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2018-04-17 00:00:00

Crítica: «Sin amor», uno de los filmes más poderosos del año

Por Miguel Ravelo

Uno de los nombres que comienza a ser frecuentemente repetido entre los cinéfilos de hueso colorado es el del cineasta de origen ruso Andrey Zvyagintsev. Si en años recientes el director había sorprendido gratamente a la audiencia con la presentación de “Leviathan” (2014), tres años más tarde su nombre vuelve a estar presente con "Sin amor" (“Loveless”, 2017), su más reciente obra.

Si en “Leviathan” el director nos llevaba a conocer los horrores y consecuencias de la burocracia en Rusia, su nuevo relato no es menos inquietante. Esta vez, en lugar de situarnos dentro de los laberintos institucionales de su país, Zvyagintsev nos lleva al seno de una joven familia a punto de enfrentarse a su destrucción. Zhenya (Maryana Spivak) y Boris (Alexei Rozin) son un matrimonio que, como es evidente desde el primer momento en que los vemos a cuadro, jamás se amaron y con el paso de los años han alimentado un odio que ha terminado por devorarlos. El director desarrolla brutales conflictos entre ellos, ante los cuales siempre hay un silencioso testigo: el pequeño Alyosha (Matvey Novikov) de 12 años, hijo único de la pareja y víctima irremediable de las frustraciones e infelicidad de sus padres.

Durante su primer tercio, “Sin amor” centra su atención en la forma en que Alyosha recibe y refleja el rechazo de ambos padres, y es también cuando la mano dura, la firmeza tras la cámara y la nula complacencia del realizador se hacen más que evidentes. A través de algunas de las más logradas secuencias vistas este año, el director nos muestra de qué forma el rechazo de Boris y Zhenya hacia su hijo van haciendo mella en él. Tan loable es la firmeza en la realización de estas secuencias como lo es la actuación de Novikov, que consigue con su interpretación reflejar lo que años de desprecio pueden hacer en la vida de un niño tan pequeño. Si su madre confiesa en varias ocasiones y ante cualquiera que le preste atención sentirse decepcionada de su hijo, viéndolo como un débil reflejo de su padre y llegando inclusive a aceptar que jamás lo amó, que nunca quiso tenerlo y que sintió repulsión cuando le fue entregado en el hospital, la actitud de su padre hacia él no será más halagadora.

El director no duda en mostrar a Zhenya y Boris como los monstruos inmaduros y egoístas construidos en el certero guion del propio Zvyagntsev en colaboración con Oleg Negin. Pero mostrándolos tal como son, es como consigue volverlos aún más interesantes. Dos personas sin carácter, incapaces de aceptar su responsabilidad en el fracaso en el que se ha convertido su vida, cargando sobre sus hombros años e frustración e infelicidad. Cada uno iniciando nuevas relaciones que irremediablemente terminarán en un nuevo final desalentador. Vale la pena subrayar cómo, a través de las nuevas relaciones de ambos –él, al lado de una mujer ya esperando a un nuevo hijo; ella, iniciando una relación con un hombre maduro visiblemente más refinado en todos los aspectos-, el director nos muestra de qué forma cada uno contribuyó para llevar al fracaso su primer matrimonio, con la más dura de las consecuencias: la devastación de un pequeño inteligente y sensible, pero nacido dentro de una familia ciega e incapaz de reconocer que justo en este pequeño se encontraba todo lo que hacía falta para salvar lo que parecía destinado irremediablemente al fracaso.

Después de una de las discusiones más terribles entre los padres, Alyosha sale corriendo de su casa para no volver. Sorprende la forma en que el director da un vuelco inesperado en el desarrollo de su historia. Sin el menor aviso, Alyosha desaparece. Nadie sabe a dónde fue, si escapó, si tuvo un accidente o si fue secuestrado. La segunda mitad de la película se centra en la reacción de Boris y Zhenya al ver, por fin, escuchadas sus plegarias. Su hijo, la carga que siempre rechazaron y veían como una fastidiosa obligación,  ha desaparecido. ¿De qué forma afectará esto a sus nuevas relaciones? ¿Qué tantas ganas tienen estos aparentemente devastados padres, de encontrar a su hijo? La dureza argumental tiene eco en la fotografía de Mikhail Krichman, la que con elegantes tomas naturales refleja la frialdad de los inclementes paisajes nevados y que incluso nos hablan de la relación de la pareja; los bosques al parecer interminables entre los que los rescatistas, acaso más interesados en encontrar a Alyosha que los propios padres, buscan infructuosamente señales del niño. Si el pequeño se fugó o si tuvo un accidente, será ahora la vertiente que mantendrá en vilo a los espectadores y que volverá tan fascinante como agotadora la propuesta de Zvyagintsev.

“Sin amor” no es una película sencilla, y ahí radica buena parte de su interés. Más agobiante a cada segundo, sus imágenes prometen  grabarse profundamente en la memoria de los espectadores. Con una conclusión tan inquietante como ambigua, Zvyaginstev da una vez más pruebas de ser un director que no se conformará con armar historias que den a los espectadores todas las respuestas: secuencias que, al ser replanteadas una vez finalizada la película, sugerirán conclusiones mucho más aterradoras de lo que inicialmente hubiera podido concluirse. Detalles que ofrecerán la posibilidad de nuevas interpretaciones, cada una más inquietante que la anterior, y que no solamente dejarán la certeza de haber presenciado en “Sin amor” uno de los trabajos más interesantes del año, sino la consolidación de un director que poco a poco se va volviendo indispensable.