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2018-07-27 00:00:00

GIFF 2018. Día 1. La recurrencia de la muerte


Por Samuel Lagunas

Desde Guanajuato.

El Festival Internacional de Cine de Guanajuato llegó a la capital del Estado este miércoles 25 y para la gala inaugural, que contó con la presencia de la actriz Pilar Pellicer y el actor Damián Alcázar (quienes serán homenajeados este fin de semana), se estrenó “Las herederas” (2018), película paraguaya dirigida por Marcelo Martinessi y ganadora de dos Osos de Plata en la Berlinale pasada. Protagonizada por Ana Brun y Margarita Irún, “Las herederas” nos presenta un drama que comienza con indecisión, pero hacia el segundo acto adquiere una potencia dramática destacable. Lo que al principio parece ser un trama legal embadurnado de un hálito a cine argentino de la década de los 2000 (pienso en “El recuento de los daños” de Inés de Oliveira como punto cardinal de esta tendencia), especialmente debido a los cuerpos que aparecen a cuadro cortados y a una cámara que gusta de espiar por puertas entreabiertas y ángulos incómodos; desata, cuando “Chiquita” (Margarita Irún) es encarcelada por fraude, una transformación íntima y drástica en Chela (Ana Brun), su pareja. “Las herederas” no es sólo una crítica política y social de uno de los países más conservadores de América Latina sino también una grata exploración de la sexualidad y corporalidad de una mujer de 50 años, lo que la convierte en incómoda en muchos sentidos y, por eso mismo, necesaria.

“Hasta los dientes” (Alberto Arnaut, 2018)

Como parte de la Selección Oficial de documental mexicano, se exhibió, tras un largo recorrido ya en festivales nacionales y funciones especiales, “Hasta los dientes”, cinta que reabre y visibiliza los homicidios de Jorge y de Javier en 2010, estudiantes del Tec de Monterrey que fueron acusados por los militares de ser sicarios. El trabajo de Alberto Arnaut es notable en su capacidad de generar tensión y misterio a partir de material de archivo, dibujos y testimonios. Afortunadamente no cae en el esquematismo de “Ayotzinapa: el paso de la tortuga” (Enrique García Meza) gracias al juego de distancias que va generando entre los espectadores y los entrevistados. Alberto era amigo de uno de los asesinados pero el documental no se convierte nunca en un pésame ni en un panfleto. La investigación y el coro

de voces que logró reunir reflejan nuevamente el complejo escenario que vivimos como sociedad mexicana donde las desigualdades, la impunidad y la violencia se trenzan a diario en una madeja de muerte y horror donde los sobrevivientes nos aferramos de distintos barandales para dar algún sentido a nuestras pérdidas.

“Restos de viento” (Jimena Montemayor, 2018)

Ganadora en el pasado Festival Internacional de Cine de Guadalajara, “Restos de viento” compite ahora en Guanajuato en la categoría de largometraje de ficción mexicano. Las similitudes con cintas como “Verano 1993” (Carla Simón, 2017) saltan a la vista de inmediato pero es más correcto acercarla a películas como “Vuelven” (Issa López, 2017) debido al tratamiento de la pérdida y su relación con lo infantil a partir de lo fantástico (¡y el terror!). La cinta nos presenta, casi con paranoia, el duelo de una madre y sus dos hijos. Escribo “con paranoia” porque cada secuencia de la película, y cada diálogo, no apunta hacia ningún otro lado sino hacia allí. Esa tosquedad en el tratamiento del tema de la orfandad y el abandono hace que la película pierda fuerza y los personajes en vez de inquietarnos o desesperarnos, nos interesen cada vez menos. A pesar de eso, “Restos de viento” evidencia la capacidad de Montemayor para manejar distintos géneros y acomodarlos sin lucir desfasada o pretensiosa.

“Teatro de guerra” (Lola Arias, 2018)

La película que más me sorprendió de la primera jornada del GIFF fue sin duda “Teatro de guerra”, documental muy afín a la tendencia comenzada por “El acto de matar” (Joshua Oppenheimer, 2012) y que recientemente volvimos a ver en “Ghost Hunting” (Raed Andoni, 2017). Un grupo de excombatientes de guerra es convocado a participar en una película sobre la guerra que vivieron años atrás. Estos bucles intencionales de la memoria, dominados con una terrible y delirante frialdad por Oppenheimer y con una parsimonia desconcertante por Andoni, son abordados por Lola Arias de una forma mucho más dinámica. La cinta no se limita a un sitio ni a repetir un momento histórico, sino que a través del role-play desestabiliza tanto la propia vivencia de los excombatientes como la experiencia de los espectadores. Lola

Arias reúne a veteranos de la guerra de las Malvinas (abril-junio de 1982) de ambos bandos. Así, ingleses y argentinos convivirán sin saber bien hacia dónde se dirigen e intercambiarán recuerdos y traumas. Pero no sólo eso, Lola Arias explora con agudeza, y no sin gracia, la barrera idiomática y los vínculos que puedes establecerse a pesar de ese obstáculo. La confluencia de todos en el armado de una banda de rock se convierte en una de las escenas más importantes y emotivas del documental, así como el intercambio que tienen los veteranos con los niños de una escuela primaria. Hacia el final Lola Arias incurre en la fatalidad como perspectiva de interpretación histórica y en la repetición de ciclos con diferentes personas (no necesariamente personajes). En esa última secuencia, tan tremenda como insensible, el pasado se vuelve contemporáneo, la ficción invade la realidad y los actores se convierten en espectadores. Todos los roles son trastornados. Sólo permanece la guerra y la muerte. No puede haber mayor pesimismo, pero tampoco pudo haber sido expresado de forma mejor. Sin duda que “Teatro de guerra” se convierte en uno de los mejores debuts de cine documental del año y coloca a Arias como un referente ya del cine argentino contemporáneo.