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Reporte de la semana

2017-05-24 00:00:00

Crítica: «Yo, Daniel Blake», muestra del gran humanismo de Ken Loach

Por Hugo Lara

El descrédito de los gobiernos se ha vuelto un tema universal cada vez más grave, dada la acelerada metástasis de su ineficacia, su corrupción y su inhumanidad. El mundo contemporáneo carga con una lucha desigual entre los poderosos y los ciudadanos, quienes de forma injusta suelen ser los perdedores siempre. La perversión del gobierno se parapeta en las instituciones y sus kafkianos sistemas de operación, donde se ejecuta constantemente el sabotaje hormiga contra millones de individuos, así sea el más sencillo y honesto.  Este es el telón de fondo de “Yo, Daniel Blake”, película del británico Ken Loach que ganó la Palma de Oro en el festival de Cannes de 2016 con todo merecimiento.

Loach, a lo largo de su ya larga filmografía, se ha abocado al cine de contenido social desde diferentes ángulos, pero siempre con el compromiso de ponerse al lado de los desprotegidos o de las causas justas. En el caso de “Yo, Daniel Blake”, el director retrata la desequilibrada lucha entre un David y su Goliat moderno: un modesto obrero enfermo que lucha contra la burocracia para obtener su legítima pensión de incapacidad, la cual le ha sido negada por causas misteriosas.

Pero el planteamiento de “Yo, Daniel Blake” huye atinadamente del melodrama, pues ofrece dosis de humor y ternura, o alegres pedazos de la vida sin artificios, a pesar del opresivo entorno que retrata, el de la clase proletaria de Newcastle. El relato detona en la antesala de la oficina de pensiones donde Daniel (Dave Johns) espera resolver su asunto. Allí coincide con Katie (Hayley Squires) y sus dos pequeños hijos, Daisy (Briana Shann) y Dylan (Dylan McKiernan), quienes son maltratados por una funcionaria debido a que han llegado tarde a su cita y han perdido su turno. Daniel decide intervenir en favor de Katie, ofendido por la intransigente actitud de los oficinistas. Como resultado, Daniel, Katie y los niños son echados a la calle, pero esto da pie al inicio de una relación amistosa entre esos seres marginados, pero solidarios y afectuosos a pesar de su humilde condición.


[El filme reivindica valores que urge poner en primer plano, como la solidaridad y el coraje...]

La narración nos conduce por dos itinerarios que cruza Daniel y se entreveran entre sí: el pantanoso trámite para pelear por su pensión, y el entrañable vínculo que construye con Katie y sus dos hijos. Loach se aproxima a ellos con sensibilidad y respeto, pues muestra a su protagonista como un hombre valiente que defiende su orgullo a pesar de la adversidad, lo que lo hace más admirable y querido. Lo mismo sucede con Katie, madre soltera que busca la manera de ofrecer un hogar a sus hijos a costa de lo que sea: tallando el baño que se cae a pedazos, robando en la tienda o consiguiento empleos riesgosos.

No hay forma de no compadecerse de estos personajes, pero también de mirarlos con humanidad, empáticamente, a diferencia del frío y cruel modo de los burócratas que aparecen en el filme, servidores del despiadado monstruo-de-mil-cabezas que es el gobierno (la política y el poder), que la mayoría de la gente común hemos de sufrir alguna vez (por lo menos).

La dirección desarrolla el relato con sobriedad y contundencia, sin adornos, imprimiendo una atmósfera realista, pero que fluye con buen ritmo gracias al trabajo de los actores bien llevados por Loach, así como la eficiente edición.

“Yo, Daniel Blake” es una película que no hay que perderse, pues reivindica valores que, en este mundo y en países como el nuestro, urge poner en primer plano, como la solidaridad y el coraje. Allí además se encuentran conexiones con otros cineastas, como los hermanos Dardenne, o el cine del mexicano-uruguayo Rodrigo Plá (vale la pena ver su película "Un monstruo de mil cabezas" y otras).