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2018-01-02 00:00:00

Marguerite Duras: Cine de la memoria

Por: Pedro Paunero

Marguerite Duras, escritora y directora de cine francesa, nacida en Vietnam bajo el nombre de Marguerite Donnadieu, recibió en 1984 el simbólico, pero prestigioso, Premio Goncourt, que consiste en la entrega de apenas 10 euros, y que la convirtió, de inmediato, en una autora célebre en todo el mundo, por una novela que recrea sus amoríos con un chino rico, siendo ella una sensual adolescente, a quien denominaban, despectivamente en el colegio, “la zorra más joven de Saigón”. La novela, titulada “El amante”, fue llevada exitosamente al cine por Jean-Jacques Annaud en 1991. La obra de Duras, novelas, cuentos, guiones, cortometrajes, documentales y largometrajes, exploran el dolor de la memoria y sus actos de permanencia, pero también los del olvido.

En 1950 publica los recuerdos de su madre y sus hermanos. Pierre, el preferido de la madre, que siempre maltrató a Marguerite y Paul, el preferido de Marguerite, en la novela “Un dique contra el Pacífico”. El libro narra la decisiva compra de unos arrozales que sufrirían la inundación del mar, en Indochina, por parte de su madre. Estafada, al final, la pobre y desesperada mujer sería abandonada por sus criados, enfrentada al fracaso y la desolación. Los derechos para llevar la novela al cine le fueron comprados. René Clément la llevó a la pantalla en 1957. Los actores fueron Anthony Perkins, Silvana Mangano y Alida Valli. Clément omitiría el personaje de la madre violenta y del hermano seductor, como una fuerza sexual arrebatadora, que Duras describe en el libro.

La difícil relación entre la autora y su madre atraviesa casi toda su obra. Ese “desamor” entre madre e hija y con el hijo menor, se trasluce en lo que expresara en cierta ocasión:

“Creo que siempre o casi siempre en la infancia la madre representa a la locura. Nuestras madres siempre permanecen como las personas más locas y extrañas que jamás hemos conocido”

La escritora mexicana Sofía G. Buzali, trabajando sobre memorias, anécdotas, notas y una investigación exhaustiva sobre Duras, plasma ese tiempo de conmoción emocional en su novela “Marguerite, intensidad y dolor de una vida”. Nos enteramos que una Marguerite emocionada acudió al cine. Se extrañó de ver su propia infancia plasmada en imágenes. Y que, a pesar del asombro, pudo notar omisiones, fallas. Fue en ese momento en el que tomó la decisión de rodar sus propias películas. No dejó, por ello, de publicitar la película y conceder entrevistas. La madre era un tema esencial, recurrente, así como esos tiempos pasados en Indochina. El dinero le llegó a manos llenas. Millones.La editorial Gallimard reeditó la novela. Marguerite pudo comprar, así, una casa de campo en Neuphle-le-Cháteau. En breve tiempo la llamó el cineasta Alain Resnais. Le pidió un guion. El texto se convertiría en la cinta “Hiroshima, mon amour”. 

 

 

Posteriormente, Duras se convertiría en una importante representante del Nouveu Roman, novelística en la que prima el flujo de conciencia y la ruptura de las formas comunes de narrativa. Cuando tuvo contacto con Resnais para la escritura de ese guion, que también sería el primer largometraje de Resnais y uno de los comienzos de la Nouvelle Vague, con su montaje vanguardista, sostenido en la técnica del flashback, el texto ya delineaba los hechos de la memoria y de la guerra, para transformar en algo atormentador lo que podría haber sido una simple charla sobre Hiroshima, entre dos amantes.

La película se rodó en 1958. Duras recordaría el placer que le causaron las siete horas de charla con Resnais en las que acordaron filmar un largometraje de ficción y no un documental. Los temas eran comunes a ambos: dolor, recuerdos y muerte. “Ella” (Emmanuelle Riva) viaja a Hiroshima a rodar una película sobre la paz, conoce a “Él”, un arquitecto japonés (Eiji Okada), se enamoran. “Ella” recuerda su pasado, y a un soldado alemán que amó. La pareja había decidido escapar de Nevers, en Francia, donde había tenido lugar el enamoramiento, pero el alemán había resultado muerto en un acto de guerra. Hay una memorable escena en una cama de hotel. “Él” le recuerda en cuerpo, y en una serie de acontecimientos torturados, a “Ella”, a su amante alemán. Pero en ese presente en Hiroshima, ambos están casados. El amorío no podrá, pues, terminar bien. Varios de sus diálogos se han vuelto célebres y ejemplares, en cuanto a forma y estilo, de una Duras en pleno poder de su arte:

  “Te recuerdo. ¿Quién eres? Me estás matando. Eres mi vida. ¿Cómo iba yo a imaginarme que esta ciudad estuviera hecha a la medida del amor? ¿Cómo iba a imaginarme que estuvieras hecho a la medida de mi cuerpo mismo? Me gustas. Qué acontecimiento. Me gustas. Qué lentitud, de pronto. Qué dulzura. Tú no puedes saber. Me estás matando. Eres mi vida. Me estás matando. Eres mi vida. Tengo tiempo de sobra. Te lo ruego. Devórame. Defórmame hasta la fealdad.”
 
Duras palmoteaba, aplaudía, bailaba, tras cada escena y dialogo aprobado por Resnais, fascinada como una niña ante lo nuevo, la emoción naciente. A este guion excepcional para una película excepcional, de notable éxito de crítica, siguieron una serie de documentales en un estilo único: “Nathalie Granger” (1972) con Lucía Bosé y Jeanne Moreau y “La Femme du Gange” (1974), con Catherine Sellers, Gerard Depardieu y Dionys Mascolo, su amante en la vida real.

En 1975 rueda “India Song”, film del que había comentado, convencida, a su hijo Jean “Outa” Mascolo, que constituía, realmente, su “única” película y en la cual él había tenido participación como su asistente. Duras, testigo de un hecho terrible de su adolescencia en Vietnam, impregnó de tales recuerdos “India Song” y pasajes de sus novelas “Un dique contra el Pacífico” y “El Vicecónsul”. Cierta noche su madre había encontrado a una pordiosera en el jardín de su casa, la mujer le había hecho entrega de una niña de brazos, con la cabeza infestada de piojos, dejándosela abandonada.

La joven Marguerite le tuvo que construir una cuna. Se hizo cargo, con amor y diligencia, de la pequeña. Una mañana la encontró muerta en esa cuna, asfixiada, según ella. Esos gritos angustiados, que se escuchan, lejanos, en y fuera de escena, en “India Song”, son los de la pordiosera o los de la niña o los de la misma Marguerite, en un acto terrible de recuerdo y exorcismo. Un vals de Carlos d´Alessio que musicaliza el film le parecía, a Duras, un personaje más, sumamente sensual, que marcaba el ritmo de los otros personajes. Marguerite recordaba con lágrimas en los ojos esa música.

“India Song” se trata de una cinta bellísima pero insoportable por momentos, de ritmo lento y difícil, pretenciosa como toda obra de arte producto de una artista ególatra, consciente de encontrarse en la cima de su poder creativo. La película cuenta la historia de la aburrida esposa (Delphine Seyrig) de un diplomático. La mujer está algo loca y el onirismo de las escenas ayuda a entrever el hecho. Situada en Calcuta en 1937, fue filmada en París, elemento recursivo de la Nouvelle Vague y de aquellas cintas y directores adscritos, o que se identificaban en parte, con dicho movimiento: una ciudad puede ser otra ciudad, incluso otro planeta (como en la “Alphaville” de Jean-Luc Godard), un tiempo es otro tiempo (como en “El año pasado en Marienbad” de Alain Resnais), la memoria se revela tapiz de emociones que subyugan un presente que se escapa, se desliza, hacia atrás, mucho, y hacia delante, un poco.

 

 

Tras varias crisis de alcoholismo Duras termina, en tres meses, “El amante”. El manuscrito fue leído por la hija del editor de “Les Éditions de Minuit” que lo entregó, maravillada a su padre. La primera edición fue de veinticinco mil ejemplares que se vendieron en una semana. Apurados por la demanda, se tiraron diez mil ejemplares diarios. Hubo una crisis por escasez de papel y la distribución se dificultó. Al cabo de un tiempo se habían vendido tres millones de ejemplares del libro.

En esta novela corta Duras trae a la página los recuerdos de su rico amante chino. Por dinero, la jovencísima y sensual Marguerite se entrega al amante. A su madre no le importa el color ni la raza del amante de su hija, siempre y cuando ella no tenga sexo con él. En la película, en cambio, notamos el racismo, la ironía, por parte de la familia de Duras, a pesar de su pobreza. Es esta una novela hermosa, plena de erotismo amanerado.

Ella, de 15 años, él, de 26, se encierran para tener encuentros inmersos en “un amor abominable” como lo describe Duras. En el film Jane March interpreta a Duras casi niña, Tony Ka Fai Leung al amante. La voz en off, pretendidamente la de la misma Marguerite, correspondió a Jeanne Moreau. La película fue un éxito pero no fue del agrado de Duras que rescribió el libro, aprovechando, de paso, el éxito del primero, bajo el título de “El amante de la China del norte” en 1991. Esta nueva versión de la misma historia fue otro éxito, a pesar de que el libro constituye una especie de compendio de instrucciones para rescribir el insatisfactorio guion de “El amante”.

La novela comienza con unas frases extraordinarias:

“Un día, ya entrada en años, en el vestíbulo de un edificio público, un hombre se me acercó. Se dio a conocer y me dijo: "La conozco desde siempre. Todo el mundo dice que de joven era usted hermosa, me he acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa ahora que en su juventud, su rostro de muchacha me gustaba mucho menos que el de ahora, devastado".

En la película se extraen líneas de este fragmento:

“Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los dieciocho años ya era demasiado tarde. Entre los dieciocho y los veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí. No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo, nunca lo he preguntado. Creo que me han hablado de ese empujón del tiempo que a veces nos alcanza al transponer los años más jóvenes, más gloriosos de la vida. Ese envejecimiento fue brutal. Vi cómo se apoderaba de mis rasgos uno a uno, cómo cambiaba la relación que existía entre ellos, cómo agrandaba los ojos, cómo hacía la mirada más triste, la boca más definitiva, cómo grababa la frente con grietas profundas. En lugar de horrorizarme seguí la evolución de ese envejecimiento con el interés que me hubiera tomado, por ejemplo, por el desarrollo de una lectura. Sabía, también, que no me equivocaba, que un día aminoraría y emprendería su curso normal. Quienes me conocieron a los diecisiete años, en la época de mi viaje a Francia, quedaron impresionados al volver a verme, dos años después, a los diecinueve. He conservado aquel nuevo rostro. Ha sido mi rostro. Ha envejecido más, por supuesto, pero relativamente menos de lo que hubiera debido. Tengo un rostro lacerado por arrugas secas, la piel resquebrajada. No se ha deshecho como algunos rostros de rasgos finos, ha conservado los mismos contornos, pero la materia está destruida. Tengo un rostro destruido. Diré más, tengo quince años y medio. El paso de un transbordador por el Me-kong.” 

 

 

Esas imágenes se confunden –en mí, lector y espectador-, en las notas del Vals número 10 en B menor, opus 69 de Chopin, con las cuales finaliza la película, mientras leo y veo las memorias de Marguerite Duras, sostenidas por un hilo de tenso deseo, de dolorosa memoria, en la atmósfera de un barco:

“Años después de la guerra, después de las bodas, de los hijos, de los divorcios, de los libros, llegó a París con su mujer. Él le telefoneó. Soy yo. Ella le reconoció por la voz. Él dijo: sólo quería oír tu voz. Ella dijo: soy yo, buenos días. Estaba intimidado, tenía miedo, como antes. Su voz, de repente, temblaba. Y con el temblor, de repente, ella reconoció el acento de China. Sabía que había empezado a escribir libros. Lo supo por la madre a quien volvió a ver en Saigón. Y también por el hermano menor, que había estado triste por ella. Y después ya no supo qué decirle. Y después se lo dijo. Le dijo que era como antes, que todavía la amaba, que nunca podría dejar de amarla, que la amaría hasta la muerte.”

Marguerite Duras, para quien cine y literatura constituían ampliaciones de una misma forma de narrar murió, ya lejos de los alcances del dolor por la memoria o, acaso más cerca de sus estragos, el 3 de marzo de 1996 a los 81 años de edad. Su hijo “Outa”, y su amante bisexual “Yann”, la sepultaron en el cementerio de Montparnasse, en París.