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2018-07-07 00:00:00

Crítica: «The Domestics». América siempre fue salvaje

Por Pedro Paunero

Como suele ocurrir cada tanto tiempo, en estos eventos de ficción en un futuro próximo, a los Estados Unidos se los ha llevado el diablo. Bajo oscuros designios, el gobierno ha decidido sacrificar, aviones mediante, a la población completa con la llamada “Muerte negra”, un tipo de gas mortal que ha eliminado a una gran cantidad de la ciudadanía. Ahora, las pandillas pululan y se enseñorean del país caído. Sus territorios se tocan o penetran en los territorios de los otros con las devastadoras y obvias consecuencias. Mark (Tyler Hoechlin) y Nina (Kate Bosworth) son "domésticos", es decir, aquellos otrora ciudadanos que se empeñan en llevar una vida casi urbana, ajenas a formar parte de los grupos criminales. Al mismo tiempo, las pandillas conformadas llevan nombres como los Nailers, los Sheets, los Plowboys, que se destacan por poseer autos blindados o los Gamblers, que eligen el destino de sus víctimas haciendo girar una ruleta, o las vengativas Cherries, pandillas constituidas exclusivamente por mujeres y que tienen un especial odio a los hombres.

El argumento sobre la caída de los Estados Unidos, y el viaje que tiene que emprender un grupo de supervivientes hacia una tierra mejor, se ha contado demasiadas veces. Recordemos “¿Habrá otro mañana?” (aka. “Pánico en el año cero”; Panic in Year Zero!, Ray Milland, 1962), típica cinta atómica en la cual el mismo Ray Milland, que dirige y actúa como padre de familia, tiene que enfrentar a los grupos salvajes que se han formado a partir de la caída de las bombas atómicas mientras defiende a los suyos; en “El planeta de los buitres” (Ravagers, Richard Compton, 1979), una pareja intentará llegar a la prometida “Tierra del Génesis”, el hombre es un anti héroe, la chica una “mujer de placer”, enfrentándose a las jaurías humanas que asolan el camino largo y cansino de esta mediocre producción, incluso podemos mencionar la económicamente cara, pero barata en su factura, “Callejón infernal” (Damnation Alley, Jack Smight, 1977), una cinta post atómica, basada en una novela de Roger Zelazny, con sus viajeros a bordo de un vehículo blindado, pasando por una geografía atravesada por escorpiones gigantes, cucarachas asesinas, el cielo magnetizado (o algo así), moviéndose, es de suponerse, por una estrecha franja limpia de radiación hacia un sitio incierto del que han recogido una señal de radio. En cuanto a literatura todo comienza con “La nube púrpura” (1901) de M. P. Shield y el sobreviviente de una devastación planetaria que va por el mundo, fluctuando entre la locura y la cordura, sigue con “The Long Tomorrow”, la “poderosa pero infravalorada” (en palabras del crítico de la ciencia ficción David Pringle) novela de Leigh Brackett (guionista de “El imperio contrataca”) publicada en 1955, pasando por la larguísima, pero muy entretenida, “La danza de la muerte” (The Stand) de Stephen King, publicada en 1978 para conseguir el cénit de este subgénero con “La carretera”, de Cormac McCarthy (The Road), publicada en 2006 y llevada al cine por John Hillcoat en 2009.

La trama de “The domestics”, pues, no es original; se encuentra plagada de homenajes y tampoco evita la referencia cinematográfica, como en la escena en la que, a la pareja protagonista, los encuentra uno de los tantos locos peligrosos y asesinos que deambulan por el paisaje desolado, un tal Willy Cunningham (David Dastmalchian), que les habla de “Ultraviolencia” y de la película “Los ojos sin rostro” (1965), aquel clásico dirigido por Georges Franju. No sólo esto. En “The Domestics” es notorio el cruce de influencias entre “Mad Max” (George Miller, 1979) y “Los guerreros” (The Warriors, Walter Hill, 1979), en la cual los trajes de las pandillas estaban, a la vez, inspirados en los que llevaban Alex y sus “drugos” en “La naranja mecánica” de Kubrick, así como el tema del viaje peligroso hacia “Utopía” que, en el caso de “The Warriors”, lo constituye el mar, es la meta idílica que nos remite a su inspiración original, el clásico griego del historiador Jenofonte, “La Anábasis” o “Expedición de los diez mil” con su pasaje extraordinario del ejército griego volviendo de las hostiles regiones persas, alcanzando al mar y gritando conmovedoramente: “¡El mar, el mar!”. En “The Domestics”, todo culminará en Milwaukee, donde se encuentra el hogar paterno de Nina, al que tendrán que llegar desde Minneapolis, pasando por Wisconsin en una geografía atroz, de violencia y muerte.

Durante todo el viaje escuchamos la voz de “Crazy Al”, un DJ de radio que pasa el tiempo ejerciendo una curiosa labor social, al compartir actualizaciones de sucesos violentos en aquella geografía, una suerte de noticiero apocalíptico, amenizado con “oldies”, incluyendo temas cincuenteros que jamás salieron al aire, pero que para los guionistas parece buena idea en pleno fin del mundo, sin explicarnos la fuente de energía que utilizan para transmitir. Imposible no volver a notar otro tributo a la voz de la radio, omnipresente y omnisapiente, que funciona como guía callejera a los pandilleros de “The Warriors”.

El director Mike P. Nelson debuta, de manera violentamente divertida, con esta película muy diferente a “La noche de la expiación” (The Purge, 2006), en la que sí había una cierta reflexión sobre la naturaleza de la violencia, por muy absurda que pareciera, ya que “The domestics”, se decanta por presentar la violencia como un mosaico de supervivencia, con el cual gozar, a través de sus ridículos disfraces pandilleros y el continuo escaparse, por un pelo, de su pareja protagonista de toda clase de peligros. Película que vale la pena ver para el verano, sin exigir más de lo que da: entretenimiento y nostalgia por cintas que resolvían de manera más brillante y convencida, uno de los tantos futuros inhumanos, pero posibles, que nos esperan.