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2017-07-08 00:00:00

Crítica: «Okja». Cerdos círculos políticos

Por Rodrigo Garay Ysita

La niña tiene una cerda gigante, retozona y de piel gris de rinoceronte que se llama Okja, como la película que se puede ver en Netflix tras la polémica del pasado Festival de Cannes. De cierta manera, esta criatura bonachona y genéticamente modificada es lo único que la separa de una sociedad cruel y en expansión imparable, aunque ella no lo sabe. Se quieren mucho. Del otro lado del mar, la responsable de alejar a las dos amigas será la aparentemente amistosa (pero en realidad experta en brutalidades animales) Mirando Corporation, empresa en representación de ese neoliberalismo bestial, dueña y creadora del superchancho cuyo único propósito es saciar el hambre de un futurismo en donde, al parecer, la comida empieza a escasear.

Ridiculizando a tres círculos políticos muy relevantes en nuestro 2017 (el mediatizado, el invisible y el activista), la aventura dirigida por Bong Joon-ho en “Okja” abandona el cobijo familiar protector de la inocencia en la faz de lo monstruoso —que el mismo cineasta había imaginado en “The Host” (“Gwoemul”, 2006)— y enfrenta a una niña inocente ante las atrocidades de la civilización en forma. Ella, muy hábil navegante en el camino elíptico de la serendipia (que es otra forma de decir que este guion se toma unas libertades enormes para que todo suceda convenientemente), conoce las distintas caras de una gran hipocresía para intentar salvar a su mascota y, silenciosa por la imposibilidad lingüística, no tendrá otra opción que dejarse llevar por las fuerzas organizadas y volver a casa con el corazón maduro.

Con la excepción del desquiciamiento doble interpretado por Tilda Swinton y la parodia coral del Frente de Liberación Animal, “Okja” es más elocuente en describir a sus personajes a través del cuadro panorámico que mediante la personificación de los mismos. Si no hubiera otro referente además de las acciones de los individuos en juego —en una escala de sutileza en donde la sencillez de Mija y la redundancia estrepitosa del zoólogo Johnny representan los dos extremos—, ni las tiernas miradas de odio de la primera ni la caótica exuberancia del otro son suficientes para imaginar a dos sujetos que representen algo más que los papeles que les tocó jugar en esta persecución de caricatura. Para eso está la saturación de verdes en el edénico follaje de Corea, los cinco o seis grados ondulantes de azul que delimitan a la sierra melancólica, el tugurio mugroso al que la conferencia de prensa de la Mirando Corporation no puede enmascarar suficientemente o la oscuridad sin fin de ese mar porcino de pesadilla. El gran plano general consume a sus pequeños sujetos y los hace más o menos entendibles en relación con el espacio del que provienen, ya sea para enfatizar la dicha efímera de la naturaleza primigenia o la suciedad quirúrgica, macabra e inhumana de la megacorporación (“This is an unspeakable place”, chilla Jake Gyllenhaal en el piso).

Lo que sí se define a través de acciones, decíamos, es el desdoblamiento de las dueñas de la empresa, las gemelas Lucy y Nancy Mirando, dos caras de la misma terrible moneda quienes esgrimen su legado de dominación con el pulso tembloroso que les causan sus complejos paternales (y demás desastres histéricos que se ve que vienen arrastrando). En el mundo al que se expone la pequeña Mija por primera vez, el egoísmo voraz de aquellos que sustentan el poder no sólo es movido por la avaricia, sino, como en muchos cuentos de hadas y leyendas folclóricas, por carencias emocionales provocadas por una familia defectuosa (¿de dónde más podría venir el sufrimiento de los privilegiados?).

Sin embargo, al igual que en la película previa de Bong Joon-ho (“Snowpierce”r, 2013), el verdadero control del imperio no podía quedarse realmente en manos de una excentricidad tan explosiva e inestable como la de Tilda Swinton. Ella es, después de todo, la vocera y directora de mercadotecnia nada más, la jefa de pista en un show mediático internacional que requiere de las sonrisas cansadas de los presentadores de televisión para engatusar a su público. Tanto Lucy como Johnny concretan el cuerpo, a través de su densa capa de payasadas (por si no había quedado claro: Gyllenhaal disparatado hasta la redundancia), de la bombástica parafernalia del espectáculo masivo, siempre bailando a unos centímetros de la punta de lanza que va a terminar por reventarla. Claro está, que revienta.

Cuando esa farsa no da para más, el maestro de las marionetas de “Okja” (Gus Fring, en persona) vuelve a demostrar la pertinencia inagotable de aquella charla universitaria de Weber y convierte a un desfile neoyorquino de mal gusto en el pánico desbordante de “Battle in Seattle” (“Stuart Townsend”, 2008), confirmando que sí, que el monopolio del uso legítimo de la fuerza bruta es aquello que define a la transnacional alimentaria más chingona. Que una compañía de comida tenga una división armada al estilo S.W.A.T. es sólo otro elemento fársico que, de la mano de la pandilla evangélica de terrorismo soft autodenominada como Frente de Liberación Animal, expresa las divertidas contradicciones de liberales y conservadores en un ambiente que puede extrapolarse a cualquier relación de poder.

Sea por la mofa de los activistas ultraveganos o por la de los fríos dirigentes que abusan de los animales, el camino de Mija será agridulce. Si ella quiere salvar a su ser más querido, se le exigirá un sacrificio diminuto, pero significativo: despojarse de esa porción de su credo en donde el amor pesa más que el oro. Para los que comen los deliciosos embutidos de la Mirando Corporation, habitantes de la oscura tierra de “Okja,” con dinero baila el perro. Siempre.