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2012-06-01 00:00:00

El lugar de Eulalio González “Piporro” en la iconografía cómica del cine nacional

El lugar de Eulalio González “Piporro” en la iconografía cómica del cine nacional

Por Eduardo de la Vega Alfaro*

I.
Con un total de 124 películas de largometraje producidas, en 1950 la industria fílmica mexicana alcanzó uno de sus puntos más altos entre las industrias culturales del mundo de habla hispana. En ese mismo año se llevaron a cabo las primeras trasmisiones de un nuevo medio que no tardaría mucho tiempo en trasformarse en otra industria cultural de enorme peso e influencia: la televisión. Esas primeras transmisiones fueron registradas por los alrededor de 1,300 aparatos  adquiridos o concesionados a lo largo de ese año sobre todo en la ciudad de México.

El país contaba con una población cercana a los 26 millones de habitantes, de lo cuales aproximadamente la tercera parte vivía en localidades urbanas. Para entonces, la cinematografía mexicana incluía en su glamoroso “Star System” a una serie de figuras cómicas masculinas entre las que habían destacado, destacaban o comenzaban a sobresalir, los respectivos casos de Carlos López “Chaflán”, Leopoldo “Chato” Ortín, Enrique Herrera, Joaquín Pardavé, Mario Moreno “Cantinflas”, Manuel Medel, Germán Valdés “Tin Tan”, Carlos Orellana, Adalberto Martínez “Resortes”, Manuel Palacios “Manolín”, Jesús Martínez Palillo, Daniel “Chino” Herrera y algunos más.[1] Dos de las películas filmadas en aquel año, “La muerte enamorada”, realizada por el también músico y actor Ernesto Cortázar y protagonizada por la malograda Miroslava Stern, y “El Tigre Enmascarado”, dirigida por Zacarías Gómez Urquiza y protagonizada por Luis Aguilar, ofrecieron las primeras y breves imágenes fílmicas de Eulalio González Ramírez, actor proveniente, como Germán Valdés “Tin Tan”, del medio radiofónico. Señalemos que, por uno de esos “azares del destino”, en “La muerte enamorada” también debutó para el cine Mauricio Garcés, quien, pasado el tiempo, se convertiría en otra de las más afamadas figuras cómicas de nuestro medio fílmico.

Nacido en el municipio de Los Herreras, Nuevo León,  el 16 de diciembre de 1921, el joven Eulalio González se apasionaría por el periodismo al grado de abandonar la carrera de medicina y de obviar el bien ganado título de contador, lo que un momento dado lo llevaría a incursionar como locutor de la estación XEMR-AM de la ciudad de Monterrey. Como varios de sus futuros colegas del medio cinematográfico, en 1944 se trasladó a la capital del país para probar suerte como locutor en la célebre XEW, donde, gracias al apoyo de Pedro Infante, a quien había conocido algunos años antes, terminó convertido en actor de radionovelas. Con una sólida experiencia ganada en esa variante de la interpretación, hacia 1948 es aceptado para actuar en el papel de “El Piporro”, uno de los principales personajes de la serie radiofónica “Ahí viene Martín Corona”, protagonizada por el ya para entonces ídolo Pedro Infante Cruz, otro emigrado del norte de la República rumbo a la ciudad de México. Se dice que el sobrenombre, que significa indistintamente “voz grave”, “instrumento de cuerda del mismo tono” y “botija de vino”, le fue impuesto por Álvaro Gálvez y Fuentes, el famoso “Bachiller”, quien fungió como guionista de la mencionada serie. El éxito de esa radionovela será uno de los factores que permitirían el mencionado debut de don Eulalio en el cine. A las dos películas citadas seguirían sus respectivas aunque también breves participaciones en “Necesito dinero” (Miguel Zacarías, 1951) y en “Dancing” (“Salón de baile”) (Miguel Morayta, 1951), para, finalmente, ascender a actor de segundas partes  o “de cuadro” o refuerzo en la versión cinematográfica de “Ahí viene Martín Corona” y en su inmediata secuela, “El enamorado”, ambas dirigidas en ese mismo año por Miguel Zacarías. Una parte del éxito taquillero obtenido por díptico de Zacarías puede atribuirse a las buenas intervenciones de Eulalio González, quien de ahí en adelante comenzaría ser identificado como el cómico cinematográfico de raigambre norteña por antonomasia. A momentos, “El Piporro” “se come” la película y eso le ayudó a llamar la atención de productores y directores.

Así, entre 1952 y 1959, “El Piporro” participa en 37 películas, ello gracias, entre otras razones, a que en eso mismo periodo la industria fílmica mexicana se di el lujo de producir un promedio de cien películas por año, aunque, justo es reconocerlo, la gran mayoría fueron realizadas a bajo costo y estaban dedicadas no precisamente para competir en festivales internacionales o para cubrir las expectativas de los cada vez más exigentes públicos europeos, sino para divertir a un público masivo en México, América Latina y el Sur de los Estados Unidos que todavía no podía tener acceso a los aparatos de televisión. Cabe aquí señalar que para 1959 ya operaban  en el país cerca de 450, 000 televisores y que el consumo en ese rubro crecía día a día. Puede inferirse, entonces, que con esa cantidad de aparatos receptores, la industria cultural televisiva ya se había convertido, ahora sí, en una serie amenaza de competencia para el medio fílmico nacional.

Entre esas 37 películas que llevaron en sus créditos el nombre de a Eulalio Gutiérrez hubo de todo, pero principalmente comedias y dramas de aventuras. Sin alcanzar todavía un papel “estelar”, “El Piporro” fue moldeando su personaje y adquiriendo cada vez más experiencia frente a las cámaras y mayor presencia en las pantallas. De esa considerable lista de filmes habría que destacar sus notables y respectivas participaciones en “El mariachi desconocido” (Gilberto Martínez Solares, 1953), en la que actuó al lado del genial “Tin Tan”; en la trilogía “westernista” de “El Águila Negra”, dirigida en 1953 por Ramón Peón, protagonizada por Fernando Casanova; en “Cuidado con el amor” (Miguel Zacarías, 1954), “Los gavilanes· (Vicente Oroná, 1954) y “Escuela de música” (Miguel Zacarías, 1955), las tres protagonizadas por Pedro Infante, acaso el principal mentor del cómico norteño; en “Píntame angelitos blancos” (Joselito Rodríguez, 1954), que le valió ser considerado para terna del Ariel como mejor actor de cuadro y, sobre todo, en “Espaldas mojadas” (Alejandro Galindo, 1953), que tras superar una absurda censura fue estrenada en junio de 1955  y permitiría que don Eulalio ganara, ahora sí, el Ariel como mejor actor de cuadro en la entrega de ese premio celebrada en 1957. Las apariciones de “El Piporro” en el papel del bracero “Alberto Cuevas”, trabajador de una expoliadora y explotadora empresa ferroviaria estadounidense, son sencillamente magistrales gracias a su afanosa verosimilitud y, sobre todo, porque revelan las enormes capacidades histriónicas del intérprete, que hasta ese momento tenía acostumbrado al público a  una serie de intervenciones más bien graciosas y dicharacheras.

No estoy absolutamente seguro de ello, pero hay signos de que el Ariel obtenido por su papel en “Espaldas mojadas” perfiló al “Piporro” hacia el estrellato fílmico; prueba de ello son la notable cantidad de sus apariciones en películas filmadas entre 1958 y 1959, mismas que suman un total de 17. Eso quiere decir que en tan sólo un bienio el actor participó en un promedio de 8 cintas  por año, mientras que entre 1952 y 1957 lo hizo en un promedio de 3 obras fílmicas por año.  Creo conveniente señalar aquí que durante la década de los cincuenta se agregaron a la lista de estelares figuras cómicas del cine mexicano casos como los de Antonio Espino “Calvillazo”, Manuel “El Loco” Valdés y las parejas integradas por “Viruta” y “Capulina” y por Alfonso Arau y Sergio Corona.

 

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II.
El 20 de abril de 1959 da comienzo el rodaje de “La nave de los monstruos”, un curioso  híbrido de ciencia ficción, horror y comedia vernácula regionalista. Financiada por Producciones Sotomayor y dirigida por el también neoleonés Rogelio A. González Villarreal, la cinta resultó un “taquillazo” al permanecer durante seis semanas en el cine Palacio Chino, su sala de estreno en la ciudad de México. “La nave de los monstruos” fue la Opus no. 26 de Rogelio A. González, otrora actor y guionista formado al lado del gran  Ismael Rodríguez, sin duda el más contundente forjador del mito Pedro Infante; a Gonzáles Villarreal  se debieron, por cierto, las últimas grandes cintas del mítico actor sinaloense: “El inocente y Escuela de rateros”.

Soy de los que piensan que el éxito de “La nave de los monstruos”, película que marca el ascenso de “El Piporro” al estrellato definitivo, se debió a que la simple intervención de su protagonista le dio a la obra un tono paródico, diríase delirantemente paródico, que la ubica más o menos en el mismo rango de películas como “Plan 9 del espacio exterior” (también conocida como “Vampiros del espacio” , filmada en 1957) y “La novia del monstruo”, ambas del ahora célebre Ed Wood (considerado en su época como “el peor cineasta del mundo” y maravillosamente homenajeado por Tim Burton en la cinta del mismo nombre), obras que resultaron dignísimos ejemplos del mejor cine al mismo tiempo “näive”, “camp” y “kitsh”. No es casual que el filme de González Villareal se haya convertido en “objeto de culto” entre las nuevas generaciones de apasionados de la ciencia ficción; todo conspira para ello: la pavorosa pobreza misma de la producción, el supremo absurdo del relato que incluye momentos jocosos al por mayor y hasta la sensual y suculenta figura de Lorena Velázquez especie de sacerdotisa extraterrestre que al final se convierte en vampiro sideral para salir de la trama sin  explicación alguna. No se requiere ser un analista muy riguroso como para poder imaginar que el público que en su momento le dio notable respaldo taquillero a esta cinta lo hizo porque las incidencias de la historia le resultaron divertidas en tanto que increíbles  y por tanto fantásticas, en el más estricto sentido de ese término, es decir, “sobrenaturales”, pero siempre con una buena dosis de “chunga” y desparpajo, elementos de gozo para un espectador típicamente popular.    

Como ya lo implicamos, en 1959 todavía se filmaron alrededor de 100 películas mexicanas. Sin embargo, durante la década de los sesenta, los volúmenes de producción descenderían hasta alcanzar promedios de 70 cintas por año y hasta de menos, ello si se descuentan tanto las series filmadas con el concurso del STIC como las de carácter independiente. Fue entonces que comenzó a hablarse de una crisis estructural y permanente en la industria fílmica mexicana. Varios factores podrían explicar esa crisis: mayor descenso en la calidad de las películas, fenómenos inflacionarios, pérdida de mercados en los países de habla hispana, competencia de la televisión (en 1965 sumaron alrededor de 1, 8000 aparatos funcionando a lo largo y ancho del país), manifiesto rechazo de la clase media al llamado “churro mexicano”), censura contra temas como la política (como en los casos de “La sombra del caudillo” y “La rosa blanca” que permanecieron enlatas por 30 y 11 años, respectivamente) y el  erotismo, etc. La industria requería de nuevos temas y de  figuras atractivas que le permitieran salir de ese nuevo marasmo y ello explica, al menos en parte, la  intento de incorporar al Piporro al “Star system” por medio de la serie de cintas que seguirían a “La nave de los monstruos”.  

Luego de la película dirigida por su paisano Rogelio A. González, Eulalio González “Piporro” protagonizaría otras 22 películas, mismas, que, junto con dicha cinta, constituyen, por así decirlo y con algunos matices, la etapa de esplendor en la carrera fílmica del actor.[2] Hasta ahora resulta difícil saber con plena certeza cuáles de esas películas “piporrescas” o “piporriles”, por definirlas de algún modo, fueron en realidad las más taquilleras. Un primer índice de ese éxito podría serlo el número de semanas que las obras protagonizadas por don Eulalio permanecieron en sus respectivas salas de estreno en la ciudad de México, de lo que sí hay registro más o menos preciso. A partir de ese parámetro, podemos decir que las de mayor ingreso en taquilla fueron: “El bracero del año”, con 15 semanas de permanencia; “El pistolero desconocido”, con 13 semanas; “El padre pistolas”, con 12 semanas; “Alias El Rata”, con 10 semanas y “El terror de la frontera”, con nueve. En un segundo rango se ubicarían las siguientes: “Ruletero a toda marcha” y “El tragabalas”, con ocho semanas de permanencia; “La Valentina”, con siete semanas, y “La nave de los monstruos”, “Calibre 44”, “Escuela de valientes”, “El rey del tomate”, “Héroe a la fuerza”, “Toreo por un día” y “El fayuquero”, todas ellas con seis semanas. En un tercer  rango estarían los casos de “El pocho”, con cinco semanas y “Se alquila marido”, “Los tales por cuales” y “Las cenizas del diputado”, con cuatro semanas.

En último término quedarían “Qué hombre tan sin embargo”, con tres semanas; “Dos gallos en palenque”, con dos semanas, y “De tal palo tal astilla”, con una semana. Al menos en la Ciudad de México, las salas  que más estrenaron películas de “El Piporro” fueron el Palacio Chino, el Orfeón, el Mariscala, el Alameda y el Metropólitan, todas ellas muy céntricas y orgullosamente populares.  Un cotejo que podría darnos otra luz sobre el impacto de las cintas de Eulalio González en la etapa que nos ocupa son las cintas más taquilleras protagonizadas por Mario Moreno “Cantinflas” y estrenadas en el mismo espacio (la ciudad de México) durante los mimos años: “El señor doctor”, con 36 semanas; “El padrecito”, con 28; “El patrullero 777” con 26 y “El profe” con 22. Eso quiere decir que el cine protagonizado por “El Piporro” no desmereció demasiado en relación al que sin duda ha sido el cómico más taquillero en la historia del cine nacional, el mencionado “Cantinflas”, ello independientemente de lo cuestionable de la inmensa mayoría de sus películas, sobre todo las producidas de 1950 a 1981, fecha ésta  en la que trabajó por última vez para el cine.       

En su muy particular “Época de oro”, la que iría de 1960 a 1978, “El Piporro” filmó para directores como el mencionado Rogelio A. González (que lo dirigió en tres ocasiones), Miguel M. Delgado (seis ocasiones), Rafael Baledón (cuatro ocasiones), Julián Soler (cuatro ocasiones), Zacarías Gómez Urquiza (una ocasión), Fernando Fernández (una ocasión), Gilberto Martínez Solares (dos ocasiones) y Roberto Gavaldón (una ocasión). La cinta restante, “El pocho”, filmada en 1969, fue dirigida por el mismo Eulalio González, y, por obvias razones, a ella nos referiremos más adelante con cierto detalle. De todos los realizadores mencionados, sólo dos, Miguel M. Delgado y Gilberto Martínez Solares, pueden considerarse como dignos “especialistas” en el cine cómico. El primero de ellos fue, a partir de un momento, el director “de cabecera” de “Cantinflas”, y el segundo es de hecho el mejor comediógrafo del cine nacional, sobre todo debido a sus magistrales cintas protagonizadas por el Germán Valdés “Tin Tan” entre 1948 y 1956 (de “Calabacitas tiernas” a “Los tres mosqueteros y... medio”, pasando, entre otras, por “El rey del barrio”, “La marca del zorrillo”, “El revoltoso”, “El ceniciento”, “El bello durmiente”, “Me traes de un ala”, “El Vizconde de Montecristo” y “Lo que le pasó a Sansón”).   

Para Emilio García Riera, el gran historiador del cine mexicano, “Los tales por cuales” es la mejor cinta de “El Piporro”; de ser cierta esta afirmación, que no comparto del todo, ello se debería precisamente a la labor de don Gilberto Martínez Solares, realizador de esa cinta, y hasta ahora poseedor del récord absoluto de más películas de largometraje dirigidas en la cinematografía nacional: 153. Otra de las mejores cintas del “Piporro”, es, a mi muy particular juicio, la intitulada  “Las cenizas del diputado” y considero que ello se debe a que fue dirigida por otro de los grandes cineastas mexicanos del periodo clásico, Roberto Gavaldón, quien gracias a su sólida experiencia supo dotar a esa obra del sentido fársico requerido para hacer el tipo de crítica política que en ese entonces —estamos hablando de 1976— último año del sexenio encabezado por Luis Echeverría Álvarez,  ya era permitido plasmar en las pantallas.     

Clasificado por empresas productoras, el cine protagonizado por don Eulalio González  revela que quienes más apostaron (y varias veces ganaron) impulsando su carrera fueron Producciones Sotomayor (8 películas),  Filmadora Chapultepec (5 películas), y Filmex y Cima Films (ambas propiedad de de Gregorio Walerstein, el llamado “Zar del cine mexicano”), con cuatro cintas. Para que el atractivo taquillero pudiera ser mayor, el cómico norteño fue rodeado, faltaba más, de mujeres guapas y/o famosas para que cumplieran los roles protagónicos femeninos. Parafraseando a mi amigo y colega Fernando Muñoz Castillo, autor del libro “Las novias de Tin Tan”, digamos que “las novias del Piporro” fueron, entre otras,  Lorena Velázquez, Elda Peralta, Rosita Quintana, Elvira Quintana, María Duval, María Eugenia San Martín, Luz Márquez, Olivia Michel, Rosa de Castilla, Ofelia Montesco, Flor Silvestre, Alma delia Fuentes, Julissa, Lucha Villa, Elsa Aguirre y Rosenda Bernal. Mención aparte amerita, sin duda, María Félix, con la que nuestro cómico compartió créditos estelares en “La Valentina”, dirigida por Rogelio A. González para la Cima Films, cinta que a pesar de intentar en vano parodiar al cine de tema revolucionario protagonizado por la Félix (“Café Colón”, “La Cucaracha”, “Juana Gallo”, “La Bandida”, etc.), fue a todas luces un típico producto con marcado sentido comercial. La reunión de la ya decadente María Félix con un “Piporro” todavía en auge pudo provocar más consternación que la pretendida burla; en otras palabras el resultado fue una grotesca caricatura de otra caricatura y por tanto la gracia de don Eulalio González quedó muy diluida en un mar de convenciones insulsas y harto pueriles.      

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III.

En la primera secuencia de “La nave de los monstruos”, cinta que sin duda prefiero a “La Valentina”, vemos al “Piporro” ataviado de típico norteño, montando su caballo e interpretando una canción muy quitado de la pena ante la amenaza de invasión extraterrestre que se cierne sobre nuestro planeta. Era esa la confirmación de los rasgos de su personaje, elaborado en pantalla desde la época de “Ahí viene Martín Corona”. Como todo buen cómico que se respete a sí mismo (en el cine los casos más emblemáticos de ese auto respeto serían los de Max Linder, Charles Chaplin, Buster Keaton, Harry Langdon, Harold Lloyd, Jacques Tati y, más recientemente, Woody Allen), “Piporro” sería fiel a tal figura no obstante que varias de las cintas por él protagonizadas no se ubicaran en la atmósfera propiamente norteña o en la del western a la mexicana, que para el caso viene a ser casi lo mismo. Aunque sus antecedentes más remotos puedan en efecto rastrearse en la gran literatura picaresca del “Siglo de oro español”, cuyos ejemplos más reconocidos serían “El Lazarillo de Tormes” y “Guzmán de Alfarache”, de Mateo Alemán, el héroe “piporresco”  siempre quiso hacer suyo el carácter de la gente del Norte de México hasta volverlo un estereotipo y, más que eso, un arquetipo, es decir, un modelo original y primario del que pueden desprenderse otros modelos.

Y como notable ejemplo de ello estaría el caso de “Ruletero a toda marcha” (Rafael Baldedón, 1962), en la que el simpático “Crisóstomo”, obviamente encarnado por Eulalio González, oriundo de “Perros Bravos”, Nuevo León, debe emigrar a la capital del país para trabajar como taxista a fin de ahorrar el dinero que le permitirá casarse con su guapa novia, interpretada por María Duval. Hasta los confines mismos de las calles y edificios de la entonces pujante ciudad de México lleva “El Piporro”  su hablar y acento norteño, esto a más de algunas de las costumbres familiares y sociales digamos características de esa región. Cierto que la película evoca muchos elementos convencionales y debe mucho al notable caso de “Confidencias de un ruletero”  (1949), una de las mejores epopeyas urbanas de Alejandro Galindo protagonizada por Adalberto Martínez “Resortes”. Pero en “Ruletero a toda marcha”,  Baledón y “El Piporro” acometen una vuelta de tuerca y deja buen testimonio sociológico de la emigración del campo a la ciudad en una época en la que ese fenómeno estaba en su esplendor como resultado de la llamada “modernidad” puesta en marcha cuando menos dos décadas atrás a la fecha de la realización de ese filme. Aprovecho la ocasión para señalar aquí el notable caso de Mosca, documental de Bulmaro Osornio Morales, egresado del CCC, cinta estrenada el año pasado en marco del Festival de Cine de Guadalajara y que viene a cuento por ser el retrato de la vida de un taxista viudo que opera en la zona “conurbada” de la ciudad de México y que en varios sentidos resulta una versión corregida, aumentada y puesta al día de “Confidencias de un ruletero” y de “Ruletero a toda marcha”, precisamente.

A mi peculiar entender, las cintas más significas del “Piporro”, en tanto que muestran al personaje en plenitud de atributos cómicos, costumbristas, cantarines y gestuales, son “El padre Pistolas”, “Ruletero a toda marcha”,  “El terror de la frontera”, “El rey del tomate”, “El bracero del año” (esto a pesar de hacer muy evidentes sus deudas con la ya referida “Espaldas mojadas”, cosa que era de esperarse), “Los tales por cuales” (esto pese a que en muchos momentos su trama remitiera a  la de “La oveja negra”, la excelsa película de Ismael Rodríguez protagonizada pro Fernando Soler y Pedro Infante), “El tragabalas”, “Alias El Rata”,  “El pistolero desconocido” y “Las cenizas del diputado”, citadas en el estricto orden en el que fueron filmadas. En la mayoría de tales cintas, y esto les otorga un valor extra, el cómico despliega con su singular enjundia una serie de canciones, algunas de ellas bailadas por él solo o con pareja en diversos momentos de las respectivas historias, que ya son clásicos de toda una tendencia de la música popular mexicana de la segunda parte del siglo pasado: “Natalio Reyes Colás”,  “El corrido de Agustín Jaime”, “Los ojos de Pancha”, “El taconazo”, “El muchacho alegre”, “Llegó borracho el borracho”, “El ojo de vidrio” y “Chulas fronteras” (que inspiró el título y contenido de un mediometraje documental filmado en 1976 por el reconocido cineasta estadounidense Les Blank), en este caso mencionadas en el orden de mi preferencia personal.  

Desde “El rey del tomate”, realizada en 1962 por Miguel  M. Delgado, Eulalio González comenzó a participar en la elaboración de argumentos, guiones y diálogos de las cintas por él protagonizadas. Esa actividad, que podemos considerar muy significativa porque a través de ese tipo de colaboraciones el cómico también pudo dejar su impronta en buena parte de sus películas estelares, le permitiría convertirse en “autor completo” de al menos una cinta: la ya citada “El pocho”. En cine se entiende por “autor completo” a aquel en el que de manera más o menos conciente alguien se apropia de una buena parte de los rubros creativos de un filme que, como en este particular caso, comprendieron la producción (a través de la empresa Raza Films), la elaboración del argumento y el guión, la realización, la actuación protagónica y hasta la composición de algunas de las canciones interpretadas y bailadas a lo largo de la trama por el mismo Piporro.  

En lo que se refiere a la dirección de películas actuadas  (y en algunos casos escritas) por ellos mismos, ya otros cómicos mexicanos habían precedido a don Eulalio. Tales fueron los casos de Enrique Herrera con “Los apuros de Narciso”, filmada en 1939;  de Carlos Orellana (con 16 cintas filmadas entre 1941 y 1959) y de Joaquín Pardavé (con 22 cintas filmadas entre 1942 y 1954). Todo indica que con “El pocho”, y luego de varios desacuerdos con los productores, el cómico norteño quiso independizarse plenamente para hacer un cine más acorde al concepto que él tenía de su personaje y, según declaró al diario Novedades aparecido el 18 de julio de 1969, en ese empeño hasta había hipotecado su casa y buena parte del resto del patrimonio familiar. De ahí que le urgiera que la cinta se estrenara lo antes posible, cosa que ocurrió el 5 de noviembre de 1970 en el cine Mariscala. Pero, a más de los defectos que suelen acusar la gran mayoría de las Óperas Primas, la cinta resultó demasiado apagada a las convenciones que el cine nacional había venido forjando sobre los mexicanos emigrados a los Estados Unidos, con el agravante de que su realización coincidió con el surgimiento del combativo cine chicano a través de la cinta “I’am Joaquín”, de Luis Valdez, hecha en el mismo año de 1969. El simple cotejo entre ambos filmes resultó muy desfavorable para el trabajo de “El Piporro” al grado de que “El Pocho” padeció el total rechazo por parte de diversas organizaciones chicanas que calificaron a la obra de discriminatoria justamente por  mirar a los mexicanos exiliados en los Estados Unidos como “bobos” y “ciudadanos de segunda”, reciclando con ello las viejas ideas racistas y sexistas contra México propagadas hasta el cansancio por el cine hecho en Hollywood. Por desgracia para “El Piporro”, esas organizaciones tenían razón. No es de extrañar entonces que el cómico, vetado por los productores mexicanos por su osadía de filmar una película un tanto al margen de la estructura industrial,  y al mismo tiempo rechazado por buena parte del público chicano al que su película iba destinada, tuviera que retirarse varios años  del medio fílmico,  hasta que fue rescatado por Roberto Gavaldón para protagonizar “Las cenizas del diputado”,  cinta producida por Conacite Uno, una de las empresas creadas durante el régimen de Luis Echeverría para tratar de rescatar a la industria cinematográfica nacional de la crisis que se venía arrastrando desde hacía buen tiempo.

Mientras “El Piporro” desarrollaba la mejor etapa de su carrera, otros cómicos como Mauricio Garcés, Eduardo Manzano y Enrique Cuenca (“Los Polivoces”), Javier López Chabelo y Alfonso Arau ya sin Sergio Corona, también incursionaron con diversa fortuna en el medio cinematográfico. Incluso Arau filmó en 1969, mismo año de la producción de “El pocho”, su primera cinta como “autor total”: “El Águila Descalza”, aunque en este caso no la produjera ni musicalizara. Y en 1970 se daría el caso de que el ya apare entonces veterano Germán Valdés “Tin Tan” también se inició en calidad de “autor total” (sin creación de la música) con “El Capitán Mantarraya”, pero al igual que “El Piporro” con “El Pocho”, sería debut y despedida en ese rubro.

 

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IV.
Como ya apuntamos, “El fayuquero” (Miguel M. Delgado, 1978), que resultaría la última película protagonizada  por “El Piporro”, fue estrenada en ocho salas de la ciudad de México y logró permanecer  durante 6 semanas. Eso quería decir que el cómico neoleonés todavía conservaba algo de su anterior fama y prestigio. Pero la realidad era otra. La cinta acusaba la plena decadencia física y el desgano tanto de su director como de su actor principal, ahora metido en líos de venta de artículos de contrabando en el mero barrio de Tepito. Y sobre todo era un lamentable ejemplo de cine en sí y por sí mismo adocenado. Ya para entonces el género de la comedia era dominado por figuras albureras y erotómanas como Alfonso Zayas, Rafael Inclán, Luis de Alba, Alberto “El caballo” Rojas, Roberto “Flaco” Guzmán, Eduardo de la Peña (también conocido como “Lalo el Mimo”), Pedro Weber “Chatanooga”, Sergio Ramos “El comanche” y Carmen Salinas “La corcholata”,  o por cultivadores y exponentes de un cine cómico “para familias”: María Elena Velasco (“La india María”, en sí misma todo un caso de impacto en taquilla) y Roberto Gómez Bolaños “Chespirito”, que protagonizó “El Chanfle”, financiada por la empresa Televicine, filial de Televisa, una de las cintas de mayor éxito comercial de aquella época.  

Pese a ello, “El Piporro” mantuvo sus vínculos con el medio fílmico como actor secundario de nueve películas filmadas a lo largo de la década de los ochenta. Si algo puede resaltarse de esta última etapa en la singular, significativa e importante carrera fílmica del “Piporro” tal sería su breve pero jocoso papel en “Hermelinda Linda”, la nada despreciable sátira filmada en 1983 por Julio Aldama a partir del cómic homónimo sobre las andanzas de una bruja de la mal afamada colonia Bondojito.. Y sobresalen también las tres intervenciones de don Eulalio en otras tantas cintas protagonizadas por Vicente Fernández y dirigidas por Rafael Villaseñor Kuri entre 1985 y 1987: “El diablo, el santo y el tonto”; “El macho y Entre compadres te veas”. Esa trilogía ya no fue tan taquillera como sí habían resultado otras cintas “estelarizadas” por “Chente” Fernández (sobre todo “Picardía mexicana”), pero tampoco pueden considerarse como fracasos comerciales. También puede ser digna de rescate la última aparición fílmica del cómico, esto al lado de los muy populares “Tigres del Norte”,  en el mediocre filme “Ni parientes somos” (también titulada “Contagio de amor”), realizada por Sergio Véjar en 1990. Pero ya para entonces la gloria había quedado muy atrás y es muy probable que a las nuevas generaciones de espectadores el nombre de Eulalio González les dijera muy poco.

Sabemos que ya en la década de los noventa, don Eulalio comenzó a ser objeto de homenajes y reconocimientos, entre ellos la entrega de la “Medalla Eduardo Arozamena” por parte de la ANDA para reconocer sus cincuenta años en el medio artístico. Y el 1 de septiembre de 2003 falleció de un infarto al miocardio en su casa de Monterrey. Tenía 82 años de edad y se dijo que había cumplido una vida pletórica en buenos momentos. Para cerrar este apresurado pero espero interesante recuento de la trayectoria cinematográfica de  don Ricardo Eulalio González Ramírez digamos que acaso el principal mérito del singular y emblemático actor cómico es haber alcanzado, palmo a palmo, un lugar consagratorio dentro de la mejor tradición del cine popular mexicano, lo cual, sin duda,  no es poca cosa.

 

NOTAS

* Conferencia presentada el26 de mayo en el marco de la Segunda Feria Universitaria del Libro organizada por la Universidad Autónoma de Nuevo León.

[1] En esta recuento no olvidamos los casos de cómicos como Fernando Soto “Mantequilla”, Óscar Pulido, Óscar Ortiz de Pinedo, Armando Soto La Marina “El Chicote”, Eduardo Arcaraz o Agustín Isunza, todos ellos espléndidos actores de refuerzo en todo tipo de comedias de ambiente rural o citadino; sin embargo, ninguno de ellos alcanzó el estrellato propiamente dicho si por tal se entiende a protagonizar más de una cinta, es decir, llevar el primer crédito.

[2] Habrá que aclarar que, además de sus “estelares”, “El Piporro” tuvo un breve papel en “La vida de Pedro Infante” (MiguelZacarías, 1963).