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2016-04-19 00:00:00

«Los bañistas». Para alcanzar lo ajeno

Por Rodrigo A. Garay Ysita*

Pinches mugrosos. Muertos-de-hambre. Nada más estorban, nada más hacen tráfico; mejor que se pongan a trabajar. Regrésense por donde vinieron, hippies mariguanos, vándalos de seguro violadores o asaltantes. ¿Pecadores? A ver cuándo el gobierno se pone las pilas y los quita o algo. Pues qué, ellos no pagan impuestos como nosotros que somos gente honrada, ¿a poco no?

Será familiar para el transeúnte mexicano que frecuentaba el ombligo capitalino en 2012 el eterno plantón de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación —ése que se extendió a calles aledañas desde el Monumento a la Revolución, que obstaculizó felices travesías a los comercios locales (provocando un golpe económico asesino para muchos de ellos) y que hizo encabronar al sector productivo de la población al que esta condenada ciudad nunca deja llegar a tiempo a ninguna parte—, ahora escenario catalizador de la ópera prima de Max Zunino: “Los bañistas” (2014).

Escrito a cuatro manos por la coproductora/actriz principal Sofía Espinosa y el director mismo a manera dramática de comedia (autoproclamada en la tradición de sus compatriotas Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella, pero con un aire mucho más liviano), el largometraje ofrece una mirada voyeurista a la convivencia entre dos personas ubicadas en los polos opuestos de casi cualquier espectro. Lo que el viejo Martín y la postadolescente Flavia tienen en común, además del domicilio, es que el plantón y las protestas estudiantiles los dejaron sin ocupación y sin fuente de ingresos, dependiendo inadvertidamente el uno del otro.

La encantadora (e infinitamente irritante) ex-universitaria, que responde a los coqueteos de la cámara con seductores accidentes planificados en su vestimenta, representa el antagonismo puro de la moraleja: la brutalidad inconsciente de la transgresión. Su egoísmo es tan grande que perjudica y provoca a quien sea y como sea; provechosa explotadora de la debilidad masculina, profanadora de pasados prohibidos, liberadora cruel de animalitos y, peor aún, ladrona de la comida ajena. Ocultando un dolor desconocido para los confundidos hombres que se ponen en su camino, Flavia se convierte en un paralelo cada vez más obvio de los campistas callejeros a los ojos del ciudadano quejumbroso.

Y ese mártir citadino es Martín. El frágil personaje de Juan Carlos Colombo sufre el horror de “Casa tomada” con una conquistadora abrasiva que no es invisible pero sí inalcanzable, tanto sensata como sensiblemente. El solitario escritor de clóset, celoso de sus intimidades y protector de sus cada vez menos bienes materiales, paga con creces el ápice de compasión que lo llevó a darle un techo a su vagabunda ex-vecina. Desde el aspecto fabulesco de los personajes (el galán escondido en un manifestante de sombrerito bohemio y ukelele mutilado o la provocadora universitaria “poster child” de Dr. Martens) ya se advierte el tono aleccionador del relato: respeta a tu prójimo. Y sin conformarse con la simpleza de esta bíblica premisa, Zunino cuestiona. ¿Respeta a tu prójimo? Hay culpas considerables en los dos bandos y el guión estira tanto la paciencia del prejuicioso como el infortunio de los abandonados para ver hasta dónde revienta cada uno.

A la película la bautiza la fe depositada en los disidentes mugrosos (de mugre pero no de espíritu). Hombres y mujeres de causa perdida y corazón romántico. De sopa de buena voluntad. Esos bañistas, que se multiplicaron como plaga en las calles en un inicio, también se multiplicaron cómicamente dentro del departamento de Martín pero con una función de hada madrina, como una especie de gnomos conciliadores de enemigos, trazando el vínculo que unifica la dualidad extremista de corazones violentados pero con ganas secretas de comprenderse mutuamente.

Sin embargo, la metáfora visual en el filme, que se asoma con sutileza a través del arrinconamiento tenista (o hasta punitivo) que la cinefotógrafa Dariela Ludlow le impone a los dos desequilibrados, resulta más interesante que el alardeo de su metáfora política. ¿Qué necesitan estos inquilinos para estar centrados a cuadro? La inoportuna Flavia es rápida con los ojos y, así como el espectador (o incluso antes que él), se ha dado cuenta que el punto de balance de Martín sólo llega cuando está acompañado del personaje de Susana Salazar. Luego de que se despiden los ex-compañeros de trabajo, el viejo regresa a su rincón en el encuadre.

Por el jugueteo fisgón de la imagen, por la producción hipereconómica sin grandes compromisos (evidente en el refrescante primer plano, que llega sin el habitual desfile de logos y patrocinadores) y por la sinceridad de su mensaje (asegurada por los elementos anteriores), “Los bañistas” afirma que no tiene que conformarse con ser un comentario político ilustrado. Brilla más como un llamado a moderar esa rabia que traemos cargando de aquí para allá, bien presta para ser descargada sobre aquel Otro que nos aterra con su desvergüenza invasora. También brilla más como un guiño para animarnos a cruzar al otro extremo del plano y tocar lo ajeno: no en un arranque traicionero que afiance al cuerpo extraño con violencia, sino en una caricia desinteresada en el rostro de lo desconocido.

* Finalistas del III Concurso de crítica cinematográfica