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2016-06-22 00:00:00

Leyendo cine: quieras o no «Me quedo contigo», de Artemio Narro o sobre la seducción de la violencia

Por J. J. Flores Hernández

Después de su estreno un feminismo ha leído en “Mad Max: Fury Road” (2015) de George Miller un manifiesto pro liberación y descentralización de los roles de las mujeres: que ellas estén armadas y sean combativas sí es posible en Hollywood, meca de la segregación por género. En la película un grupo de mujeres hechas esclavas sexuales, lideradas por Furiosa, epítome de la liberación, emprenden un escape. En el intento se cruzan con Max, el loco, quien intenta, a su vez, salvar la propia vida. Por el choque de sus realidades es que Furiosa, las mujeres y Max deciden colaborar: en un mundo después del apocalipsis para sobrevivir es preciso crear alianzas, complicidades. En ese sentido sí, “Mad Max: Fury Road” (tal parece que la última entrega de la saga) es una propuesta interesante. El peligro y su fallo son de índole más fina. En el momento en que Furiosa, las mujeres y Max deben separarse, después del aparente escape logrado; ellas, tomando una dirección, van en busca de una civilización femenina ya extinta; él va por el camino contrario. Ese es el problema: Max, por compasión y bonhomía y porque es un hombre sobreviviente del apocalipsis sumamente generoso, decide dar la vuelta y volver con el grupo de mujeres porque la dirección que ellas están tomando es equivocada, no lleva a ningún lado. El único camino, puede pensarse que dice Max, es este, el que yo les digo, el que sólo yo conozco. Puede haber ciertos tintes feministas (al final no hay un feminismo sino los feminismos y en ello radican los malos entendidos y las lecturas cortas) en la película de  Miller, pensados o no, y ser además una belleza en referencias, guiños y efectos, técnicamente una maravilla, sin embargo el empoderamiento de las mujeres es muy simplón, condescendiente y hasta manipulador: hay algo de pan y también mucho circo.

Quentin Tarantino hizo algo semejante en la menos apreciada (y qué bueno porque así se puede disfrutar mejor) de sus películas “Death Proof” (2007). La historia, en resumen, cuenta cómo un grupo de mujeres toman venganza contra Stuntman Mike, asesino serial de mujeres indefensas en automóvil. En la escena final hay una paliza épica que no concluye pero que se antoja hilarante y justa. Las mujeres vencen. El riesgo, por seductor, al cuestionar la violencia con más violencia es que ésta sea homóloga e indiscriminada sin siquiera darse cuenta de ello. Esa es justo la desventura en la ópera prima de Artemio Narro “Me quedo contigo” (2014) que queriendo ser una confrontación o una denuncia, sea un panfleto de violencia exacerbada: el cine como vehículo, el cine como espejo de los propios fantasmas; no, no es censurable es sobre todo una película que es preciso cuestionar.

“Me quedo contigo” se inscribe en esas intenciones, pensando en las estructuras de poder y la violencia (lo que queriendo y no Miller y Tarantino también, pueden decir, hacen): el reverso de la violencia a un género, no más ellas las atacadas y torturadas, ahora les toca a ellos. La intención es poderosa y legítima. El resultado un peligro: erigirse como solución. “Me quedo contigo” es primero una canción española que funge como pretexto para titular la película (aparece también en “Deprisa, deprisa” de Carlos Saura de 1981) porque evidencia de forma muy sutil lo violentas que las palabras son: yo (quieras o no) me quedo contigo. El pop, dijo Narro, me parece un género musical muy violento. Por eso la violencia gráfica no siempre es el mejor vehículo para mostrar nuestro lado oscuro. La española Natalia (Beatriz Arjona, violentada-violentísima) decide emigrar al otrora Distrito Federal por petición de Esteban (Diego Luna, olvidado-olvidable, en voz y breve cameo), su novio. Esteban, como hombre de negocios que es, estará perpetuamente ocupado. Ana (Anajosé Aldrete Echeverría, desesperada-desesperante) y Sofía (Flor Edwarda Gurrola, despreocupada-despreocupante), amigas de Esteban, se encargan de atenderla mientras él decide o puede aparecer. Comentario aparte a Diego (José María de Tavira, desquiciado-desquiciante) quien en su breve participación logra ser genuinamente exasperante. Las amigas anfitrionas hartas de la ciudad, y porque pueden, deciden invitar a Natalia a visitar a Valeria (Ximena González-Rubio, histérica-histerizante). De súbito, lo que pretendía ser una estancia de relajación termina por ser la crónica de un secuestro, tortura y asesinato. El llamado efecto bola de nieve abarca también el espectro de la violencia en dos sentidos. Primero porque ya iniciada crecerá sin freno y, segundo, porque es redondo. Artemio Narro ilustra ambos aspectos. Todo inicia con una carta y termina, en la escena final, con una llamada. En ambos casos es el hombre quien llama, es El Hombre quien busca e incita, quien sin importar las circunstancias pide, “amorosamente” no hay que olvidarlo, la renuncia a todo lo demás por quedarse con él, conmigo. La violencia está, es cierto, en todas partes, con distintos matices, pero nos habita. Pensar que mujeres “furiosas”, “salvajes”, “belicosas” y “asesinas” no existen es negar no sólo la realidad sino la posibilidad de ser de ellas. Existen y alguien se atrevió a mostrarlo, un acierto. El resultado no lo es completamente.

“Me quedo contigo” conjuga aspectos temático-visuales de forma desafortunada por experimental: la llegada de la extranjera a la ciudad en un tono de telenovela dulce e inocente. Una escena en camioneta, sin cortes y cámara fija, en donde “la rica” Valeria habla de la venganza por haber encontrado a su novio con otra mujer, cogiéndose a un empleado de su padre y haciéndolo despedir que es una escena ejemplar en un modo del habla. El uso de los diálogos subtitulados y en colores varios en ellas, en amarillo en todos ellos, por mera invención, por ocurrencia. Insertar audio de fieras en el momento en que las mujeres, al borde de la piscina, juegan y ahí mismo contar un gran chiste: un payaso que es torturado que clama “no hay qué ser, la risa es pintada”. La introducción hacia el final de un unicornio-Hombre como autorreferencia todo esto porque “es mi película y puedo hacer lo que quiera”, dice Narro (palabras más o menos repetidas por Santiago Cendejas a propósito de su también ópera prima “Plan Sexenal” de 2014), hasta concluir con la reflexión necesaria del asesinato cometido por cuatro mujeres en donde la más sanguinaria es aquella inocente española: la liberación y permisividad que cierta extranjería encuentra en México al fin cuestionada. En pleno plan tortura hay quizás el único momento de denuncia expresa. Natalia mira aún con horror y reserva la sujeción del Vaquero. Sofía se le acerca para decirle que no se preocupe, que no le van a hacer nada, el papá de Valeria tiene un chingo de dinero, no hay problema.

No, no todo lo experimental es desafortunado. Venido de las artes plásticas Artemio Narro intenta ser director de cine y lo hace además de una forma consustancial a la violencia de su película: someter a su antagonista, El Vaquero (Iván Arana, violento-violentado), a un suplicio y tortura efectivo en el rodaje para que sus emociones fueran genuinas y su enojo justificado ¿en dónde empezó la película y en dónde terminó? Es cierto, ya lo advertía Ayala Blanco: la película es la que está en pantalla y sin embargo Artemio Narro ha hablado de más a propósito de su creación lo que sí le perjudica: su poder como director, en la escala de las jerarquías y las estructuras, está por encima. La violencia aparece en donde menos se le piensa. Lo peor que una película puede hacer es no pretender algo, ni siquiera tener intenciones y menos querer dialogar con algún público (el caso de Alexandro Aldrete director de la insufrible “Mañana Psicotrópica” de 2015, también ópera prima). Si como dijo Freud el arte es sublimación, a Artemio Narro le agobian más cosas: el tener (o no) poder, está entre ellas. Hace un año, en el marco del 7° Festival de Cine Mexicano de Durango, Erick Estrada, Fernanda Solórzano y Ernesto Diezmartinez le dieron, en deliberación pública (evento muy necesario) el premio de la crítica a “Me quedo contigo” principalmente porque tras verla generaba curiosidad por el siguiente trabajo que pudiese hacer Artemio Narro: “no lo sé de cierto…”

Sí, “Me quedo contigo”, es una película incómoda, difícil de ver y soportar, mucho más cuando en las escenas con mayor contenido explícito la sala de cine prorrumpe un una inmensa carcajada que lo celebra y acompaña. Las risas que ciertas escenas en “Me quedo contigo” provocan son elocuentes al visibilizar un riesgo: convertir una situación política y trasgresora en un panfleto humorístico sin intenciones de serlo. G. K. Chesterton lo reiteró: “las películas de las que me quejo son aquellas en las que las personas se convierten en seres poco dignos, en aquellos que se vuelven involuntariamente graciosos.” Lo preocupante: de haber sido una mujer torturada lo insoportable y la indignación habrían hecho de la película de Artemio Narro una infamia, sin embargo, termina por ser una comedia negra empero no es reflexiva como la venganza según Park Chan-wook. Artemio piensa en “Funny games” (esperemos que en las dos versiones de 1997 y 2007, porque ilustra la tesis deleuziana sobre “diferencia y repetición”) de Michael Haneke, en esa muestra de la violencia, en esa saña pero entre la película del mexicano y el Maestro austriaco hay un mar de diferencias empezando por las intenciones de cada uno, el pensamiento político en torno a la violencia y los modos de filmar. Artemio Narro, quien no tiene filtro para consumir cine, se emparenta más a Tarantino en el uso exacerbado de la violencia gráfica, a veces sin motivo aparente, pero siempre con una intención de fácil confrontación. Lo importante es que sea su película y de nadie más. En ese escenario nada más importa. Que la vean aunque sea pirata sí, pero nada más. Nada, más. La violencia es seductora hasta en los momentos en los que no nos damos cuenta, una vez más Chesterton: “todo el mundo sabe que la manera más común en que la historia puede crecer torcida, o no sea natural, es a través de la parcialidad y el prejuicio y el deseo de dibujar demasiado simple la moral de un solo lado de la caja.” El otro feminismo, el que me interesa, habla de todos los lados, incluso el menos visible: el apocalipsis es ahora desde siempre.

@JJFloresHdz
Dieciocho, veintiuno y veintidós de junio de dos mil dieciséis
San Juan del Río-Querétaro Capital