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2017-11-30 00:00:00

«El halcón y la presa», una exploración de la dignidad humana y la corrupción

Por Pedro Paunero

Dirigida por Sergio Sollima, uno de los tres grandes directores del Spaghetti Western, a quien los críticos y fanáticos que rinden culto a su obra incluyen entre “Los tres Sergios” (esa Santa Trinidad del subgénero), al lado de Sergio Leone y Sergio Corbucci, “El halcón y la presa (título más certero con el que se le conoce en España a esta película que en América latina se tituló “Ajuste de cuentas”, que, a la vez, se acerca más al original italiano), en una lista abanderada por la mítica “El bueno, el malo y el feo” ("Il buono, il brutto, il cattivo"; Sergio Leone, 1966) debe incluirse entre los cinco mejores Westerns europeos de todos los tiempos.

Sollima, de escasa producción en su haber, con sólo quince largometrajes, incluidos tres Spaghetti Westerns, dirigió “El halcón y la presa” (La Resa dei conti) en 1967. Su obra, que se caracteriza por una marcada ideología comunistoide, explora, con mayor o menor acierto, tanto la corrupción como la dignidad humanas. Su carrera culmina (antes de dedicarse a dirigir populares series italianas de aventuras como las de Sandokan o El corsario negro, basadas en las novelas de Emilio Salgari), con una obra maestra, la violenta y descarnada “Revólver” (Revolver, aka Blood in the Streets) en 1973, un policíaco pionero de todas las Buddy Movies o películas de camaradería masculina, que incluía un revelador tema musical escrito por Ennio Morricone: “Un amico”, que se apropiaría Quentin Tarantino para “Inglourious Basterds” en 2009.

El actor cubano-americano Tomas Milian, nacido en 1933 y fallecido en marzo de 2017, interpreta a Manuel “Cuchillo” Sánchez, un mexicano acusado falsamente de haber violado y asesinado a una adolescente americana y que, quizá por cuestiones de pobreza, al no usar revolver como los Cowboys, es experto en el lanzamiento de cuchillos. En un trasfondo de corrupción absoluta, en oposición, los dos únicos personajes con honor son Cuchillo, cuya conducta bufonesca pero impregnada de dignidad lo emparenta claramente con los personajes de la picaresca española, y el extraño Jonathan Corbett, metido a cazador de recompensas en un afán de hacer justicia, que ha limpiado la región de forajidos, interpretado por el legendario, extraordinario y estoico Lee Van Cleef, cuya actuación se ve opacada por la necesariamente exagerada actuación de Milian, se ven inmersos en una persecución cuya maquiavélica finalidad es orquestada por motivos egoístas que, tanto perseguidor como perseguido, desconocen.   

El guion estaría a cargo de Sergio Donati, con quien Sollima colaboraría también para su próximo proyecto del subgénero, “Cara a cara” (Faccia a faccia), uno de los mejores Spaghetti Western de la historia, al año siguiente, pero de quien prescindiría para “Corre, Cuchillo, corre” (Corri, uomo, corri), continuación de “El halcón y la presa” en 1969, que se decanta, sin olvidar la crítica social muy de izquierdas, decisivamente hacia la comedia. La música corre a cargo del indefectible Ennio Morricone, mientras la producción fue de Alberto Grimaldi, ese gran impulsor del cine italiano, tan poco apreciado como tal, con títulos tan importantes en su trabajo como la Trilogía de la vida de Pasolini, su cruelmente testamentaria “Saló, o los 120 días de Sodoma” o “El último tango en París” de Bertolucci. La cinta fue filmada en el desierto de Tabernas, en Almería, España, ese sitio perteneciente a la geografía de la leyenda para el Eurowestern como Monument Valley, en Estados Unidos, lo es para el cine del Oeste de John Ford. 

A Corbett se le pide apoyar el proyecto de unir ferroviariamente Texas con México, tras llegar al Senado, por parte de un empresario, Brockston (Walter Barnes), que cuenta con el apoyo de gente del gobierno mexicano. Las intenciones de Corbett son contribuir al desarrollo económico del estado y, mientras tanto, detener a Cuchillo, un “mexicano vagabundo”, a quien atribuyen aquel crimen que no cometió para ocultar un asesinato que pondría en aprietos el proyecto. Por supuesto, las intenciones de Brockston son de pura practicidad egoísta, que no quiere sino valerse de la popularidad de Corbett para alcanzar sus fines. A pesar de esto, la persecución que convertiría, supuestamente, a Cuchillo en la presa de Corbett, le hará pronto comprender que el mexicano tiene varios trucos bajo sus raídas y sucias mangas. En esta cacería humana, tema que tan notables ejemplos ha dado al cine, una vez tras otra el hombre escapa de su perseguidor, de manera tan ingeniosa, mientras desgrana sus orígenes miserables y la heroica tristeza de su pueblo, sometido una y otra vez a las vejaciones de los poderosos, al grado que el pistolero toma conciencia, poco a poco, no sólo de la inocencia de Cuchillo y su dignidad infantiloide (uno de los típicos estereotipos del mexicano en el cine), sino de la trampa última que los empresarios y políticos le tienen destinada en manos de un austriaco, el Baron von Schulenberg, reconocido como “el mejor tirador de Europa” (33 duelos, 33 viudas), personaje casi robótico de obvias maneras aristocráticas y estiradas, con quien se enfrentará en un duelo final que mucho tiene de homenaje al cine de Leone. Corbett usará su revólver y Cuchillo Sánchez su cuchillo en ese emocionado duelo que sólo podía ser cinematográfico.

La película contiene escenas estrambóticas y grotescas, como la de Cuchillo sometido a torear a la fuerza en el rancho de una hermosa dominatriz viuda (Nieves Navarro), cuyos caballerangos son, a la vez, sus amantes (“Una abeja reina”, como la llama Corbett), y que lo someten a flagelamiento después de hacerle el amor, en una escena cara al Sexploitation; o la equívoca escena en el río, en la que Corbett encuentra a Cuchillo con una púber de trece años, bañándose en un riachuelo, tras ser advertido de la supuesta violación de la niña de doce y que resulta ser una de las cuatro mujeres de un líder mormón. Corbett, y los espectadores, no podemos dejar de mirar con horror lo que se desarrolla delante de él, que en otras circunstancias podría pasar por una idílica, paradisíaca escena con un elemento perturbador en medio, pero que se recubre de chillante obscenidad, que sin embargo, pertenecen plenamente a la parafernalia propia del subgénero con sus duelos de estampa kitsch, incluyendo sus “juguetes” bélicos, sus habilidades imposibles con las armas, la ambigüedad de sus personajes, o lo burdo de su factura, en franco –y totalmente consciente- contraste con el maniqueísmo del Western americano.

“¿Por qué la has tomado conmigo?” pregunta Cuchillo, ignorante de la razón por la cual Corbett lo persigue. Este le contesta: “Yo no la he tomado contigo, es la ley la que te persigue”. “¡La ley! ¿Y qué es la ley? Yo conozco una ley: esa que dice que el mundo está dividido en dos bandos. Los que huyen y los que persiguen”. Cuchillo es un decepcionado de las luchas sociales en México, Juárez, Porfirio Díaz, la revolución mexicana, no son sino ciclos de Eterno retorno y su gente, los siempre perdedores. Cuando Cuchillo hace creer a Corbett que le ha mordido una víbora, y se escapa otra vez, el pistolero está a punto de convertir la cacería en una cruzada personal. Atraviesa México en busca de Cuchillo. Ahora, él también es un fuera de la ley. 

Escena preferida: Cuchillo se encuentra como compañero de Corbett en una celda en una cárcel de México. A gritos hace que lo cambien de celda. Sube a una silla. Hurga sobre una de las vigas del techo y saca un cuchillo con el que destruye parte de la pared de adobe que sostiene la ventana y escapa una vez más, ante la mirada azorada de Corbett. Cuando todo finaliza, podemos decir que, por una sola ocasión, un mexicano y un americano cabalgaron juntos.

Y, al grito de “¡Pero no me hubieras cogido nunca! ¡Cuchillo se va, se va!”, finaliza esta joya imperfecta, emocionante y emocionada. Uno de los mejores ejemplos del Spaghetti Western en plena gloria.