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2016-11-12 00:00:00

Crítica «El puño de hierro»; el México de antes se parece mucho al México de ahora.

Por Ali López

La Filmoteca de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) con el apoyo de la Asociación Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMACC) y FixaFilms, uno de los laboratorios de restauración más importantes del orbe, con sede en Polonia, realizaron la copia y restauración digital (de 35mm a 2K) de una de las pocas cintas silentes mexicanas que aún se conservan (más del 90% del material de la época se encuentra pérdido): “El puño de hierro” de Gabriel García Moreno, fechada en 1927 y filmada y estrenada en la ciudad de Orizaba, Veracruz, por lo que también, posiblemente, sea la primera vez que la cinta se presentó en la capital mexicana.

La sala Miguel Covarrubias, en el Centro Cultural Universitario, abrió sus puertas para recibir a los afortunados (entre invitados, prensa y público en general) que serían participes de un verdadero espectáculo cinematográfico; pues no sólo se proyectaría la cinta mencionada, sino que el ensamble Cine mudo, bajo la dirección artística de José María Serralde, musicalizaría la cinta con ritmos cercanos al ragtime y el fox-trot tan en boga, y posiblemente utilizados, en el estreno original de la cinta; y que causaran división y crítica entre los maestros de la música mexicana, como el concertista Manuel M. Ponce.

“El puño de hierro” se concentra en la denuncia a la drogadicción imperante entre la generación post-revolucionaria en México. Con jeringas llenas de morfina, y algunas alusiones a la heroína y cocaína, García Moreno se interna en el mundo de los picaderos, especie de tugurio focalizado a la venta, distribución y consumo de drogas, donde confluyen las historias de los varios protagonistas, que a su vez, ramifican la historia en géneros como el melodrama (cuando una mujer sufre porque su novio ha caído en el consumo), los bandidos encapuchados (con el famoso Murciélago, tenaz y malévolo) y un par de niños que juegan a atrapar ladrones, y representan mucho de la parte cómica de la cinta.

Lo escalofriante de la película es el parecido, que no es mera coincidencia, con las situaciones actuales del país. Al ver “El puño de hierro”, a la par de las producciones actuales como “Potosí” (Alfredo Castruita|México|2013) donde las historias, en apariencia inocentes, confluyen gracias al mercado imperante de la droga. O “Heli” (Amat Escalante|México-Alemania-Holanda-Francia|2013) donde ningún ciudadano puede escapar del problema que el narcotráfico significa en México. O la famosísima El Infierno (Luis Estrada|México|2010) que con su farsa expone los peligrosos clichés que concebimos como naturales, pero que por el contrario son artificiales y peligrosos. Entendemos que tanto en 1927 como ahora, el cine era ya capaz de señalar la problemática social que significa el narcomenudeo, a la vez que expone también las causas que devienen en esto.

Todas estas cintas no ven la venta (y consumo) de droga como un punto de partida, sino como una consecuencia a las dificultades y problemáticas sociales. Mismas que se encuentran en la escenografía. En la cinta silente vemos que la heroína es un escaparate para la precariedad de la economía, y que los picaderos son la confluencia de otros males sociales, como la prostitución, la trata, el crimen y la discriminación hacia las minorías. Se puede señalar a la época como bálsamo para la manera en que García Moreno retrata a los homosexuales, pero más allá de lo estrafalario, lo que el director expone es la insalubridad cívica que refiere su  arrinconamiento a estos antros, donde se les acepta como son, pero los segrega a una clandestinidad primitiva.

La figura de poder, en el aquí y allá de la línea temporal, juega un papel similar; la del lobo disfrazado de cordero que utilizada la necesidad de otros para su propio beneficio. No hay un líder confiable, lo hombres que poseen sabiduría, que tienen el control de la ciencia en su manos, la usan para dañar, no para curar. “El puño de hierro” nos muestra a un doctor que denuncia el uso de estupefacientes, pero que debajo de la mesa los crea; la química es la culpable de la creación de drogas, y por lo mismo no se puede combatir con la misma moneda.

En la respuesta al ¿quién puede hacer un cambio social? Tal vez radique la diferencia entre épocas, pues en 1927 se les da a los jóvenes, con su insulsa fantasía, la oportunidad de ser los únicos ciudadanos activos y capaces de actuar ante los problemas de la comunidad. Contrario a lo sucedido en la citada cinta de Estrada, donde la juventud es la continuación del mal cotidiano. Y aquí me gustaría abrir un paréntesis para comentar que en “El puño de hierro” vemos la influencia de los medios de comunicación imperantes de la época, cuando los infantes se dejan arrastrar por lo leído en una historieta, y que en una de las locaciones de la cinta vemos, tal vez por primera vez, un graffitti, caricaturizado sí, pero que comienza a exponer lo que vendría ser parte del imaginario social del siglo XX.

No basta con preguntarnos si la técnica o teoría cinematográfica de nuestro país ha evolucionado en los últimos 80 años, pues hay que recordar que el cine es un retrato social de lo acontecido en una geografía y época en específico, entonces, también hay que añadir a las interrogantes si lo que el cine mexicano nos dice ha evolucionado, cambiado, transformado o permanece.

El final de “El puño de  hierro” nos parece ahora cursi, o tal vez ridículo, pero si su esperanzadora sonrisa ya no causa efecto en nosotros, vale también preguntar ¿realmente estamos mejor ahora?