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2018-01-17 00:00:00

«El cine me ayuda a comprender la vida y a amarla mucho más»: Carla Simón, cineasta

Por Samuel Lagunas

Carla Simón nació en la región de Cataluña, en Les Planes d’Hostoles, en 1986. Después de estudiar en la Universidad Autónoma de Barcelona, viajó a California donde realizó sus primeros dos trabajos audiovisuales: “Women” (2009) y “Lovers” (2010). Un año después, hizo un posgrado en la London Film School; allí filmó tres nuevos cortometrajes: “Born positive” (2012), un documental que recoge testimonios de muchachos que son VIH positivos; “Lipstick” (2013), que cuenta la historia de dos niños que deben enfrentarse a la súbita muerte de su abuela; y “Las pequeñas cosas” (2014), donde se cuentan las vicisitudes e insatisfacciones de la convivencia familiar entre una madre y su hija con acondroplasia (un tipo de enanismo). De vuelta a Barcelona, Carla filmó “Llacunes”, un enigmático e íntimo cortometraje basado en cartas que escribió su madre durante su vida. Precedido por estos trabajos, en los que ya quedan bastante claras las obsesiones y preocupaciones de la joven directora, es que llega “Verano 1993” (Estiu 1993, 2017), primer largometraje de ficción que cuenta el proceso de adaptación y de duelo que vive una niña de 6 años después de la muerte de su madre.

Samuel Lagunas (SL): Se ha vuelto ya un lugar común enfatizar la relación autobiográfica entre tu historia personal y el argumento de “Verano 1993”. ¿Cuál es tu balance sobre el tema a 1 año del estreno en Berlín? ¿Ha ido cambiando tu distancia de la película?

Carla Simón (CS): Cuando comencé a escribir el guion de la película, sí estuve totalmente en contacto con mi infancia y con los recuerdos que tenía de ella. Luego, durante el rodaje, hubo un primer distanciamiento de mis emociones ya que me concentré en el trabajo de dirección. Pero es cierto que, después de su estreno, la gente me empezó a preguntar mucho por mi historia personal y fue como revivir un poquito la emoción que está detrás de la película. No obstante, a medida que ha ido pasando este año he vuelto a tomar un poco de distancia porque después de muchas entrevistas comienzas a contarlo todo con mucha normalidad.

SL: En este sentido, ¿por qué elegiste aproximarte a tu historia personal y explorarla desde la ficción y no del documental, género que ya has usado en tus cortometrajes?

CS: Me apetecía mucho hablar de cómo un niño se enfrenta a la muerte, viéndolo, sí, a partir de mi historia, pero sobre todo quería mostrarlo desde el presente de la niña que yo fui en ese momento. Tenía claro que para lograr eso la única opción era la ficción. Además, deseaba mucho trabajar con niños y explorar el enfrentamiento con la muerte cuando eres pequeño.

SL: Precisamente el narrador argentino Julio Cortázar comentó en una entrevista que si hay algo que nos define como personas es nuestro primer encuentro con la muerte. ¿Cómo reaccionas a una frase así y cómo la vinculas no sólo con tu historia de vida sino con tu proceso creativo?

CS: Es muy curioso porque casi todos los proyectos que he hecho han tenido una estrecha relación con la muerte.  Hice un corto que se llama “Lipstick”, sobre dos niños que se encuentran a su abuela muerta, justo después que muriera mi abuelo; luego hice otro que se llama “Las pequeñas cosas”, que habla de la relación entre mi tía y mi abuela; justo después de que mi tía muriera. Finalmente “Verano 1993” habla del proceso que viví yo cuando murió mi madre. De alguna manera, el tema de la ausencia es algo que está muy relacionado con las cosas que he ido creando. Estoy bastante de acuerdo con la frase de Cortázar porque evidentemente mi vida es como es por haber vivido esas experiencias. No sé si es igual cuando eres mayor pero sí creo que, cuando eres niño, la primera experiencia con la muerte, sea alguien cercano o no, es algo muy recordable: marca mucho tu personalidad y tu forma de ser.

SL: Y vaya que has tenido ya varios encuentros con la muerte. Pero pasando a tu obra, se aprecia con claridad esta constante indagación sobre cómo los niños responden a la muerte de una persona cercana. Poniendo a “Lipstick” como primer referente, ¿ha cambiado en ti, como directora, la forma en cómo te acercas y cómo representas ese momento?

CS: Han sido situaciones distintas. “Lipstick” cuenta el proceso inmediato y “Verano 1993” habla del tiempo posterior, es la exploración de cómo se vive el duelo desde los ojos de una niña. El momento que eliges para contar afecta tu forma de representación y de exploración de la muerte. Pero sí, lo que más me interesa es cómo lo viven los niños, qué son capaces de entender y qué no a esa edad. Cambia mucho la percepción de un niño a los 4 o a los 6 años sobre el mismo fenómeno. He tratado de representar esas distintas percepciones tanto en “Lipstick” como en “Verano 1993”.

[Sé que es una cuestión cultural el

creer que llorar nos hace más débiles,

pero en realidad es una forma de

limpiar nuestras emociones...]

SL: Cuando uno ve por primera vez “Verano 1993”, evidentemente la secuencia que más nos desarma y nos conmueve es la última, ese preciso momento en que Frida (Laia Artigas) pasa de la carcajada al llanto de manera abrupta. ¿Puedes platicarnos cómo fue el rodaje de esa escena?

CS: Laia sabía que tenía que llorar, pero nosotros estábamos conscientes de que era muy difícil. Nosotros rodamos una primera vez y ella no lloró. Yo pensé “bueno no pasa nada” y por un momento creí que dejaríamos ese final. Pero la verdad es que el guion desde un principio estaba hecho de manera que Frida terminara llorando. Yo me acuerdo mucho que no lloré el día que murió mi madre y era algo que a mí me inquietaba mucho, que me hacía sentir un poco culpable. Eso era lo que yo quería retratar en la película. Con mis productores nos dimos cuenta, entonces, de que había que volverla a rodar e intentar que la niña llorara. Fue muy difícil porque Laia es una niña muy hermética a nivel de sus emociones. Es difícil que muestre qué está sintiendo y qué está pensando. Nosotros probamos de todo, con música, hablándole de cosas tristes, pero nada funcionaba. Hay que mencionar que el rodaje de esta escena ya fue muy entrado el proceso de filmación. Yo me di cuenta de que ella necesitaba constantemente mi aprobación de todo lo que hacía. Entonces decidí, como un ejercicio, no darle eso que ella quería para ver qué pasaba. Una ocasión comencé a decirle que no me gustaba lo que hacía y le pedí que lo volviera a repetir. Así una y otra vez. Eso generó en ella una frustración tan grande que de pronto se puso a llorar. Entonces ella misma me dijo que cuando quisiéramos que ella llorara había que decirle que no lo estaba haciendo bien. Ése fue el mecanismo que encontramos para llegar allí. Evidentemente costó mucho, pero cuando lo descubrimos y vimos que funcionaba estuvimos muy contentos.

SL: Profundizando en el tema del llanto, hay varios teóricos y analistas que señalan que como sociedades cada vez lloramos menos nuestras pérdidas y creo que tu película es precisamente eso: una invitación a llorar. En tu opinión como persona y como artista, ¿crees que nos hace falta llorar más nuestras pérdidas como sociedades?

CS: Yo creo que sí. Justamente para mí la película habla de eso: de la incapacidad de llorar. Un niño es muy inteligente para entender qué significa la muerte, pero no tiene las herramientas suficientes para gestionar sus emociones. La niña necesita llorar, pero no sabe cómo hacerlo así que le sale de otras maneras: está enojada con el mundo, hace enojar a los demás, trata de esconder a su hermana en el bosque. Ella lo canaliza a otros lados hasta que, cuando ya se siente cómoda en el nuevo sitio, decide llorar. Sí, creo que no hay nada malo en llorar y que es bien necesario, cuando sufrimos alguna pérdida, hacerlo.

SL: Si es tan necesario, ¿por qué crees que como personas y como sociedades somos tan reticentes a hacerlo?

CS: Pues a mí me parece una tontería, yo creo que es muy bueno llorar. Al menos eso he aprendido: que a veces cuesta, pero que es importante sacarlo. Sé que es una cuestión cultural el creer que llorar nos hace más débiles, pero en realidad es una forma de limpiar nuestras emociones. Es algo que necesitamos hacer como sociedad porque también es una forma de alivio.

SL: Cambiando un poco el tema, sé que trabajas con niños no sólo como directora sino también en el ámbito educativo. Desde tus experiencias, ¿qué has visto que puede hacer el cine por los niños y qué has visto que pueden hacer los niños con el cine?

CS: Yo creo que la educación en cine es un campo infinito de posibilidades. También sé que está en un momento en que necesita ser explorada y que aún hay mucho por hacer. El proyecto en que yo participo que se llama “Cine en Curso”. A través de él me he dado cuenta de que el cine es una herramienta muy grande para educar la sensibilidad, les da a los niños la capacidad de abrir los ojos y ver lo que sea; en nuestro caso, los educamos sobre todo para que el cine se convierta en una forma de mirar su mundo; también aspiramos a que ellos puedan descubrir que su entorno es filmable. Es muy importante también el hacer cortometrajes con los niños ya que aprenden a trabajar en equipo, aprenden a escucharse, a tomar decisiones, y, sobre todo, aprenden a hablar de ellos mismos. Nosotros siempre partimos de problemas que les preocupan. Hemos visto que en “Cine en curso” encuentran un espacio en el que pueden expresarse con confianza. Siempre en el curso ellos ven “Los 400 golpes” de Truffaut, lo que resulta un momento muy revelador. Se acuerdan mucho de las imágenes, hablan del personaje como si fuera su amigo. Para mí, enseñar cine de esta manera tiene algo de mágico ya que descubrimos la manera de transformar la sociedad transformando la sensibilidad de nuestros alumnos.

SL: Veo que ya tienes una postura muy firme respecto a la relación entre el cine y la sociedad, específicamente los niños. Además de “Los 400 golpes”, ¿qué otras películas te han llevado a pensar el cine de esta manera?

CS: A cada director le emociona algo distinto, a mí me emociona el cine que me da la sensación de que es un trozo de vida, el cine donde parece que no pasa nada pero que en realidad está contándose mucho. Me gusta el cine de Lucrecia Martel, Clair Denis, Carlos Saura, Víctor Erice, también me gusta mucho la película italiana “El país de las maravillas” de Alice Rohrwacher. Son referentes que yo no sé si se trasladan en mi cine pero que sí me interesan bastante.

SL: Acercándonos ya al final de este diálogo, ¿para ti qué significa hacer cine desde Cataluña en este omento histórico que atraviesan como región y como país? ¿Cómo te sitúas y cómo sitúas tu obra en esa encrucijada?

CS: Me sitúo con normalidad ya que tengo la libertad de contar las historias que me apetecen. “Verano 1993” está hablada en catalán porque mi infancia la viví así. No podía rodarla en otro idioma. España es diversa en lenguas y sí creo que debería ser más normal que se haga cine en catalán y en los otros idiomas que hay en el país, además del español.

SL: Por último, y regresando al tema central de tu obra hasta ahora, que es la muerte. ¿Qué ha hecho el cine por ti, después de haber vivido tantas perdidas tan cercanas?

CS: El cine ha dado mucho sentido a mi vida. Como me gusta mucho observar la cotidianidad en el cine, así también he aprendido a hacerlo en mi vida. El cine hace que me fije en cosas que seguramente no me fijaría de otra manera. En el caso de mis relaciones familiares, éstas toman mucho más valor cuando escribo sobre ellas. Para mí el cine y la vida van de la mano. No sé si el cine me haya salvado, pero sí me ha ayudado a comprender la vida y a amarla mucho más.

 

LAS PEQUEÑAS COSAS Trailer from Carla Simón on Vimeo.