarrollo de su propia serie animada, llevaría a la paulatina desaparición de esta productora que, dejaba, en cambio, numerosas series animadas en la psique colectiva de la infancia y la adolescencia de la década.   


Los verdaderos cazafantasmas

(The Real Ghostbusters, 1986-1991)

Serie animada -un verdadero Spin-off-, basada en la exitosa cinta de Ivan Reitman, producida como respuesta a la otra serie, denominada “Los cazafantasmas” que, a la vez, tenía origen en la serie televisiva de la productora Filmation de 1975. Se emitió a lo largo de siete temporadas durante los años 1986 a 1991. Incluye varias ideas que se habían descartado de la película, así como una profundización en la vida privada y el pasado de sus personajes, por ejemplo, una relación entre Egon y Janine o que el padre de Winston trabaja en la industria de la construcción. El autor de cómics y guionista de la televisión, J. Michael Straczynski, escribió varios de los episodios. Los personajes no fueron dibujados para parecerse a sus contrapartes de la vida real para evitar controversias por derechos de autor. Sus personajes se enfrentaban, en esta ocasión a Trolls, el dios primordial y lovecraftiano Cthulhu, el Boogieman, el genio de la lámpara, al advenimiento del Ragnarok, al Sandman (el “hombre de los sueños”), los fantasmas del duelo del Ok Corral, el motociclista sin cabeza (una actualización del Jinete sin cabeza), la Banshee, los espíritus de Sherlock Holmes y su némesis, el profesor Moriarty, incluso con monstruos de películas japonesas.

La serie dio material para dos continuaciones, “Slimer! And the Real Ghostbusters”, cuyo personaje principal era “Pegajoso” (Slimer), el fantasma verde y amigable y “Extreme Ghostbusters”, en la que los Cazafantasmas, con el Dr. Egon Spengler como líder, son sustituidos por un grupo de adolescentes. Ambas continuaciones tuvieron como duración una sola temporada, la primera emitida durante los meses que abracaron el final de 1988 a 1989 y la segunda durante el año 1997.  

Los cazafantasmas 2 (aka. Cazafantasmas 2; Ghostbusters II, Ivan Reitman, 1989)

No pasaron veinte años, como en el caso de los Tres Mosqueteros, sino cinco, pero el tiempo y al juicio al que se vieron sometidos, debido a su enfrentamiento con Gozer, como daños a los edificios públicos y a la ciudad misma, han hecho merma en los Cazafantasmas. El Dr. Stantz (Dan Aykroyd) y Winston (Ernie Hudson) tienen ahora que actuar en fiestas infantiles, el Dr. Spengler (Harold Ramis) es el único que continúa sus estudios, y Peter Venkman (Bill Murray) trabaja como anfitrión de un programa barato, en la televisión, que trata el fenómeno psíquico. Dana Barrett (Sigourney Weaver), ahora tiene un bebé, quien será el centro de una nueva ola de actividad paranormal, mientras, debajo de la ciudad, un río de ectoplasma, del cual surgen entidades cada vez más activas, se manifiesta, amenazando con liberar al hechicero y dictador “Vigo el cárpato” (Wilhelm von Homburg), una antigua pintura que lo mantiene encerrado, mediante un hechizo, y sobre la que Dana, en su rol de restauradora de arte, trabaja. Esta segunda parte incluye una secuencia en la que la Estatua de la libertad cobra vida (idea que no se pudo realizar para la primera película), al Titanic varado en tierra, arrojando a sus muertos por toda la ciudad y a Louis Tully (Rick Moranis) como el quinto cazafantasmas.

Aunque carece del encantó de la primera parte, triunfó en la taquilla… por una breve semana, hasta que el “Batman” de Tim Burton la desbancó al poco tiempo. Comenzaba así, la imparable era del cine de Superhéroes.


Los espectros

(aka. Agárrame esos fantasmas/Muertos de miedo; The Frighteners, Peter Jackson, 1996)

En menos de cuatro años más de treinta personas han muerto, por infarto, en Fairwater. Sus habitantes susurran que la “Sombra de la muerte” (la muerte personificada) se ha cebado sobre su población. Frank Bannister, investigador psíquico (Michael J. Fox en su última película antes de retirarse a causa del Mal de Párkinson), se encarga de repartir tarjetas de presentación entre los deudos que asisten a un funeral, en las que se presenta con el lema: “Contacta con los tuyos”. Cuando Frank, por una distracción, choca con la cerca de un vecino, intenta dejarle una de las tarjetas con su número telefónico, para que lo llame para arreglar la situación de la cerca, pero Ray (Peter Dobson), el afectado por el accidente, desea llevar el asunto a la corte. Nos enteramos que la Dra. Lucy Lynskey (Trini Alvarado), quien visita la casa de Patricia Ann Bradley (Dee Wallace-Stone), ex novia del asesino serial Johnny Bartlett (Jake Busey), condenado a la silla eléctrica, y que vive con su despótica madre, resulta ser esposa del dueño de la cerca afectada. Por la noche, una serie de furiosos poltergeists se desatan en su casa. Lucy encuentra una de las tarjetas de Frank y lo llama de emergencia, este llega con un extraño aparato, parecido a una enorme tostadora de pan y un revólver que dispara agua bendita. Ante un furioso y escéptico Ray, Frank “captura” a los fantasmas chocarreros en el aparato que, en lugar de pan, los echa fuera en una bolsita de papel, para luego deshacerse estos en el desagüe del fregadero. Pero esta vez algo ha resultado distinto: Bannister ha observado un enigmático número flameante en la frente de Ray.

Frank, antes un exitoso arquitecto, debido a un choque automovilístico (un “fuerte trauma”), se ha convertido en un vidente, capaz de contactar con entidades sobrenaturales. Muy pronto ha hecho sociedad con tres de estos fantasmas: Cyrus (Chi McBride), gánster afroamericano muerto en los años ´70s, Stuart, muerto en los años ´50s (Jim Fyfe) y un Juez del Viejo Oeste (John Astin), cuyo fantasma se cae a pedazos lentamente. Los fantasmas se encargan de aterrorizar a las personas para que Bannister, el “cazafantasmas” que ha dejado su casa de los sueños a medio construir, pueda cobrar e irla pasando. Pero Frank tiene en la reportera Magda Rees-Jones (Elizabeth Hawthorne), a una enemiga, que no duda en publicar un reportaje exhibiéndolo como un fraude. Poco después, mientras el fantasma del antipático Ray acompaña a cenar a Frank y Lucy, la única que no cree que este sea un charlatán, para que el muerto pueda darle varios recados, Frank ve en los lavabos a otro hombre con un número en la frente y se topa con el espíritu que se ceba sobre el hombre, mientras este cae al suelo, muerto de un infarto. Pero ¿qué tiene que ver Patricia Ann Bradley en todo este caso tenebroso y, sobre todo, quién es el espíritu que se carga víctima tras víctima, caracterizado como la muerte misma? Frank y sus muertos compañeros tendrán que resolver el misterio.      

Divertida revisión post moderna, por parte de Peter Jackson y su genial esposa guionista, del cuento folclórico europeo “El ahijado de la muerte”, del que los Hermanos Grimm nos legaron una versión clásica y el cine ha explotado innumerables veces, entre estas la obra maestra del cine mexicano “Macario”, basada en un cuento de Bruno Traven (adaptado a la idiosincrasia mexicana desde el folclor alemán), y llevada al cine por Roberto Gavaldón en 1960, pero enriquecido con las mismas ideas que fundamentan el quehacer de los cazafantasmas, sólo que desde el punto de vista del buen bribón.

Como dato curioso, el hombre de la playera con la imagen de la muerte con el que Frank se da un encontronazo, fuera del edificio de oficinas del periódico local que lo tilda de charlatán, es el mismísimo Peter Jackson, en una de sus apariciones a lo “Alfred Hitchcock” en sus propias películas.


Odd Thomas, Cazador de fantasmas

(aka. Odd Thomas, Stephen Sommers, 2013)

Odd Thomas (Anton Yelchin), tiene la capacidad de “ver gente muerta”, don al que él llama “magnetismo psíquico”. No sólo eso, la ayuda. Es decir, no es que los muertos hablen (no pueden), sino que son capaces de señalar a sus asesinos y Odd (que significa “raro”, en inglés), mediante esta capacidad, heredada de su violenta madre, auxilia al Sheriff Wyatt Porter (Willem Dafoe) en la resolución de los casos. Stormy Llewellyn (Addison Timlin), la encantadora novia de Odd, sabe de su don y Viola “Vi” Peabody (Gugu Mbatha-Raw), su compañera en la cafetería donde trabaja, lo sospecha. Todos viven en el pueblito de Pico Mundo, California, aparentemente tranquilo pero, cuando Robert Robertson, a quien ellos llaman “Bob el hongo” o el “hombre hongo” por el extraño copete decolorado que usa, llega al pueblo, rodeado de unos extraños entes sobrenaturales que Odd denomina “acechones” (los “bodachs” de la mitología gaélica), capaces de prever masacres, derramamientos masivos de sangre, genocidios o guerras, y de cuyo miedo se alimentan, sabe que las cosas se pondrán muy mal en Pico Mundo. Y es que la cantidad de acechones es tal que anuncian una “masacre de proporciones épicas”. ¿Podrá Odd detener la catástrofe y desenmascarar a los integrantes del culto siniestro que se han propuesto borrar a Pico Mundo del mapa?

Película de título engañoso en español, entretenida y con un final conmovedor, adaptación de la novela “Mi nombre es raro Thomas” (2007), primer volumen de una “saga” escrita por Dean R. Koontz, mediocre autor de terror y que supuso su gran éxito de ventas.