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2016-10-12 00:00:00

Tres películas inquietantes

Por Pedro Paunero
Inquietantes y perturbadoras, estas cintas tienen como límite el horror pero se vertebran sobre un trasfondo de denuncia social y, a veces, sobre la peor de las realidades. Reflejan la manera en que el ser humano se degrada y degrada a los otros, desde la urbanidad más bárbara y, en esa contradicción inherente, asentarse como propuestas que mueven a la reflexión o al rechazo a partes iguales.

La mascota (The Pet, D. Stevens, 2006)
“En 1948 la esclavitud fue prohibida por la Declaración de los Derechos Humanos. Hoy existen más de 28 millones de esclavos, más que en cualquier otro momento de la historia. Muchas personas renuncian a su libertad por voluntad propia. Esta es su historia.”
Una joven necesitada económicamente y, nos damos cuenta que también afectivamente, firma un contrato con un hombre de ascendencia noble para convertirse en mascota humana por seis meses. Cuando las prácticas del BDSM son trasladadas del terreno del consenso al del crimen por aquellos que pueden pagar, siempre que aquellos que se entregan y obtienen la paga ceden en voluntad, descubrimos un mundo secreto de entrenadores y poseedores de mascotas humanas, muchos de los cuales borran su humanidad hasta permitir ser pesados como cerdos en una balanza, ser marcados como ganado y morir destazados para que sus órganos sean vendidos en el mercado negro y salven las vidas de los adinerados.
Película comercial, por momentos sumamente turbadora, narra la historia de Mary, una joven vendedora de flores, a quien se invita, inicialmente, a conocer el mundo de las mascotas humanas y comienza a fascinarse con el mismo, sólo para acceder y firmar un contrato por seis meses para andar en cuatro patas, totalmente desnuda, con collar al cuello y de la correa de su amo. Mary terminará por obedecer al nombre de G.G. por aquello de ser una “Good Girl”y perder su nombre humano.
Hay una escena que resume la sensación chocante de esta historia: una mujer sugiere a Philip, el noble millonario que posee a G.G., que la venda, enseñándole la foto de una niña afectada del corazón, hija de unos desolados millonarios, ya que si G.G. ha optado por convertirse en mascota, será porque no le importa su propia vida. Pero Philip la ama verdaderamente y tiene escrúpulos en cuanto a que “toda mascota humana es aún humana”.

La chica de al lado (The Girl Next Door, Gregory M. Wilson, 2007)
Basada en una novela de Jack Ketchum, sobre la breve vida de Sylvia Marie Likens, de 16 años, torturada hasta morir en el sótano de Gertrude Baniszewski en manos de ella, sus hijos y los hijos de sus vecinos. En 1965, la placidez americana se vio conmovida por este hecho real, en el quien nadie quiso involucrarse a pesar de escuchar los gritos desgarradores de la niña y de adivinar que algo terrible sucedía en casa de sus vecinos, que muestra el grado de temor y alineamiento de los habitantes de las urbes americanas (hoy extendido a escala planetaria), en las que se prefiere seguir viviendo mientras el mundo se desmorone y no nos afecte directamente.
¿Cómo es que el odio de un familiar (en la película, una tía), proyectado a través del puritanismo sexual, se refleja de manera atroz, en una víctima inocente sobre quien se perpetran toda clase de bajezas? Meg y Jennifer, esta última con una pierna más corta que la otra debido a la polio, son recibidas por Ruth Chandler (personaje correspondiente a la verdadera Gertrude Baniszewski) en quienes los padres han depositado su confianza al encomendarle el cuidado de ambas niñas. La cinta se convierte en una escala de violencia ascendente, en la que no faltan primero, los abusos psicológicos, aparentes correcciones con forma de nalgadas y omisiones a la hora de las comidas, que se convierten en duras golpizas, salvajes quemaduras por parte de los primos y culminan con ataduras de la muchacha completamente desnuda, y violaciones, por parte de los primos y de los vecinos adolescentes, incluyendo niñas menores y de la misma edad que Meg. Película directa, que se interna sin concesiones en el sótano putrefacto del horror americano.

La mujer (The Woman, Lucky McKee, 2011) 
La mujer del título, último miembro de un clan salvaje que habitaba los bosques de la Costa Noreste de los EE. UU. es apresada en el sótano de una familia aparentemente normal, en el seno de la cual padre e hijo mantienen un historial de abusos psicológicos y violencia extrema. Pero la mujer que han retenido, para “civilizar” y torturar a diario, no será una víctima cualquiera. 
Se trata de la secuela de Offspring (Andrew Van Den Houten, 2009), en la que participa como co-guionista Jack Ketchum (autor del libro en el que se basó “La chica de al lado”) y muy en su estilo e imaginería. A diferencia de los dos títulos anteriores, basados en hechos reales, La mujer es un título de horror, gore, violación y venganza, una película sorpresiva y brutal que lleva al espectador –otra vez, pero desde la metáfora-, a los terrenos que ya pisara Wes Craven en Las colinas tienen ojos (The Hills have Eyes, 1977), para hacernos la pregunta directa: ¿quién es más salvaje, el alienado o el burgués, cuya mente desequilibrada alberga y maquina las más abominables torturas que conducen a los más atroces crímenes?