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2018-07-30 00:00:00

«El alienista». Clasicismo, horror y psiquiatría

Por Pedro Paunero

Lucien Carr, miembro de número de los escritores Beatniks, tenía por amigos a Allen Ginsberg, Jack Kerouac y William Burroughs cuando asesinó con un cuchillo a David Kammerer, su antiguo instructor en los Boy-Scouts, debido al acoso sufrido por parte de este, que incluso lo persiguió por varios estados de la Unión americana. Desesperado, Lucien se deshizo del cuerpo de su acosador al arrojarlo al río Hudson. Los beatniks se vieron involucrados: Kerouac escondió el cuchillo y fue arrestado momentáneamente junto con Burroughs. Durante el juicio se exculpó a Lucien, a quien se sometió a tratamiento psiquiátrico tras cumplir sólo dos años en el correccional de Elmira, en Nueva York, de los veinte a los que pudo haber sido condenado. 

Posteriormente Lucien se casó con la periodista Francesca von Hartz, con quien procreó tres hijos, entre estos a Caleb Carr, importante historiador militar y novelista. Pero Lucien, quien logró construir una relevante carrera periodística que culminó con un puesto en la presidencia del despacho general de noticias de la United Press, traumatizado por los sucesos de su pasado, se convirtió en un padre y un esposo maltratador. Y de esta manera lo recuerda su hijo, Caleb. 

Caleb Carr publicó la novela “El alienista” en 1994. El título alude al adjetivo que se daba en el Siglo XIX a los especialistas en enfermedades mentales, antes de la revolución ejercida por Sigmund Freud, y los temas de la homosexualidad, el abuso infantil y los traumas de la infancia, se comprende que impregnaran la obra.

Llevada a la pantalla por Paramount Pictures, transmitida por la cadena televisiva TNT y ahora en Netflix, la historia comienza con el hallazgo del cadáver de un niño, travestido, horriblemente mutilado, sobre un puente en el Lower East Side de Manhattan. El asesinato del pequeño, al que le ha sido amputada una mano, le han extraído los globos oculares y ha sido eviscerado, envuelve en la resolución de su caso a Theodore Roosevelt (Brian Geraghty), el futuro presidente de los Estados Unidos, inquebrantable luchador contra la corrupción policiaca, a John Moore (Luke Evans), artista ilustrador, a quien se le encarga dibujar con detalle el cuerpo, en los tiempos en que la fotografía apenas comenzaba a ser usada en los medios impresos y como forma de identificación, al Dr. Laszlo Kreisler, el alienista (Daniel Brühl), frío, distante y manipulador, como debe ser todo investigador que se precie, pero también acosado por sus propios demonios y con un brazo semi afectado por la parálisis, a Sarah Howard (Dakota Fanning), secretaria, llamada a ser investigadora pionera, en el departamento de policía, cuando se involucra por curiosidad en el caso, y a dos detectives forenses, precursores en la utilización de las técnicas dactiloscópicas y grafológicas, los hermanos Marcus y Lucius Isaacson (Douglas Smith y Matthew Shear), quienes, para más señas, son judíos. Pero todas las buenas intenciones (o la curiosidad científica) de este equipo primigenio, decidido a desentrañar la “mente criminal”, se verán frustradas por los intentos de detener la investigación por parte de los poderes fácticos de esa gran urbe que despierta: la iglesia católica y episcopal, la banca, los millonarios, los policías vendidos al mejor postor, la incipiente mafia y los políticos pervertidos.         

Sus temas son clásicos. El poder, encumbrado sobre el abuso, la impunidad y la corrupción, ejercido por “los 400” (miembros de las más eminentes familias de Nueva York), que manipula, compra, soborna o, de plano, ordena, sobre la justicia, ocultando los crímenes cometidos por sus propios miembros y que nos remite a ese otro gran clásico contemporáneo que es el “Barrio chino” (Chinatown, 1974) de Roman Polanski, con su trama de perversión y muerte en los más altos niveles de gobierno y entre los más adinerados. Con una atmósfera “holmesiana” aunque situada en una ciudad de Nueva York en plena construcción –el año en que la historia se sitúa es 1896-, que ya anuncia su preponderancia mundial, como bien le señala el gordo multimillonario J. P. Morgan (Michael Ironside) al doctor Kreisler (quien teme que ese futuro se vea empañado por unas muertes insignificantes), pero con ecos de aquellas novelas de Thomas Harris, dedicadas al psiquiatra caníbal Hannibal Lecter (y sus películas, secuelas, precuelas y serie), con una reconstrucción histórica minuciosa, en la que no falta el lodo en las calles y el excremento de los caballos que tiran los carruajes, el armado de la Estatua de la libertad, el encendido de las farolas a gas, el niño que mueve a mano los pedales que accionan la fresa del dentista, el desfile de las sufragistas, las miserables casas de los inmigrantes y el padecimiento del hambre, en brutal contraste con los palacios de los ricos y sus exquisiteces culinarias, las referencias a las obras sobre psicopatología sexual de Richard von Krafft-Ebing (cuyas consideraciones sobre la homosexualidad tuvieron gran influencia en su época pero hoy se encuentran desacreditadas) y del primer Freud, así como el descubrimiento de las áreas del cerebro, correspondientes a ciertas funciones, por parte del antropólogo Paul Broca y, por supuesto, el retrato de los ricos acudiendo masiva, pero clandestinamente, a los burdeles repletos de niños prostitutos y cuyo detallismo se debe a los estudios que, de la obra de Jacob Riis (“Cómo vive la otra mitad: estudios entre las casas de vecindad de Nueva York”, publicado en 1888), uno de los padres del fotoperiodismo, realizara su autor.

Se trata de una serie absorbente, adictiva, que no se decanta por ningún personaje, reflejando tanto las asombrosas cualidades como los terribles defectos de los implicados, y que en esto tiene uno de sus más acertados méritos, a pesar que la crítica se ha cebado sobre la corrección política de la novela con relación al trato dado a los personajes homosexuales y a los sirvientes negros y que tiene, en contraste, en esto a una de sus más notables fallas. 

“El alienista” es una de las opciones veraniegas más interesantes a tomar en cuenta, y de la cual retengo una de las varias imágenes brutales que presenta, directamente tomada, para la serie, de una de las fotografías del histórico libro de Riis, recreada en una escena en la que el Dr. Kreisler camina por la calle, meditando en la horrenda serie de asesinatos infantiles, y ve a tres niños durmiendo en la calle, tratando de cobijarse del frío y la humedad. 

Se la puede buscar en la red con el título de “Niños callejeros en la Calle Mulberry (Manhattan)”, cuyo título original en inglés es “Street Arabs in Sleeping Quarters”, y que fuera tomada por Jacob Riis hacia 1889. Si uno no queda conmovido con esa imagen, tan vigente en aquel entonces como actualmente, es que no se es humano, sino un maniquí o una piedra. 

Foto: JuOrosco Blog