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2016-11-06 00:00:00

Mórbido, Landis y la sangrienta Luna llena.

Por Ali López

“An American Werewolf in London” (Un hombre lobo americano en Londres | John Landis | UK |1981) cumple 35 años, y nadie más que Mórbido Film Fest sería capaz de rendirle el tributo que se merece. En primer lugar el recinto, el Autocinema Coyote, que con su tendencia retro, fue la escenografía  perfecta para lo acontecido. En segunda lugar, la gran producción y locura de Pablo Guiza, que, a la Michael Jackson, nos introdujo al ritmo clásico, y prácticamente de culto, de Thriller; mientras unos zombies chilangos repetían los característicos pasos. Y por último, y nada menos que importante, la presencia del director de aquel cortometraje de muertos vivos bailarines, y de la cinta que es pilar en el cine de licántropos, John Landis.

Landis se ha convertido en uno de los directores malditos del cine de horror, y mucho de esto se lo debe a esta cinta que, en palabras de él, le llevó 12 años llevar a las pantallas. Una anécdota simple, acontecida en la vieja Yugoslavia, cuando vio a un grupo de gitanos preparar un cuerpo para que éste no regresara de la muerte, lo llevó a pensar en la situación del mundo actual: mientras los Estados Unidos llevaban personas a la Luna, del otro lado del mundo, aún le temían a los zombies.

Así es como el Hombre-lobo americano enfrenta no al salvajismo imperante de su condición, como en la mayoría de las cintas de subgénero, sino a la contradicción moderna del mundo racional contra el mundo místico; el pasado irracional contra el modernismo frío; la pasión enfrentada al pensamiento, con la medicina, como casi siempre, de por medio, acompañada de las leyes, la tecnología y la necesidad humana de la compañía.

La juventud desenfrenada de finales del siglo XX, prepotente, no resiste el embate de lo natural. Sin embargo, la maldición se extiende a la ciudad, ahí, donde todos los pecados son permitidos, y la pornografía es un espectáculo cotidiano, es donde la bestia encuentra su mejor nicho. El caos sólo es posible si se le permite romper un orden, y la cuadratura de Londres, con el ácido humor inglés acuestas, es más que conveniente para que la luna transforme al hombre.

Una cinta sencilla, con un final apresurado y un conflicto que se escurre liviano, a la que se le debe tanto. Un Oscar fue creado para condecorarla, pues su trabajo de maquillaje, a cargo del hoy mítico Rick Baker, no sólo transformó a David Naughton en licántropo, sino que hizo del látex y los prostéticos un elemento más que necesario para el horror venidero. La transformación lobezna, además de la putrefacción progresiva de Griffin Dunne, hacen que el hito de “Un hombre lobo americano en Londres” sea la fascinación visual que aún provoca la secuencia bajo la luna.

35 años de evolución en efectos especiales, que por más que intenten ser más realistas, no superan la naturalidad carnal de esta cinta, que como he dicho, va más allá de la carne. Pues  ¿no es el hombre el lobo del hombre?