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2017-04-16 00:00:00

El Blaxploitation y otras visiones de la Negritud

Por Pedro Paunero

Jean Paul Sartre definió el concepto de “negritud” como “la negación de la negación del hombre negro.” Fue un movimiento “desde dentro”, en el interior de la raza negra, principalmente aquella que había experimentado los efectos del colonialismo francés, y hacia fuera, para mostrar al mundo una manera de ver y vivir en el mundo, a la que se sumaron intelectuales de color de todo el mundo, a la vez que filósofos, autores e intelectuales europeos. Posteriormente denostada por otros pensadores negros, la negritud dejó su impronta en el andar de la raza, sus luchas y sus pensamientos en el mundo, hasta principios de los años sesenta del siglo XX.

Un movimiento importantísimo, en la amplia representación que la negritud ha tenido en el cine, es el Blaxploitation, que se caracterizó por llevar a la pantalla no sólo problemas raciales, sino una mirada lúdica, auto paródica, muchas veces desnuda y hasta cruel, de los afroamericanos en los Estados Unidos y, casi siempre, con protagonistas y realizadores negros. La música juega un papel importantísimo en dichas producciones que mostraban, por vez primera, no sólo una visión particular de la negritud, desde dentro y hacia fuera, sino contestataria y violenta, y con sobradas razones de fondo para serlo.

Pero hay otras maneras de ver la negritud y su condición humana. En esta lista repasamos varios títulos relevantes, ya sea por la época, el contenido, la forma, la idea, la política y hasta la parte cómica del ser africano, afroamericano, caribeño o negro europeo, en un planeta tan diverso como este.
 

El racismo: "El nacimiento de una nación" (The Birth of a Nation, D. W. Griffith, 1915)

Para muchos investigadores D. W. Griffith es el auténtico padre del cine. A través de su filmografía, pero especialmente a través de esta obra maestra, levantó los cimientos del lenguaje cinematográfico. La película, cuyo guion se basó en tres obras, pero principalmente en “The Clansman: An Historical Romance of the Ku Klux Klan”, escrita por Thomas Dixon, que supone una obra de carácter abiertamente racista y de odio. Sin embargo, parece ser que a Griffith le importaba menos el relato que la forma de contarlo y eso, precisamente, cobra una importancia extraordinaria al convertir este rasgo, aunado al mensaje claro que transmite la película, en la manera de ver, de “leer” y entender “El nacimiento de una nación”. Griffith despliega toda una serie de técnicas innovadoras, por ejemplo, acentuando el dramatismo a través de primeros planos, que se han vuelto célebres, analizados y estudiados. ¿Cómo pudo ser posible que esta maravilla de la innovación técnica, fundamental para el cine que vendría después, sirviera como vehículo para contar lo que cuenta? La cinta demuestra, como lo haría dos décadas después Leni Riefenstahl, con su “El triunfo de la voluntad” (Triumph des Willens, 1934), que el dominio de la técnica y la genialidad, se puede poner al servicio de cualquier ideología o fanatismo, no importando la naturaleza de estos y las consecuencias derivadas de los mismos.

Narra la historia de los Estados Unidos o, mejor dicho, de los estados esclavistas, como un sistema basado en un dechado de virtudes, prontas a ser amenazadas, a través de dos familias, los Stoneman, del Norte y los Cameron, del sur, antes de la Guerra de Secesión. Todos los supuestos valores del esclavismo se enfrentarán a su posible destrucción cuando la guerra comience. Los villanos de la película son, por supuesto, los esclavos, presentados como seres zafios y obscenos, borrachos, pendencieros y violadores y los abolicionistas que los defienden. Cuando comienza la historia del ascenso del Ku Klux Klan como una fuerza heroica, única capaz de detener el avance destructivo de toda una forma de vida, el espectador entendido se enfrentará a poderosas sensaciones encontradas, que lo jalonarán entre el respeto y la admiración por la grandeza artística del film y la repulsión ante el odio racial que demuestra.

No importa que sean varios los elementos que han envejecido en la película, sus méritos (y su odioso mensaje) se mantienen todavía hoy y, ya en tiempos de su estreno, levantó furiosas reacciones en el público y entre los activistas de la National Association for the Advancement of Colored People.

Griffith se encontró ante la negativa, muy comprensible, de parte de extras o actores negros, para participar en el rodaje y tuvo que echar mano de la técnica del blackface, el maquillaje de actores blancos como personajes negros, rasgo considerado hoy como elemento de mofa racial que alcanza, también, a títulos históricamente importantes como “El cantante de jazz” (The Jazz Singer, Alan Crosland, 1927), la primera película auténticamente sonora de la historia.

Los disturbios post estreno no se hicieron esperar. Un hombre blanco, saliendo de la proyección en Indiana, mató a tiros a un joven negro. La población negra se movilizó y las pandillas formadas por individuos de raza blanca a la vez. Hubo enfrentamientos entre políticos que alcanzaron al mismo presidente Woodrow Wilson, acusado de racista y la película sirvió para la resurrección triunfal del Ku Klux Klan, que hasta entonces había permanecido en estado latente.          

Como una manera de resarcir los daños que su película había causado en su carrera, Griffith emprendió la tarea, aún más grandiosa, de rodar “Intolerancia” el año siguiente. Una cinta de envergadura colosal, que difícilmente podrá ser igualada, y que narra la historia de aquello que, precisamente, señala su título, la historia de la intolerancia humana desde tiempos bíblicos hasta el presente. 
 

La denuncia: "Puertas adentro" (Within Our Gates, Oscar Micheaux, 1920)

“Within Our Gates” es la segunda película dirigida por Oscar Micheaux, director afroamericano que, por razones obvias, refleja la situación racial a principios del Siglo XX en los Estados Unidos. Con su filmografía Micheaux se convirtió en el padre del cine afroamericano y, al mismo tiempo, en uno de los primeros directores americanos independientes.

Quizá no sea exagerado señalar que, debido a la propagandística “El nacimiento de una nación” de D. W. Griffith, el Ku Klux Klan, a la par que la segregación racial, crecieron en los Estados Unidos y la película de Micheaux, que sigue la labor de Sylvia Landry (Evelyn Preer), como profesora negra del sur segregacionista, que viaja a los estados del norte para recaudar fondos para su escuela, sea una respuesta artística a ese resurgimiento del odio.

Eran los años de las Leyes Jim Crow que limitaban los derechos civiles de la población negra. El nombre dado a dichas leyes provenía de un baile caricaturesco, del actor decimonónico de raza blanca, Thomas D. Rice, considerado el “padre de la trova americana”, con maquillaje blackface, y que pasó a ser un sinónimo despectivo. También era la época de las denominadas “Race Films”, que estaban dirigidas a un tipo particular de audiencias (racial, precisamente, ya fuera esta negra o asiática y que incluía un elenco mayoritariamente de esas razas), y que tiene en su título más antiguo en “A Fool and His Money” (1912), de la directora pionera, la franco americana, Alice Guy. Pero la película que la Micheaux Film Corporation produjo, se despoja de los elementos cómicos y superficiales para erigirse en una verdadera cinta de denuncia. Muy frescos estaban los disturbios raciales de Chicago (1919), que condujeron a una turba de blancos a matar ciudadanos negros y quemar sus propiedades.  

En el marco de este hervidero social, Micheaux coloca su potente melodrama. Sylvia se descubre mulata, con ascendencia europea, cuando, de visita a su prima Alma, se enamora de un hombre de color y la dureza de la historia es contada, mediante flashbacks, con todos los matices que sufre su raza oprimida, linchamientos y violaciones, los incestos a punto de ocurrir y un feliz matrimonio final. Sin embargo, los censores mutilaron la cinta, sobre todo en las partes que mostraban violencia y la película se perdió durante setenta años hasta que se descubrió una copia en la Filmoteca Española de Madrid y fue remontada y restaurada. El trabajo de Micheaux, a pesar de su factura artesanal y las actuaciones sumamente melodramáticas de sus elencos, permanecen como documentos históricos de gran valor a través de todos los tiempos, al punto que el centro de conservación de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos la conserva como una pieza de altísimo valor.   
 

El melodrama mexicano: "Angelitos negros" (Joselito Rodriguez, 1948)

Película inspirada en el poema póstumo “Píntame angelitos negros” (1959), del venezolano Andrés Eloy Blanco, y que ha llegado a considerarse como un himno contra el racismo. Cuenta el enamoramiento del músico José Carlos Ruíz (Pedro Infante) hacia Ana Luisa de la Riva Salazar (Emilia Guiú), mujer rubia, y profesora en un colegio para niñas. Ana tiene una nana negra, Mercé (Rita Montaner), a quien desprecia como a la gente de color de quien se rodea José Carlos en sus presentaciones.

Cuando nace Belén (Titina Romay), hija mulata de este atormentado matrimonio, le tocará en turno sufrir el repudio de su madre que culpará a su marido de tener una secreta ascendencia negra. Por confesión de un cura, José Carlos se enterará que, en realidad, es Ana Luisa quien tiene una madre negra y esta será, obviamente, su nana. Esta lacrimosa película tiene varios puntos en común con “Imitación a la vida”, que dirigiera el estadounidense John M. Stahl en 1934 y el remake, dirigido por Douglas Sirk en 1959.

Para la versión de 1970, del mismo director, se le pediría actuar a Juanita Moore, la aclamada actriz de color que interpreta a la nana en la legendaria película de Sirk.  
 

El melodrama de lujo: "Imitación a la vida" (Imitation of Life, Douglas Sirk, 1959)

Se trata de la segunda versión (y la mejor) de la novela de Fannie Hurst que indagaba en los vericuetos familiares y sus secretos de raza. La primera sería dirigida por  John M. Stahl en 1934, con Claudette Colbert en el papel principal y, para esta, Douglas Sirk, esteta del melodrama, recurriría a Lana Turner. Fue la última película estadounidense de este director danés (nacido en territorio del imperio alemán), y su último gran triunfo. Sirk, conscientemente, había estado retomando varios títulos dirigidos anteriormente por Stahl, director desdeñado por los intelectuales y considerado como realizador de culebrones, llevándolos hacia una nueva estética. Sin embargo, mucho hay de cierto en su naturaleza melosa,  a veces insoportable, reclamada posteriormente para las Telenovelas. A pesar de ello, las películas de Sirk han trascendido su tiempo y su impronta se vería reflejada en un director todavía más grande, su compatriota Rainer Werner Fassbinder, el gran retratista de la alienación humana.

Lana Turner interpreta a Lora Meredith, actriz que contrata a Annie Johnson (Juanita Moore), mujer negra con una hija mulata, Sarah Jane, que pasaría prácticamente por blanca. Lora que había perdido momentáneamente a su hija, Suzie, el día que conoció a Annie, tiene un amorío con el fotógrafo Steve Archer (John Gavin), cuya relación se verá afectada cuando Lora triunfe como actriz.

Es de predecir hacia dónde conducirá la trama. La hija de Annie renegará de su ascendencia negra, mientras la hija de Lora preferirá a su nana negra. La cinta, como un todo, es un Sirk en estado puro y así debe de verse. 


El cine independiente: "Sombras" (Shadows, John Cassavetes, 1959)

Fue la primera película de Cassavetes, héroe del cine independiente americano, rodada en 16 mm pero impresa, posteriormente, en 35 mm. Vendida como un ejercicio de improvisación y, por ende, de virtuosismo y producida con un fondo proveniente de amigos, familiares y, en parte, por dinero del programa de radio “Night People”, se centra más en las relaciones interpersonales que en los conflictos interraciales de sus protagonistas.

El cantante negro de un club nocturno (Hugh Hurd), tiene dos hermanos, interpretados por Ben Carruthers y Lelia Goldoni, con el aspecto de personas blancas. El hombre con el que Lelia inicia un romance, Tony (Anthony Ray, hijo del director Nicholas Ray), es un hombre blanco que ignora la verdadera ascendencia de ella. Los prejuicios saldrán a la luz cuando Tony se entere de este “pequeño secreto”. A través de su metraje, la cinta va pintando un retrato muy valioso de la era Beat en Manhattan, a la vez que va desarrollando la psicología de los personajes, sosteniéndose en la intimidad de las conversaciones y en la música jazz.

A pesar de su título (o precisamente por esto), esta película, en realidad, proyectó una luminosidad fresca y renovadora en el cine americano.  
 

El western: "Sargento Rutledge" (aka. El sargento negro; Sergeant Rutledge, John Ford, 1960)

Aunque Western, “Sargento Rutledge”, es una anomalía en la filmografía de John Ford, el Gran Maestro del género, que rodó, con este título, un reconocible drama racial, una investigación policíaca y una pieza notable de cine judicial, todo envuelto en un alarde técnico y de gran estilo narrativo a través de flashbacks.

El pentatleta y futbolista afroamericano Woody Strode, interpreta al Sargento 1º Rutledge, acusado del asesinato de la hija de un oficial en un fuerte, al poco de finalizar la Guerra de Secesión. Al haber huido del lugar, Rutledge es acusado del crimen. Pero, a pesar de la presencia de un abogado acusador, de claros prejuicios raciales, Rutledge es capaz de despertar las simpatías del teniente Tom Cantrell (Jeffrey Hunter), que descubrirá, por fin, al culpable, el pretendiente blanco de la muchacha. Con todo, esta interesantísima película, rara avis cuyo argumento la emparenta con el Weird Western, fue un fiasco en la taquilla.    

La acusación de asesinato o violación, supuestamente cometido por un negro, pero que resulta inocente, será motivo recurrente en el cine; aparece en una de las menos visibles obras maestras de Luis Buñuel, “La joven”; sostiene la tensión entre sus protagonistas en la investigación policiaca de “En el calor de la noche”, de Norman Jewison y cambia de nacionalidad en una de las joyas del Spaghetti Western, “El halcón y la presa”, de Sergio Sollima, con un mexicano falsamente acusado de violación de una niña blanca, hasta alcanzar el clímax en el thriller, con tintes fantásticos, que es la cinta “Milagros inesperados”, de Frank Darabont.
 

El costumbrismo: "La joven" (The Young One, Luis Buñuel, 1960)

Una de las menos conocidas obras maestras de Luis Buñuel, fue rodada en Acapulco, México y en los Estudios Churubusco, como si de la costa del estado de Carolina, en los Estados Unidos, se tratara. Forma pareja, con “Las aventuras de Robinson Crusoe” (1952), como la única película que el aragonés filmó en inglés.

Bernie Hamilton interpreta a Traver, el músico negro que huye de un intento de linchamiento, tras ser acusado falsamente de violar a una mujer blanca, y llega a una isla. Ahí conoce a una huérfana, Evvie, cuyo abuelo, un carpintero, ha muerto recientemente. Zachary Scott hace el papel de Miller, el guardabosque enamorado de la muchacha, que intentará delatar a Traver, para apartarlo de una buena vez, debido a las intenciones sexuales que tiene con la chica.

Buñuel logra un retrato costumbrista, con tintes eróticos, de una parte de la América profunda pero que no toma partido por sus personajes, y sobre cuya trama racial, apuntó:

El filme no es ni pro-negro ni pro-blanco. Incluso deja justificarse al blanco racista cuando habla con el negro. No hay malos ni buenos absolutos. El racista da al negro un cigarrillo, agua para beber, pero no puede verlo como un semejante. Esto no se debe a la maldad, sino a ciertas influencias sociales.  

El rodaje de esta película tiene varias anécdotas extraordinarias. El guion, basado en el cuento Travellin´ Man del escritor, naturalista y ex agente de la CIA, después perseguido por el FBI, Peter Mathiessen, fue escrito por Hugo Butler, uno de los Diez de Hollywood (esa la lista negra de los perseguidos por el Macarthismo), bajo el seudónimo de H. B. Addis. Buñuel señaló en su biografía, “Mi último suspiro”, que el personal técnico era mexicano, pero los actores estadounidenses, a excepción de Claudio Brook, que interpreta a un pastor, y hablaba perfectamente el inglés. Key Meersman, que interpreta a la joven del título, tenía unos trece o catorce años y estaba sometida a una férrea disciplina por parte de sus padres, que la obligaban a seguir a pie juntillas sus órdenes como director. A veces, señalaba Buñuel, la muchacha lloraba. Debido a la inexperiencia de la chica y al temor a sus padres, atribuía la fuerte presencia de ella en la pantalla. La hermosa canción con que la película comienza, Sinner Man, es de Leon Bib, que la interpreta en off y se echa de menos un soundtrack más completo.

La razón principal de Buñuel para filmar esta película fue la de subvertir la idea del personaje blanco, como el clásico bueno de la historia, y el del personaje negro, como el eterno malo en algo distinto, fuerte y eficaz al mismo tiempo. La cinta, que se estrenó en Nueva York, por Navidades, fue un fracaso total y, a esa misma razón (la subversión de papeles), atribuiría Buñuel el fiasco que resultó, lo que nos dice mucho sobre la misma: se trata de una cinta adelantada a su tiempo (debido a su argumento) y que se exhibió cuando la segregación racial aún imperaba en los Estados Unidos.      
 

El engaño: "El intruso" (aka. El extraño; The Intruder, aka. I Hate your Guts; Roger Corman, 1962) 

Se trata de una incursión atípica de Roger Corman en el cine de corte social, que le valió el reconocimiento en el Festival de Venecia de 1962, pero que resultó ser, por igual, su único fracaso de taquilla. Cuenta con William Shatner, el futuro Capitán Kirk de “Star Trek”, en el papel de Adam Cramer, que llega a la población sureña de Caxton, Missouri, presentándose como un defensor de los derechos civiles, aunque en realidad se trata de un individuo racista que busca hacer surgir el latente odio de sus pobladores para alcanzar sus aspiraciones segregacionistas. La población se verá inmersa, poco a poco, en ascendente violencia, en la que tendrá importancia vital Shipman (Robert Emhardt), el hombre más influyente del pueblo.  

Corman y Shatner hacen dúo en este arriesgado estudio sobre la manipulación de las mentes menos preparadas intelectualmente, que debe mucho a la trama de aquél predicador astuto, manipulador y maquiavélico, que es el personaje de “Elmer Gantry”, de la novela del premio Nobel Sinclair Lewis, llevado a la pantalla por Richard Brooks (“El fuego y la palabra”, 1960) .

La cinta es un dechado de buenas actuaciones, Frank Maxwell, como el periodista Tom McDaniel que tratará de soportar la caída del pueblo en su propio abismo o la del director del instituto, el Sr. Paton, encarnado por Charles Beaumont, a quien se debe el guion de la película, o el mismísimo Shatner, asombroso como este monstruo, o demonio, y siempre un vehículo para sacar lo peor que subyace en el alma americana. La historia, pues, se adentra en el corazón podrido de la América profunda, que de dientes para afuera es tolerante y cumple con las leyes, pero que es capaz de quitarse tal máscara de engaño cuando la oportunidad se presenta. 

El film, aparte, goza de una serie de descubrimientos que revelan la capacidad artesanal de Corman como director, haciendo de él uno de los héroes menores del cine independiente, que incluyó a los pobladores de Charleston, Missouri, en el rodaje. Ante el fracaso de la película, Corman, que con este título quiso ser un director que pretendía ir más allá de su abierto tono comercial (y aquí no hay engaño, como demostró en su libro “Cómo hice 100 películas sin perder un centavo”), le echó la culpa a Shatner, sobre cuyos hombros hoy descansa el intenso recuerdo de este, uno de los mejores títulos del “barato” amo y señor de la Serie B.


El policíaco: "Al calor de la noche" (aka. En el calor de la noche; In the Heat of the Night, Norman Jewison, 1967)

Se escucha un grito en la noche. Se descubre a un hombre asesinado. La policía se pone en movimiento. Entonces, un agente encuentra a un hombre negro en la estación de trenes, leyendo una revista. No tiene otra idea mejor que considerar que él, bien vestido y con una “abultada billetera” (“los negros no ganan tanto”, señalará el jefe de policía), es el culpable. Pero ¡Sorpresa! El negro sospechoso resulta ser Virgil Tibbs (interpretado de manera magistral por Sidney Poitier), uno de los mejores detectives de Filadelfia, de paso ahí, en esa segregacionista población de Sparta, en Mississippi y camino de visitar a su madre en otro estado.

Virgil y Billl Gillespie (Rod Steiger, en el papel que le valió un Oscar), el jefe de policía, tendrán que unirse para resolver el crimen, a pesar de los prejuicios de Gillespie y del desdén urbano y el orgullo de raza mostrado por parte de Virgil. 

Norman Jewison decidió llevar a la pantalla una novela de John Ball, que introdujo al personaje de Tibbs a lo largo de una serie de libros, el primero de los cuales (que dio origen a esta película), ganó el Premio Edgar, la codiciada presea otorgada por los escritores de misterio de los Estados Unidos a la mejor obra del año, y el papel de Tibbs, no podía haber recaído en mejores manos que las de Sidney Poitier, que ya se había convertido, tres años antes, en el primer actor de color en ganar el Oscar por mejor actuación en “Los lirios del valle”, de Ralph Nelson.


La comedia romántica: "Adivina quién viene a cenar" (Guess Who's Coming to Dinner, Stanley Kramer, 1967)

Stanley Kramer reunió a Spencer Tracy, Katharine Hepburn y Sidney Poitier en esta comedia que, burla burlando, va desmadejando los hilos del prejuicio racial de la época en que fue filmada. Joanna Drayton (Katharine Houghton, sobrina de la Hepburn), llega a casa de sus ancianos y, se supone, liberales padres, interpretados por la clásica pareja Tracy-Hepburn, en el papel de Matt y Christina Drayton. La acompaña John Prentice (Poitier), médico y novio de color, de la hermosa muchacha, con quien ella anuncia que contraerá próximo matrimonio y sobre el que Matt, prevé sólo desgracias.

Los diálogos y las actuaciones (Katharine Hepburn añadió un Oscar más a su colección), son memorables y la película supuso la última para Spencer Tracy, que moriría dos semanas después de finalizada. 


El neo noir: "Shaft" (aka. Las noches rojas de Harlem; Shaft, Gordon Parks, 1971)

Llegamos, con este título, por fin, al primer ejemplo de “Blaxploitation Cinema”. Gordon Parks, el primer fotoperiodista de color en trabajar para Life, y víctima, cuando niño, de la segregación racial, recibió el guion de esta película de parte de Ernest Tidyman, autor de la serie de novelas dedicadas a Shaft, el personaje insolente con los blancos y la autoridad, interpretado por Richard Roundtree, modelo de la revista Ebony, dirigida al consumo del mercado afroamericano, a quien le vino como anillo al dedo.

Shaft se ve implicado en una guerra de bandas rivales, narcotraficantes que le piden ayuda para rescatar a la hija del jefe, secuestrada por mafiosos italianos y es auxiliado por un líder de nacionalistas negros. La película abandera este movimiento, el del cine vengativo, combativo y divertido que es el blaxploitation, que no tardaría en estallar en la pantalla, a través de dos secuelas de Shaft, una serie de títulos con sensuales agentes femeninos, que dominan tanto las armas como las artes marciales, y saben bailar muy bien los ritmos afrocaribeños, y que se suman a una larga lista de títulos donde la irreverencia tiene perfecta cabida.

Shaft tuvo un remake en el año 2000, protagonizado por Samuel L. Jackson, tan exitoso como este original, que inició el camino para que esta serie de antihéroes negros cambiaran no sólo la visión que de la negritud tenía el cine, sino que contribuyó, a su manera, con las luchas sociales en pro de igualdades y oportunidades para las minorías raciales.      
 

El soft porno: Sweet Sweetback´s Baadasssss Song (Melvin Van Peebles, 1971)

Bill Cosby le prestó 50, 000 dólares a Melvin Van Peebles para rodar esta cinta, que se estrenó casi al mismo tiempo que “Shaft”, con personal no sindicalizado (lo que abarató los costos de producción), bajo la forma de una película pornográfica. Fue un éxito total y, con la película de Parks, la pionera del blaxploitation.

Mario van Peebles interpreta a Sweetback, cuando joven, como trabajador asalariado en un burdel. La historia lo sigue, siempre en huida, tras vengar a un activista por los derechos de los negros, que dos policías blancos han golpeado hasta casi asesinar, a través de una geografía americana que se sitúa, al mismo tiempo, tanto en zonas físicas como satíricas. El personaje vence sexualmente a la líder de una banda de motociclistas, se defiende con tacos de billar de la policía, roba automóviles y cruza la frontera con México, amenazando con cobrar venganza contra los blancos y todo este maremágnum de acción y diálogo se desarrolla mediante audaces técnicas narrativas.  
 

El terror: "Drácula negro" (Blacula, William Crain, 1972)

Una de las cintas que nos recuerdan que el blaxploitation también es exploitation. En los años dorados de la británica productora Hammer, la American International Pictures decidió incursionar en el terror, algo que ya venía haciendo y dejándole dinero, pero ahora con actores negros, aprovechando la ola que las películas anteriormente comentadas había provocado.

William Marshall interpreta al Príncipe Mamuwalde, quien en el año 1780 se puso en contacto con el Conde Drácula (Charles Macaulay), para pedirle ayuda para detener el tráfico de esclavos de su país. En respuesta, Drácula no sólo lo convierte en vampiro, sino que lo encierra en un ataúd que será adquirido por la pareja gay que hacen Bobby McCoy (Ted Harris) y Billy Schaffer (Rick Metzler), decoradores de interiores que se convertirán en sus primeras víctimas, cuando lo abran en el año 1972.

Blacula convierte en vampiros a diestra y siniestra a sus víctimas, mientras conoce a Tina (Vonetta McGee), a quien supone reencarnación de su esposa, también victimizada por Drácula, siglos antes. Y será el amor el elemento que, finalmente, acabe con el vampiro negro y su reguero de muerte.

"Blacula, el Drácula negro", fue la primera, en una serie interminable de películas con protagonistas negros, enmarcados en historias de terror. La mayoría de las veces divertidas, algunas veces cansinas y basadas en tramas malísimas, pero muy redituables económicamente.


El narcotráfico: "Super Fly" (Gordon Parks Jr. 1972)

Youngblood Priest (Ron O'Neal), traficante de cocaína, quiere retirarse y se le ocurre la brillante idea de colocar treinta kilos con algún comprador, antes de hacerlo. La razón, hacerse de fondos para sostener el tren de vida que está decidido a llevar, mientras se consigue un trabajo que, sabe de antemano, le será muy difícil de conseguir con el pasado que se trae encima. Sheila Frazier (que en los títulos aparece como Shiela Frazier), interpreta a Georgia, la novia de Priest que le ayudará a salvar todos los obstáculos.

Este título (cuyo tema musical, interpretado por el músico de Soul Curtis Mayfield, se volvió de antología), abrió un debate debido a la ambivalencia de su argumento, que se presta al equívoco y estereotipa al personaje negro como traficante y corrupto, aunque su director afirmara que Super Fly era la mayor película jamás rodada en contra de las drogas. 

Esta controversia recuerda el caso del actor mexicano Mario Almada, al considerar que las violentísimas películas “mexploitation” que interpretara, no eran una apología del crimen, sino todo lo contrario.
   

El crimen: "Coffy" (Jack Hill, 1973)

Película que hace pareja con “Cleopatra Jones” (Jack Starrett, 1973), en el protagonismo de una heroína y vengadora afroamericana que busca cargarse a todos aquellos que tienen responsabilidad sobre sus desgracias. 

La enfermera “Coffy” Coffin (Pam Grier), es una “vigilante”, un ángel negro que asesina traficantes sólo para arrebatarles la droga que ella misma necesita. Pero también es una furia vengadora, que llega en auxilio de su propia hermana y de Carter (William Elliott), un policía honesto y con quien tiene una fuerte amistad y esto es lo que humaniza a esta historia.
 

El terror: "La venganza de los zombies" (Sugar Hill, aka. The Zombies of Sugar Hill; aka. Voodoo Girl; Paul Maslanky, 1974)

Para vengarse de aquellos que asesinaron a su amado, al negarse a vender el bar del que era dueño, la fotógrafa de modelos, Diana “Sugar” Hill (Marki Bey), se pone en contacto con Mama Maitresse (Zara Cully), una anciana hechicera vuduista, para invocar al Barón Samedi (Don Pedro Colley), el elegante loa de la muerte de la religión vudú. El Barón Samedi levantará una horda de zombis de ojos saltones y esféricos, color plateado, que le ayudarán en sus planes.

Título que combina un flojo terror con la comedia, pero que recupera al zombi caribeño, aquélla criatura del folklore negro haitiano, de ascendencia africana, y lo reclama para un blaxploitation en el cual la heroína no es tan fuerte como una Coffy o una Cleopatra Jones pero si sangrientamente decidida. 
 

La fantasía musical: "El mago" (The Wiz, Sidney Lumet, 1978)

“El Mago” intenta una propuesta racial, que no racista en absoluto, en un marco clásico de fantasía, por parte de Sidney Lumet, director que tiene en su haber grandes títulos de denuncia y reflexión en torno a la condición humana, bajo estados de presión social, como “Larga jornada hacia la noche”, “Serpico”, “Tarde de perros” o “Poder que mata” (“Network”). En la célebre historia de L. Frank Baum, “El mago de Oz”, en su versión para Broadway, buscó un reparto afroamericano, hecho que la incluye como a uno de los más raros títulos del blaxploitation, o que lo emparentan con este subgénero.

Diana Ross es Dorothy Gale, profesora de Harlem, el barrio negro neoyorkino a quien, al acceder al fantástico país de Oz, le sucede algo parecido al personaje de Lemmy, en la Alphaville de Jean-Luc Godard, pues se encuentra en una tierra que es su propio barrio y otra cosa a la vez. En la atípica película de ciencia ficción de Godard, la galaxia extraterrestre en la que Lemmy Caution corre su aventura amorosa y policíaca, es en realidad el París de 1960, y la ciudad es controlada por Alpha 60, cerebro electrónico, así como el dios de la ciudad.

La tierra de Oz de Sidney Lumet es el Nueva York de fines de los setenta que resulta, a la vez, conocido y desconocido, para hacer de esta película un producto decididamente surrealista. Sus personajes se mueven a través de una geografía de cuento de hadas, cuyo poder es detentado por una especie de proyección cinematográfica (la apariencia visual tras la que se esconde el supuesto mago, manipulador de una serie de artilugios mecánicos) que lo ocultan de su verdadero ser: un achispado inventor humano, quien, como Dorothy, es un intruso y está atrapado en Fantasía.

Complementan el elenco Richard Pryor como Herman Smith (el Mago), Michael Jackson, en sus tiempos en que aún era negro, como el espantapájaros, Ted Ross como el león cobarde, Nipsey Russell como el Hombre de hojalata, Mabel King como la Bruja malvada del Oeste y Lena Horne, leyenda del jazz, como Glinda, la Bruja buena del Sur. Todos lucen y actúan estupendos, incluyendo en las partes cantadas (que se desarrollan a lo largo de casi todo el metraje), y sus vestuarios no tratan de ocultar su origen teatral.

Pero la cinta fue un fracaso completo de taquilla, en el momento de su estreno, así como un fiasco entre los críticos, y se la recuerda solamente por el papel de Michael Jackson, antes de su extraña metamorfosis en hombre blanco.  
  

La ciencia ficción: "El hermano de otro planeta" (The Brother From Another Planet, John Sayles, 1984)

Un extraterrestre (Joe Norton), que no puede expresarse de manera oral, llega a Harlem donde deambulará por sus calles, mientras va haciendo pequeños milagros, como reparar máquinas de vídeo, y otras bondades, entre la población afroamericana. Pronto será llamado “el Hermano”, debido a su apariencia como hombre de color, que lo integrará en la población cuyo origen son distintos países pero que comparten el mismo color de piel, y los mismos problemas, como la pobreza y el tráfico de drogas.

En un guiño a los agentes de migración, la historia incluye a un par de Hombres de negro (John Sayles y David Strathairn), que perseguirán al Hermano de manera implacable. La película tiene un ritmo cansino, y sólo se permite algunos momentos de comicidad, pero vale la pena recordarla como una más de las formas que ha tomado la denuncia social a través del cine fantástico.
 

El documental: "Hail! Hail! Rock 'n' Roll" (Chuck Berry Hail! Hail! Rock 'n' Roll, Taylor Hackford, 1987)

El pasado 18 de marzo murió Chuck Berry, uno de los músicos populares más influyentes de la historia. Aunque existen muy buenos documentales, biopics, dramas, recreaciones de época, etc. sobre la enorme influencia que la negritud ha tenido en la música y, a través de esta, en la cultura, esta cinta, que cuenta las vicisitudes de celebrar el cumpleaños número 60 de este artista (quien, a través de las pautas del Rhythm and Blues encontró el camino al Rock and Roll, convirtiéndose en uno de sus padres fundadores), nos permite ser testigos de los entretelones que se suceden en todo concierto de tales proporciones.

Keith Richards, el legendario guitarrista de los Rolling Stones, fue el encargado de la organización del evento, llevado a cabo en el Fox Theater de St. Luis, Missouri, y lo vemos, por momentos, sobrepasado por la magnitud del concierto, al punto de criticar y atacar al mismísimo Chuck Berry, su adorado ídolo de la música. A la par que se van desarrollando los ensayos, y echamos una mirada a la preparación del homenaje, se despliegan una serie de entrevistas que hacen saber al espectador jugosas anécdotas de la vida de este afroamericano llamado Chuck Berry, uno de los más influyentes de la historia. 
 

El thriller político: "Mississippi en llamas" (aka. Arde Mississippi; Mississippi Burning, Alan Parker, 1988)

Anderson y Ward (Gene Hackman y Willem Dafoe), son los agentes del FBI encargados de aclarar la desaparición de tres activistas pro derechos civiles (J.E. Chaney, Mickey Schwerner y Andrew Goodman), que pugnaban por lograr el voto entre la población negra, en un pueblo abiertamente racista del sureño Mississipi. Pero, aunado al hecho de verse obstaculizados constantemente por los hostiles pobladores blancos, miembros del Ku Klux Klan, los dos agentes también tendrán que vérselas con sus particulares puntos de vista para solucionar el caso.

Evidente y eminentemente política, la película se sitúa en el tiempo inmediatamente posterior a la marcha de Martin Luther King en Washington. Basada en el asesinato real de tres activistas, en cuyas muertes tuvo que ver el mismo departamento del Sheriff, la cinta mantiene un ritmo que no decae en ningún momento, incluyendo las extraordinarias escenas en las que un ejército de agentes del FBI se internan en un pantano en busca de los cuerpos de los desaparecidos, o aquellas en las que, apenas llegados al pueblo, se asientan a realizar el papeleo de rutina, en un lugar público del lugar, desalojando a los lugareños. Las actuaciones son intensas, acordes con la trama. La cinta fue nominada a 7 premios de la Academia, aunque sólo se hizo con uno, el de mejor fotografía. 

La resolución del caso, en la vida real, llegó a considerarse una de las victorias más relevantes, y sonadas, del FBI, en un tiempo en el cual la esperanza, en los Estados Unidos, se abría a un horizonte de posibilidades, en el que la libertad y la igualdad de oportunidades ponían en primera línea, en esa materia, a ese país de Norteamérica. Esas es la sensación que la película deja en el espectador.        
 

El drama familiar: "Secretos y mentiras" (Secrets and Lies, Mike Leigh, 1996)

Mike Leigh, británico, acérrimo crítico de la era Thatcher, cobró relevancia mundial con esta película al ser nominada en cinco rubros, entre estos a Mejor película, en la entrega de los premios Oscar y la de Marianne Jean-Baptiste, como la primera mujer negra británica, en ser nominada como mejor actriz.

Narra la historia de Hortense Cumberbatch (Marianne Jean-Baptiste), optometrista de raza negra y residente de Kilburn, en Londres, quien, a la muerte de sus padres adoptivos, se da a la tarea de investigar la identidad de su madre biológica y su descubrimiento en la persona de Cynthia Rose Purley (Brenda Blethyn), obrera de raza blanca.

La tensión entre los personajes se sustenta no solamente en la investigación de Hortense, sino a través de los conflictos que esta provoca en la familia actual de Cynthia, que se verán precipitados en una escalada de violencia. Destacan, y cobran aún mayor relevancia, esas actuaciones, cuando nos enteramos que, Mike Leigh sometió a los actores a la improvisación y supieron echar mano, cada uno, de sus dotes histriónicas, todas provenientes de las mejores escuelas y tradiciones teatrales británicas.   


La esclavitud: "La Venus negra"  (Vénus noire, Abdel Kechiche, 2010)

El francés Georges Cuvier, anatomista y naturalista, padre de la paleontología, citado por Honoré de Balzac en su novela La piel de zapa (1831), como el mayor poeta de su tiempo, al saber hacer ver a los hombres el abismo de las edades de la Tierra, era, como la mayoría de sus contemporáneos, profundamente racista.

Yahima Torres interpreta a Saartjie Baartman, la Venus negra del título, exhibida y explotada por Hendrick Caezar (André Jacobs), en un espectáculo de fenómenos de feria, como una mujer salvaje, encerrada en una jaula, a la que se muestra con una cadena sostenida de un collar y obligada a mostrar su exuberante anatomía a un público que pagaba por verla. La trágica y vergonzosa historia de Saartjie se parece más a la de la actual esclavitud laboral, resultado de la trata de personas, que al destino de miles de esclavos, vendidos en el mercado de carne humana de su propio tiempo. El suyo fue un destino distinto, pero igual de obsceno al final de su vida.

Saartjie, cuyo nombre significa “pequeña Sara”, en la película, se queja de los malos tratos y los manoseos del público, y Caezar manipula su voluntad, la pone a cargo de dos sirvientes negros, quienes, a la vez la sirven y custodian, hasta pasar a manos de un personaje todavía peor; un padrote que termina por internarla en un prostíbulo.

Mientras Saartjie sirve como entretenimiento de las clases bajas, y luego entre los ricos y nobles, su existencia llega a oídos de los naturalistas del “Jardin des Plantes”, que la requieren para sus estudios. Cuvier considera a los miembros de su raza como a “otra especie”, y se empeña en mirar y analizar la parte anatómica más conspicua de su sexo, denominada “el delantal hotentote”, cuya existencia es casi un mito entre los científicos que no quieren perder la oportunidad de corroborarlo con sus propios ojos, manos e instrumentos de medición anatómica. Pero Saartjie, violada en su intimidad y dignidad, no permitirá dicho trato. Aunque, ¿qué puede hacer una mujer en su condición? Cuando, por un grupo de personas a quienes les ha parecido denigrante su estado, Caezar es denunciado, será el poder que este ejerce sobre ella el que la conduzca a asumirse una víctima de la esclavitud.     

Película aparte, este caso controversial de animalización de un ser humano, fue detalladamente descrito por Cuvier en unas memorias, escritas por él mismo. En este texto el anatomista destacaba la inteligencia de Saartjie, así como la belleza de sus brazos y pies, pero se empeña en encontrar las diferencias entre su raza y los blancos, y su supuesta semejanza con los orangutanes. Los colegas de Cuvier, y él mismo, no encontraron analogías entre los primates y el sexo de Saarjie, pero sí en la naturaleza esteatopígida de sus nalgas, con las cuales establecieron similitud con las de las hembras de los grandes simios. La forma de la cabeza de Sartjie se consideró relevante para establecer un punto de otredad indignante entre las razas.

Saartjie fue diseccionada, tras morir por una enfermedad venérea, complicada con un mal de las vías respiratorias, y su esqueleto, cerebro y sexo, así como el vaciado en yeso que se realizó con su cadáver, fueron expuestos en el “Musée de l’Homme” de París hasta 1974. No fue sino hasta el año 2002, debido a la presión que ejercieron los grupos feministas, que sus restos fueron repatriados, con honores, a su país de origen. 

El director franco-tunecino Abdellatif Kechiche, con “La Venus negra”, logró una reflexión muy humana sobre el Ser-Otro, no sólo en aquella época, sino en nuestro siglo, tema que ha venido explorando desde entonces, hasta dar, en 2013, otro título relevante, “La vie d'Adèle”, sobre el crudo descubrimiento de la homosexualidad, entre dos chicas adolescentes.


Colofón: "La chica negra" (La noire de..., Ousmane Sembène, 1966)

Un matrimonio francés conoce a la joven senegalesa Diouana, en Dakar, capital del país. La realidad social de Diouana es la misma que miles de personas de color en el Tercer Mundo, la pobreza y el analfabetismo pero, al trabajar con un par de europeos que viven de manera holgada, y al estar a cargo de los niños, la situación de Diouana cambia al punto que, agradecida, les regala una máscara tribal a sus patrones, como símbolo de unión espiritual. Los franceses le piden que los acompañe a Antibes, por las vacaciones. Diouana se verá convertida, entonces, en una esclava asalariada, que no tendrá tiempo siquiera para sí misma.

El valor de “La chica negra”, película basada en un cuento escrito por su mismo director, aparte de sus intrínsecos elementos narrativos y de denuncia (el efecto que el post colonialismo ha dejado en el continente negro), radica en haber sido la primera cinta subsahariana en haber llamado la atención fuera de África. Se conocía así, por fin, una mirada propia a la condición social, racial y a la alienación entre los seres humanos, surgida de un país que sufre en carne propia dichos males, herencia de la ocupación y la subyugación europea.
 

Tsotsi (Tsotsi, Gavin Hood, 2005)

A través de un elenco de actores no profesionales, esta película sudafricana narra la historia de Tsotsi (Presley Chweneyagae), miembro de una banda de ladronzuelos callejeros de Johanesburgo, que mata a un ejecutivo que viaja a bordo de un tren y luego asalta a una mujer, y roba su auto, sólo para darse cuenta que hay dentro un bebé. El chico tendrá que ingeniárselas para alimentar al pequeño, a la par que debe enfrentarse a los miembros de su propia banda.

"Tsotsi" es una película iracunda, que traza la realidad de la pobreza urbana en un país que, hasta hace poco, estaba aplastado por la política de segregación racial del Apartheid, pero que no cae en el sentimentalismo, al mismo tiempo que sostiene una inquebrantable y esperanzadora convicción en el espíritu de la gente común. Y eso es muy consolador.