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2015-04-27 00:00:00

Premian en Málaga al mexicano Obed González por su libro sobre Alfonso Reyes y Juan Rulfo en el cine

Redacción. La obra “Desde el polvo del Anáhuac a la tradición del páramo. Las visiones de Alfonso Reyes y Juan Rulfo en el cine mexicano (1930-2009)", del autor mexicano Obed González, obtuvo hace unos días el accésit del I Premio Internacional de Investigación en Cine Español de la Universidad de Málaga y el Festival de Málaga Cine Español. El libro diserta sobre las conexiones entre la literatura latinoamericana y el cine mexicano, a través del análisis de la obra de sus directores más representativos. El autor ha compartido con Corre Cámara un extracto que se reproduce líneas abajo.

Por su parte, la obra “El Turismo es un gran invento. El cine como archivo patrimonial de la Costa del Sol (1959-1979)”, del profesor de la Facultad de Arquitectura Alberto Enrique García, ha resultado ganadora del I Premio Internacional de Investigación en Cine Español, un certamen auspiciado por la UMA y el Festival de Málaga de Cine que busca impulsar el trabajo audiovisual desde el rigor y el conocimiento.
 

“Desde el polvo del Anáhuac hasta la tradición del Páramo: las visiones de Alfonso Reyes y Juan Rulfo (1930-2009)” (extracto)

Por Obed González

Reyes y Rulfo se introducen en el cine mexicano para mostrarnos que a través de la tradición del páramo se llega al polvo de donde surgirá algo ignorado. El libro va surcando la historia del país por medio del arte cinematográfico desde el año de 1930 retomando en un inicio “Palinodia” del polvo de Alfonso Reyes y marcarnos el terreno por el que ha transitado el país. A partir de “¡Qué viva México!” (1931-1932)” del ruso Sergei Eisenstein como un ojo extraño arrojado a la luz hasta “Memorias del valle, las huellas de José María Velasco (2009)”  de Cristine Camus y Andrés Rodea  muestra esta forma hasta cierto punto mítica en la cual el cine es el reflejo de nuestro morar en México por medio de cintas que van descubriendo el marco del tema que se va a tratar: “Los cielos de México en la fotografía de Gabriel Figueroa parecen labrados por manos de poetas indígenas como si fuesen cincelados a través de un espíritu diáfano y arcaico que lo mantiene en comunicación con lo universal. Sergei Eisenstein quizá fue uno de los primeros que observó esto sobre el cielo de México. Tal vez miró como en un sueño a la Serpiente emplumada quebrando las nubes; al creador de la humanidad, a aquel que descubrió el maíz con la complicidad de una hormiga, al victorioso sobre los demás dioses… Quetzalcóatl. ‘¡Qué viva México!’ (1930-1932) es un filme poético que paradójicamente al igual que el imperio azteca fue un proyecto de grandes alcances que no terminó por culminarse, por lo mismo en los dos testimonios históricos se crea, se desbarata y se vuelve a crear el mito”.

El libro cuestiona y pone en tela de juicio la traducción de la palabra Anáhuac al argumentar sobre la polisemia que existe dentro del idioma náhuatl: “Anáhuac es una palabra que está constituida por los vocablos náhuatl atl que significa agua y nahuac que es referente de proximidad, que es estar cerca, junto a, o rodeado de. Se pude decir que Anáhuac significa ?cerca del agua o rodeado de agua?. Sin embargo también existe la interpretación de que proviene la palabra del mismo nombre del idioma ?Náhuatl?, porque indica a todos aquellos que practican la misma habla y que por consecuencia su aparato de comunicación social se basa en lo oral. Por medio del lenguaje es como se identifican estas sociedades y que también a través de la misma forma de hablar se equiparan y mantienen sus relaciones ideológicas. Otras versiones, algunas más cercanas a la filosofía indígena nos hablan de su sentido semiótico y convienen que Anáhuac significa “Lugar donde se armoniza el pensamiento”, que también tiene que ver con la palabra como un elemento cargado de fuerza”.

“Desde el polvo del Anáhuac hasta la tradición del páramo...” intenta mostrar ese México profundo repleto de tradiciones que no hacemos conscientes y que el cine y Juan Rulfo nos exhiben por medio de las imágenes, murmullos en movimiento que cincelan nuestra historia y se parafrasea en ‘El río y la muerte’ de Luis Buñuel: “La película está basada en la novela ‘Muro blanco en roca negra’ de Miguel Álvarez Acosta, novela que Buñuel con la ayuda de Alcoriza adaptan y proporcionan un toque antropológico donde recrean las costumbres del pueblo de la época que puede ser cualquiera. Esta costumbre, el director la maneja y ofrece a través del celuloide por medio de entregarnos en palabras y movimiento un evento el cual detona a partir de la muerte de un alguien, este movimiento que comienza a formarse en torno a un féretro donde el dolor, la angustia, la ira y frustración se conjugan para crear el verbo de la venganza: Un estallido que se vuelca y retuerce en el cielo sobre una deslustrada calle que comienza a engordar de personas y murmullos que se pierden entre los retumbos de las campanas que van expulsando del interior de la iglesia un ataúd derramado de llantos y quejidos: Despídete mijito, despide a tu papá que ya te lo mataron y no lo verás más… La frustración en los rostros, oscuras promesas y la condena genealógica pataleando como un embravecido potro salvaje sobre la lengua: ¡Sí, te lo mataron, que no se te olvide nunca Rómulo! Consignas muy semejantes a las descritas por Jorge Carrión en Mito y magia del mexicano: ‘No calles, el silencio es ya un poco muerte, llora y vive la muerte de los otros con la fuerza del dolor expandido por todo tu cuerpo (1970: 86)’. Ramos de flores que vibran con las resonancias de los tambores, el ardiente sol sobre las nucas de quienes se enlistan en esta procesión, el descanso del féretro sobre la llana banqueta, los gritos y amenazas frente a una puerta donde lo paradójico se hace presente y culmina con una voz en off: Costumbre extraña, el muerto iba a visitar también a su matador”.

“Desde el polvo del Anáhuac hasta la tradición del páramo...”, es un murmullos extraviado en el polvo del páramo de la tradición.