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2016-04-21 00:00:00

Crítica: «¡Salve, César!», el cine es la vida misma

Por Hugo Lara Chávez

Cuando parece que Hollywood se ha fundido y se ha vuelto un artefacto obsoleto que escupe secuelas y precuelas que no van a ningún lado, una película como “¡Salve, César!” (Hail, Caesar! 2014) resulta esperanzador. El más reciente filme de los hermanos Joel y Ethan Coen, es un regalo cargado de cinefilia, un espléndido y divertido homenaje al Hollywood de la postguerra, una comedia que acomete con sarcasmo e ironía el frívolo y extravagante mundo al interior de los grandes estudios cinematográficos de aquellos años y que desliza un cuestionamiento a la maquinaria actual que encabezan ejecutivos vencidos por la rutina.

La materia prima de la película es algo que bien pudo inspirarse en el célebre libro “Hollywood Babilonia” del escritor y cineasta de culto Kenneth Anger, publicado por vez primera en Francia en 1959 y censurado casi de inmediato. En este volumen se ventilan todo tipo de chismes y escándalos protagonizados por grandes celebridades de La Meca del Cine, que en muchos casos fueron encubiertos por los productores y los ejecutivos encargados de manejar la industria y la imagen pública de las estrellas. El guión de los hermanos Coen precisamente se asoma a la intimidad de ese mundo glamuroso y baladí a través de Eddie Mannix (Josh Brolin), jefe de los imaginarios estudios Capitol Pictures.

Inflexible y enérgico, Mannix coordina la producción simultánea de diferentes rodajes al mismo tiempo en que debe fungir como pilmama de sus estrellas, a los que saca de todo tipo de apuros sin importar la forma. Una de las grandes producciones que supervisa es una epopeya sobre la pasión de Cristo que protagoniza la gran figura Baird Whitlock (George Clooney) —una especie de Kirk Douglas antes de “Espartaco”— quien encarna a un centurión romano. Casi al finalizar la filmación, Whitlock es secuestrado y cae en manos de Los 10 de Hollywood, el grupo de guionistas y directores de filiación comunista que luchan contra el régimen de explotación de los estudios. Mannix debe resolver a la brevedad este inconveniente sin que la prensa lo descubra y, de paso, debe decidir una situación personal que lo tiene en predicamento.

No es la primera vez que los experimentados Coen desarrollan un relato de metacine, o de cine dentro del cine. Lo hicieron de forma magistral en la laureada “Barton Fink” (1991), que narra las incidencias en los años cuarenta alrededor de un dramaturgo neoyorkino que es contratado por un estudio de Hollywood, (precisamente Capitol Pictures) y quien vive una experiencia metafísica en el hotel donde se aloja. Aunque ambas cintas tienen puntos de contacto, el tono y la forma se desarrolla en direcciones diferentes e incluso opuestas. Asimismo, los Coen demuestran una vez más ser cinéfilos de hueso colorado, apasionados de los géneros, lo que les ha permitido pasar por el cine negro (Blood Simple, 1984), los gangsters (Miller's Crossing, 1990), el thriller (No Country for Old Men, 2007) y hasta el western (True Grit, 2010), entre otros.

En el caso de “¡Salve, César!”, los Coen aprovechan la grandilocuencia del Hollywood de aquellos años para dotar de luminosidad y diversión al filme durante generosos pasajes de la trama. Las recreaciones de los rodajes y sus diálogos resultan disfrutables y brillantes: las escenas de la filmación de un western, de un musical con coreografía de marineros o del mismo péplum en el que toma parte Whitlock, son momentos de antología. Y si bien estas secuencias parecen meros deleites cinematográficos, el guión y la dirección les dan justa cabida dentro del cauce de su conflicto. 

En ese mundo de apariencias y de falsedades, el personaje de Whitlock, con su pragmatismo y rudeza, representa al pastor del rebaño, el que tiene los pies sobre la tierra y es capaz de corromper o abofetear para imponer la razón, o mejor dicho, “la razón de los estudios”. Como se verá, no es un asunto de ética ni de dinero, sino de conservar el status quo. Pero desde la oscuridad de sus funciones, debajo de su coraza de cínico, Whitlock resulta una especie de antihéroe, un hombre que a pesar de todo también se guía por su instinto y sus emociones.

El relato está cruzado por las subtramas de diferentes personajes que poseen el exotismo característico de los Coen y que aportan buenos momentos de humor: el rústico vaquero Hobie Doyle (Alden Ehrenreich ); el exquisito director Laurence Laurentz (Ralph Fiennes); la truculenta diva DeeAnna Moran (Scarlett Johansson); las gemelas periodistas y rivales Thora y Thessaly Thacker (Tilda Swinton); el turbio abogado Joseph Silverman (Jonah Hill), el enigmático galán Burt Gurney (Channing Tatum) o la pintoresca latina Carlotta Valdez  (Veronica Osorio). Estos personajes, de un modo o de otro, en determinado momento son alumbrados por una epifanía, algo que les revela una “verdad”: el sentido de sus vidas en medio de tanto enredo. Y, sin decirlo, entre esas peripecias, surge la pregunta y la confusión: ¿el cine es un espectáculo o es la vida misma?

Otros colaboradores de gran nivel en  “¡Salve, César!” son el fotógrafo Roger Deakins, el diseñador de producción Jess Gonchor, y los especialistas que trabajaron en la música, ambientación, vestuarios y reconstrucción de época.

“¡Salve, César!” es, a estas alturas del año, uno de los mejores estrenos que han llegado de Hollywood a las salas comerciales y que no hay que perderse, un oasis para los cinéfilos entre tanta vacuidad de historias de superhéroes, las que irónicamente han convertido a la otrora Meca del Cine en una fábrica gris, monótona y predecible.