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Reporte de la semana

2011-05-26 00:00:00

El mal viaje: Visiones mudas de drogas, adictos y narcotráfico

Por Pedro Paunero   

El tema de las drogas, los adictos y el narco tráfico ha sido muy socorrido por la industria del cine desde sus orígenes (son interesantes, como documentos de época, los cortos Le Réve d´un fumeur d´opium de 1907 y Sluming Party de 1908). Desde películas que abordan en un marco ficticio el tema, las que pasan por falsos documentales de advertencia (incluyendo el género “exploitation” con la película emblemática Reefer Madness del año 1936, de Luis J. Gasnier), pasando por la biografía criminal (Los pecados de mi padre, Nicolás Netel, 2004, la historia del afamado traficante Pablo Escobar contada por su hijo), la biografía musical (It´s All Gone Pete Tong o La leyenda del Dj Frankie Wilde, Michael Dowse, 2004), la biografía sensacionalista (The Doors, Oliver Stone, 1991), el marco histórico necesariamente parcial (Sid y Nancy, Alex Cox, 1986) y el documental, (Grass, Marihuana, Ron Mann, 1990, con una visión divertida que reúne documentos en contra de la proverbial hierba pero termina asegurando que en pocas décadas su consumo ha pasado de 60 mil consumidores a 3 millones y, por lo tanto, es inútil toda guerra contra las drogas), alcanzando verdaderos trips psicodélicos–involuntarios o no, como el “viaje” más allá de las estrellas del astronauta David Bowman en 2001, Odisea del Espacio (1968) de Stanley Kubrick que, de boca a oreja, atrajo multitudes de hippies a los cines-, hasta el documental musical (Woodstock, Michael Wadleight, 1970), la meditación social amoral y objetiva (Trainspotting, Danny Boyle, 1996), la dura crítica desalentadora y subjetiva (Réquiem por un sueño, Darren Aronofsky, 2000), la sátira rockera y desternillante (Up in Smoke o Cómo humo se va, Lou Adler y Tommy Chong, 1978), el melodrama (Pure, Gillies MacKinnon, 2002), y hasta la futurista proyección, que sostiene un argumento soterrado sobre narcóticos, en un remoto planeta (Dune, David Lynch, 1984), o bien visible en la ultra violenta fábula sobre el bien y el mal (La naranja mecánica, Stanley Kubrick, 1971) o la película de culto (Performance, Donald Cammell y Nicholas Roeg, 1970) e incluso la novela alucinógena que preparó al mundo para la confesión beat de mano de William Borroughs (El almuerzo desnudo, David Cronenberg, 1991); las drogas son paseadas en un telón de fondo, como incitadoras al crimen o las acciones más vergonzosas, como elemento de crítica social, de descarada postura política, diversión atrevida, supuesta dadora de felicidad y libertad que se desencadena en tragedia (Easy Rider o Buscando mi destino, Dennis Hopper, 1969), el trastocado sueño hippie (The Trip, Roger Corman, 1967) y un sinfín de cualidades o defectos a cual más condenables o justificables, dependiendo del autor, guionista, director o novelista de que se trate.   

Trataremos aquí, sin embargo, las primitivas visiones (en específico sobre las drogas tradicionales como la cocaína, la morfina y el opio) con que el tema fue abordado por los realizadores desde un punto de vista sorprendente, que incluso hoy resultan chocantes debido a su inventiva y creatividad y que tienen mucho que enseñarnos en la actual guerra contra el narcotráfico (primera de muchas), tan desgastante, cruel e inútil a la larga, en un mundo hipócrita que clama por sueños artificiales.   

FOR HIS SON (D. W. GRIFFITH, 1912)   

En el Siglo XXI, a más de cien años de haberse inventado la fórmula secreta de la ubicua Coca Cola (en cualquier pueblo remoto mexicano, desde mediados del Siglo XX, había dos clases de letreros, la propaganda política del PRI y el letrero rojo con letras manuscritas de la Coca Cola), receta que, según los informes periodísticos por fin ha sido dada ya a conocer al mundo, resulta extraordinario enterarse que a principios del Siglo XX hubo quien acusara de actos contra la salud a la compañía trasnacional alegando que la popular bebida negra contenía dosis de cocaína y causaba adicción en los consumidores. El secretismo con los que se revistieron los ingredientes de la bebida, que en un principio se promocionaba como remedio para el dolor de cabeza y algunas otras molestias físicas, fue visto con suspicacia y es centro del ataque apenas encubierto de este cortometraje dirigido por uno de los grandes pioneros del cine estadounidense, el reverenciado D. W. Griffith, llamado el padre del cine moderno.   

Esta es una de las críticas más antiguas filmadas sobre el tema de las drogas. La bebida que, en la cinta, inventa de manera irresponsable un exitoso magnate preocupado por el futuro económico de su hijo (y por su propia ambición) es denominada DopoKoke, (que puede traducirse como DrogaCoca o DrogaCola) como remedio contra la sensación de fatiga, conteniendo como ingrediente principal –secreto-, la cocaína.   

El corto resume en 15 minutos una historia de ascensión y caída: los efectos de la nueva bebida se cebarán en la persona del propio hijo, como principal consumidor y adicto, dejándonos así un mensaje aleccionador y moralizante.   

Esta película de inicios de la carrera del director, antes de su apoteósica El nacimiento de una nación (1915), aunque no contiene técnicas cinematográficas innovadoras que Griffith no haya presentado antes, influyó notablemente en el argumento de otra cinta que retomaría el tema, Drugged Waters (William C. Dowlan, 1916), en la cual se narraba la historia de un manantial de aguas minerales que habían sido drogadas durante muchos años en aras de su explotación.   

EL MISTERIO DE LOS PECES SALTARINES (THE MYSTERY OF THE LEAPING FISH, CHRISTY CABANNE Y JOHN EMERSON, 1916)   

Primera narcoparodia de la historia. Dirigida por el mismo cineasta que rodaría la perdida y mítica cinta La vida del General Villa con Pancho Villa interpretándose a sí mismo, con un enloquecido e hilarante guión de Tod Browning (el director de Freaks y el Drácula con Bela Lugosi). En esta cinta el “Detective Científico” Coke Ennyday, maestro del disfraz y cocainómano -que divide el día en “dormir, beber, comer y drogarse”-, y que padece con la cocaína y el opio los mismos efectos que Popeye con las espinacas, debe resolver el misterio del por qué el dueño de una tienda de renta de equipo acuático –incluidos salvavidas inflables con forma de pez, los peces saltarines del título-, se ha vuelto inexplicablemente rico.   

Coke Ennyday descubre una banda de traficantes de opio (que es transportado dentro de los salvavidas), saca de circulación a los malosos (inyectándoles una dosis de cocaína y poniéndoles a saltar, efecto que él mismo padece y le otorga algo así como súper poderes que dan a pie a varios actos de acrobacia), rescata a la empleada secuestrada, a quien desea para esposa forzada el líder de la banda y se queda con ella.   

Al final descubrimos (en un ejercicio de meta cine) que todo este delirio ha sido un intento de parte de un entusiasmado Douglas Fairbanks (sin cuya complicidad y ritmo interpretativo contagioso no hubiera podido hacerse esta locura) de venderle un guión (llamado El misterio de los peces saltarines) a su productor.   

El cortometraje incluye secuencias de ciencia ficción (un circuito cerrado de televisión para vigilar quién llega a la casa de Coke Ennyday denominado “periscopio científico“), y una velada crítica a la hipocresía (bajo un tono descarado de sátira) en el hecho de que Coke Ennyday sea adicto y tenga que detener y atrapar a los traficantes de drogas.   

OPIUM (ROBERT REINERT, 1919)   

Enmarcada en los años posteriores a la desastrosa Guerra del Opio, con la cual Europa pretendió destruir a China, pertenece a los inicios del movimiento del expresionismo alemán y se ocupa de narrar la campaña personal del profesor Gesellius (investigador del opio), afincado en China, en contra de la adicción a dicha droga. En aquél país rescata a una hermosa mujer china, Sin, de su cruel marido Nung-Chiang. Este, un experto en la experimentación con la adormidera, personaje casi mágico y estereotipado, representaba el “peligro amarillo”, caricaturizado a través del personaje de folletín Fú Manchú de Sax Rohmer de 1913; tantas veces llevado al cine y que tiene su continuación en la ciencia ficción con la saga de Flash Gordon, en la persona del Malvado Ming. Gesellius traslada a Sin a Alemania a la vez que son perseguidos por el vengativo esposo (cuya arma más eficaz es la creación de un mortal derivado del opio). La mujer es empleada por Gesellius en su clínica de rehabilitación mientras su propia esposa le engaña con su colega de cruzada. Al final, Gesellius sucumbirá a su enemiga declarada, la droga, tras una vida de decepciones. La cinta revela un trasfondo histórico apenas esbozado en las vengativas e iracundas arengas de Nung-Chiang con su pueblo, al grito de ¡Muerte a los europeos! que revelan, en el espectador avisado, el odio que la colonización blanca había despertado en las adormecidas (literalmente, debido a su caída en el sueño del opio) masas chinas y la devastación que provocó el régimen de corrupción en el gobierno de los Quing, por la intrusión filibustera de la East India Company que tanto se parece a la situación actual del Tercer Mundo, productor de las principales drogas exportadas al primero, ávido de nuevas sensaciones que es capaz, a la vez, de consumir y condenar.   

En el filme no se olvida la creación simbólica de personajes-arquetipos caros a la idiosincrasia religiosa occidental: Sin será llamada Magdalena en Europa, (una pecadora –oriental, en este caso-, arrepentida), mientras la esposa de Gesellius responde al esclarecedor María (que no resulta ser ninguna santa, después de todo).   

La película toca temas caros a las cintas sobre drogas que le seguirían: el problema de la dependencia, la lucha contra la adicción, el libertinaje sexual inducido por efectos de las drogas, las visiones (viajes) de los drogadictos, lastrada, sin embargo, por el recurso de unas actuaciones melodramáticas excesivas, contiene, a la vez, descubrimientos importantes en cuanto al uso de la profundidad de campo.   

EL PUÑO DE HIERRO (GABRIEL GARCÍA MORENO, 1927)   

Uno de los antecedentes del cine de súper héroes enmascarados mexicanos que culminarían con la serie de El Santo, el Enmascarado de Plata, pero que abreva directamente de la literatura popular de anti héroes (Robin Hood y El Zorro en cuanto a su condición de proscritos) y los entes cinematográficos Phantomas y el serial Les Vampires de Louis Feuillade, que datan de los primeros años de la primera década del Siglo XX; esta interesante cinta mexicana silente, rodada en Orizaba, Veracruz y jamás exhibida en la Ciudad De México, combina una trama de aventureras -bandidos encapuchados (la banda del murciélago), un niño que sueña con ser detective, pasajes secretos- con una subtrama amorosa y el tráfico de drogas (la primera cinta mexicana en tratar el asunto), todo sobre un supuesto de entretenimiento puro.   

Carlos Hernán, amigo de El Buitre (lugarteniente de El Tieso, traficante de drogas) es inducido por aquél a inyectarse morfina en un antro de su propiedad. Laura, la desesperada novia de Carlos, intentará ayudarle a superar su adicción mientras Juanito, niño que sueña con convertirse en detective y su amigo Perico, investigarán la misteriosa identidad del Murciélago, líder de la banda de ladrones que roban y secuestran a los hacendados, desviando los vehículos en las carreteras valiéndose del ingenuo recurso de colocar letreros de desviación.   

Al final, el Murciélago (cuya identidad es descubierta por uno de los secuaces del Tieso) y que es invitado a formar parte de la banda de traficantes, será quien ayude a desenmascarar al auténtico Tieso en la persona del supuesto adalid en contra del consumo de las drogas (el Doctor Anselmo Ortiz). Así es como los personajes pasan a ubicarse al extremo opuesto del rol que habían desempeñando (“buenos” que se vuelven “malos” y viceversa). La película incluye material documental rodado para ejemplificar las disertaciones apasionadas del Doctor Ortiz y las consecuencias genético degenerativas que el uso de las drogas provocan en los hijos de los adictos y una franca podofilia por parte del director (tomas a los pies de los personajes para acentuar situaciones dramáticas).   

Toda este escenario da lugar a diseñar una realidad alterada, básica en la estructura del cómic, a la manera del serial de Feuillade Los vampiros, de la que parece haberse inspirado en parte (cambios de identidad a la par que de disfraces, el cuestionamiento de la naturaleza de lo que es o no real), pero que al final cede y es traicionada –como en el caso de El misterio de los peces saltarines-, a la autenticidad ramplona que ofrece un “sueño” (trip) inducido por la droga.   

Interesantes como curiosidades de un cine antiguo, sorprendentes sin embargo, las cintas mudas sobre el tema de las drogas y todo alrededor de estas, muestran muchas veces no sólo la ideología del tiempo en que fueron hechas sino una avanzada y atrevida valentía que tantas películas contemporáneas necesitan en el contexto de un diálogo abierto, franco y necesario en el mundo de hoy.